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7

Maxwell estaba tan desacostumbrado a dormir con una mujer al lado que se despertó varias veces durante la madrugada, en el silencio de la habitación, mientras Abby roncaba a pierna suelta, extenuada. Habían hecho el amor tres veces, y luego de la última, Abby se recostó boca arriba, jadeando y empapada en sudor aún a pesar de que hacia frío. Así como se acomodó, cayó rendida en el sueño, y Maxwell tardó un poco más en dormirse. Sin embargo, cada vez que se despertaba en la penumbra del dormitorio, permanecía unos minutos mirándola dormir. Hasta que al fin el sueño lo venció, de forma definitiva.

Casi a las ocho de la mañana, sintió que alguien lo sacudía levemente por la espalda. Abrió los ojos pesadamente, y miró a su alrededor. Al principio, su adormilado cerebro tuvo dificultades para reconocer que el dormitorio no era el suyo, pero luego recordó todo lo acontecido en la noche anterior, en una fracción de segundo. Abby estaba mirándolo con una sonrisa, sentada en el borde de la cama. Tenía el cabello húmedo, y ropa diferente a la del día anterior.

—Buenos días, dormilón —Le dijo. Se acercó para darle un rápido beso en los labios, y sintió que su piel también olía diferente. Quizá a sales aromáticas y jabón de tocador, por lo que se había duchado mientras él dormía—. ¿Has dormido bien?

—De maravilla —Sonrió, mientras se estiraba en la cama.

—Iré a preparar el desayuno. Si quieres ducharte, el baño está frente al dormitorio. Te he dejado una toalla preparada.

—Gracias, Abby. Iré enseguida.

Ella le sonrió, mientras que se ponía de pie. Maxwell entonces la vio caminar hacia la puerta del dormitorio, mientras se deleitaba con el vaivén de sus caderas, hasta que desapareció por el pasillo, perdiéndose de vista. Entonces se estiró cuan ancha era la cama, dando un suspiro con los ojos fijos en el techo inmaculado, pintado de blanco. Sentía todo el cuerpo muy flojo, producto del buen sexo, y también de la ilusión que le dominaba, no iba a negárselo a sí mismo. Abby era una chica maravillosa, lo parecía en persona y lo era aún más bajo las sábanas, y esperaba por todos los santos que no fuera algo pasajero, una simple atracción para quitarse las ganas y listo. Era insólito, pero por primera vez en mucho tiempo, le gustaba la idea de formar algo con alguien.

Se levantó de la cama y todavía en boxers, cargando con la ropa en un brazo y sus zapatos en la otra mano, se metió al baño. Las paredes estaban revestidas con azulejos color celeste, los aparatos de baño eran blancos y la ducha parecía puesta a nuevo, ya que su diseño moderno y cuadrado contrastaba con todo lo demás. Rápidamente, dejó la ropa encima de la tapa del inodoro, y quitándose la ropa interior, se metió a la ducha calibrando el agua tibia. No demoró tanto como si estuviera duchándose en su casa, la verdad era que tenía hambre, y quería aprovechar el mayor tiempo posible junto a Abby, por lo que en menos de diez minutos ya estaba vestido y saliendo rumbo a la sala de estar. Allí la vio, sentada en la mesa con una taza de café con chocolate frente a ella, otra cerca de una silla vacía a su lado, y un plato con tostadas y mantequilla en medio.

—¿Cómo ha estado la ducha? —Le preguntó, con una sonrisa. Maxwell también sonrió.

—Deliciosa, gracias. Aunque no tanto como la noche anterior.

Abby sonrió, un poco sonrojada. Lo disimuló dando un sorbito a su taza humeante, mientras que él se sentaba a su lado.

—No necesitas hacer cumplidos conmigo, Max. O al menos, ya no.

—No es un cumplido, es la realidad. Hacía mucho tiempo que no estaba con alguien.

—Me di cuenta —bromeó ella. Esta vez, el sonrojado fue Maxwell.

—Espero que haya estado bien. No quería ser demasiado bruto o apresurado.

Ella notó su incertidumbre, y entonces apartó una mano de la taza para apoyársela encima de su antebrazo. Maxwell la miró directo a los ojos, ante este gesto.

—Estuviste genial, tranquilo. No necesitas sentir como si estuvieras caminando sobre cristal endeble. Soy una chica que si algo no me gusta, o no me hace sentir cómoda, no tengo problema en decírtelo.

