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Mi Único Amigo

I

Lo que acabamos de presenciar es solo una pequeña muestra de los atroces tratos de esta inicua madre, hacia una pequeña niña que solo pedía un poco de amor y comprensión. No asistía a la escuela, porque tenía educación particular; no tenía amigos, porque Alba no la dejaba tenerlos; y no salía nunca a la calle, salvo esa noche que fue el funeral de su amado padre.

Mientras Maritza está en medio de la destrucción de su habitación, tiene un recuerdo fugaz de su antiguo profesor de matemáticas. Ella recuerda el día en que su antiguo profesor le trajo un pequeño perrito, un cachorro rubio llamado Stuart. Tenía ojos brillantes y cariñosos, y una piel suave que parecía seda.

Durante los días posteriores al trágico incidente de la muerte de su padre, estuvo siempre a su lado. Stuart dormía y jugaba con ella, y a Maritza le ayudó a no sentirse tan sola y dolorida. Stuart fue una fuente de confort y amor durante aquellos tiempos difíciles.

Claro, hasta que llegó el final de aquel circo entrañable.

La Señora Alba no tenía ninguna simpatía por los perros. Ella era alérgica a ellos, por lo que no podía estar en una habitación con uno, ni siquiera por un momento. Alba era demasiado inteligente para permitir que Maritza fuera feliz con su perro.

Al final decidió que el perro de Maritza, Stuart, tenía que desaparecer. Ella cocinó una comida especial para el pequeño, llena de veneno. Al final cuando Maritza se fue de la casa para asistir a una clase, Alba le dió el aperitivo al perro, y se quedó ahí mirándolo morir.

El animalito ve la comida con los ojos brillantes de ansiedad. La Señora Alba se asegura de que el perro sabe que la comida está preparada especialmente para él. Stuart se acerca a la comida, moviendo la cola y habiendo percibido el aroma agradable a mantecado; los perritos son muy inocentes, cuando ven a alguien sonriendo, piensa que son sus amigos y aliados; no debemos de juzgarlos Por no tener discernimiento entre el bien y el mal.

El perro empieza a comer la comida, hundiendo sus dientes pequeños y afilados en la carne caliente y jugosa.
La comida está sabrosa y la devora con rapidez, sin saber que está comiendo su último pastel. La Señora Alba mira cómo degusta el pastel de carne, con una sonrisa en su rostro.

Los minutos pasan y Stuart empieza a sentirse inquieto. Se tambalea en el suelo y comienza a frotar sus ojos.

La malvada cocinera mira con satisfacción cómo se desarrolla su plan, sin darse cuenta de que es su amigo el que está muriendo.

Se tambalea y se cae al suelo, ahogándose en su propio fluido. Empieza a convulsionar, frotándose los ojos y pataleando en el suelo. Su respiración se vuelve cada vez más áspera y rápida, y su cuerpo está en una crisis total.

La Señora Alba se queda de pie, mirando al perro que está convulsionando y muriéndose en el suelo.

—¡Muérete de una buena vez! — grita con los ojos desorbitados.

Después de unos minutos de patalear y gimotear, el pequeño se calma y se queda inmóvil en el suelo.

Su pequeño cuerpo se vuelve frío, y su corazón deja de latir.

La Señora Alba lo mira sin expresar ningún tipo de emoción en su rostro.

—Creo que es hora de llamar al veterinario; así sea una pérdida de dinero. — dice mientras se acerca al teléfono — Ya conozco su diagnóstico: muerte natural, accidental y por envenenamiento.

Unas horas más tarde, el veterinario llega a la casa de la Señora Alba y se encuentra con el difunto tumbado en el suelo.

El veterinario examina el perro con una expresión seria en su rostro, y luego le dice a la Señora Alba que no hay nada que pueda hacer.

—¡Dios mío! — dice Alba tratando de parecer sorprendida.

La señora Alba le dice al veterinario que enterrara al perro, y que no necesita que su hija se entere de lo sucedido.

El veterinario parece confundido, pero accede a la petición de la Señora.

Y mientras Alba sale del cuarto, el veterinario recoge a Stuart con cuidado y lo pone en su morral para perros, y se lo lleva a un lugar donde Maritza no pueda encontrarlo.

El corazón de Maritza está roto cuando regresa a casa y no ve a su amigo peludo. Ella recorre toda la casa, buscando al perro, y se pregunta qué haber podido haberle pasado.

Maritza tiene un presentimiento oscuro en su estómago, como si sospechara lo que su madre ha hecho.

—Mamá, ¿Sabes dónde estar Stuart?

—¡No lo sé! — grita la regordeta señora — ¡Seguramente dejaste la puerta abierta y el miserable se escapó!

Maritza decide callar nuevamente, como ya lo ha hecho durante tres años. Se dirige a su habitación y se encierra dentro, como si quisiera aislarse del mundo.

