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Después de pagarle a la dependienta, recojo la pequeña cajita y le agradezco. ¡Tengo el mejor regalo de aniversario del mundo!
Bueno, tal vez exagero un poco. Pero sé que a Julie le encantará.
Guardo todo en mi bolso y salgo de la tienda para volver a casa. No he puesto ni un pie en la acera y un trueno me sorprende. La lluvia no demora ni un minuto en caer.
—Menuda suerte... —murmuro sarcástica.
No obstante, vengo preparada. Ya decía mi abuelita: "mujer precavida, vale por dos". Saco mi paraguas y lo abro.
Estoy caminando por la acera a paso normal. Y me perturba que el sonido de las gotas cayendo sobre la gabardina se haga cada vez más fuerte. Una corriente de aire frío comienza a golpear mi rostro.
¿Cuándo anunciaron una lluvia tan fea?
Para colmo, la fuerte ventolera que la acompaña amenaza con llevarse mi única protección. No sé si maldecir a la lluvia o las sombrillas. ¿Por qué diablos no traje un impermeable?
Una ráfaga de viento levanta la copa del paraguas, dejándola patas arriba... o —más bien— varillas arribas.
Bueno, mal chiste.
Pero no es suficiente que la copa del paraguas esté perfectamente en el mundo del revés, así que tengo que sufrir que un autobús pase a toda marcha; salpicándome de pies a cabeza del agua que ha caído en la calle.
—¡¡Oiga!! ¡¡Tenga cuidado!! —grito molesta, pero ni al caso con el chófer.
Me enfoco en reparar mi paraguas. Tengo un pequeño forcejeo y, cuando logro que la gabardina vuelva a su sitio jalando uno de los tacos de las varillas, otra ráfaga de aire me sorprende.
—¡Esto tiene que ser una broma!
Lo reparo más rápido esta vez e inmediatamente coloco la sombrilla en dirección contraria al viento —ahora me tapa la vista frontal, pero todo tiene un precio, ¿no?—; soy relativamente delgada y la lucha contra la ventolera me da la sensación de que voy a salir volando con sombrilla y todo en cualquier segundo. Sin embargo, creo que lo estoy controlando bien. Sí, todo está bajo control.
¡¿Cuál control?! Estoy prácticamente caminando a ciegas con la condenada cosa entrometida en el centro.
Y claro, esto tiene que traerme alguna consecuencia.
—¡¡Arg!! —oigo a una voz grave quejarse y me asusto.
¡Apuñalé a alguien con la contera!
Rápidamente, me echo la sombrilla al hombro y me le acerco. Al menos este hombre sí tiene un impermeable.
El aire golpea de nuevo (en contra) y el impulso es tan grande que la sombrilla se va volando de mi mano.
Salgo corriendo —muy imprudentemente— detrás de mi sombrilla —que va rodando por la acera— y luego...
—¡¡Ah!!
Me resbalo. Todo comienza a verse borroso después de un fuerte impacto en la cabeza. Lo último que siento, son las gotas frías de lluvia sobre mi rostro.
***
—Mi ingrediente especial y listo. ¡Va a morir!
Percibo un delicioso aroma a café —me fascina— y se me hace intrigante. Escucho... ¿un televisor sin sincronizar? No, no. Está lloviendo. ¡Mi sombrilla! Abro los ojos de golpe y me topo con: sillas plásticas, mesas cuadradas, una barra como en las que trabajan los baristas, un techo de madera, ventilador y... ¿un hombre?
Los desconocidos ojos marrones hacen contacto visual con los míos por tres segundos completos, sin pestañear. Y no entiendo porqué pero... ¡se echa a reír! Y se ríe histéricamente.
¿Qué diablos?
Mi cara no puede ocultar mi confusión.
—Lo siento, lo siento —dice, después de soltar todas las carcajadas que quiere. Incluso se limpia una lagrimita que le sale del ojo derecho—. Es que todo esto me parece irreal.
