6
Al llegar a la casa, Abby acribilló a preguntas al pobre Maxwell en cuanto le vio cruzando la puerta de entrada. Él, por su parte, no respondió nada, solamente caminó en completo silencio hasta el rincón donde se encontraba el minibar, tomó un vaso de boca ancha y se sirvió una generosa medida de bourbon. Preocupada, ella no cesó de mirarlo ni siquiera un solo segundo, hasta que le vio tomar asiento en el sillón más grande de la sala, reclinándose hacia atrás y cerrando los ojos. Fue allí cuando rompió el silencio.
—Max, ¿qué pasó allí? —preguntó.
Él suspira, y comprende entonces que aquel es el primer punto de quiebre en la relación en donde todo se define, donde solamente pueden pasar dos cosas: o toda su historia se va al demonio, o duran toda una vida juntos. El riesgo de perder a la mujer que ama es grande, y el simple hecho de darse cuenta de ello, le infunde un terror casi indescriptible. Sin embargo, la miró, y apoyó su mano libre encima del asiento, a su lado.
—Ven, Abby —Espera a que ella se siente, a su lado, y entonces continúa—. No ha ocurrido nada malo, si es eso lo que te preocupa. Estaba usando el dinero para su propio beneficio, nada más. Sin embargo, tengo algo que contarte.
—Te sedujo, ¿verdad?
Maxwell sabe que hay un leve rastro de dolor en su voz, y también afloran en su cabeza los recuerdos centelleantes de cuando le sujetó repentinamente de la muñeca, haciendo que le palpase. Una punzada de culpa le aprisiona el corazón en esa fracción de segundo, pero no le da mas importancia de la que se merece, de todas formas no hizo nada indebido con Elizabeth.
—No —miente—, pero de todas formas hay algo que debo contarte. Prefiero que lo sepas por mí antes que por ella, esa mujer es una puta caja de sorpresas y no dudaría de que venga hasta aquí a decírtelo solo para desestabilizar nuestra pareja.
—Bueno, dilo ya hombre, que me asustas.
—¿Recuerdas la anécdota que te comenté, de mi primer contrato de edición?
—¿La de la editora que se intentó acostar contigo para conseguirte el contrato? La recuerdo, sí.
—Pues en realidad ocurrió, sí tuve sexo con ella —dijo. Lo dijo rápido, como si estuviera escupiendo las palabras intentando liberarse de un horrible peso—. Como te dije, era joven, era un imbécil, y estábamos comenzando a tener problemas en la relación con Elizabeth. Ella se enteró, aunque le dije la misma historia que a ti, y eso fue lo que empeoró los conflictos. A partir de ese momento se puso como objetivo joderme tanto como fuera posible, y supongo que lo está logrando.
Abby lo vio tomar un largo buche de bourbon, y también comprendió que le temblaba ligeramente la mano. Entonces lo miró sin comprender.
—¿Por qué me has mentido, Max? No lo entiendo —preguntó.
—No es una historia que me enorgullece, ¿sabes? Soy un hombre que ha tenido una vida de mierda, siempre he estado rodeado de mujeres de mierda desde muy joven y nunca he sabido elegir correctamente, hasta ahora. He pasado por un montón de situaciones sórdidas en mi vida, desde colocarle billetes de cincuenta dólares entre las nalgas a una bailarina de cabaret, tirarle whisky encima de las tetas a una hippie en algún club literario de mala muerte para luego bebérmelo, o hasta vivir durante varios años con la duda de si no he dejado algún hijo abandonado por el mundo por alguna noche loca de sexo casual. ¿Creés que te iba a contar todas estas historias, para que un buen día te cuestionaras a ti misma con la clase de hombre que te estás vinculando? —Le preguntó, mirándola fijamente. —Por primera vez en mi vida tengo algo bonito, no iba a arruinármelo yo mismo, lo siento.
Acabó el bourbon de un trago profundo, y justo cuando iba a ponerse de pie para servirse otro, Abby estiró una mano y lo sujetó del antebrazo. Entonces con su mano libre le quitó el vaso, dejándolo a un lado en el suelo, y lo hizo sentarse de nuevo. Una vez a su lado, le sujetó las manos en las suyas.
