4
Mientras que Maxwell se duchaba, Abby no perdió el tiempo, por lo que se dedicó a buscar en su notebook algún investigador paranormal que tuviera buenas referencias de profesionalidad. Para ello, se había preparado la taza de café más grande que con seguridad se tomaría durante todo el día, aún a pesar de que ya había desayunado, y recostada en uno de los sillones del living, comenzó con la búsqueda.
Para cuando Maxwell salió de la ducha, ella ya había encontrado al menos tres números de teléfono y direcciones diferentes, y estaba de camino a localizar uno más, cuando las reseñas de uno de ellos le convencieron. Las opiniones en internet decían que era un excelente espiritista e investigador paranormal, que había ayudado a varias personas, y lo recomendaban de muy buena forma. Desechó los demás y se quedó con este último, justo cuando Maxwell terminaba de bajar por la escalera, destilando el aroma de su after shave a medida que caminaba.
—¿Qué haces, Abby? —preguntó.
—He encontrado un buen lugar donde podremos investigar el vídeo, al menos las reseñas son buenas.
—Creí que ibas a buscar eso mientras que yo iba a la casa de Joe.
Abby entonces se encogió de hombros.
—No lo sé, no tenía nada mejor que hacer y tampoco quería perder el tiempo.
—Muy bien, podemos ir enseguida, entonces.
—¿Ahora? Pero ni siquiera hemos almorzado, además creí que primero ibas a investigar esa jodida mancha —dijo ella, con gesto sorprendido. De todas maneras, solo era el gesto y nada más, ya que no se asombraba de ese tipo de cosas. Sabía como era Maxwell, un hombre impetuoso, que se ponía en movimiento cuando era preciso, ni antes, ni después.
—No importa, puedo ir a la casa de Joe cuando vuelva, y comeremos por algún sitio, si te parece. Quizá esta vez tenga suerte y no me arresten —bromeó—. Iré por el coche, tú ve apagando las luces.
Maxwell se sentó frente a su computadora, copió el vídeo del asesinato en un pendrive y cuando terminó, salió entonces por la puerta interna que comunicaba el living con el garaje, cerrando tras de sí. Al instante, el aroma a gasolina, grasa de motor envejecida y herramientas varias, le hizo picar la nariz, contrastando con la colonia que había rociado por su cuello, luego de la ducha. Abrió la portería elevadiza con el botón rojo a un lado de la misma, empotrado en la pared, y entonces subió a su coche, mientras lentamente la abertura comenzaba a abrirse de forma gradual. Encendió el motor, y dio un leve suspiro.
Apartó una mano del volante y metiéndola al bolsillo, sacó el pendrive rojo, mirándolo como si fuera una extraña reliquia de museo perdida en el tiempo y el espacio. No podía creer que estuviera accediendo a consultar a una suerte de pitonisa para buscar pistas. Le parecía lo mismo que ir a una tarotista para descubrir quien fue el asesino de J.F.K. No tenía ningún tipo de sentido, y tampoco llegarían a ningún lado en concreto, pero ya había cavilado la idea y Abby había confiado en que le haría caso, o al menos, intentaría la opción de buscar ayuda poco convencional. Por ende, no podía retractarse, ahora solo tenía que continuar hacia adelante. Y con suerte, en el mejor de los casos, Abby acabaría por darse cuenta que todo aquello no era más que una simple chapucería tonta. Lo mejor era las pruebas tangibles, lo que sí podía demostrar, como la mancha aparecida desde la mismísima nada, en la filmación de vídeo. Y lo mejor era no perder más tiempo en ello, el tiempo corría, y si cuanto antes podía sacarse todo eso de encima, pues excelente.
Al mirar por el espejo retrovisor, se percató de que la portería ya había abierto, por lo que puso reversa y sacó el coche hasta la calle. Desde el llavero del coche, tocó el botón del mando a distancia que cerraba la portería del garaje, y mientras descendía con lentitud, Abby asomó por la puerta, cerrando con llave tras de sí y caminando hacia el coche una vez que tuvo todo listo. Subió al asiento del acompañante y mientras se abrochaba el cinturón, Maxwell comenzó a avanzar por la solitaria calle.
—Aún no te he dicho adonde vamos —observó ella, mirándolo de reojo sin comprender. ¿Adónde iba? Se preguntó.
