Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

11

Joe estaba muy concentrado lavándose las manos, callosas y ásperas, para quitarse toda la tierra bajo las uñas y entre los dedos. La pileta del baño confeccionada en cerámica blanca, estaba moteada por el agua que salpicaba, y con una sonrisa pensó que Rita enloquecería si lo viera ensuciarla así, pero para su suerte, se hallaba cocinando. Tener una huerta no era algo fácil, y necesitaba mantenimiento. Aquel mediodía, justamente, acababa de plantar una nueva hilera de cebollas, además de abonar la tierra y regar todos los plantíos.

En la puerta sonaron tres golpes secos, y dando un chasquido con la lengua en señal de desconformidad, Joe se apresuró a terminar de lavarse las manos, enjuagar la pileta rápidamente, y secarse las manos.

—¡Yo voy! ­—exclamó, aún frotándose las manos con la toalla.

Caminó hasta la puerta y abrió. Frente a él se hallaba Maxwell, aunque no tenía buen aspecto. Estaba pálido, demacrado y ojeroso, y Joe se preguntó si estaría enfermo.

—Hola, Max. Que bueno verte, no sabía que vendrías —Le dijo. Se acercó para darle un abrazo en el típico saludo de siempre, y al palmearle la espalda notó que no solo se veía raro, sino que además olía mal. Como a humedad y a tierra, o algo más que no podía terminar de definir. Lo único que entendía era que su olor corporal era realmente nauseabundo.

Iba a decirle que pasara y tomara asiento, pero de repente, Maxwell lo tomó por el cuello con su mano derecha. Joe emitió un sonido ahogado de sorpresa, y sintió que era empujado hacia atrás. Maxwell cerró la puerta de entrada con su mano libre sin dejar de sujetar a Joe, hasta que lo soltó. Rápido como una centella, le dio un contundente puñetazo en toda la cara, que lo hizo desplomarse encima de los sillones y luego hacia la alfombra.

Alarmado, Joe sintió que se mareaba de repente. El golpe había sido durísimo, sentía que tenía algo duro adentro de la boca, además de un montón de sangre. Escupió en el suelo, y un diente salió expulsado. Un grito salió de su garganta en cuanto vio que Maxwell avanzaba de nuevo hacia él.

—¡Rita, auxilio! —vociferó.

Su esposa salió de la cocina en el mismo momento en que Maxwell tomaba por la chaqueta a Joe, levantándolo del suelo. Su rostro estaba cubierto de sangre y la expresión de Maxwell era completamente inerte, no parecía tener ningún tipo de consideración por su mejor amigo, ni siquiera titubeaba. Horrorizada, sin comprender por qué le estaba atacando de aquella manera, solo atinó a gritar:

—¡Max, detente, Dios mío!

Sin embargo, él no hizo caso, ni siquiera contestó nada en absoluto. Sujetando a Joe por el cuello, lo lanzó violentamente contra el televisor. Su rostro impactó de lleno en la pantalla, dejando un gran manchón de sangre. El aparato no se rompió, pero sí se cayó de su soporte, rodando por el suelo junto con el propio Joe. Aterrorizada por la escena, Rita corrió hacia Maxwell con la cuchilla en alto, aún sucia con restos de zanahoria en su hoja, y de un solo golpe se la enterró hasta la empuñadura encima del hombro derecho, perforando en diagonal hacia la parte baja del cuello. Nunca había pensado siquiera por un solo instante de su vida atacar a Maxwell, a quien quería como a un hermano, pero la supervivencia de su esposo imperaba más, y lo defendería a cualquier precio.

Maxwell se giró, ni siquiera hizo la menor señal de dolor, tampoco cayó al suelo, a pesar de que le había dado en un punto vital como había visto en las películas de acción muchas veces en su vida. Simplemente la miró, con aquel rostro inexpresivo, y le dio un puñetazo con la mano izquierda que por poco le hace perder el conocimiento. Rita se desplomó en el suelo del living, mareada en extremo, pero haciendo acopio de fuerzas intentó levantarse tan rápido como pudo. Dentro de su atontada mente podía escuchar el sonido seco de los golpes que Maxwell le estaba propinando a Joe, así que sujetándose de una silla para ponerse de pie, corrió hasta el dormitorio matrimonial y tambaleándose, abrió el cajón de la mesilla de noche de su esposo.

Hacia mucho que Joe la había comprado, y jamás la había usado en su vida. No tenían ningún tipo de necesidad, pero él la había adquirido ya que al ser dos jubilados solos, sin hijos, y sin protección de ningún tipo más que la de ellos mismos y la de las cámaras de seguridad que había instalado un par de años atrás, era necesario. Rita tomó en sus manos el revolver calibre 22 y movió el tambor a un lado, comprobando que tenía todas las balas. Volvió a poner el tambor en su sitio, y justo cuando se giraba sobre sus pies para correr de nuevo hacia el living, escuchó algo romperse, el típico sonido a cristales destrozados.