—Eras joven, como bien mismo tú has dicho, Max. ¿Tenías forma de adivinar que un día me ibas a encontrar? No, lo cierto es que no. Has vivido tu vida de forma intensa, tanto como has querido, y es parte de tu historia, no tengo ningún derecho a enojarme o recriminarte cosas de una época en que ni siquiera nos conocíamos. Quizá me duele, en parte, que no me hayas contado. Pero has tenido tus razones, y en cualquier caso me lo has contado ahora.
—Gracias... —murmuró, sin saber que decir. Entonces ella le aferró las manos con un poco más de fuerza, como si quisiera decirle en silencio que aún faltaba más por hablar. Entonces levantó la vista hacia ella.
—Pero de aquí en más, me gustaría que un buen día me cuentes todo. Y cuando me refiero a todo, es justamente a todo. Quiero escuchar desde la historia más irrisoria hasta la más comprometedora. Promételo.
—De acuerdo, Abby. Te lo prometo —asintió.
Se acercó a él para besarlo, pero Maxwell abrió los brazos y la envolvió en un cálido abrazo contra sí mismo. Ya tendría tiempo para besarla después, todos los minutos y horas que quisiera, pero por el momento necesitaba de su compañía y calor, necesitaba agradecerle en silencio su comprensión y cariño, y entendía que no había mejor forma de hacerlo que simplemente estrechándola contra sí, como buscando que los latidos de ambos corazones se sincronizasen uno con el otro.
Durante aquel día no volvieron a hablar más del tema, ni tampoco al siguiente. Durante aquellos dos días tanto Maxwell como Abby se dedicaron a desconectar la cabeza de cualquier problema que pudiera afectarles. Ocuparon su tiempo en cocinar palomitas de maíz caseras, mirar películas, comer pizzas e incluso una tarta napolitana que ella preparó, para cenar en la noche. Maxwell se sentía increíblemente dichoso, tanto que por primera vez en su vida, estaba alegre de estar vivo. Aquella paz, rodeada de tanta plenitud y felicidad, le condujeron entonces a proponer algo completamente impensado: un compromiso.
Cuando lo charló, fue a la mañana del siguiente día, justo antes del desayuno. Maxwell se había despertado primero, algo que casi siempre era habitual, pero en lugar de ponerse de pie, vestirse y comenzar a preparar el desayuno, se giró en la cama, de cara hacia Abby, y la miró con detenimiento. Su rostro sereno, dormido profundamente, no tenía ningún tipo de expresión, y por un momento se imaginó que incluso hasta parecía tallada a mano por algún artista griego. Su cabello, despeinado por la alocada sesión de sexo en la noche anterior, dejaba caer un mechón rubio que le rodeaba la mejilla y se perdía hacia su cuello. Entonces lo supo tan claro como el agua: nunca podría vivir sin esa mujer. Toda ella era un compendio de lo que siempre había buscado, tanto emocional como físicamente. Amaba cada detalle e imperfección de su cuerpo, su forma de besar, la tibieza de su piel al contacto de sus manos y la forma en que le miraba, como perdiéndose en sus ojos azulados.
Entonces la despertó, con extrema suavidad. Cuando se aseguró de que hubiese abierto los ojos y ya le estaba escuchando, le susurró: "Quiero comprometerme contigo, Abby. Y quiero que en un futuro nos casemos. Quiero que mi vida termine contigo a mi lado". Al principio, ella creyó que estaba de broma, así que esbozó una ligera sonrisa y se giró de espaldas a él, para seguir durmiendo. Pero luego de un brevísimo segundo, se giró de nuevo y lo miró, esta vez con los ojos muy abiertos. Le preguntó si le estaba hablando en serio, Maxwell dijo que sí, y entonces ella se quedó sin voz. Ni voz, ni reacción alguna, ni nada que no fuera mirarlo fijamente. Sus ojos se empañaron, luego se derramaron, y entonces le abrazó prácticamente abalanzándose encima de él en la cama. Repitió la palabra "Sí" una cantidad incontable de veces, hasta que Maxwell comprendió que la única forma de detener su euforia era cubriéndola a besos.
Cuando detuvieron la algarabía, permanecieron unos momentos más en la cama, ella de lado, abrazándole el vientre con un brazo y él boca arriba, acurrucándola contra sí y con los ojos fijos en el techo.
—No puedo creer que me hayas propuesto algo como esto —murmuró ella, en el silencio de la habitación.
—Ya lo dije, no me imagino un futuro donde no estés.
—Me has hecho la mujer más feliz del mundo.