—¿Dónde estoy? —cuestiono, e intento levantarme. Un terrible dolor de cabeza me retiene.
—Despacio —pide, mientras agarra una taza sobre la barra y se me acerca con ella—. Te caíste feo.
—¿Cuándo?
—Hace unos minutos te resbalaste con una caja de jugo que alguien dejó tirada mientras corrías detrás de tu paraguas. Que por cierto, sí que pega fuerte.
Mi cerebro se queda procesando por unos instantes la parte en donde el karma me la juega por no hacer reciclaje. Pero entonces, mi boca se abre en "o" y mis ojos se agrandan, perplejos.
—¿Tú eres al que apuñalé?
—Tampoco apuñalar —replica riendo—. Pero fue un golpe inesperado.
—Lo lamento mucho, de verdad —repongo rápidamente, apenada.
—No te preocupes, creo que a ti te fue peor. —Y que lo diga, mi suerte ha estado de perlas.
—¿Tú me trajiste aquí? —Parece una respuesta obvia pero tengo que asegurarme.
—Sí. Estaba cerrando mi Café cuando una extraña me atacó y luego casi se mata. Llámame ingenuo, pero no quise dejarla tirada en medio de la acera bajo la lluvia.
—Gracias —musito.
Inevitablemente, encuentro esta situación un poco embarazosa.
—Las toallas que tengo no son muy grandes, porque son de cocina, pero al menos podrías secarte un poco —explica, y me ofrece aquella taza que lleva en la mano—. ¿Te gusta el café?
Yo asiento, en lo que le agradezco, y la recibo. Está caliente, aunque es sorportable. Huele fenomenal.
—¿Dijiste que este lugar es tuyo, cierto? —inquiero en un tono más elevado porque se ha marchado a buscar esas toallas (en donde sea que estén).
—Sí, aprendí todo sobre el negocio y decidí que era momento de tener algo propio —contesta. A los pocos segundos, reaparece frente a mí—. O al menos, aprendí lo suficiente.
—Qué bien —comento. Dejo la taza sobre la mesa y tomo las toallas que trajo para secarme. Estoy empapadísima—. Lo siento mucho también por tu sofá. —Sí, porque he mojado también todo el asiento.
—Tranquila, mañana es sábado de limpieza de todas formas.
Esta persona me parece muy amable. Comencé a tutearlo sin darme cuenta. Acabo de fijarme en que ni siquiera sé su nombre.
—¿Cómo te llamas?
—Wayne.
—Qué nombre tan lindo. —Me suena conocido, pero ahora no recuerdo de dónde—. El mío es Maya.
—Mucho gusto, Maya. —Sonríe, y se pasea por la tienda, como buscando algo—. Deberías tomar tu café antes de que se enfríe.
¡Cierto! Ya me había olvidado. Tengo la taza sobre la mesa junto a mí, un poco humeante todavía. Apenas la agarro, la acerco a mi nariz. Aspiro todo su dulce olor a gloria.
—Espero que te agrade, tiene mi ingrediente especial.
Oh, genial... espera, ¿qué?
"Mi ingrediente especial y listo. ¡Va a morir!"
¿Eso fue solo parte de mi sueño? ¿Pero por qué soñaría con una voz igual a la suya? ¿Cómo que morir? ¿Cómo aclaro esto? ¡¿Cómo le preguntas a una persona si quiere matarte?!
Ok, muchas preguntas.
«Calma, Maya, no te descontroles», repito mi mantra varias veces en mi mente, antes de inquirir con fingida tranquilidad—: ¿Cuál es el "ingrediente especial"?
—Dejaría de ser especial si te lo digo —canturrea. Maldigo por dentro, pero mantengo una expresión afable—. Cuando lo pruebes, será como noquearte y dejarte en el cielo.
—¡Oh! —exclamo riendo, porque ahora estoy más que nerviosa—. Qué interesante.
Díganme que no acaba de usar esa metáfora para referirse a mi prematura partida de este mundo.
La taza está pegada a mis labios y la mirada de Wayne me vigila, expectante.
