La lluvia caía sin descanso sobre las calles de la ciudad, envolviendo todo en un manto gris y húmedo. Los callejones, iluminados solo por los tenues reflejos de los neones, parecían aún más oscuros esa noche. Jungkook, vestido impecablemente con un traje negro, caminaba sin prisa, ignorando el frío que se filtraba a través de su ropa. En su rostro no había ni una pizca de emoción, como si el caos del mundo no pudiera tocarlo.
En su mano derecha sostenía un maletín, y a pocos pasos detrás de él, dos de sus hombres lo escoltaban. Su misión era simple: entregar un mensaje en nombre de su padre adoptivo, el líder de la familia Jeon, a una pequeña organización que había osado desafiar su autoridad. Jungkook era conocido por ser eficiente en estos encuentros. Las negociaciones, cuando él estaba presente, solían acabar en silencio.
Cuando llegó al lugar acordado, un almacén abandonado en las afueras, la tensión era palpable. Un grupo de hombres lo esperaba, todos armados, aunque ninguno se atrevía a apuntar directamente. Jungkook, con su postura impecable y su mirada de acero, se acercó al líder del grupo.
—Espero que entiendas que esto es solo un aviso —dijo Jungkook con voz baja pero firme, dejando el maletín sobre una mesa polvorienta. Sus ojos oscuros se clavaron en el hombre frente a él.
El líder, nervioso, intentó mantener la compostura mientras abría el maletín. Dentro, había una pequeña pila de billetes y una única bala. El mensaje era claro: aceptar el trato o enfrentar las consecuencias.
—No queremos problemas, señor Jeon —murmuró el hombre, tragando saliva.
—Buena elección —respondió Jungkook, dándose la vuelta sin más.
Pero justo cuando estaba por salir, un ruido en las sombras llamó su atención. Se detuvo en seco, levantando una mano para silenciar a sus hombres.
—¿Quién está ahí? —preguntó, su tono calmado, pero peligroso.
Desde las sombras, apareció un hombre con una chaqueta negra y una gorra baja que ocultaba parcialmente su rostro. Min Yoongi. Había seguido Jungkook hasta aquí como parte de su misión para infiltrar la organización, aunque no esperaba enfrentarse cara a cara con él tan pronto.
—Tranquilo —dijo Yoongi con una sonrisa fácil, levantando las manos para mostrar que no estaba armado. Su mirada se cruzó con la de Jungkook, y por un instante, el aire entre ellos pareció cargarse de algo que ninguno de los dos podía identificar del todo.
—¿Quién eres? —preguntó Jungkook, entrecerrando los ojos.
—Solo un espectador curioso —respondió Yoongi, su tono ligero, pero su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una excusa.
Antes de que Jungkook pudiera responder, uno de sus hombres desenfundó un arma, apuntando a Yoongi. Pero Jungkook levantó una mano nuevamente.
—Déjalo —ordenó. Luego, mirando directamente a Yoongi, añadió:— La curiosidad puede ser peligrosa. Asegúrate de no cruzar este camino otra vez.
Yoongi asintió, retrocediendo lentamente. Aunque su exterior parecía relajado, su corazón latía con fuerza. Había escuchado muchas historias sobre Jungkook, pero verlo en persona era otra cosa. Este hombre no era solo un mafioso; era un enigma peligroso que irradiaba una autoridad silenciosa pero letal.
Jungkook observó cómo Yoongi desaparecía en la oscuridad antes de girarse hacia sus hombres.
—Averigüen quién es —ordenó.
Sin saberlo, ambos hombres habían plantado la semilla de un destino que pronto los llevaría a una espiral de peligro, deseo y decisiones imposibles.
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