María Desamparada
El sol se filtra a través de las hojas verdes, dibujando patrones de luz y sombra en el camino de tierra que conduce a la gran mansión. La casa es una mezcla perfecta de antiguo y moderno, con su tejado inclinado de tejas rojas y sus ventanas de cristal pulido.
El ruido del agua al caer de la pequeña fuente en el centro del jardín rompe el silencio. Los frondosos árboles se mecen suavemente en la brisa, haciendo ondular su ramaje.
Algunos pájaros gorjeaban con su música natural y los insectos cantan sus himnos del bosque.
¿Entramos a la casa?
Pasando por la puerta de la mansión, el sonido de tu paso se vuelve más suave cuando los zapatos se posan sobre el suelo de piedra, con adornos de mármol y una amplia puerta para la recepción. Tu mirada se pierde en el oscuro pasillo, donde la luz se vuelve cada vez más brillante mientras te acercas a la puerta, iluminando las paredes y las molduras.
Llegando al final del pasillo, se abre la puerta a una sala de estar elegante y reluciente. Una gran chimenea de piedra se alza por encima de un sofá de terciopelo, y las paredes están adornadas de tapices con escenas medievales. Las ventanas tienen unas gloriosas vistas del bosque verde brillante, y parecen invitar al mundo a entrar a tu hogar.
Al salir de la sala de estar, el corredor infinito empieza a extenderse ante ti, invitándote a continuar explorando.
Las paredes de ladrillo rojo, cubiertas de pinturas antiguas y suelos de madera pulida, brillan al reflejarse en el espejo del pasillo. Las antorchas que se encuentran a ambos lados del corredor, con sus llamas que flotan y bailan, proyectan sombras impresionantes sobre las paredes. La alta celda sobredada refuerza los ecos de tu paso y crea una sensación de grandeza. Las antiguas puertas de roble se asemejan a ojos vigilantes y te invitan a descubrir lo que hay detrás de ellas.
Se parece a la Mansión Castillo Herrera, Pero en otra época muy lejana; cuando nadie quería comprarla y no estaba bailando entre millonarios y subastas.
Abriendo una de las puertas de roble, se encuentra un salón amplio y lleno de vida. El aroma del madera roble se mezcla con el de las telas antiguas y el polvo de los libros. En el centro de la habitación se encuentra un escritorio grande con una superficie de madera oscura, tapizada de libros y pergaminos.
En las paredes hay estantes llenos de libros antiguos, con espaldas lisas y doradas, esperando ser abiertos.
El techo altísimo es una obra de arte, con una pintura de día y noche, que se mezclan a través de los nubosos cielos del crepúsculo.
En una esquina, próxima a una ventana grande, se encuentra una joven de 17 años, cuyo rostro es todavía inocente y juvenil. Su largo pelo oscuro es suave y brillante al mismo tiempo, cayendo en su espalda, formando una sedada cascada.
La joven se sienta en un cómodo sillón tapizado de seda y tela, cuyos brazos lo rodean con suavidad. Su rostro y su voz están llenos de amor y agradecimiento en cuanto mira a la niña que se está nutriendo de sus pezones; sus dedos cruzan con los del bebé como una promesa eterna.
La niña se agita ligeramente contra el pecho de su madre, como si estuviera embriagada por el sueño y la comodidad. Con una sonrisa de afecto, la madre acaricia la cabeza del bebé y canta una canción suave, como si intentara dar una idea de las historias que vendrán.
María Desamparada, la joven madre, se alza ligeramente para que su hija se suelte del pecho. El sol que entra a través de la ventana hace que su cabello se convierta en un brillante aura de dorado, como si ella fuera la reina de su propio reino.
En el pasado, María Desamparada tuvo una infancia feliz y plena, claro, solo su infancia.
Hija de una familia aristócrata, vivía en un palacio lleno de riquezas, donde tenía acceso a todo lo que deseara.
Sin embargo, como parece suceder tan a menudo, todo cambió cuando su familia cayó en desgracia.
Al igual que muchas otras grandes familias de aquel entonces, la familia Desamparada también fue víctima de la intriga política. En una caída súbita y brutal de poder, los Desamparados fueron despojados de sus propiedades y relegados a vivir en un mundo de pobreza y vergüenza.
María, que apenas tenía 16 años, había sido la hija mayor de su familia, y en consecuencia, fue quien sufrió la caída más dura. Con sus sueños de riqueza y poder destrozados, cayó en una depresión sin poder remediar nada. Así que cuando un joven cortesano, con grandes sueños de gloria, se presentó en su puerta...
No dudó en darle el sí.
María sintió como si el destino le hubiera devuelto su oportunidad.
El joven, llamado Juan, se presentó como un noble caballero y prometió llevarla de vuelta a la riqueza y el poder. Cegada por la promesa y el encanto, aceptó su mano y se casó con él.
Juan, el joven apuesto, parecía todo lo que María había soñado, pero muy pronto el velo de engaño se levantó.
A pesar de su carisma y sus palabras seductoras, era en realidad un hombre violento, que disfrutaba el dominio y la coerción.
Juan hacía pasar a María por experiencias horribles. La golpeaba, la insultaba, y la confinada en un cuarto sin ninguna comunicación con el mundo exterior. María Desamparada intentaba hacer lo que pudiera para escapar de la relación abusiva, pero Juan siempre estaba un paso adelante.
Como las cosas podrían no haber sido lo suficientemente duras, la vida de María fue aún más lejos. Se encontró embarazada. Ella estaba horrorizada por la perspectiva de dar a luz a un niño en este infierno lleno de violencia. Por primera vez sintió que estaba viviendo en carne viva el significado de su apellido. Quería interrumpir el embarazo y evitar tener un hijo en un hogar tan maltratado.
Pasaba sus días en la magnífica mansión, observando los pajaritos y las nubes que pasaban por la ventana de su habitación. Para cualquier persona de afuera, María parecía tenerlo todo. Pero en su interior, sentía que estaba atrapada en un infierno.
—No estoy preparada para tener este niño — pensaba mientras luchaba contra las lágrimas.
Luchando contra el reloj, María buscó al médico local, pero él no quiso ayudarla.
— Es inmoral — dijo el médico, mirándola con desdén. — ¡Los hijos son un don de Dios y deben ser alabados!
Entonces, quedó sin opción.
No quería dar a luz a su bebé, pero los meses pasaron y se acercó al momento.
Las niñeras y las criadas vinieron y fueron, y María se sintió más sola que nunca. Con el estómago alargado y el corazón pesado, estaba en una trampa de la que no podía escapar.
El día que la desamparada dió a luz fue el más intenso de su vida. Las contracciones venían rápidas y fuertes, y no podía soportar el dolor. Los gritos se mezclaron con los sonidos de los ancianos espíritus del pasado que le gritaban órdenes y recomendaban nombres.
Finalmente, la niña llegó al mundo.
Juan llegó a la habitación, impaciente por ver a su heredero.
Sin importarle los sentimientos de María, golpeó la puerta con fuerza y se introdujo en el cuarto.
Claro, su felicidad egocéntrica terminó apagándose como la llama de una vela.
Cegado por la ira, empezó a destruir todo lo que había a la vista. Lanzó los sillones contra la pared, rompió el espejo y tiró los jarrones al suelo. Pero cuando llegó al hogar, sus ojos se encontraron con el rostro de su bebé.
Se encontró con su hija, y su rostro se oscureció.
—¿Una niña? — dijo Juan enojado. — ¡Quería un varón, no una niña!
Con rabia y desilusión, se dió vuelta y salió de la habitación.
María se encontró en la habitación, escuchando el ruido de las pisadas de Juan al marcharse. Con ojos húmedos, sintió una oleada de amor y protección por su niña recién nacida.
—Te amaré siempre — susurró María al bebé, y en ese momento se dio cuenta de que, en realidad, eso era todo lo que importaba.
Con el paso del tiempo, Juan empezó a ser menos colérico con su hija. En ocasiones, se detenía a mirarla durante su sueño, y se sentía atraído por su inocencia y su belleza.
—¿Quién eres tú? — preguntaba a su hija. — ¿Qué clase de espíritu eres? Solo con verte mi cólera se sosiega.
El rostro inocente y lleno de espíritu de la niña tranquilizaba la ira del padre... al menos, por el momento.
Juan agarró a su hija y levantó su rostro para mirarle a los ojos.
—¡Cómo podría odiarte! —exclamó, la voz temblorosa y enojada. Con un suspiro, Juan colocó a su hija en la cuna y se marchó.
Los días pasaron y Juan no volvió.
Al principio, María se sentía angustiada por su ausencia, pero, al final, entendió que, en realidad, ella y su hija estaban mejor sin él.
—Este es un lugar sagrado — se dijo a sí misma, mientras acariciaba el pelo de su hija. — Nosotras viviremos aquí.
Y nunca más volvió.
Había Muerto en la guerra durante una larga enfermedad, la cual según la cuerda de chismosos de la cuadra, era Meningitis Bacteriana.
Sin embargo, a María Desamparada no le importó, el amor había muerto y decidió no hacerle caso a su apellido de derrotados y desamparados.
Siguió con su vida, heredó una fortuna y no volvió a casarse.
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