—Todavía no, serás aún más feliz cuando estemos desayunando, que yo tengo un hambre atroz —comentó Maxwell, con una sonrisa. Ella entonces le miró, como recordando algo.
—Cierto, además tenemos que ir a la tienda, a buscar la memoria externa. Espero que ese chico tenga una respuesta a lo que sea esa cosa, sinceramente.
Motivados por aquello, ambos se levantaron de la cama luego de unos breves instantes de arrumacos extra, y vistiéndose con rapidez, bajaron a tomar el desayuno. Maxwell no tenía ninguna intención de preparar nada demasiado elaborado, por lo que ambos se contentaron con tres tostadas y una taza de café cada uno. No encendió el televisor, tampoco. El horario de las noticias matutinas ya había pasado y además, aunque las viese, tampoco le iba a prestar demasiada atención. Su mente estaba allí, en la posible respuesta a aquel misterio, y nada le haría cambiar el foco.
Ni bien terminaron el desayuno, recogieron la mesa con prisa, se cambiaron de ropa y se cepillaron los dientes. Revisando que todo estuviera en orden, Maxwell metió un poco de efectivo en su billetera, buscando en la caja de ahorros, y finalmente tomó las llaves del coche. La última en salir fue Abby, quien cerró la puerta de entrada con llave mientras que Maxwell maniobraba para sacar el Citröen en reversa hasta la calle.
De nuevo, Maxwell condujo rápido rumbo a su destino, y se da cuenta —con cierta gracia en su tono de voz mental— que ha estado conduciendo muy deprisa en aquellos últimos días. Sin embargo, no le disgusta, considerando que ha vivido la vida con demasiada lentitud durante tantos años, encerrado en su casa escribiendo novela tras novela y embriagándose noche tras noche. Por una vez que quisiera aprovechar el tiempo y jugarle carreras, no estaba tan mal, se dijo. En el viaje, ninguno de los dos apenas emite una palabra, ni tampoco encienden la radio. Tanto él como Abby están preocupados por lo que van a oír cuando lleguen a la santería de Tim. En la mente de Maxwell aún continúan resonando aquellas palabras finales: "Si es lo que creo que es, entonces están jodidos".
Llegar por fin a la tienda le da un subidón de adrenalina, y al instante, el pulso se le acelera, tanto que incluso se da cuenta que está un poco desconcentrado para maniobrar correctamente y estacionarse a un lado de la calle, entre un Fiat y una Chevrolet familiar. Seguramente le insulten por haber dejado su coche demasiado cerca del morro de la Chevrolet, pero le da igual, todo lo que quiere hacer es apagar el motor, descender y averiguar por fin que mierda está pasando en su vida. Finalmente, revisa con una rápida mirada en el espejo retrovisor, abre la puerta del lado del conductor y cerrando sin mirar, focaliza su atención en la tienda. Ahí está, la misma vidriera repleta de cosas, la puerta acristalada, el cartel de neon, y su visión de la fachada del sitio se ve interrumpida momentáneamente por la figura de Abby, que también ha bajado del coche.
Ella le toma la mano en cuanto Maxwell rodea por delante al Citröen, y juntos entran a la tienda. Las mismas campanillas estilo llamador de ángeles se escuchan en cuanto la puerta se abre, tintineando al entrechocar, y tras el mostrador Maxwell se da cuenta de que Tim parece más abatido de lo normal, como si estuviera tremendamente cansado. Gruesas ojeras oscuras inundan la parte baja de sus ojos, y tiene el cabello un poco revuelto, como si hubiera tenido una pésima noche de sueño.
—Buenos días —saludó. Tim ya había levantado la vista de la revista que estaba leyendo en cuanto los vio entrar, y sin responder nada, buscó bajo el mostrador para extenderle el pendrive, dejándolo encima de la mesa.
—Buenas —responde, sin mucho afán. Su mirada no vuelve a la revista, sino que la cierra y la aparta a un lado, tampoco su semblante cambia. Maxwell solo piensa en una cosa: "Esto es serio". Y vaya si tiene razón.
—¿Has podido analizar la filmación? —preguntó Abby. Para ese instante, ella y Maxwell ya están frente al mostrador, y Tim asiente con la cabeza en silencio, como si estuviera confirmando una tragedia. Entonces vuelve a efectuar otra pregunta: —¿Y bien? ¿Qué encontraste?