—Bueno, me alegra saberlo.

—Ahora come, debes reponer energías, Max. Ambos debemos —Le guiñó un ojo.

Desayunaron en silencio, y minutos después, en cuanto se hubieron devorado hasta la última tostada, Maxwell levantó los platos y tazas de la mesa, lavándolos en el fregadero. Abby intentó decirle que dejara eso ahí igual que la noche anterior, que no se molestara, pero él no la escuchó. Finalmente, cada uno se puso su correspondiente chaqueta, Abby tomó las llaves de su coche, y abrió la puerta de entrada. El aire frío invadió la sala de estar, arrastrando consigo algunos copos de la nieve que estaba asentada en el patio. Sin embargo, ya no nevaba, así que podrían salir sin ningún problema. Maxwell avanzó tras ella, la vio cerrar la puerta de entrada y deseó con todas sus fuerzas que le comentara algo acerca de su situación sentimental luego de esto. Sin embargo, nada ocurrió, para su decepción.

Abby subió a su coche, del lado del conductor. Maxwell la siguió, hasta la puerta del acompañante, y subió también, abrochándose el cinturón. Ella encendió el motor y la calefacción, luego lo dirigió suavemente marcha atrás, para sacarlo de la entrada de su garaje hasta la calle. No encendió la radio, ni tampoco dijo nada. Solamente le preguntó a Maxwell donde vivía. Este le indicó la forma mas rápida de llegar, y Abby emprendió el camino rumbo a la avenida Madison a velocidad moderada. Durante el trayecto, Maxwell intentó preguntarle varias veces si estaba bien, y ella siempre le respondía que se sentía de maravilla, que no se preocupara, con la misma sonrisa típica de su rostro. Finalmente, luego de veinte minutos de viaje, llegaron frente a la casa estilo rancho campestre de Maxwell. Abby la admiró.

—Tienes una casa preciosa, Max —dijo.

—¿Quieres pasar un momento?

—Tal vez en otra ocasión, me urge trabajar en mi libro, tengo muchas ideas en mente.

—Claro, comprendo —Maxwell bajo la mirada, mientras se desabrochaba el cinturón, y entonces volvió a levantar su vista hacia ella—. ¿Puedo preguntarte algo, Abby?

—Seguro, adelante.

—¿Cómo quedamos nosotros, luego de lo de anoche? No sé si podríamos ser algo en algún futuro, si esa es tu intención, o si lo de anoche se va a volver a repetir. Esperaba que tú me lo dijeras, pero... no has dicho ni media palabra acerca de nosotros.

—Si te lo decía, ¿qué imagen tendrías de mí? ¿La de una chica desesperada, o la de una cualquiera?

—Jamás tendría tal impresión de ti —aseguró él.

—Pero no tenia forma de saberlo, Max, y como mujer, no es ético que yo tampoco saque el tema a flote. Sin embargo, me alegra que me lo preguntes —Ella se acercó a él, le tomó de las manos y lo miró a los ojos—. He pasado de maravilla contigo, hacía mucho tiempo que un hombre no me trataba de forma tan tierna en la cama, y estoy segura que podríamos llegar a algo más adelante, al menos a mí me encantaría. Y por supuesto que lo de anoche se va a volver a repetir, eso no tienes ni que dudarlo.

Maxwell sonrió, aliviado, y al notar su alivio, Abby también sonrió, de forma divertida.

—Me alegra mucho saber eso.

—También te alegrará saber que debo pasar por una farmacia, necesito comprar la pastilla del día después.

Maxwell se había olvidado por completo de ello, y en otro momento de su vida, no se quedaría tranquilo hasta no ver con sus propios ojos que ella se la tomara. Sin embargo, no creía que Abby fuera una chica mentirosa, de modo que asintió con la cabeza.

—Yo te la pagaré, es lo que corresponde —dijo, ladeándose en su asiento para tomar la billetera del bolsillo trasero de su pantalón. Abby entonces le apoyó las manos en las piernas.

—Déjalo, esta corre por mi cuenta. Compra preservativos con ese dinero, te saldrá más barato y nos va a rendir más —dijo.

—Bien pensado.

Abby se estiró, y le dio un beso, luego le acarició una mejilla.

—Ahora ve a descansar, Max.

—Adiós, Abby. Gracias por todo, he pasado de lujo contigo.