—Lo sé, pero tengo que pasar por la casa de Joe, antes.
—¿Pero no ibas a ir cuando volviéramos? Ordena tus ideas, me vas a volver loca...
—Lo sé, Abby, lo sé. Te pido que me perdones, pero necesito revisar si esa mancha aún sigue estando en el suelo, quiero comprobar qué es.
Ella no dijo nada, solo dio un resuello cansado y dejó las manos caer encima de su regazo, en gesto de fastidio, mientras miraba hacia adelante. Maxwell la observó como queriendo decir algo, pero al final se arrepintió, y aunque abrió la boca para hablar, volvió a mirar hacia la calle evitándose los comentarios. No tenía caso, no la culpaba tampoco, sabía bien que solo intentaba protegerle de la mejor forma posible. Pero lo que ignoraba, lo que no tenía ni idea, era que no podía meterse en sus zapatos e intentar controlarle las emociones que le dominaban. Ella no había sido acusada falsamente de doble homicidio, ella no había tenido buenos amigos a quienes asesinaron como perros, ella no tenía que cargar con eso en su cabeza. Él, por el contrario, sí. E intentaba hacer lo que creía correcto, no solo para intentar conseguir un poco de justicia a la memoria de sus amigos, sino también para aplacar el torbellino furioso de su cabeza, para sentir que estaba haciendo algo por ellos, en lugar de quedarse de brazos cruzados viviendo una vida como si Joe o Rita nunca hubieran existido para él.
En cuanto llegó a las inmediaciones de la casa de Joe, aminoró la velocidad, revisando muy bien el perímetro para asegurarse de que no había alguien que pudiera estar vigilando la propiedad. No había nadie ni en la acera ni en la calle, aunque las persianas de las casas tanto aledañas como frontales, estaban levantadas con sus cortinas a un lado. Eso era peligroso, no podía negarlo, pero le tranquilizaba al mismo tiempo el hecho de no ver actividad de algún vecino al aire libre, teniendo en cuenta que eran casi las doce del mediodía. Lo único que había, cerca de la casa y aparcado a un lado de la calzada, era un Ford Escort gris, apagado.
—No hay nadie —dijo, mientras se orillaba a unos cien metros del Ford.
—Por favor, no demores —rogó ella, mirándolo con preocupación. Como toda respuesta, Maxwell se inclinó en el asiento para darle un rápido beso en los labios, mientras que se desabrochaba el cinturón con un rápido movimiento de la mano.
—No apagues el motor, saldré enseguida.
Maxwell bajó a la calle, y dirigió la mirada hacia la casa de Joe, aún perimetrada en los límites de la propiedad con la cinta amarilla. Verla de noche le llenaba de inquietud y hacía que los pensamientos de su mente se dispararan al momento de aquel homicidio atroz. Pero por el contrario, ver la casa de día le impregnaba las emociones de una profunda e incomoda melancolía, como si estuviera viendo una vieja foto a blanco y negro de algún familiar muerto a quien hubiera querido muchísimo. Así se le presentaba la casa para él: una sombra oscura y vacía, un forúnculo creado por la misma tierra, lleno de recuerdos en lugar de pus. Casi era como un viejo esqueleto de lo que en algún momento fue su época dorada, una de las casas más lindas y bien conservadas de toda la cuadra.
Caminó con paso rápido por el lateral de la propiedad hasta el patio trasero, se agachó un poco para pasar por debajo de la cinta amarilla y entonces abrió la puerta trasera, cubriéndose la mano con un trozo de su camiseta. Sabía que estaba abierta debido a la ultima irrupción a la propiedad, donde junto a Abby habían empujado para forzar la cerradura. Sostuvo la puerta hacia atrás, y respirando hondo, entró.
La casa no estaba completamente a oscuras, pero sí en una leve penumbra. Sin embargo la visibilidad era buena, y ahora los detalles eran mucho más nítidos. No solo podía ver perfectamente los muebles desordenados y las manchas resecas de sangre ennegrecida, sino también el agujero de la bala en la pared, los cristales rotos en el suelo, muchos de ellos con una costra de sangre por encima. Todo allí era como si el tiempo se hubiera detenido en ese preciso instante, cuando Joe y Rita dieron su última exhalación.
