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3

Durante todo el resto del día, no volvieron a hablar del tema. Las horas pasaron con cierta pesadumbre entre ambos, y aunque pusieron la mejor voluntad en distraerse mirando alguna película, en las emociones de ambos quedaban los remanentes del horror vivido, tanto en Abby como en Maxwell. La más afectada era ella, que en su mente aún rondaban las imágenes y sensaciones de aquella visión horrible: el rostro pútrido de aquella versión espantosa de Maxwell, su tacto frío como un témpano, y el olor. Lo peor de todo era el olor, que le había impregnado la nariz aún después de haberse duchado y rociado colonia.

A la noche, cuando luego de cenar y de apagar todas las luces de la casa, yacían uno al lado del otro, Maxwell la abrazó por la cintura, respirando el aroma de su piel con ferviente deseo. Una de sus manos hacía movimientos circulares en su vientre, y Abby ya conocía aquellas caricias, pero le apartó la mano justo cuando sus dedos subían hacia uno de sus senos. Ella se disculpó, lo cierto era que no podría hacer nada por esa noche, no era fácil olvidar lo que había visto esa mañana, y Maxwell lo comprendió.

A la mañana siguiente, mientras desayunaban, la que rompió el silencio fue la propia Abby. Se hallaba mucho más serena en comparación con el día anterior, ya que el simple paso de las horas diluía el terror que había sentido, de forma naturalmente inevitable. Maxwell, sin embargo, tenía una expresión sombría en el rostro. Seguía dándole vueltas en su cabeza a todo aquel asunto, aunque no dijera nada.

—Estaba pensando en algo, Max —dijo ella.

—Dime.

—Si quieres analizar el vídeo, podrías buscar alguien que sea un experto en eventos paranormales. Podrías llevarle el vídeo como una curiosidad, para que te diga si está editado o no.

Maxwell meditó un momento, mientras untaba una tostada con mantequilla. Luego negó con la cabeza.

—No lo sé, Abby. Creo que no vamos a encontrar nada útil por medio de ese vídeo, podría intentar ahorrarme el tiempo y analizarlo yo mismo. De todas maneras, no sería relevante.

Ella lo miró sin comprender.

—Creí que querías descubrir el misterio de la filmación...

—Y lo quiero, pero no he dejado de darle vueltas en la cabeza a lo que viste ayer y lo que yo vi. Intentaré analizar el vídeo por mi cuenta, y si no encuentro nada, entonces buscaremos algún aficionado de los fantasmas que quiera revisar la cinta —respondió, encogiéndose de hombros.

—Lo dices como si fuera un chiste, no necesitamos buscar un aficionado de fantasmas...

—Tú sabes que yo no creo en esas cosas —afirmó él.

Abby dio un suspiro resignado, y lo miró como si quisiera convencerlo de alguna forma.

—Max, yo no soy una creyente fiel de estas cosas, pero de que las hay, las hay. Y siento que aquí hay algo más que no podemos explicar. No deberías ignorar algunas opciones.

Maxwell estaba a punto de darle un sorbo a su café mientras ella hablaba, y cuando escuchó eso, dejó la taza encima de la mesa, como cavilando lo que iba a decir para que sonara de la mejor manera posible.

—Comprendo que hayas visto algo horrible ayer, que puedes estar asustada con todo esto, y entiendo también que hay cosas que no puedo explicar —dijo—. Sin embargo, no lo puedo explicar porque aún no he comenzado a investigar, y es tan simple como eso. No hay fuerzas del infierno aquí, no hay fantasmas ni nada de esas cosas. A mis amigos los asesinó algún hijo de puta de carne y hueso haciéndose pasar por mí, y no hay otra explicación.

—¿Qué tienes para perder? ¿Acaso es demasiado trabajo que lleves una copia del vídeo a un investigador paranormal? —insistió ella. —Tómalo como una opción más. Quizá tengas razón y todo esto sea una tontería, pero si logras encontrar algo, por mínimo que sea, entonces no será tiempo perdido. Al menos tendrías otra opción, como si fuera la segunda opinión del médico.

—Seguiré tu consejo, entonces. De todas maneras, no tengo nada que perder —consintió.