Maritza se echa en su cama y piensa en su padre, en Stuart y en su verdugo.

II

26-08-19

Ahora he hecho un pequeño álbum de fotografías que comparto con este
montón de palabras tan lúgubre; tal vez sea algo insensible al comenzar con un relato lleno de esperanzas para luego vislumbrar a nuestros lectores que todas eran falsas, ¡No los quiero hacer llorar! ¡Nada de esto lo he inventado! ¡Es la más pura realidad! Stuart existió, de paso yo creo que aún existe y me acompaña todas las mañanas a despedirme en la puerta mientras me voy a mis arduas clases de inglés. No les pido que me crean, ni que lean lo que según son mis mediocres y morbosas fantasías. Yo lo escribí, lo traté de plasmar inútilmente al 100% en estas pocas líneas de texto. Y creo que he logrado hacerlo, así no merezca un premio nobel de literatura por este insulso escrito que tiene color gris, como las nubes de una tormenta próxima.

Cada vez que veo a un pequeño perrito en la calle mis ojos se inundan de lágrimas, a veces pienso que en cada ladrido él está, pero sé que no es
verdad, aunque a veces siento esas extrañas corazonadas de que puede estar en cualquier lugar que yo quiera, solo necesito imaginarlo y pensarlo tal cual como era: con esas orejitas tan hermosas y puntiagudas como un zorro, con ese color tan parecido al de los San Bernardo, con ese estomago que al frotarlo
cada vez que te ponías patas arriba nos daba buena suerte en los exámenes, con esa hambre colosal que nunca se podía saciar, salvo si te dábamos un poco de pollito guisado; y esas patitas que parecían nubes o algodones ¡Tan suaves como un osito! ¡Porque eso eras! ¡Un Osito tan bello! ¡Un miembro más de la familia!

A decir verdad, el único miembro de mi familia.

Maritza comienza a llorar mientras escribe. Continúa escribiendo, su mano se vuelve toda temblorosa mientras su alma se parte en dos.
Las lágrimas le salen a chorros mientras escribe sobre su amor por Stuart, y las lágrimas caen sobre el papel, deformando las palabras.

Y cuando lee lo que ha escrito, sabe que se siente completamente sola y derrotada.

Años después, Maritza continúa viviendo en la casa de la Señora Alba, encerrada entre esas tristes paredes. Alba sigue siendo dura y fría con Maritza, y cada día se hace más y más difícil para Maritza aguantarla.

Pero sabe que no tiene ningún otro lugar donde ir, y se siente atrapada.

Así fueron pasando los años entre esas tristes paredes, y Alba nunca cambió su forma de ser con ella.

Maritza no puede aguantar más y decide que tiene que escapar de la tiranía de la Señora Alba. Ella planifica escaparse de la casa, y lleva una maleta llena de ropa, recuerdos y un poco de dinero que ha ahorrado durante los años.

Maritza mira el cuarto que ha sido su hogar durante tantos años y se da cuenta de que es hora de irse.

Maritza cierra su puerta atrás de ella y camina por el pasillo hacia la puerta de salida. Cuando ella pasa por la habitación de la Señora Alba, ve a su madre dormida en la cama, su rostro pálido en el pequeño rayo de luz que entra por la ventana.

Mientras Maritza mira a su madre dormida, no siente ira, sino tristeza. Se da cuenta de que su madre es una persona triste y amargada, que ha llenado su propia vida de resentimiento y dolor. Ella no tiene que seguir siendo parte de la tristeza de su madre.

Maritza llega al pie de la cama y se inclina sobre ella.

Con un movimiento lento y suave, Maritza pone su labios en el frío rostro de su madre, dándole un último beso antes de dejar atrás su vida.

La piel de su madre es tan fría y blanca como un bloque de hielo, y Maritza siente que está mostrando todo lo que podría haber sido si no se hubiera unido al bando de la violencia.

Su beso es una última expresión de compasión y de paz, como si Maritza estuviera diciendo:

—¿Podemos terminar con todo este dolor?

Claro ella ya conocía la respuesta que Alba le tenía preparada.

—¡Vete de una buena vez! ¿Acaso esperas que te despida con amor y malditos abrazos! ¡Para mí es gratificante que te vayas! ¡Algún día tendría que disfrutar mi soledad a gusto... ¡Hasta nunca!

Maritza vuelve a cerrar la puerta de su madre, y luego se apresura a salir de la casa. Se siente volando como si tuviera alas, como si pudiera ir hacia cualquier lugar, alejándose de su casa y de la Señora Alba.

Se dirige hacia la puerta de la casa y la mira un momento antes de abrirla. Su corazón late con fuerza y se hace más y más difícil para ella respirar, pero sabe que no tiene más remedio que irse.

Con una respiración profunda, Maritza abre la puerta y camina por el pasillo de su casa hacia su libertad.

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