Caminó sin hacer ruido por encima de la alfombra sucia de sangre y polvo, mirando hacia el suelo, y justo contra la puerta principal de entrada, pudo ver la mancha que aparecía en el vídeo con total nitidez. No era sangre, lo sabía porque si lo fuera, ya la hubiera absorbido la madera del piso flotante. Pensativo y con el ceño fruncido, se acuclilló frente a ella, sin apoyar la rodilla en el suelo, y estiró una mano. Raspó con la yema de los dedos índice y medio encima de la mancha, estaba reseca, sí, pero conocía la textura. Sin embargo, para salir de toda duda, se llevó los dedos a la nariz y respiró con fuerza. ¿Era grasa? Se preguntó.
No, grasa no, era fango. Fango reseco y acartonado encima de la madera, pero podía distinguir perfectamente el olor residual a la tierra húmeda, como si por algún motivo hubiera estado abonada durante muchísimo tiempo. Se irguió del suelo mirándose los dedos con notoria confusión. ¿Qué hacía una mancha de fango ahí? Se preguntó. ¿Cómo podía ser que la policía no la hubiera visto? Sus ojos saltaron a todas direcciones, como buscando algo. Tenía que llevarse eso de alguna manera, y acercándose al modular donde el teléfono descansaba encima de una repisa, tomó la tapita de un bolígrafo y arrancó una hoja de la libreta de teléfonos y apuntes que había a un lado del aparato. Entonces, volviendo a acuclillarse junto a la mancha de tierra, puso la hoja a un lado y comenzó a raspar el suelo para desprender el fango. Juntó todo con el índice, dobló el papel en cuatro partes, y metiéndoselo al bolsillo junto con la tapita de bolígrafo, se enderezó.
Volvió tras sus pasos, atravesando el living y el pasillo hasta la puerta trasera, salió al patio y cruzando de nuevo el encintado policial, casi trotó hasta el coche, para no hacer esperar demasiado a Abby. Ella lo vio, y sonrió aliviada, pero entonces la tranquilidad se le esfumó del rostro cuando del Ford estacionado unos metros más adelante, vio salir un hombre con una llave inglesa en la mano. Sus ojos se abrieron de par en par, y presionó con apuro el botón para destrabar el cinturón de seguridad.
—¡Mierda, mierda! —exclamó. Maxwell también le había visto, ya que se detuvo en seco en cuanto le vio bajar del coche.
—Vernon, que sorpresa encontrarte aquí —comentó él, mientras que Abby bajaba del coche para correr a su lado con la respiración agitada, presa del miedo por la situación.
—Me alegra no poder decir lo mismo de ti, pedazo de un hijo de puta —Le respondió, con los ojos más inexpresivos que había visto en su vida. La llave francesa se le bamboleaba en la mano como si fuera un péndulo, y Abby le miraba con fijeza. Una de sus manos se apoyó en el antebrazo de Maxwell, para acercarse un poco más a él, mientras que le susurraba.
—Vámonos de aquí, ahora —dijo. Sin embargo, Vernon volvió a hablar. Su voz ronca y profunda, quizá mas ensombrecida gracias a la rabia que le dominaba, parecía cortar el silencio de la calle como un filoso bisturí.
—Quiero que me expliques ahora mismo por qué estabas husmeando en la casa de mi hermana, Maxwell.
—Es difícil de entender, Vernon. Si bajas esa llave, podremos hablar como dos adultos civilizados. No tengo problema en explicarte, de hecho.
Vernon rio con evidente ironía.
—¿Qué puedes explicarme? ¿Cómo has matado a mi hermana y a su marido, te has librado de la ley, y ahora intentas borrar pistas en la escena del crimen? —preguntó.
—Nadie está borrando ninguna pista, creo que se te ha ido un poco la pinza, y deberías calmarte —Maxwell hizo un breve silencio, y luego añadió:— Además, dime una cosa. ¿En qué momento Rita ha comenzado a importarte? Te peleas con ella durante años, y justo apareces para reconciliarte poco tiempo antes de que sea asesinada de forma brutal.
—¿Qué quieres decir? ¡Ten mucho cuidado con las estupideces que hablas, Maxwell! —exclamó. Abby miró en todas direcciones, esperando que algún vecino oyera la discusión. Sin embargo, eso no pasó. Entonces miró a Maxwell, y le vio sonreír.
