#2
Cuando un hijo y su madre discuten, ¿de quién es la culpa?
Tal vez sea del hijo, por faltar al respeto a su madre. O tal vez de la madre, por intentar hablar con él. Es una línea de moralidad muy delgada y es difícil saber quién tiene la razón.
La madre dice: "Me hablas muy feo, y siento como si me estuvieras regañando".
El hijo responde: "Tú actúas como una inmadura y haces drama por nada".
Pero la madre piensa: Solo quiero un poco de amor. Cuando me casé con tu padre, él me hablaba mal y me regañaba por cualquier cosa. Ahora solo quiero que alguien me trate con amabilidad, pero tú me dices que es mi culpa.
Cada vez que hablan, sus opiniones nunca coinciden. La madre siente que el hijo no la ama. El hijo siente que la madre no lo entiende. Ambos tienen parte de la culpa, pero ninguno se disculpa después de la discusión. El tiempo pasa y actúan como si nada hubiera sucedido, hasta que un día vuelven a discutir. Y entonces, la madre recuerda y lo reprocha.
Incluso si pudieran disculparse, el escenario no cambiaría. Siempre es así, ¿verdad, madre?
Siempre terminamos en un incómodo silencio que no sé cómo romper. Ni mis hermanos saben cómo hacerlo. Pero, según tú, siempre es mi culpa, ¿cierto, madre? Lo dices constantemente.
Madre, dime cómo hablar contigo sin que terminemos discutiendo.
Madre, ¿por qué no me contestas? ¿Por qué te quedas en silencio una vez más? ¿Por qué me ignoras? Si fueron tus susurros los que llegaron a mí primero, si fuiste tú la que se acercó después de visitar la tumba de la abuela. Si tú dices que me amas, madre, ¡habla más alto! ¡Madre, abrázame! ¡Madre, tengo miedo! ¿Por qué me atan? ¿Acaso fue porque me lastimé con el cuchillo? Ya les dije que fue un accidente, el cuchillo se resbaló. Tal vez fue por las pastillas. Ya les dije que solo tomé tantas porque olvidé que ya había tomado. Fue porque salté del techo. Ya les dije que resbalé porque estaba húmedo por la lluvia.
El hijo, acostado en un colchón sobre el suelo de una habitación con paredes acolchonadas, viste una camisa de fuerza. Habla en voz baja a la esquina de la habitación, donde "madre" lo observa con una sonrisa torcida y unos ojos de un rojo profundo, curvados por esa misma sonrisa. "Madre" se ve aterradora, pero su sonrisa está llena de amor, un amor intenso, porque "madre" también quiere un hijo. "Madre" también anhela ser amada.
"Madre" quería llevarlo con ella; estuvo tanto tiempo sola, en el frío y en la oscuridad. Nadie oía sus susurros, nadie contestaba su llamado. Solo él. Por eso, él es suyo; él debe estar con ella. "Madre" merece tenerlo, aunque ahora que está aquí no pueda llevarlo con ella. Sabe que ya solo tiene una madre, que ya solo tiene a "madre".
¿Recuerdas cuando me llevabas al parque y reías? ¿En qué momento dejaste de sonreír, madre? Éramos tan felices, madre. ¿Por qué no podemos ser así de nuevo? Tal vez dejaste de sonreír cuando padre se fue con la abuela, o cuando te diste cuenta de que "madre" quiere estar conmigo. Tú también la ves, tú también la oyes, pero ella me ama. Solo debo estar con ella.
Mientras tanto, detrás de la puerta, una mujer observa a su hijo hablar con la esquina. Sus pupilas tiemblan al ver cómo "madre" le devuelve la sonrisa, con esos ojos rojos que le causan terror. ¿Soy yo el que está mal? No, no puede ser. Ella siempre me ha culpado. Pero... ¿y si esto sí es culpa mía?
La mujer se pregunta cuándo se salió todo de control. ¿Por qué ignoró ese olor a humedad que acompañaba a su hijo después de visitar la tumba de la abuela? ¿Por qué no le dio más importancia a las sombras que se movían en el pasillo o a los susurros que le decían que querían un hijo tan adorable como el suyo?
El hijo recuerda que las cosas malvadas susurraban en sus oídos, y él quiso escucharlas mejor. Pero cuando finalmente lo hizo, solo encontró el amor de "madre", un amor fuerte que lo ama con locura, un amor que lo enloqueció. Quizás no debió jugar con esos susurros cuando aún no los oía bien. Pero esos murmullos decían que lo entendían, que él era su favorito y que solo él podía oírla.
Tal vez la madre debió prestar más atención. Quizás "madre" debe aceptar que ya no está aquí, que nunca perteneció a este mundo, pero solo quería ser amada.
Entonces, ¿de quién es la culpa?
¿De la madre, por no haber logrado salvar a su hijo? ¿Del hijo, por haberse atrevido a jugar con cosas malvadas? ¿O de "madre", que solo quiere ser amada?
En su mente, "madre" es el refugio que anhela y el amor que le falta. ¿Qué queda de mí en esta batalla de culpas?
La realidad es que "madre" se ha convertido en su única confidente, aquella que lo entiende en un mundo que lo rechaza. Solo con ella puede hablar sin miedo a ser juzgado, sin que sus palabras se tornen en reproches. Pero, a la vez, esa conexión lo consume, y a menudo se pregunta si el amor que siente por ella es suficiente para justificar lo que ha dejado atrás.
Tal vez la culpa no reside en uno solo, sino en la incapacidad de encontrar un camino que les permita entenderse mutuamente. Si tan solo pudieran mirarse a los ojos sin la niebla del rencor, tal vez hallarían un camino de regreso. Pero aquí estoy, atrapado en un laberinto de silencios y sombras, con la voz de "madre" que susurra promesas de protección, a pesar de su naturaleza amenazante.
Solo sé que ahora solo queda ella, en ese rincón, esperando. Y yo, atrapado para siempre en este silencio, entre la devoción a "madre" y el anhelo de ser comprendido por la mujer que me trajo al mundo. ¿Seré yo quien deba decidir entre la lealtad a su amor distorsionado y el deseo de escapar de sus garras?
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