¡Ya sé en dónde escuché ese nombre! Batman, claro.
Bueno, volviendo a lo que importa. Ya que me está observando, me empino la bebida y aparento tomarla.
—¡Vaya! —digo, bajando la taza con rapidez para colocarla devuelta en la mesita. Y me limpio con el dorso de la mano los restos de la —probablemente— mortífera bebida.
—¿Y qué? ¿Sientes el éxtasis? —La sonrisa en su rostro me comienza a perturbar. Aún así, asiento—. Me alegra.
Yo nunca he sido secuestrada, pero... ¿se supone que el secuestrador se comporte así?
¡Oh, no! ¡Debe ser un psicópata!
El "Batman malvado" camina hacia la ventana —a la que gotas de lluvia golpean y bañan sin descanso— y pone su mano sobre ella. ¿Estará pensando en las mil formas de matarme?
¿O prentende desmayarme para sacar y vender mis órganos? Bueno, eso probablemente también me mate.
Estoy tan concentrada en mis pensamientos paranoicos que no me doy cuenta de cuándo se voltea, y me pilla mirándolo. Otra vez esa pequeña sonrisa aparece y un escalofrío me recorre.
¡Definitivamente va a vender mis órganos!
—¿Te apetece jugar a un juego? —cuestiona, súbitamente.
—¿Por qué?
—Pues no sé cuando escampará. —El psicópata tiene un punto válido—. Lo decía para pasar el rato.
Pero no, señor secuestrador. Si cree que me quedaré aquí a jugar a la ruleta rusa o al carnicero con usted, está muy equivocado.
—Creo que es hora de que me vaya —anuncio, poniéndome de pie.
—¿Ahora mismo? —pregunta sorprendido. Las alarmas de mi cerebro se activan solo de verlo caminar en mi dirección ahora, lentamente.
—Es que tengo un compromiso importante —me excuso, sin mucha creatividad.
—Estoy seguro de que, quien sea que te esté esperándote, entenderá —agrega, subiendo hasta los codos las mangas de su sudadera.
—Insisto, de verdad. —Intento poner una sonrisa amigable, pero estoy segura de que me sale una mueca.
—Bueno, está bien. —Me alivia que ceda, aunque no del todo.
De pronto, sus pasos comienzan a acelerarse. En mi dirección.
¿Por qué no se detiene?
¡¿Va a golpearme?!
¡¡Qué retroceda!!
Cierro los ojos con fuerza y bajo la cabeza. Los tres segundos más largos de mi vida pasan y... sigo sin sentir nada. Ni un pellizco.
A medida que subo mis párpados, me doy cuenta de que Wayne no está... ¿dónde está?
Un fuerte escalofrío recorre mi espalda cuando siento en ella el extremo de un objeto.
Los nervios y el pánico me hacen voltear brusca y precipitadamente.
—¡Wow! —exclama Wayne.
Cuando vuelvo a mis sentidos, me doy cuenta de que le eché el café que había en la mesita y de que mi paraguas está en su mano; al menos sé que no me apuntó con un arma.
—¡Perdón! —Agarro las servilletas de esa misma mesa y comienzo a limpiar frenéticamente su sudadera.
—¡Calma! —suelta, alejando mis manos—. Calma, solo tengo que ponerla en remojo.
Wayne se está quitando la sudadera y noto que tiene una camisa gris debajo. Su ropa no tiene nada del otro mundo, pero me intriga que su costado derecho se vea... ligeramente abultado.
¿Qué diablos tiene ahí?
Ese pequeño bulto que se le marca se me hace parecido a la forma de... ¿una pistola?
¡¡Santa Madre!! ¡¡Trae una pistola!!
Aprovecho que está entretenido viendo su mancha. Rápidamente agarro mi bolso y sombrilla —¿cómo poder dejarla si fue la que me metió en todo esto?—, y corro hasta la puerta.
—¡¿Por dónde carajos se abre esto?! —masculló lo más alterada y bajo posible.