—Digo lo que es, Vernon. No es ninguna novedad que no estabas muy conforme con que ella se hubiera quedado viviendo en la casa de sus padres. Tú querías vender, querías dinero. Y ella se quedó aquí, viviendo con Joe. Rita me contó por lo que habían peleado, así que estoy al tanto de todo.
Vernon le miró con profundo desprecio, y entonces asintió con la cabeza.
—Sí, tienes razón, es posible que se me haya ido un poco la pinza —confirmó. Su mano libre tomó su teléfono celular del bolsillo, y marcó el 911—. ¿Pero sabes lo que sería mejor? Llamar a la policía, para sentarme aquí pacíficamente siendo un adulto civilizado, como bien dices, a ver como te llevan detenido otra vez.
Abby se paralizó por completo. Otra vez tendrían que pasar por lo mismo, pensó. Y ahora ya no había marcha atrás, estaba irrumpiendo y alterando una escena del crimen, no tendría forma de salvarse. Eso sin contar que para colmo, tenían encima una copia de la grabación de seguridad donde se mostraba abiertamente el homicidio.
—¿Y qué les vas a decir, Vernon? Explícamelo. Yo me largaré de aquí mucho antes de que lleguen, y será tu palabra contra la mía —señaló a Abby con el pulgar—, mejor dicho contra la de ambos. Es más, yo mismo podría abrirte una demanda por falso testimonio e injurias. Soy libre e inocente, te guste o no —dijo Maxwell, con otra sonrisa.
Vernon lo miró unos instantes, y entonces asintió con la cabeza. Lentamente, volvió a guardar el teléfono en el bolsillo, y cuando Maxwell vio como empuñaba mejor la llave inglesa, sus puños se cerraron. Abby notó esto cuando sintió como se tensaban los tendones de sus antebrazos, y al levantar la vista hacia su rostro, pudo ver en él la misma mirada que la noche en que le había conocido, cuando derribó de un golpe a su editor borracho.
—Tienes razón. Siempre tienes una respuesta para todo, como buen escritor. La policía no vale la pena, seguramente vuelvan a liberarte como los mierdecillas incompetentes que son —respondió—. Pero de mí no te vas a librar tan fácil.
Arremetió contra él con la llave inglesa en alto, y al verle, Maxwell dio un empujón a Abby hacia el costado, para apartarla de la pelea.
—¡Max, no! —exclamó ella, pero fue inútil.
Vernon blandió la llave inglesa hacia la cabeza de Maxwell, pero este le esquivó hacia atrás. La herramienta le hizo una leve brisilla al rozarle, y una parte de su embriagada mente llena de adrenalina, le susurró que eso había estado muy cerca de golpearle en la sien. Vernon dio un segundo intento de golpe, pero Maxwell se cubrió con el brazo. Aún así dio una exclamación de dolor en cuanto la pesada herramienta le golpeó en el costado del bíceps, y aprovechando que Vernon se preparaba para un tercer golpe, dio un rápido movimiento hacia adelante para conectarle un potente gancho de izquierda. Vernon se atontó, y la mano que sostenía la llave inglesa se tornó flácida, pero no la soltó. Sin embargo, Maxwell levantó el puño derecho y le golpeó con él, justo encima del pómulo.
Con ese segundo golpe si logró desarmarlo, y al ver la llave inglesa en el suelo, dio una sonrisa de satisfacción. Empujó a Vernon tomándolo del cuello y poniéndole el pie por detrás, hasta hacerle caer al suelo por la zancadilla, y en cuanto le vio tirado, tomó la llave inglesa por el mango y rápidamente se lanzó encima de Vernon, apoyándole una rodilla en el pecho para que no se levantara.
Abby vio la escena, y comprendió que Maxwell había perdido la razón, dominado por la ira. Entonces se abalanzó hacia él en el preciso instante en que levantaba la llave inglesa, dispuesto a ejecutarlo de un certero golpe. Lo sujetó del brazo antes de que descargara su ataque, y lo contuvo.
—¡Max, detente, para! —Le gritó.
