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Problemas de Adopción Ilícita

I

Después de que María Socorro saliera de la cárcel, María Desamparada, de corazón generoso, decidió llevarla a su hogar y proporcionarle un trabajo.
Con el agradecimiento y la felicidad de la socorrida, la casa de los Desamparados se convirtió en un refugio para ella, sin embargo, a pesar de la generosidad de la dueña de la casa, ella no estaba por el trabajo sino por otra cosa.

En la casa de la Desamparada,
María Socorro parecía trabajar diligentemente, como una parte útil de la familia. Sin embargo, en su corazón, había un plan que nadie sabía. La recién llegada miraba a María Desamparada con ojos llenos de rencor, igualmente lo hacía con su hija María chiquita.

Por otro lado no lo hacía con María Manuela. Era algo extraño y digno de escudriñar.

Con el tiempo, el resentimiento de María Socorro se volvió más profundo, y su plan se oscureció como las sombras de la noche. Por la madrugada, la nueva sirvienta salía silenciosa de su cuarto, y recorría la casa con pasos ligeros como los de una gata.

María Socorro se arrodilló en el suelo de madera de la cocina, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Por qué? — se preguntaba. — ¿Por qué no puedo controlar estos impulsos?

Por más que intentaba evitarlo, Las imágenes de rencor y violencia seguían acosándola.

Mientras se acurrucaba en el suelo,
Recordó con claridad los malos tratos que sufrió, y los gritos e insultos de su amo anterior.

—¡Solo soy un objeto! ¡Solo soy un objeto para tí! No sabes ni siquiera Cómo satisfacer a un hombre. — Gritaban las palabras como una estocada en su corazón. Ese hombre solo era simple y pura maldad.

—Pero no puedes hacer esto! — se decía mientras sentía el dolor de la violación a su privacidad. — ¡Ellas me dieron una segunda oportunidad! ¡No debo dejar que su maldad me consuma! Su odio y perversidad no es la mía.

Con los ojos cerrados y con una respiración pesada, caminó lentamente de regreso a su cama en la penumbra de la noche. Cada paso era una lucha, como si temiera de un demonio interior, cada respiración era un desafío. Pero estaba decidida, se dirigió lentamente a su aposento, dejándose caer sobre las cobijas, exhausta por su batalla interior.

—¡No dejes que el rencor te consuma! No dejes que los recuerdos del pasado te controlen. — pensaba mientras daba vueltas en la cama — Ella tiene una mejor madre, supo criarla y tiene excelentes principios ¿Qué podría enseñarle yo? Solo soy una maldita analfabeta, que solo sabe planchar, trapear y satisfacer a los hombres cuando me lo pidan a cambio de algunas monedas — poco a poco las lágrimas inundaban su cara repleta de arrugas — ¡Además, ni siquiera sé hacerlo bien! En esta oportunidad la práctica no me hizo maestra, solo me hizo sentir más desgraciada y sucia. ¡Pero ella me dió una oportunidad! ¡María desamparada vió en mí lo que nadie ha visto! ¡Vió a una mujer trabajadora! Y me salvó de la horca... ¡No puedo pagarle con la misma moneda!

María Socorro se retorcía y daba vueltas en la cama, viéndose envuelta en una súbita claridad.

—¡Fue la Desamparada quien rescató a mi hija! — se dijo — ¡Fue ella quien la acogió y la cuidó! —  Las emociones de María Socorro comenzaron a cambiar, mirando hacia el techo, las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Pero esta vez no eran lágrimas de ira ni de dolor, Sino de gratitud y alegría.

—Le debo mi vida y la de mi hija — y por fin pudo conciliar el sueño.

El insomnio de noche a noche es una obra que trata sobre la lucha interna y los efectos del insomnio en la vida de una persona. En su final, se culmina con una profunda reflexión sobre la conexión entre la mente y el cuerpo, y cómo el descanso es esencial para la salud mental y emocional.

La protagonista, tras días y noches de desvelo y angustia, enfrenta la realidad de su situación. La acumulación de insomnio la lleva a una crisis donde debe confrontar sus miedos y las causas subyacentes de su desasosiego. Finalmente, al aceptar su fragilidad y la necesidad de buscar ayuda, se abre a nuevas posibilidades de sanación.

El desenlace sugiere que aunque el insomnio puede ser un ciclo difícil de romper, el entendimiento y el apoyo pueden ser claves para encontrar la paz. A través de la autoaceptación y el cuidado personal, la protagonista vislumbra la posibilidad de un futuro donde el sueño y el descanso regresen a su vida. La obra deja un mensaje esperanzador sobre la resiliencia humana y la importancia de cuidar de uno mismo, incluso en los momentos más oscuros.