—¿A dónde vas? —oigo la voz y los pasos de Wayne acercándose.
«¡Vamos, puertita!»
—Se abre hacia adentro.
Y no puedo creer que mi secuestrador me haya dado la solución, pero no me detengo a darle las gracias.
Corro, corro por mi vida.
La lluvia no pasa desapercibida apenas salgo. Cae sobre mí, con fuerza, fría. Y da igual, no es momento de abrir a la problemática de mi sombrilla tampoco.
—¡Espera, Maya!
¡¡Mierda!! ¡¡Me está persiguiendo!!
—¡¿Qué te pasa?!
¡¿En serio me está preguntando eso a mí?!
Ignoro a Wayne y sigo corriendo. Veo que un taxi acercándose. ¡Puedo salvarme!
—¡Oye! —continúa con sus llamados.
Acelero mi velocidad y estoy a dos metros de llegar al auto.
Algo pasa. Algo que ya había pasado antes. Hay algo que me hace perder todo equilibrio y me derriba.
La lluvia está cayendo sobre mi cara, una vez más. Y lo ultimo que veo, es el rostro de mi secuestrador.
«Estoy perdida»
***
Ya no huele a café, tampoco siento el sonido de la lluvia... ¿estoy muerta?
Increíblemente, siento mis párpados. Imaginando que voy a encontrarme en algún lugar del cielo, los abro lentamente. Una luz me escandila la vista.
¿Se supone que la luz celestial se sienta tan molesta?
—¿Maya?
Oigo la voz de Julie, ¿estará llorando sobre mi tumba?
—¡Maya, has despertado!
Pestañeo un poco más y mi vista se acostumbra. No estoy en el cielo, ni en la nubes. Estoy en un cuarto de hospital, con un pincho en el brazo transpasándome agua con quién-sabe-qué. Ah, y Julie no está en el cementerio, está a mi lado.
—¿Qué ha pasado? —cuestiono, acomodándome en la camilla.
—Estuviste corriendo bajo la lluvia y te resbalaste. Caíste y te desmayaste. Llevabas un buen rato durmiendo, pero no fue nada grave —me termina de explicar.
¿Acaso todo lo del "Batman secuestrador" fue un sueño?
Me regocijo de solo pensarlo.
—¿Qué hora es? —vuelvo a inquirir.
—Son las... —Julie prende su celular y revisa—. Bueno, es la una de la madrugada. Feliz aniversario, Maya —agrega, con una sonrisa.
—Ay, no. —Suspiro, cubriéndome el rostro con las manos—. Feliz aniversario, Julie. Lamento que estemos en un hospital.
—No te preocupes —replica, aún sonriente, y acaricia mi brazo en lo que deposita un beso en mi cabello—. Lo importante es que estás bien y que estamos juntas.
—¿Mi bolso está aquí?
—Sí. —Señala el asiento atrás, en donde se encuentra—. ¿Por qué?
—Hay algo ahí para ti —canturreo contenta.
Julie —intrigada— revisa y encuentra la cajita en pocos segundos.
—¡Oh, Maya! —Me mira sorprendida.
—¡Ábrelo! —pido, curiosa de su reacción— Espero que te guste.
—Lo adoraría aunque fuera solo una simple cajita vacía. —Julie abre con cuidado el regalo y saca la pulsera de adentro.
Es de plata, con pequeños libritos porque sé que ama la lectura.
—¿Te la pongo? —inquiero, llenándome con sus ojos contemplativos.
—¡Sí! ¡La amo! —contesta emocionada.
Entonces, yo tomo el accesorio para abrochárselo en la muñeca—. Es perfecta.
—Me alegra mucho que te guste. —Y cuando cierro el broche, Julie la admira complacida.
—Yo también te compré algo.
—¿En serio? —Me sorprendo y emociono.
En eso, tocan la puerta. Ella se levanta y adelanta para abrir.
—Con el apuro, dejé tu presente en el auto. Pero descuida, mandé a alguien a buscarlo.