Ella sonrió, lo besó unos momentos más, y Maxwell sintió que la respiración comenzaba a acelerarse de nuevo dentro de sí. Lo que le causaba esa chica era increíble, pensó, algo que jamás nadie había conseguido en él con tanta rapidez, y por primera vez en su vida se permitió creer en todo aquello de la química entre personas. Cuando los besos comenzaron a intensificarse más de lo normal, fue la propia Abby quien le apoyó las manos en el pecho, forzándose a sí misma a separarse de Max. Se rieron sin decirse nada, no necesitaban hacerlo, y entonces él abrió la puerta del lado del acompañante, bajando a la acera. Antes de cerrar, le dijo que por favor, le escribiera cuando llegara a su casa, para saber que había llegado bien. Abby no se lo dijo, pero adoró que él se preocupara por ella y su bienestar, así que sonrió y le dijo que así haría. Satisfecho, Maxwell cerró la puerta del coche y caminó hasta la verja de entrada de su rancho. En cuanto entró al patio, se giró para mirarla una vez más, y la saludó con la mano en cuanto ella puso en marcha el coche, tocando la bocina un par de veces.

La siguió con la vista hasta que se hubo alejado calle arriba, y entonces levantó los brazos al cielo, exclamando un "¡Sí, carajo, sí!" de la felicidad. Se sentía radiante, por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, con ilusiones renovadas. Y ni bien abrió la puerta de su casa, cerró tras de sí, encendió la estufa a leña y su equipo de música, y en lugar de servirse un vaso de whisky, preparó el termo de café más grande que podría beber. Tendría mucho para escribir en su libro, porque cuanto antes comenzara con su merecido retiro literario, antes podría disfrutar con más tiempo libre la relación con Abby. 


*****


Durante las dos semanas siguientes, Maxwell escribió mucho más de lo que tenía pensado, o de lo que podría imaginarse. Casi que no había dedicado tiempo en mirar sus series, la televisión y sus programas de mierda, o mucho menos juntarse con Joe en Ducky's. Su rutina era despertar, apenas mirar un poco del noticiero mientras desayunaba, y ya luego se ponía a escribir. Solamente se detenía para prepararse algún almuerzo rápido, como algún omelette de jamón y queso, o una pasta precocinada. Los días que estaba demasiado motivado ni siquiera se cocinaba lo mínimo, solamente llamaba al restaurante más cercano y pedía comida. Por supuesto, los avances en su libro crecieron exponencialmente, y eso lo ponía muy contento, retroalimentando a su vez toda la creatividad que había estado atorada dentro de sí mismo.

Con respecto a Abby, también se sentía de maravilla. Se escribían por mensajes al menos un par de veces al día, para darse los buenos días o para comentar algo de sus libros. Por la noche, luego de que ambos ya habían cenado y se acostaban a descansar, solían llamarse y charlar durante una hora o dos. Ella se había interesado en la nueva trama que Maxwell estaba creando, por lo que le había contado hasta el último detalle de lo que llevaba escrito. Además, por el simple hecho de contentarla, le había hecho algún que otro adelanto de lo que sucedería más adelante, y Abby se hallaba fascinada, deseosa de que lo terminara para comenzar con el proceso de edición. También le había contado del suyo propio, le había pedido algún que otro consejo y Maxwell la había ayudado a evaluar algunas escenas para que quedaran mejor detalladas en cuanto a la narración de sucesos.

Obviamente, también reservaban algo de tiempo para charlar un poco sobre ellos. Cuando durante la conversación uno de los dos comenzaba a charlar en susurros, ambos sabían que entonces venía lo que ellos llamaban "La hora romántica". Se cuchicheaban acerca de lo a gusto que se sentían por compartir tiempo juntos, los planes que podían tener, posibles lugares de paseo, y algún que otro comentario de índole sexual. Ninguno de los dos se había dicho aún demostraciones de cariño, sin embargo. Abby consideraba esperar un poco más de tiempo, además, como mujer no sería la primera en decir que le quería, o podría ser considerada como una chica vulgar y apresurada. Maxwell, por su parte, también callaba. No porque no lo sintiera, eso no, sino porque tenía miedo de agobiarla en una etapa en donde la relación era demasiado fresca. Pero la realidad era que la extrañaba, y mucho. Hacía dos semanas que no se veían, y estaba ansioso por compartir con ella la cama, otra vez.