Tim no responde nada, al menos de momento. En su lugar, se gira hacia una estantería repleta de libros, busca en sus lomos con rapidez hasta encontrar lo que buscaba, una gruesa enciclopedia ocultista, de tapa roja y encuadernación antigua. En cuanto lo saca de su lugar y lo coloca arriba de la mesa, Maxwell lee su título con rapidez: "Gran enciclopedia de las artes y embrujos antiguos". Tom busca por su índice alfabético, y lo abre por la letra T.
—Me he pasado todo el día y gran parte de la noche buscando a que podía deberse ese ataque —comenzó a explicar—. Un poltergeist podría haber sido algo factible, pero los poltergeist no asesinan personas, solo azotan puertas, ventanas y muebles, no mucho más que eso, así que lo descarté. Pensé en algún tipo de posesión, pero también lo descarté. Las imágenes son claras, hay algo que los agrede, pero no se ve. Entonces recordé el detalle de que tú estabas siendo acusado por su homicidio, que teóricamente, tu ADN y tus huellas estaban allí en la escena del crimen mientras tú estabas en otro lado completamente distinto del sitio donde ocurrieron los hechos. También recordé la tierra de cementerio que encontraste en el suelo donde mataron a tus amigos, algo fundamental para la creación de magia negra. Y la respuesta fue clara: estás frente a un tulpa.
Maxwell lo miró con el ceño fruncido.
—¿Un tulpa? ¿Qué mierda es eso? —preguntó.
—Se trata de algo creado por alguien, un chamán o una bruja muy poderosa, es una forma de pensamiento con autonomía propia, y voluntad. Puede tomar la forma de otro ser humano, de un animal, de lo que sea.
—Espere, espere. ¿Me esta diciendo que un pensamiento masacró a mis dos amigos? Esto no tiene sentido alguno —Se sonrió. Abby lo miró como pidiéndole con la mirada que guardara silencio y escuchara. Él la ve de reojo un instante, y entonces se da cuenta de que ella esta asustada, realmente creé en aquella historia demente.
—Sí, es justamente lo que estoy diciendo —insiste Tim, mostrándole el libro donde en la enciclopedia, con ilustraciones a color y extensas descripciones, está toda la información—. Los tulpas se crean a través de una fuerte creencia y visualización, por lo general por un chamán o una Wicca con bastante energía y poder mental, como te dije antes. Por lo general se crean para un propósito, ya sea de protección hacia sí mismo o para cumplir un objetivo en particular, pero el tulpa irá aumentando su presencia a medida que pase el tiempo, reciba atención y se trabaje en él. Alguien creó un tulpa con tu imagen, y lo envió a matar a tus amigos, con toda seguridad para incriminarte por ello.
—¿Y entonces por qué yo no puedo verme a mí mismo en la filmación, pero la policía sí lo hizo? —preguntó Maxwell, confundido.
—Los tulpas tienen un tiempo, es difícil de explicar pero lo haré de la mejor forma posible. Según entiendo, una manifestación psíquica proyectada, como es este caso, puede verse registrada por aparatos tecnológicos pero solo por un margen de tiempo mientras están activos, y este tiempo puede variar. Una hora, dos, cinco, o treinta minutos, ¿quién sabe? Seguramente cuando la policía encontró la filmación, no había pasado mucho tiempo desde el homicidio. ¿Cuándo conseguiste tú la filmación de respaldo?
—Hace casi nada, quizá una semana o dos atrás. El homicidio fue hace tres meses.
—Pues ahí lo tienes.
Maxwell resopló por la nariz. No sabía que decir ni que hacer, sentía que no podía creer ni una palabra de todo aquello, que le sonaba a historia fantástica, pero también sentía que quería hacerle un montón de preguntas. Entonces Abby intervino con rapidez, en su lugar.
—¿Y cómo hacemos para que nos deje de perseguir? Yo le he visto, creo que esa cosa sigue activa de alguna manera.
—Sí, claro que sigue activa, es muy probable que se haya salido de control.
—¿Y entonces? —Volvió a preguntar, presurosa.
Tim suspiró.
—La respuesta a eso es complicado. Lo normal sería encontrar la fuente, quien haya creado semejante manifestación, y... —Se encogió de hombros. —Diría que matarle sería la mejor opción, pero es combatir fuego con fuego y ninguno de nosotros es un asesino —comentó, dando una leve risita.
—¿Por qué dice que se ha salido de control? ¿A qué se refiere? —preguntó Maxwell.