De esta manera y para dar punto y final a la larga síntesis y el tedioso parafraseo transcurrieron 10 largos años, a pesar del triste secreto que guardaba María Socorro; ella vivió inmensamente feliz.

De su pasado, solo comentó que había tenido una hija, la cual había desaparecido misteriosamente. Su corazón se partía en pedazos cada vez que veía a su hija y debía tratarla como toda una dama y señora... Pero esa tristeza se opacaba cuando se daba cuenta de los envidiables modales que profesaba a todos.

Mientras tanto la Desamparada estaba muy atribulada, por razones que ella evitaba comentar en público.

II

Las nubes parecían pesar sobre los tejados, imitando la carga que llevaba María Socorro en su corazón. La tarde avanzaba lentamente, y el sonido del viento entre las hojas secas parecía susurrar secretos que ella temía revelar.

María Desamparada, con su espíritu siempre esperanzado, llegó a la casa de María Socorro. Había estado buscando respuestas sobre la hija desaparecida de su querida servidumbre, una incertidumbre que le carcomía el alma. No había un solo día desde la desaparición de la pequeña que no se preguntara por su paradero. La madre, con cada paso, traía consigo una mezcla de temor y determinación, convencida de que hoy podría ser el día en que la verdad saliera a la luz.

—Es lo menos que puedo hacer por ella — se decía — ha estado por muchos años cuidando de mis dos hijas.

María Socorro la recibió con una sonrisa, pero en sus ojos brillaba una tristeza que no pudo ocultar. Las dos mujeres se habían apoyado mutuamente durante esa larga odisea, compartiendo lágrimas y anhelos. Sin embargo, el peso de un secreto inconfesable se tambaleaba entre ellas, y María Socorro sabía que había llegado el momento de revelar lo que había guardado.

Se sentaron juntas en la mesa de la cocina, un espacio que había sido testigo de innumerables charlas y confidencias. María Desamparada, con su voz temblorosa, comenzó a hablar de su esperanza, de los sueños que aún albergaba de poder ver a madre e hija abrazadas.

—Cada día busco señales, cada rostro en la calle puede parecerte familiar — dijo con una mezcla de melancolía y fe. — Solo tienes que hacer un esfuerzo en recordar aquellos pasajes enmascarados de tu vida.

María Socorro tragó saliva, el nudo en su garganta se hacía más fuerte.

—Desamparada… — empezó a decir, pero la voz se le cortó. La mirada esperanzada de María Desamparada la incitaba a continuar, a contarle la verdad que la carcomía por dentro.

Después de un momento que pareció eterno, finalmente María Socorro exhaló con voz quebrada:

—Tengo algo que decirte… algo que he guardado porque no quería hacerte más daño — Las palabras se deslizaban lentamente de sus labios, como si cada una de ellas decidiera escapar pero a la vez temiera salir a la luz.

María Desamparada la miró, asustada y expectante.

—¿Qué es? ¿Qué ocurre, Socorro? — La preocupación en su tono hizo que el corazón de María Socorro se apretara más.

Finalmente, con lágrimas en los ojos, dijo:

—Mi hija… no está viva.

El silencio llenó la habitación, pesado y denso. Las palabras resonaron en los oídos de María Desamparada como un eco desgarrador. Pasaron unos segundos que parecieron horas mientras la realidad se asentaba. Un torrente de emociones la invadió: incredulidad, dolor, una tristeza profunda que parecía querer hundirla en las profundidades del abismo.

—¿Cómo… cómo puedes decirme eso? — murmuró, la voz temblando entre la rabia y el llanto. — No… no puede ser. No puede ser…

María Socorro, incapaz de sostener su mirada, bajó la cabeza.

—Lo lamento. Quería protegerte, pero no puedo seguir con esta carga. Tu hija estuvo en mis manos, pero… ya no puedo ocultarlo. Necesitabas saber. Mereces la verdad... Esa hija que tanto esperé nunca llegará, porque no existe. — la pobre tragó saliva, tenía que continuar con su confesión — Mi hija murió para mí, y viví con esta tortura de alma desde el día que la dejé en las puertas de tu casa.

Las lágrimas brotaron en el rostro de María Desamparada, y la tristeza envolvió el ambiente como un manto pesado. Lo que se suponía que sería un acto de liberación se transformó en una sombra que oscureció aún más su mundo. La esperanza se desvanecía, y en ese momento, ambas mujeres supieron que la verdad, aunque dolorosa, era un paso necesario en su camino hacia la sanación.