—¿A quién?
Julie agarra el pomo y lo gira. La abertura deja a ver a un chico.
¡Un momento! ¿Acaso no es...?
—¡¿Wayne?! —Mis ojos atentan con salirse de la impresión, me cubro la boca abierta con la mano.
—¡Maya! —Me sonríe. Y a mí lo que me preocupa es que Julie está al lado suyo—. Qué gusto ver que ya despertaste.
Pero no pierdo tiempo en decir nada. Le doy un vistazo objetivo a mi alrededor: ventilador, suero, mi bolso y... ¡ajá! A mi izquierda, hay un aromatizante en aerosol (mi novia, siempre tan considerada). Me arranco de un tirón la maldita cosa de mi brazo —¡oh, demonios, cómo duele!— y corro con la dichosa cosita en la mano hasta llegar a Wayne.
Acto seguido, rocío sus ojos con el spray. Queda un agradable aroma a limón en el aire.
—¡¿Maya, qué hiciste?! —Julie me mira espantada, pero rápidamente dirige toda su atención al chico retorciéndose en el suelo.
—¡No te acerques! —exclamo—. ¡Es un psicópata que quería vender mis órganos!
—¡¿Qué?! —Wayne dirige su cara hacia mí, pero aún se restriega los ojos.
—¡Es mi amigo, Maya! ¡No un jodido traficante!
¡Lo sabía! No había escuchado "Wayne" de Batman. Ese es el nombre del amigo de la infancia de Julie.
¿Acabo de rociar toda la cara de mi prácticamente cuñado con un aromatizante?
—¡Oh! —Me agarro de los pelos, impactada—. ¡¡Lo siento mucho, Wayne!! —Me agacho junto a él—. Es que hablabas de ingredientes secretos que iban a matarme y luego del éxtasis y la ruleta rusa y-y... ¡¿de casualidad eso que llevabas en la cintura era un arma?! ¡Porque sí lo parecía!
Hablo tan rápido que ni idea tengo de lo que digo.
—¡Maya! —Julie vuelve a obtener mi atención. Ella mete la mano en la sudadera de su amigo y saca lo que allí esconde—. ¡Ahí es donde trae su inhalador!
¡Cierto! Su amigo es asmático.
Tengo que ir a terapia.
—Dios... —Suspiro, echando la cabeza hacia atrás y sentándome en el suelo—. En qué he estado pensando todo este tiempo.
—Creo que tuvimos un malentendido, cuñadita —interviene Wayne, sentándose también. Tiene los ojos irritados pero ya no se arrasca.
—Fuiste más que amable conmigo, lo siento muchísimo.
—Es comprensible que mi exageración llegue a malinterpretarse. Y esta ocasión, creo que me pasé.
—¿Estamos bien? —Lo digo, mientras le extiendo mi mano.
—Estamos bien. —La estrecha—. Y que conste que, mi ingrediente secreto, era el helado de vainilla casero disuelto en el café.
—¿En serio? —suelto sorprendida.
—Estoy planeando en poner esa receta de affogato en el menú. Me emocioné buscando opiniones —explica. Ahora todo tiene más sentido.
—Me alegra que se hayan arreglado, a pesar de las condiciones del momento, pero me parece que deben continuar esta charla, y explicarme a mí, luego, después de que una enfermera los vea —interrumpe Julie, que nos había escuchado todo el rato—. Ve a lavarte esa cara, Wayne, y pide que te revisen mientras que yo busco al doctor para que revise a Maya.
—¿Y yo qué tengo? —inquiero, y me levanto de golpe, confundida.
—Bueno, Wonder Woman, el brazo te está sangrando por haberte arrancado la aguja de un tirón —responde con obviedad y lo señala.
Sangre. Veo rojo. Corre por mi brazo. Hay una gota en el suelo. Prácticamente puedo percibir su olor. Su sabor metálico. Es-es... negro de nuevo.
—Ay —mascullo por último.
¿Quién dijo que no podías desmayarte tres veces en un día?
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