La noche de jueves, Maxwell la invitó a comer a su casa, y pasar el fin de semana juntos. Abby se había mostrado encantada ante la propuesta, y le confirmó que ella llevaría la bebida. Maxwell le respondió entonces que por ningún motivo se pusiera en gastos, que ella era su invitada y no tenía que molestarse. Evidentemente, ella le dijo que sí, pero sabía bien que no le haría el mínimo caso, ya que no le gustaba ir a ningún sitio sin aportar algo, más aún cuando era invitada a comer. Fue así como quedaron de verse a la noche de aquel viernes, y durante todo ese día, Maxwell se afanó no solo en limpiar la casa tanto cuanto pudo, sino en comprar la carne para hacer al horno, preparar la salsa para el acompañamiento y cambiar de lugar algunos muebles del living, para darle un aspecto mucho más distinguido a su casa. A eso de las siete de la tarde, Maxwell se metió a la ducha, ya que estaba sudado y extenuado por la jornada de limpieza, y a las nueve de la noche en punto, el timbre en la puerta sonó.

Se dio cuenta de que era afortunado por estar viviendo todo aquello, en cuanto al abrir la vio allí, de pie frente a la entrada de su casa, con el coche estacionado en la calle a sus espaldas. Abby estaba hermosa, con la sonrisa que siempre la caracterizaba pintada en el rostro. Y no estaba en cualquier casa, ni con cualquier tipo, estaba con ÉL. Y eso era lo que le hacia tremendamente feliz.

—Hola, Max —Le dijo. Él se apartó a un lado, para que ella entrara al living. Una vez dentro, Maxwell cerró la puerta tras de sí y la envolvió en un abrazo.

—Abby, estas preciosa, como siempre.

—Solo haces cumplidos —respondió, devolviéndole el gesto. Ambos se separaron un instante para darse un beso.

—Jamás —dijo él, acariciándole una mejilla—. Ven, dame tu chaqueta, la guardaré en mi habitación.

Mientras se quitaba la chaqueta de piel, dio un rápido vistazo a su alrededor, apreciando todos los detalles: los cuadros colgados en la pared cerca del escritorio donde la computadora descansaba, mostrando cada uno de los galardones y reconocimientos de Maxwell. La estufa a leña encendida, la enorme biblioteca repleta de ejemplares de diversos autores, incluidas algunas copias de sus propios libros, la decoración con plantas de interiores, absolutamente todo.

—Me imaginé que tenías una casa muy bonita, pero nunca me imaginé que tanto...

—Bueno, eres bienvenida todas las veces que quieras, ven conmigo.

Maxwell la tomó de la mano, mientras cargaba la chaqueta en el antebrazo izquierdo, y juntos caminaron por todas las habitaciones, mientras él le contaba cada detalle de la casa. Abby miraba todo encantada, con la inocente expresión de quien se sumerge en el relato que le están contando al mismo tiempo que se deleita con la arquitectura o el decorado de un lugar. En cuanto llegaron al dormitorio, Maxwell colgó la chaqueta de una percha, guardándola en su armario, y luego rodeó por la cintura a Abby. Normalmente no se comportaría así jamás, pero se sentía en completa libertad de demostrar sus sentimientos a carta abierta. No tenía ni idea de si era ella quien le inspiraba tanta confianza, o el hecho de por fin haberse enamorado de alguien, o quizá todo al mismo tiempo. La cuestión era que no podía contenerse. Le dio un par de besos en los labios y luego hundió el rostro en su cuello, respirando con fuerza, como si quisiera drogarse de alguna manera con la esencia de su perfume.

—Te he extrañado, Abby. Muchísimo —murmuró.

—Y yo también a ti, Max.

Él entonces la aferró más contra sí. Ella le envolvió la espalda lo mejor que pudo con sus brazos, y al instante, hubo una reacción de su parte, la cual Abby pudo sentir tenuemente, aún por encima de la ropa.

—Nunca había tenido la necesidad de decirle esto a nadie, y me alegra que puedas ser tú quien lo escuche —dijo él.

Se separó un instante de ella para volver a besarla, pero luego de unos momentos, fue ella quien le guardó distancia, con una sonrisa y las mejillas rojas.

—Controlémonos, Max. Sino no guardaremos nada para la noche.

—¿Tú crees?

Abby se rio al mismo tiempo que le acariciaba las mejillas.

—Adoro que te pongas así, porque es una buena señal de que te gusto, al igual que tú me enloqueces los sentidos a mí. Pero vayamos con calma, tendremos mucho tiempo por delante para disfrutarnos.