Al ser consciente de lo que había estado a punto de hacer, dejó caer la herramienta a un lado, que cayó con un golpe metálico encima del pavimento, y respirando de forma agitada, miró a Vernon directamente a los ojos, acercándose a su rostro sangrante.
—Has tenido una hermana demasiado buena, teniendo en cuenta la mierda que eres tú —susurró. Y solo en aquel momento, fue cuando se puso de pie.
Caminó hasta su coche seguido de cerca por Abby, ambos a paso ligero, y una vez sentados cada uno en su respectivo asiento, Maxwell arrancó en segunda mientras miraba a Vernon tirado en el suelo, que comenzaba a ponerse de pie con lentitud. Siguió por la calle hacia la próxima esquina, y dobló a la izquierda.
—¿Adónde tenemos que ir, Abby? —preguntó.
Ella le miró consternada, parecía completamente despreocupado, como quien pregunta qué hay para cenar.
—Estuviste a punto de darle con la llave en la cabeza. Si no te detengo, lo hubieras mandado al hospital o algo peor. ¿Estás demente, Max?
—Era eso o dejar que me atacara. ¿Qué hubieras preferido en mi lugar? ¿Te hubieras dejado golpear tú con una llave inglesa en la cabeza? ¿Eh?
—No, pero habías perdido la cabeza por un segundo. Te conozco, Max, eras... distinto.
Maxwell entonces respiró hondo, y antes de llegar al siguiente cruce de calles, dio un brusco volantazo a la derecha, orillándose a un lado.
—¡Claro que era distinto! —exclamó. —Antes solamente era un escritor de mediano éxito, en la cual mi única preocupación era la de beberme tres o cuatro whiskys al día y tratar de escribir lo mejor posible. Y de repente me veo envuelto en un problema de los mil demonios, a mis amigos los mata algo invisible, tú ves a mi puto doble dentro de la casa, ¡y no entiendo que mierda está pasando a mi alrededor! ¿Creés que no puedo ser distinto con todo esto, Abigaíl?
Ella lo miró, Maxwell nunca le había dicho por su nombre completo, ni siquiera cuando se estaban conociendo. Y aquello le dolió, pero no dijo nada, solamente asintió con la cabeza.
—Lo entiendo, te entiendo a ti. Pero tampoco es fácil estar de este lado, intentando ayudarte sin saber como. Perdóname —Le dijo.
No le habló de mala manera, ni tampoco alterada. Solo lo hizo con un tono de desgano tremendo en el tono de su voz, y aquello hizo que Maxwell la mirara con cierta expresión de culpabilidad en sus ojos.
—No, tienes razón. Sé que no es fácil acompañarme, que no soy un tipo sencillo de entender, y por sobre todo tú siempre estás aquí. A veces pienso que te mereces algo mejor, Abby. Perdóname a mí, y te agradezco por haberme detenido a tiempo. No debo gritarte, y te prometo que no lo volveré a hacer —susurró.
Ella entonces hizo algo completamente inesperado para él: le acarició una mejilla, y aquel gesto le hizo parpadear de la sorpresa. Maxwell era un tipo que estaba acostumbrado a las peleas, las discusiones casi constantes y la furia. Pero la bondad y la amabilidad le descolocaban, no tenía ni idea de como manejarlas.
—No me merezco nada mejor, me merezco lo que tengo, porque lo que tengo es lo que yo elegí —respondió—. Te elegí a ti, Max. Siempre lo hago. Y por eso intento de que hagas las cosas bien. Apenas estábamos comenzando la relación cuando te arrestaron en mi cara, y si no me fui en ese momento, entonces menos me iré ahora. Ahora conduce, tenemos que ir a Greenslake.
Maxwell asintió con la cabeza. Le había dejado sin palabras por completo, y sin saber que decir, dio un suspiro y retomó la marcha con el coche, rumbo adónde Abby le había indicado. Luego de unos momentos en silencio, habló.
—Era fango.
—¿Qué? —preguntó ella, sin comprender.
—La mancha en el suelo, era fango reseco. Y eso me desconcierta, porque en la filmación se ve como Joe no entra nunca por la puerta principal de la casa, así que no podía ser tierra mojada de sus botas.
—Le buscaremos la solución, puedes quedarte tranquilo —consintió Abby, apoyándole una mano en el antebrazo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro