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María Chiquita

María Desamparada decidió colocarle su mismo nombre a su hija como un símbolo de continuidad, de herencia.

La pequeña María fue su amor y su luz, Su guía al otro lado del bosque oscuro. Así que la niña nació como María Chiquita, como una extensión de su madre, juntas fueron como un extraño dúo despampanante, ya se veía en el correo municipal el siguiente enunciado:

«María Desamparada añadió a su hija el nombre de "Chiquita"»

Pues la niña era pequeña de tamaño, una flor en el bosque. Se movía con gracia como una jirafa joven, Pero su estatura era diminuta al igual que una ardilla, Un reflejo de las dificultades que ya habían soportado.

Y así se llamó: María Chiquita.

A pesar de tener meses de nacida, la pequeña parecía hablar por los ojos.

—No! —gritó la niña con el rabillo del ojo, — ¡No quiero ser María Chiquita, quiero ser María grande y fuerte!

La pequeña María Chiquita se sentía atormentada por su nombre, Como un animal acorralado por el bosque oscuro. María Desamparada, comprendiendo la tristeza de su hija, Miró y le dijo:

—Mi querida María Chiquita, Nunca serás Chiquita de corazón. Tu espíritu es tan grande como el mundo entero,
Y aunque tu cuerpo sea pequeño, tu fuerza es inmensa.

María Chiquita miró a su madre y rompió a llorar.

Lo mismo pasó con su padre, quién no tardó en empezar a formar problemas por el desacuerdo con el nombre.

—¡Que estúpido nombre! ¿Por qué las llamarías Chiquita? Ella será más pequeña que una ardilla, nadie la tomará en serio.

Juan se mostró desagradable con el nombre de su hija, Arrancó su camisa y golpeó el suelo con su pie.

—¡No puedo creer que mi hija se llame "Chiquita"! — exclamó,
Mientras sus ojos se volvían rojos de ira y su cara se tensaba. — ¡Qué irónico, María Desamparada! ¡No sabes elegir nombres pero elige a un buen hombre!

María Desamparada no iba a dejar que nadie la quisiera desistir de su objetivo, había decidido que su segundo nombre sería "Chiquita", y ese deseo se iba a cumplir; una mañana escapó de La Mansión sin que su marido se diera cuenta, corrió a la prefectura del pueblo sin haberse peinado apenas, tramitó el acta de nacimiento y volvió magnanime a su casa. Claro, había sido un acto muy en contra del machismo y la autoridad del hombre.

Con el pecho afuera y los puños cerrados, Juan atacó a su esposa con sus palabras duras y afiladas.

—¡Esta niña va a crecer con vergüenza, por tu estupidez!

—¡No es ninguna estupidez! ¡Es un nombre como cualquiera!

—Ya no puedo vivir en esta casa! — dijo Juan, enojado. Una desaprobación de su esposa se traducía en un divorcio, y si eso daba luz verde, perdería la mitad de sus bienes.

Antes de irse, Juan puso su mano sobre el pecho y juró:

—¡Haré lo que sea para que se olvide de este nombre! ¡Nunca más oiré ese maldito nombre!

Con su enunciado recitado, salió de su casa dejando atrás a su esposa y su hija.

Juan había prometido no volver jamás, y cumplió su palabra.

Murió solo y herido, al verse perdido y notar que todos sus soldados habían pasado a mejor vida, se suicidó, echándose sobre su propia espada. Esto no es una idea original, el rey Saúl lo hizo hace mucho tiempo, cuando no existía el telégrafo ni el ferrocarril.

Jamás vio a su hija crecer ni alcanzar la edad adulta, Jamás supo de su prosperidad o sus logros. Su legado había sido olvidado por un nombre peculiar, era un recuerdo persistente y doloroso. El nombre Juan ha desaparecido por completo de la vida de María Chiquita.

María Pequeña fue criada en el aislamiento por su madre, María Desamparada. A pesar de estar rodeada de un bosque silencioso, María Chiquita creció feliz y curiosa. Su madre le contaba historias de sus aventuras como la hija de una familia aristocrática y ella la escuchaba atentamente.

La historia de Felicidad de María Chiquita comenzó con la llegada de su madre, María Desamparada, a la cabaña solitaria.

La cabaña en la que María Chiquita y María Desamparada vivían estaba escondida en un valle del bosque. La mansión de Juan, su difunto esposo, se encontraba a un kilómetro más allá.

A pesar de su proximidad, María Desamparada no le dijo a María Chiquita nada de su esposo, ni de su pasado. Solo le comentaba entre cuentos que se había ido muy lejos en una misión muy especial, y la joven aplaudía con frenesí.

Luego de abandonar su vida de opulencia y su unión desastrosa, la Desamparada había encontrado refugio en el bosque.

La pequeña creció en la cabaña, rodeada por un bosque que parecía no tener fin.

Su madre había escondido la mayor parte de su riqueza, y no le decía nada de ella a su hija, a pesar de que ella crecía y empezaba a tener discernimiento.

—Vivimos la vida que Dios nos dió — decía la Desamparada cuando su hija le preguntaba sobre el dinero.

En vez de gastar y malgastar, María Desamparada buscaba una manera de proteger su herencia para cuando su hija fuera mayor.

En cuanto al legado, tener una fortuna escondida puede tener sus propios desafíos. El dinero tendrá que ser mantenido secreto y seguro, por lo que tendrá que ser guardado en un lugar físico, lo que puede ser riesgoso.

Con el paso del tiempo, los rumores empezaron a circular sobre la fortuna que María Desamparada había escondido. La madre e hija comenzaron a ser víctimas de individuos que buscaban la fortuna por sí mismos.

Algunos llegaron a intentar robar el dinero, otros llegaron a pedir una recompensa por su desfile.

Durante años, ambas mujeres fueron víctimas de los ambiciosos y los desesperados. Cada intento de robarles la fortuna los llevaba a la locura.

Los ladrones se escondían detrás de árboles, susurrando amenazas.

Todo esto era fruto de la ira de la familia de Juan, su difunto esposo, la cual no podía tolerar ver que una mujer abandonada tenía el dinero que ellos creían que era suyo por derecho.

—Todo lo que hacen es por puro deseo de dañarnos — pensaba la esposa que había enviudado recientemente. —Atrás queda nuestro pasado, ahora debemos enfrentar el futuro.

Ella supo que si se quedaba en su lugar, tarde o temprano el clan de Juan vendría por ella y su hija. Por eso un día, renunció a su cargo de mujer importante, tomó una llave de plata que había guardado por años, y llamó a su hija.

—Esta llave abre un cofre — le dijo a María Chiquita.

Con las manos temblorosas, la joven tomó la llave de plata y la metió en la cerradura del cofre. Con una leve sacudida, la cerradura giró y la tapa del cofre se abrió.

Dentro había pilas de monedas doradas, joyas magníficas y documentos antiguos que confirmaban la verdad de la herencia de María Desamparada.

La Desamparada miró a su hija y le dijo:

—Esto es nuestro y nadie lo podrá tocar. Debemos resguardarlo hasta que podamos estar seguras de que no corremos peligro.

María Chiquita la miró con asombro.

—¿Qué debemos hacer, mamá?

—Debemos esconderlo — respondió María Desamparada.

Y así lo hicieron, a pesar de tener millones vivieron en completa humildad... Todos en el pueblo sabían que a pesar de este modo de vida tan sutil, el poder que María Desamparada tenía en sus manos, era tan potente que nadie se atrevía a desafiarla. Esta mujer, a pesar de los chismes que se hablaban de ella, nunca causó ningún mal a nadie.

Los años pasaron, y María Chiquita comenzó a crecer con gran rapidez, convirtiéndose en una joven hermosa

Sus pechos crecieron como las cúpulas de un templo dorado, Sus caderas curvadas se asemejaban a las fuentes del río más profundo, Y su corazón latía con un calor tropical,
Como si toda la vida y la belleza del bosque la embelleciera.

Sus pestañas eran como racimos de uvas negras, Sus ojos dos lagos en el amanecer, Uno hacia el este, hacia la luz; El otro hacia el oeste, hacia la oscuridad.

A medida que su belleza florecía, su conocimiento también lo hizo. Comenzó a recibir las enseñanzas de sus profesores desde una edad muy temprana, Y los días se convertían en una sucesión de lecciones y tareas.
Ellos le enseñaban las artes marciales, le presentaban los clásicos, y le enseñaban historia y geografía.

Sí ser hermosa es una virtud, ser hermosa e inteligente es un premio doble de la lotería.

Una mañana fría y húmeda,
María Desamparada salió de su casa,
Caminando hacia la mansión donde una vez residió con su esposo Juan. Y fue en este camino cuando un sonido sollozante llamó su atención.

—¿Qué es ese ruido? — se preguntó.

Parecía el llanto de una persona muy atribulada, a pesar de lo profundo del bosque, ese doloroso quejido se escuchaba con claridad, Maria Desamparada gritaba Para ver si obtenía respuestas, pero solo escuchaba el gemido. Todo indicaba que el melancólico ser era un niño, o quizás un pequeño infante de apenas unos meses de edad.

Caminó por la hierba alta y encontró a una pequeña bebé.

María Desamparada miró a la bebé y después volvió a mirar hacia su casa,
Y llamó a su hija con un grito fuerte y seguro.

—¡María! ¡Ven aquí, pronto!

En un instante, María Chiquita apareció detrás de su madre. Y ambas miraron al bebé dejada allí, dejada sola.

—¡Ay pobre criatura! — dijo María Chiquita, con el corazón tocado por la suerte de la pequeña.

Ambas las tomaron en sus brazos, y María Desamparada las observó con una expresión de tristeza y compasión en su rostro.

—No podemos dejarla aquí — dijo María Desamparada, mirando a su hija con ojos fuertes y asertivos.

—Ella sí debería llamarse como yo, María Chiquita.

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