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Molesta Sin Razón Aparente

La vida diaria es como una melodía que nos regala los detalles menores y los pequeños encantos que encontramos en nuestro camino. Hay aquellos momentos que se hacen inevitables, como beber una taza de café por la mañana, observar a las personas pasar deprisa o de vuelta, o preocuparse por cosas insignificantes como los detalles de lo que vamos a vestir.

Sin embargo, si te detienes un momento y permites que tus sentidos se alegren de las cosas más pequeñas, verías que todo tiene su propio tipo de hermosura. Sería el canto de las aves que cantan por las mañanas, el olor del pan recién hecho del panadero, el tacto de la tela de tu chaqueta favorita en el brazo, o incluso algún momento magico. Podría ser el instante en que te das cuenta de que el destello de la nieve bajo el sol es tan maravilloso como un cuadro, o el sonido de la risa de un niño que juega en el parque puede reconfortar tu alma. Hay algo magnífico en cada día y cada momento, si solo tienes los ojos y el corazón abiertos para ello.

A pesar de estos consejos de abuelitas, que ayudan a alargar la vida y a vivir con una sonrisa; la mayoría prefiere recordar lo triste e inolvidable desde siglos atrás; Tal vez no sea por consejo de sangre, sino por intuición y rabia heredada.

Para entenderlo mejor, tenemos que viajar a los suburbios de la ciudad, en un lugar donde no existe el GPS, y los mapas son engorrosos de leer.

En medio de las verdes praderas y árboles en flor, se alza una imponente mansión victoriana que se instala como un pusilánime en medio de la tormenta. El exterior es un espectáculo digno de admiración, con columnas elaboradas que sostienen una galería teñida de color óxido.

El revestimiento de piedra gris de la casa está cubierto de viejas ranuras que guardan el secreto de las historias de las generaciones que han vivido allí. Y mientras el tiempo la ha visto crecer, la mansión sigue siendo firme en su arrogancia y no se doblega ante los elementos del clima.

Una vez pasas por el césped verde inmaculado y el camino de entrada, te encuentras con una puerta de doble hoja de madera esculpida con un elegante mango de latón. Las ventanas altas, dotadas de horribles marcos y empotradas en el horizonte, dejan entrar la luz en un resplandor que prueba lo antigua que son.

Si entras en la mansión, es posible vislumbrar un salón de alto techo que lleva décadas atrapando la luz del sol y conservando la atmósfera decadente y retro que la rodea. La penumbra que recorre el salón como un gato fantasma es solo interrumpida por las bandejas de luz que entran por las ventanas antiguas y por las cuentas de cristal que cuelgan de sendos candelabros con velas.

A medida que avanzas por la habitación, el silbido de las vigas curvas de madera expuestas y la sensación de que el tiempo mismo se hace líquido, y fluye por entre los objetos antiguos y los rincones de la habitación, te trasladan a otra época.

Para la Abogada Maritza Castillo, estar en esa casa le hace llegar Millones de malos recuerdos que desearía no volver a pensar jamás.

Maritza es como una estatua antigua tallada con precisión, sus largas piernas y sus hombros angulosos la convierten en una pieza de arte en movimiento. Su pelo oscuro, peinado hacia atrás, resalta sus ojos inteligentes, y su mirada fría y penetrante parece alcanzar lo más profundo de la estancia.

Lleva un traje oscuro que resalta su figura, y cada paso que da es un ejercicio de su increíble autoridad y elegancia. Su presencia es como un jardín de rosas silvestres, atrayendo a todos los ojos y manteniendo el cinismo y el sarcasmo a raya con su belleza y su fuego interno.

—¡Mi madre no puede haberme dejado todo esto para mí sola! — exclama a toda voz a su representante, porque todo abogado tiene un abogado de confianza — ¡Esa señora era muy testaruda! ¡Ni siquiera sé si alguna vez sintió algo de cariño por mí!

—Eso es lo que dice el testamento, Maritza; aunque te duela y no lo puedas creer: Esta enorme casa te pertenece.

Maritza despliega el horrible testamento, con su dedo índice corriendo por las páginas, sus ojos azules recorren las líneas de tipografía antigua.

Lo que lee en el papel la deja estupefacta.

Cada frase golpea su corazón como una bala de plata, rompiendo su armadura de frialdad y descubriendo un mundo de sentimientos reprimidos. Los años de dolor y rencor, en los que fue abandonada por su madre, inundan su cuerpo y sus ojos se nublan con lágrimas que nunca hubiera imaginado que pudiera llorar.

—Maritza, si quieres te puedo dejar sola por un momento — le dices su abogado mientras le toca el hombro, como señal de consuelo.

—¡No estoy llorando! — grita con ira — ¡Esa señora solo me dirigía la palabra para reprenderme o darme muchísimos golpes! extrañé mucho sus caricias, le prodigaba que no extendiera su dura disciplina sobre mí... ¿Y qué gané?, el doble de moretones en mi brazos y piernas.

—No estoy negando nada, pero creo que aún estás muy resentida por lo ocurrido; han pasado más de veinte años.