Un nuevo silencio los cubrió a ambos, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Había algo más que hacía sentir incomoda a Abby, conocía a Maxwell y aunque por fuera parecía mostrarse sereno, lo cierto era que algo se removía en su interior. No creía que estuviese de mal humor, pero lo conocía de muchas maneras, y aquella versión de él distaba mucho con aquel Maxwell animado y conversador que había conocido en un principio. Tal vez debía haberle dado sexo la noche anterior, la verdad era que no lo sabía.

—Max, ¿estás bien? —preguntó, sin poder contenerse.

—Sí, todo esto me preocupa, nada más. ¿Por qué lo preguntas?

—Te noto raro, te conozco, cariño.

En un principio no iba a decirle nada, sin embargo, consideraba que la buena comunicación era una de las bases mas importantes de la pareja, junto con la honestidad y la fidelidad. Así que habló.

—A veces creo que fue un error haberte involucrado en todo esto. Si no fuera por mí, estarías en tu casa tranquilamente, trabajando en tus proyectos sin estar pasando por todas estas cuestiones.

Abby lo miró con cierta compasión. Adoraba ver como aún a pesar de todo, seguía protegiéndola como el primer día, preocupándose por su bienestar tanto como podía.

—Nunca digas que fue un error, Max ­—respondió—. La vida es así, tenemos momentos malos y buenos, y es en los malos donde tenemos que estar más unidos que nunca. No iba a dejarte solo cuando te arrestaron, tampoco voy a dejarte solo ahora.

—He tenido mucha suerte al encontrarte, Abby.

—Creo que ambos hemos tenido mucha suerte —Le sonrió.

Maxwell también sonrió a su vez, y dejando su taza de café a un lado, se levantó de la silla para rodearla mesa. Ella lo miró, expectante, y él se acercó para darle un profundo beso en los labios. Sin tener ninguna necesidad de decirse nada ni de hacer el mínimo gesto, las hormonas de ambos se dispararon hacia las nubes. Y solo bastó una fugaz mirada cómplice, para abandonar el desayuno y quitarse la ropa con hambrienta rapidez.


*****


 A pesar de todas las cosas, Maxwell disfrutaba el contacto íntimo con Abby, como el primer día. Otro hombre en su lugar no hubiera podido concentrarse de forma correcta, agobiado por la incertidumbre de tantas cosas extrañas que estaban sucediendo a su alrededor. Sin embargo, él no era así, no era como los demás hombres. Su trabajo consistía en darle miedo a miles de lectores alrededor del mundo, para poder tener ingresos económicos, pagar sus cuentas y vivir como un rey. El miedo era parte de su mente desde que había comenzado a escribir la primer página, había aprendido a convivir con él, y le gustaba eso. Esto no sería diferente.

Luego que se levantaron de los sillones, Maxwell recogió su ropa tirada por el suelo, vistiéndose con premura. Abby, aún desnuda, se dirigió a la escalera para darse una ducha. Le invitó a que subiera con ella, pero Maxwell se negó, diciendo que ya se ducharía después porque tenía que revisar algunas cosas en su computadora. Mientras se vestía, se tomó un momento para deleitar su mirada con el delicioso movimiento de sus nalgas, subiendo la escalera peldaño a peldaño, y una vez que estuvo a solas en el living, caminó hasta el escritorio.

No sabía lo que buscaba, pero estaba seguro de que se había pasado por alto algún detalle. Encendió la computadora y una vez que inició, buscó en el navegador de internet algún programa para edición de vídeo que fuera relativamente sencillo de usar. Cuando pudo encontrar una herramienta adecuada, descargó el programa, lo instaló, y luego se dedicó a buscar en YouTube algún tutorial para aprender a usarlo. Tenía una idea en la cabeza: el objetivo era aclarar lo más posible la nitidez del vídeo, o en el peor de los casos, hacer una inversión de color en la imagen.

Cuando pudo encontrar un vídeo explicativo de como aplicar el efecto deseado, trató de adelantar la introducción tan rápido como pudo. Tenía poco tiempo antes de que Abby saliera de la ducha, y no quería preocuparla más de lo debido si lo veía indagando de nuevo en la misma filmación de seguridad. En cuanto tuvo la información que necesitaba, abrió el vídeo del asesinato en el programa de edición, y adelantó hasta la hora de la muerte.

Pensar en el simple hecho de tener que revisar de nuevo las escenas le generaba una mezcla entre ansiedad y fastidio, pero lo hacía por mera necesidad. Las mismas imágenes comenzaron a mostrarse, en la misma secuencia que Maxwell había visto la última vez. La puerta abriéndose, la nada misma atacando a Joe, golpeándolo. Pausó el vídeo y comenzó a manipular las herramientas de edición, chequeando los pasos a seguir en el tutorial que había encontrado. Lo primero que hizo fue ampliar los píxeles de la imagen y modificar los niveles de contraste, esperando encontrar algo, atento a cualquier cosa que pudiera parecer ligeramente anormal a lo que había visto el otro día. En menos de lo que esperaba, encontró lo que buscaba, sin tener la mínima idea de lo que iba a ver.

En un fragmento de la imagen aparecía algo en el suelo, del tamaño de un centavo, no más grande que eso. Sin embargo ahí estaba, y era tan imperceptible que había tenido que agrandar la imagen a buena proporción para poder verla.

—¿Qué demonios es esa mierda? —murmuró, inclinándose sobre el escritorio para poder ver mejor, acercándose al monitor.

Retrocedió la toma de filmación y volvió a repetirla. La mancha del suelo era algo negro que parecía caer de la misma y absoluta nada. Aquello no tenía ningún tipo de sentido, no podía materializarse de un frame al otro.

—¿Max? —escuchó. —¿Todo en orden?

Levantó la cabeza rápidamente, casi sobresaltado, y frente al escritorio estaba Abby, aún con la toalla cubriéndole la cabeza y su cabello mojado.

—Sí, todo bien. He encontrado algo —respondió, apesadumbrado. No tenía sentido ocultarle nada, ya le había pescado con las manos en la masa.

Abby rodeó el escritorio hasta situarse a su lado, y cuando le vio con la filmación abierta, dio un suspiro casi de cansancio, mientras le apoyaba una mano en el hombro.

—¿Todavía sigues revisando eso, cariño? Creí que íbamos a llevar el vídeo a un investigador paranormal...

—Y lo haremos, pero mira esto —explicó, retrocediendo el vídeo hasta el inicio, en el momento en que Joe camina hacia la puerta de entrada, para abrir—. Justo cuando algo entra a la casa, aparece una mancha oscura en el suelo. Es apenas perceptible, tienes que ampliar así —Maxwell amplió, y también aumentó el contraste y el brillo—, pero se puede ver. ¿De donde sale esa mancha? ¿Qué es? Creo que lo que sea que haya atacado a Joe y Rita, dejó un rastro.

—¿Y qué crees que puede ser?

—No tengo idea. En el resto del suelo seguramente no haya nada, ya que el living esta alfombrado y la sangre ha impregnado casi todo, pero ahí, en ese pedazo de suelo, es donde se ve. Tengo que volver a la casa.

Abby clavó sus ojos en los de Maxwell, mientras se alejaba un paso hacia atrás, apartándole la mano del hombro. Algo tembló en su interior, aquel movimiento le llenaba de incertidumbre.

—¿De nuevo? Has perdido la cabeza, Max. ¿Cuándo irías, supongamos? —preguntó ella.

—Hoy, tengo que hacerlo de día. La luz de la linterna no me es suficiente para encontrar la mancha, y quiero saber qué es.

—Estás loco, Max.

—¿Vas a acompañarme?

Abby pensó en la posible respuesta, y Maxwell la miró con fijeza pero en silencio. "Está dudando, se ha asustado tanto que ahora duda en acompañarme, y quizá se esté hartando de esta situación", pensó.

—No, lo siento, Max. Esta vez no iré, esa casa me pone los pelos de punta, y no quiero involucrarme más de lo que ya nos hemos metido. Si te llegan a descubrir, me van a pedir que testifique en tu contra, y no quiero hacer eso —respondió. Maxwell asintió con la cabeza, como si la entendiese. Y en verdad la entendía, pero se hubiera sentido mucho mejor si podía contar con ella. De todas formas, no la culpaba.

—Entonces lo haré yo, saldré caminando, como la otra noche, y volveré tan rápido como pueda.

—¿No hay forma de que pueda convencerte de que no lo hagas? —Le dijo, con cierto tono de súplica en el tono de su voz.

—No, lo siento.

—Bueno, solo me queda cruzar los dedos y esperar a que vuelvas —Meditó un momento, y luego pareció tener una idea repentina—. ¿Y qué pasa si la mancha ya se evaporó? Han pasado por lo menos tres meses desde el homicidio, vas a arriesgarte inútilmente, Max.

­—Es posible, pero no me voy a quedar tranquilo hasta que no lo haga —Se levantó de la silla y la rodeó por la cintura, abrazándola. El perfume de su jabón de tocador le impregnaba la piel de forma deliciosa, y le dio un beso en el cuello antes de continuar hablando—. Cuando vuelva, podremos llevar el vídeo a un investigador paranormal, como habíamos dicho, y mientras yo estoy afuera tú puedes buscar en internet algún profesional confiable. Esa será tu tarea, ¿está bien?

—Como prefieras, pues... —consintió ella, acariciándole una mejilla. Maxwell sonrió.

—Luego iremos a comer, y te prometo que nos olvidaremos de esto por unos días. Nos dedicaremos a nosotros.

—Me parece un excelente plan —sonrió ella, satisfecha.

Maxwell le depositó un par de besos rápidos en los labios, antes de separarse de ella para ir escaleras arriba, rumbo a la habitación, para tomar ropa limpia y ducharse. Mientras elegía las prendas con el ropero abierto de par en par, pensaba en todo lo que estaba sucediendo. Intentaba no darle vueltas al asunto más de lo debido, pero le resultaba completamente imposible. Ya no era un joven, tenía algunas canas en el cabello, también algunas arrugas cerca de los ojos, y una parte de sí mismo se preguntó por qué continuaba haciendo todo aquello. ¿Realmente era necesario hacer justicia por Joe y Rita? ¿Era lo que ellos hubieran querido?

No tenía forma de saberlo, ellos ya estaban muertos y no responderían sus dudas, pero imaginaba que no. Joe era sensato, y casi con toda seguridad le hubiera dicho que no arriesgase su futuro, que ya había salvado su culo una vez y no necesitaba exponerse de nuevo. Maxwell lo imaginaba a la perfección: sentado en la típica mesa de siempre, allá en el bar de Ducky's donde solían reunirse, con su cerveza de raíz y su boina hacia el costado, mirándolo con esa expresión afable que le caracterizaba. Bebería un trago, directo del pico de la botella, y entonces le diría: "¿Y si mejor dejas de jugar a ser el héroe de fin de semana, y te dedicas a disfrutar de tu hermosa chica, tirados al sol en alguna playa paradisíaca? Tú ya no estás para estos trotes, Max. Déjales esas aventuras a los protagonistas de tus historias, no a ti". Y tendría toda la razón del mundo.

Sin embargo, había otra razón por la cual sentía una incertidumbre tremenda. ¿Y si Abby tenia razón, y allí estaban actuando cosas que iban más allá de su comprensión? Se preguntaba. Estaba convencido de que para todo había una explicación, no era un escéptico pero tampoco era un supersticioso, y seguramente para todo esto también había una razón de ser. Pero aunque le costara reconocerlo, lo cierto era que había algo dentro de su fuero interno que parecía susurrarle, en los momentos en que se encontraba a solas consigo mismo, de que algo malo estaba ocurriendo. Lo podía notar en cada fibra de su ser como el primitivo instinto de un animal que se encuentra en peligro. Y justamente, ese tipo de emociones eran las que le llenaban de coraje y apremio, porque no se dejaría intimidar tan fácil. No, al menos, alguien como él. Lucharía por comprender la verdad de la demencial realidad que estaba viviendo, lucharía por devolverle un poco de dignidad a la memoria de sus amigos y demostrarle a Abby que allí no había nada sobrenatural ni misterioso. Lucharía por todo ello hasta que la tierra temblase y se partiera en dos, si era necesario.

Sí, eso sería lo mejor que podría hacer. Y en cuanto aquella locura estuviera por fin acabada, le propondría un viaje de ensueño a Abby, que sin duda lo tenía más que merecido. Se olvidarían de todo, y con el tiempo, se difuminaría progresivamente hasta convertirse en nada más que un miserable y funesto recuerdo, perdido en la lejanía de sus memorias. Asintió con la cabeza, mirándose aún en el espejo. Su reflejo le imitó, como era de esperarse, y satisfecho con el hecho de al fin tener las ideas en su sitio, se giró hacia la ducha, abriendo la llave del agua caliente y la fría al mismo tiempo. En el espejo, lo que antes era su reflejo se volteó a verle, con una sonrisa ladeada y los ojos completamente ennegrecidos como el pozo más profundo del infierno. Pero Maxwell estaba de espaldas, sin verle.

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