—Me parece bien —asintió—. Vamos abajo, entonces. Avivaré la estufa y serviré un par de copas de vino, mientras pongo la carne al horno.

Volvieron a bajar las escaleras rumbo a la sala de estar que oficiaba de gran living. Allí, Maxwell se dirigió directamente a la cocina. Abrió el refrigerador y sacó una gran asadera metálica con un trozo de carne ya condimentado y sazonado, junto con patatas envueltas en papel de aluminio por los costados. Encendió el horno, metió la comida dentro, y luego de ello se encaminó hacia la estufa a leña, para meter un par más de troncos y avivar las llamas. Al final, volvió a la cocina para lavarse las manos en el fregadero, y tomando una tabla de madera junto con la cuchilla de su soporte, se puso a picar ajo, cilantro, cebolla, pimiento rojo y albahaca, preparando así una rápida salsa para cuando la carne estuviera lista. Abby, mientras tanto, lo observaba con aire soñador, apoyada en el umbral de la puerta que dividía la cocina con el living.

—¿Necesitas que te ayude en algo? —preguntó. Maxwell se giro un breve instante, para mirarla con una sonrisa.

—En absoluto, tu quédate tranquila que eres mi invitada. Enseguida termino.

Efectivamente, así fue. Era rápido para manipular la cuchilla y picar los ingredientes, y una vez que tuvo todo listo, lo mezcló todo en un cuenco de porcelana, con un poco de aceite y orégano, y luego de lavar bajo el grifo la cuchilla y la tabla donde había picado todo, abrió la nevera y sacó una botella de vino Chardonnay. La destapó con una saca corchos, tomó dos copas de cuello ancho y sirvió una generosa medida para ambos. Con una copa en cada mano, le ofreció una a Abby mientras que caminaba hacia los sillones. Ella la aceptó, se sentaron uno junto al otro, casi de frente al calor de la estufa, y entonces brindaron.

—Salud —Le dijo ella.

—Salud —repitió Maxwell, asintiendo con la cabeza.

Ella dio un sorbo de vino, lo saboreó en el paladar de su boca, y luego lo miró de reojo.

—¿Sabes? A pesar de que una parte de mí sabe que quizá sea demasiado pronto, creo que ya estamos en condiciones de decirnos realmente lo que esperamos el uno del otro. O bueno... mejor ahora que después, para evitarnos sorpresas.

La afirmación tomo un tanto desprevenido a Maxwell, el cual parpadeó un par de veces como si se despertara de un gran sueño. Sin embargo, lo creía excelente. Abby era una chica que parecía ir al grano en todo aspecto de su vida, y eso era realmente apreciable, más aún en su situación. Asintiendo con la cabeza mientras hablaba, se cambió la copa de vino de la mano derecha a la opuesta, para dejar el brazo libre y poder rodearla por los hombros. Complacida, ella se dejó, apoyando su cabeza en el hombro de él.

—Bueno, ¿quién de los dos empieza? —preguntó Maxwell.

—Comienza tú.

—Sería de muy mala educación de mi parte, tú eres la invitada, así que te escucho.

—Bueno, para empezar, me gustaría tener hijos algún día.

—¿Hijos? —dijo Maxwell, tragando saliva. —¿Así, en plural?

Abby se rio, negando con la cabeza.

—Nah, en realidad no, solo es un decir. Con uno solo me bastaría de sobra.

—Gracias a Dios, ya comenzaba a asustarme. A mí me parece bien, aunque no sé si todavía esté en condiciones de ser padre.

—¿Por qué dudas de ello? —preguntó ella, sin comprender.

—Bueno, tengo cuarenta y cinco años.

—¿Y ya hablas de ti mismo como si fueras un anciano? Serás capaz de esto y mucho más. Yo soy joven, lo llevaremos bien.

—A mí me gustaría tener un hijo más. Vamos, me gustaría hacer muchas cosas que con mi primer hijo no he podido hacer, por su puta drogadicción y un mal matrimonio con su madre. Y qué mejor que intentarlo contigo, así que apoyó tu idea completamente —aseguró. Ella se acurrucó un poco más contra él, sonriente y llena de ilusiones, y entonces levantó la mirada hacia su rostro.

—Bueno, ahora te toca a ti.

—No me gustaría casarme de nuevo. Al menos no ahora, pero es una puerta que permanece entrecerrada. Tal vez seas tú quien la reabra de nuevo.

—Es bueno contar con esa opción —sonrió ella.