—¡Y aún duele como si fuera hoy! — las lágrimas empezaban a sumarse entre las cuencas de los párpados — por esa misma razón no asistí al funeral, ya tenía suficiente con que todos en la calle me preguntaran por Alba de Castillo — suspira — pero en fin; ya ella está en el Infierno...

Y miró hacia la chimenea, dónde aún estaba polvoriento un retrato de ella, de su madre, Alba de Castillo.

—No digas eso Maritza — le interrumpió.

—Yo puedo decir lo que me dé la gana sobre esa señora que se hacía llamar mi madre.

—Tu no sabes lo que se siente vivir en el infierno — le recordó.

—¿Cómo que no?, viví siete años de mi vida bajo ese horrendo despotismo.

Hubo un rato de silencio donde se dedicaron a darse la razón entre ellos; y empezaron a recorrer la casa de esquina a esquina, simbólicamente era una obra de arte, y a la vez necesitaba una costosa reestructuración.

—¿Cómo pudo dejarme esta casa? — murmura Maritza para sus adentros — ¿Acaso esperaba que la perdonara? ¿Que rechazará la herencia de una vida que ella me ocultó? ¡Estás muerta Alba! ¡Ya no puedes maltratarme ni controlarme la vida! Ahora yo tengo las fichas del ajedrez... ¿Recuerdas?

Maritza se queda allí por largo rato, ya varias horas después en su oficina, con la rabia latiendo en su pecho como el martilleo de un soplete; empieza a pensar en lo que puede depararle a esa destartalada mansión.

—Lo más rentable para mí, es venderla... Además, ¿Qué derecho tiene ella a dejarme esto? — dice entre dientes. — ¡Esta casa es la antítesis de mi vida! No quiero esta herencia, no quiero ser parte de su maldito legado.

Su mente se llena con un torbellino de imágenes y recuerdos, todos relacionados con la mujer que nunca fue su madre, y con la mansión que fue su única herencia.

Entonces, después de tanto pensarlo, toma una decisión.

Maritza recoge el teléfono, su dedo teclea el número de su agente inmobiliario, y cuando él contesta, ella casi grita la orden judicial:

—Quiero vender esta casa. Quiero venderla lo antes posible y dejar de pensar en ella por siempre.

—¿Estás segura, Maritza? Puedo mandarla a subastar en Bienes Raíces, pero después de eso, no puedes arrepentirte; — contestan a través de la línea — no habrá marcha atrás.

—Es mi última palabra; — exclama Maritza con aire serio — por favor hazte cargo de eso; y que no devaluen la mansión con tanto regateo; quiero deshacerme de ella, pero tampoco quiero que la regalen a cualquier idiota.

Maritza deja el teléfono. No se atreve a colgar la llamada.

Su propio aliento es un eco rítmico en los confines de su despacho, un sonido que reverbera en las paredes y en su cabeza.

—¿Por qué ahora? — piensa. — ¿Por qué ahora que ya ha pasado tanto tiempo?

—Señora; ¿Entonces hago lo que ordenó?

Maritza no responde. Sus pensamientos vuelan de un lado a otro como un cóctel de emociones hervido. Ella recuerda las noches frías sin abrazos, los cumpleaños sin pasteles, los regalos que nunca llegaron.

—Nunca quiso a nadie más que a sí misma — murmura — A veces pienso que tampoco amaba Ami padre, solo sus millones... ahora quiere controlar mi vida desde el más allá... ¡Solo eso me faltaba!

Maritza toma una gran bocanada de aire, tratando de calmar su corazón acelerado.

—¡Esto es ridículo! — se dice. — No voy a permitir que mi madre siga controlando mi vida... Pero tampoco puedo perder lo único que ella me había arrebatado.

—Señora, ¿Sigue en la línea?

Maritza sabe que hay ventajas y desventajas a vender la mansión que su madre le dejó. Las ventajas son evidentes: una enorme suma de dinero, la satisfacción de limpiar su pasado y el comienzo de una nueva vida.

Las desventajas son más sutiles. ¿Qué pasa con los recuerdos que dejó su madre?

¡Recuerdos! ¿Los recuerdos de una vida llena de malos tratos e injusticia? Eso es mejor olvidarlo y dejarlo enterrado junto con Alba.

Maritza mira alrededor de su despacho. En el estante, sus diplomas y certificados de logro están expuestos, como trofeos de su éxito.

Pero de repente, siente que su vida parece vacía, como si el vacío de su madre hubiera infectado cada rincón de su existencia.

—Tal vez dejar esta decisión para otro momento no sea mala idea — se dice.

—¡Señora! — resuena el teléfono.

—Disculpa Gutiérrez, estaba ensimismada en mis pensamientos; — Maritza se muerde los labios renegando de su indulgencia — ¡Por favor! No hagas nada con La mansión por ahora, necesito pensarlo mejor; pero mientras tanto ve buscando un comprador seguro... Porque estoy pensando que tal vez no cambie de opinión en venderla.

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