—Bueno, vamos a lo que es una completa realidad: este tulpa se ha creado para matar a tus amigos, no tiene más. ¿A qué me refiero con esto? Que no ha sido creado para proteger a su creador, o como entidad de compañía para algún pobre tonto solitario con mucha fuerza mental. Se ha creado para algo malo —explicó Tim, enfatizando sus palabras—, y una vez que el tulpa comienza a existir por cuenta propia, sin que quien lo creó lo controle respecto a cuando aparece y desaparece, entonces se convierte en un ser residual, y dejaría de ser solo una proyección espiritual o un ente imaginario. Ya no sería tan fácil de controlar o de eliminar, porque presenta una conciencia propia. Esto suponiendo que la persona que le haya creado ya no tenga ningún tipo de poder o control sobre su propia creación, pero si aún lo tiene, entonces es más poderoso o poderosa de lo que podríamos imaginar. En cualquier caso, están jodidos.
—¿Qué nos sugieres? —preguntó Abby, mirándolo de forma aprehensiva. Tim suspiró y se encogió de hombros.
—No lo sé, en verdad. Es la primera vez que me enfrento a un caso de tulpas —rodeó el escritorio y acercándose a una vitrina repleta de collares con símbolos de plata, eligió dos. Entonces se los extendió en la mano, uno para cada uno—. Por el momento, les recomiendo esto.
—¿Qué es? —inquirió Maxwell.
—Es el sello de Salomón, les servirá como protección personal. Llévenlo siempre con ustedes, y dudo mucho que el tulpa les haga daño.
Él entonces se rio, lo tomó en la palma de la mano y lo miró. La estrella de seis puntas, encerrada en un circulo con inscripciones en hebreo, destellaba ante los focos del techo. Su atención se volcó entonces de nuevo hacia Tim.
—Maravillosa jugada —dijo—. Primero nos cuenta una historia terrible, y luego nos quiere vender su mercancía.
Tim no se ofendió, pero en lugar de ello, le sostuvo la mirada.
—¿Puedes explicar lo que has visto en la filmación? —Le preguntó.
—No.
—¿Creés en estas cosas?
—Tampoco.
—Entonces más te vale que empieces a creer, porque yo no fui quien cruzó la puerta de este negocio pidiendo respuestas, fuiste tú —dijo—. No te estoy obligando a que compres los amuletos, hazlo bajo tu responsabilidad. Pero si te marchas de aquí con actitud de negación ante lo que estás viendo, entonces no vuelvas cuando algo te pase. Tú decides.
Maxwell asintió con la cabeza, era una hábil respuesta y debía admitirlo, pensó. Miró el collar que descansaba en su mano abierta, también miró a Abby de soslayo. Ella le observaba como si le estuviera regañando por los ojos.
—De acuerdo, me los llevo. Confío en lo que dices —respondió.
—Bien —Tim volvió de nuevo a su lugar tras el mostrador, y entonces comenzó a rebuscar bajo él—. ¿Cuántas entradas tiene tu casa?
—Dos, la puerta principal y la del patio trasero —Maxwell pensó un instante—. No, tiene tres, si contamos también la puerta lateral que accede al garaje. ¿Por qué?
Tim sacó tres folios con un circulo lleno de símbolos y una estrella de cinco puntas, y los colocó encima del mostrador.
—Esto es un adhesivo del tetragrámaton. Ponlo en el suelo, pégalo bajo una alfombra o lo que tengas, pero siempre delante de la puerta con la punta de la estrella hacia el interior de la casa. Los protegerá y no podrá entrar allí.
—Lo haremos, puedes estar seguro de ello —intervino Abby, asintiendo presurosamente con la cabeza. Tim miró a ambos, y entonces se apoyó con las manos encima del mostrador.
—Estas cosas son protecciones espirituales, pero no les vendría mal conseguir también algo de protección más... común, no sé si me explico —dijo, susurrando como si les quisiera confiar un gran secreto. —Si la persona que está tras la creación de este tulpa se entera que ya no tiene poder sobre ustedes, es posible que pretenda atacarlos. Uno nunca sabe, pero es mejor prevenir.
—¿Te refieres a que instalemos cámaras de seguridad, o algún tipo de vigilancia? —preguntó ella, y Tim asintió.
—Sería lo mas útil, sí, al menos para identificar al posible agresor.
Maxwell, sin embargo, no dijo nada. Al escuchar aquello se dio cuenta que tenía otros planes en mente, muy alejados de una simple cámara de seguridad.
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