María Socorro continuó con su monólogo:

—¡Nunca fue mi intención arrebatarte a tu hija! — las lágrimas parecían cristales del más fino — si así lo hubiese querido, lo hubiera hecho hace mucho tiempo. Pero... ¿Qué iba a ganar? Mi hija estaba en buenas manos, tenía ropa bonita, usaba abanicos y sombrillas de marca, habla con elocuencia y lo mejor de todo, es que a pesar de ser una sirvienta, me trata con mucho amor y respeto. ¡No le puedo pedir más a la vida que haberme permitido verla crecer junto a mí!

Bajo aquel cielo gris, comenzaron a llorar juntas, dejando que las lágrimas hablaran por ellas, mientras el viento afuera seguía susurrando historias de amor y pérdida. El camino por delante sería duro, pero juntas se enfrentarían a la tormenta.

A pesar de la confesión, María Desamparada recibió el anuncio de María Socorro con un corazón lleno de emoción y alegría.

Su rostro se llenó de lágrimas de alegría y alivio, y abrió sus brazos para recibir a María Socorro.

—¡Ay, Socorro! Ay, ¡María Socorro! — repitió María Desamparada con una voz que temblaba de emoción, sus lágrimas fluían como un río helado,
Reflejando los rayos de sol que asomaban por la ventana. — ¡Siempre supimos que éramos una familia! Siempre me pregunté por qué sentía en ti una energía tan positivista, no me equivoqué en haberte salvado de la muerte. ¡Dios es bueno y para siempre es su misericordia! ¿Quién hubiera creído que tendría a la hija de mi querida María Manuela frente a mí? Es un tesoro envidiable que no se compara con todo el dinero del pueblo.

Pero María Socorro se alejó y no quiso aceptar su abrazo.

—¡No quiero que ella se entere nunca! — le dijo a la jefa de los Desamparados.

—Pero eres su Madre... No puedo ocultar una verdad tan fuerte.

—¡Lo harás! Porque te lo estoy pidiendo, no quiero que ella sepa que su madre era una simple servidora... Me conformo con verla todos los días y tratarla con amor.

—Pensé que este privilegio te haría feliz.

—Estoy Feliz, Señora. La felicidad la empecé a sentir cuando usted me acogió en su casa.

María Desamparada rompía llorar; esta vez no eran lágrimas de alegría sino de amargura, ella sabía que no le quedaba mucho tiempo, además no sabía a quién delegarle la protección de su legado, la herencia de sus hijas y sobre todo su cuidado.  El peso de un secreto se apilaba dentro de ella.

—María Socorro, hay algo que necesito contarte — dijo María Desamparada, y sus ojos se llenaron de tristeza.

—¿Qué sucede?

La desahuciada se sentó en la cama y tomó una honda inspiración.

—Estoy enferma — dijo con un hilo de voz, — Y no quiero preocupar a nadie con esto.

María Socorro abrió la boca para hablar, pero solo pudo emitir un pequeño gemido.

Con una mano temblorosa, la Desamparada tomó la mano de la sirvienta. Ambas miraron a través de la ventana hacia las estrellas.

—¿Qué puedo hacer? ¿Llamo al médico del pueblo?

Ella movió su cabeza lenta y suavemente, en señal de respuesta.

—Todo lo que necesito es tu amor y tu compañía — dijo, sus palabras flotaron suavemente en el aire nocturno. — Mantendré a mis hijas a salvo, y quiero que tú me ayudes a protegerlas cuando yo ya no esté.

La sirvienta, aún en shock por la noticia de la enfermedad, respondió con una voz ronca:

—¿Por qué yo?

—Porque eres fuerte, eres fiel, y eres parte de la Familia  Desamparada, — sentenció — En mi testamento, te dejaré todo lo que tengo, si te comprometes a quedarte con María Chiquita y María Manuela, y a cuidar de ellas como si fueran tus hijas.

—Haré todo lo que pueda por ellas, pero nunca seré su madre.

—¡Ahora lo serás!

—Nunca me parecería a usted señora; yo ni siquiera le llego a los talones, no sé leer, ni escribir... Apenas sé cocinar, planchar, limpiar y trapear... ¿No le daría vergüenza que sus hijas estuvieron Al cuidado de una mujer tan insignificante como yo?

—¡Silencio! Son mis órdenes, y debes de cumplirlas. — aunque fue autoritaria en esta fracción final, le dolía en el alma tener que tomar tan difícil decisión. El amor de madre no se compara con ningún otro.

Al cabo de unos meses, el clandestino diagnóstico del médico se cumplió.

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