—¿Sabes? Me gusta que tengas las cosas claras —sonrió Maxwell. Ella no pudo evitar mirarlo directamente a los ojos, dio un sorbo de su copa de vino, y luego le tomó de una mano. En aquel preciso instante, con el brillo de la luz que se reflejaba en su mejilla, casi le pareció que veía a un ángel. Un ángel que venía a salvarlo —de alguna forma que solo ella conocía— de la miseria y la soledad.

—Es imposible no tenerlas, creo que tanto tú como yo evitamos las sorpresas. Somos gente adulta, no quiero perder mi tiempo y supongo que tú tampoco. Es mejor ir al grano y hacer lo que realmente queramos y sintamos.

—Exactamente —respondió.

Maxwell suspiró, pensó en beber un trago del vino, pero no movió siquiera la mano libre para sostener la copa por su pie. Abby lo miró con atención.

—¿En qué piensas, Max? Te noto raro.

—No, raro no.

—¿Entonces?

—Me parece todo demasiado maravilloso para ser cierto. Hasta hace nada de tiempo estaba acostumbrado a mi rutina, a la soledad, a beberme tres o cuatro copas de whisky al día y luchar con un bloqueo de escritor del carajo. Hoy estás aquí, te sostengo la mano, estoy pendiente del teléfono por si me envías algún mensaje, tengo la mitad de mi cabeza ocupada con mi nuevo libro, y la otra mitad pensando en ti y lo bien que me la paso contigo. Sé que quizá pueda sonar a tontería, que estoy comportándome como un adolescente hormonal e inexperto, que es muy pronto y vamos poco tiempo —Maxwell negó con la cabeza al mismo tiempo que sonreía por la ironía—. ¡Carajo, si aún estamos conociéndonos! Y sin embargo ya estoy decidido a compartir una relación seria contigo. No lo sé, juro que realmente no sé por qué, pero confío en ti como si te conociera de toda una vida. Y eso no es normal en mi temperamento.

—¿Pero te sientes bien con ello? ¿Estás conforme con la confianza que sientes?

El tono de su voz era modulado, hablaba pausadamente, casi de forma melódica, y sentía que sus ojos color miel le traspasaban. Esa mujer había logrado hacer maravillas, pensó. No sabía si era ella, o el excelente sexo que habían tenido hacía no mucho tiempo, o un combo de todo. Pero sucedía, y aún a riesgo de sentirse vulnerable, se sentía de maravilla.

—Claro que sí. Creo que realmente es la primera vez en mi vida que estoy enamorado.

—Yo también lo estoy de ti. Y me gusta que expreses tus sentimientos de una forma tan hermosa, nunca me lo hubiera imaginado de un escritor de terror del tamaño de tu calibre —Se rio, y Maxwell rio con ella—. No creo que sea capaz de convivir contigo, aún no, al menos. Podemos formar una relación, podemos salir a caminar, visitarnos, ir a un parque, hacerlo cuantas veces querramos, pero no estoy apta para convivir con nadie por el momento. Supongo que tú estarás acostumbrado a tu rutina hogareña, al igual que yo.

—Entonces está todo dicho, por mi no hay ningún tipo de problema.

Abby se inclinó entonces hacia adelante, para darle un beso. Maxwell le correspondió con ternura, y entonces le apartó un mechón de cabello rubio por detrás del oído. Finalizó el gesto acariciándole el cuello, para profundizar su beso, y en cuanto sintió que ella respiraba con mas profundidad, se separó un momento.

—No sé si vamos a durar mucho tiempo o vamos a tener solo un lindo romance. Sea como sea, me alegra que sea contigo, y quiero vivirlo al máximo. Te quiero, Abby —aseguró.

Como toda respuesta ella acentuó su beso y luego de unos minutos, se distanciaron el tiempo necesario como para apartar las copas a un lado y dejarlas encima de la mesa. Entonces, volvieron de nuevo a los sillones.

—Yo también te quiero a ti —Le guiñó un ojo al mismo tiempo que sonreía lascivamente, mientras se arrodillaba frente a él—. ¿Creés que podamos hacer algo antes de que la carne se queme?

—¿No era que íbamos a guardar energías para la noche? —preguntó, con una sonrisa divertida. Ella también se rio.

—Cambio de planes, Max. No me vas a decir que no te alegras por ello, ¿o no?

—Claro que sí —consintió, antes de que las manos de Abby comenzaran a desabrocharle el cinturón.

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