Corrió tanto como sus piernas le permitían, y cuando llegó de nuevo a la sala, sintió que perdería la cordura en aquel instante. Maxwell había lanzado a Joe contra una de las ventanas, y con los vidrios partidos que habían quedado sujetos al alfeizar de la ventana, le había cortado la yugular, empujándolo encima de ellos. El cuerpo inerte de Joe aún convulsionaba espasmódicamente mientras la sangre corría por la pared y se desparramaba tiñendo la alfombra. Maxwell, sin embargo, tenía ambas manos encima de la nuca del cuerpo, empujando hacia abajo con violenta saña para que se desangrara más rápido.

Rita gritó, dio un alarido de horror tan áspero y fuerte que creyó que se le reventarían las cuerdas vocales. Las lágrimas se desbordaron de sus ojos y sin dudar ni por un instante, levantó el revolver y disparó dos veces. Una de las balas la falló, pero la otra le impactó de lleno en la espalda. Se giró hacia ella y caminó a paso rápido, como si el disparo no le hubiera afectado en lo más mínimo, aún con el mango de la cuchilla sobresaliendo de su hombro. Rita disparó dos veces más. Las balas le ingresaron por el pecho y salieron por detrás, pero Maxwell no se detenía. Se paró frente a ella y le tomó el arma con una mano, en el mismo momento en que Rita volvía a disparar. La bala le perforó la palma de la mano, pero Maxwell no se inmutó, ni siquiera sangró. Le quitó el revolver de un violento manotazo, la tomó por el cuello, se lo metió de un golpe en la boca, haciéndola sangrar al romperle dos dientes, y disparó sin dudar. La bala salió por la nuca de Rita, que dio una violenta sacudida, mientras que Maxwell la soltaba para que cayera al suelo, inerte.

Lanzó el arma a un costado, levantó una mano para quitarse la cuchilla del hombro, y dándose la vuelta, avanzó hasta la puerta de entrada para irse tranquilamente, dejando a su espalda una escena dantesca de horror y muerte. Su trabajo allí, ya estaba hecho.


*****


Maxwell y Abby llegaron a la entrada de King sea – Bar and Grill aún tomados de la mano, luego de bajar del coche. Era un restaurante fino, especializado en comida marina ubicado en la costa, con una de las vistas más privilegiadas de la ciudad. Mientras estacionaban el coche, Abby le había dicho que un lugar como aquel sería muy caro y no había ningún tipo de necesidad de gastar tanto dinero, que bien podrían pedir una pizza y almorzar en su casa. Sin embargo, Maxwell dijo que quería agasajarla y además festejar el hecho de tener la posibilidad de un contrato de lo más exitoso, antes de retirarse de la escritura. Según sus palabras, "un día perfecto tenía que terminar de una forma perfecta", y así planeaba ser.

Ingresaron al local, atravesaron todo el recinto y salieron a la parte trasera, donde estaba ubicada la terraza con suelo de madera y a pocos metros de la ancha costa de arena fina y blanca. Tomaron asiento alrededor de una mesa de madera barnizada, con dos manteles de hule y un servilletero decorado en el medio, y al instante una camarera se acercó a ellos con dos cartas de menú, revestidas en cuero y con sus páginas plastificadas.

—Dios mío, pero si un menú aquí equivale a mi sueldo en una quincena —bromeó, mirando la lista de precios. Maxwell se encogió de hombros.

—No importa, Abby. Olvídate de eso, solo elige y ya.

Cinco minutos después, cuando ya habían decidido la bebida —jugo de naranja para ambos— y una paella para compartir, le hicieron el pedido a la camarera, y en cuanto se hubo retirado se miraron en silencio. Ella entonces le estiró una mano por encima de la mesa, él la tomó, sintiéndola tibia y suave como siempre, mientras acariciaba con el pulgar uno de sus finos y delicados dedos.

—Tú sabes bien que no tienes que renunciar a tu carrera por mí —dijo ella, mirándolo a los ojos­—. Es tu creatividad, tu arte.

—Lo sé —asintió Maxwell—. Pero en verdad quiero hacerlo, como le dije al señor Wells, quiero disfrutar el resto de mi vida contigo de la mejor manera.

—Me siento una privilegiada.

—Al contrario —aseguró él—, el privilegiado soy yo. He tenido muchas malas situaciones a lo largo de mi vida, cosas que me han hecho engordar, o que me han quitado el sueño, o que me han empujado a enfermedades de mierda como la depresión, el alcoholismo, o la cirrosis compensada. Y de repente, por primera vez en mi vida, encuentro alguien que no solo es buena conmigo, sino que además me muestra que vale la pena estar vivo. Quiero aprovechar esto tanto como pueda.

—Nunca hubiera imaginado que me enamoraría perdidamente de quien desmayó de un golpe a mi editor —Rio Abby.

—La vida es muy extraña —convino él.

—Y que lo digas.

—¿Y tú qué tal vas con tu novela? Aún tengo la deuda de conseguirte un nuevo editor, ahora que lo nombraste.

—Bueno, momentáneamente suspendida por causas de fuerza mayor —bromeó ella—. Pero le miro el lado bueno a las cosas, ahora por lo menos tengo más tiempo para corregir escenas y trabajar en algo mejor.

—Incluso puede que en un futuro trabajemos juntos.

—¿Cómo?

—Tú escribes, yo corrijo, o viceversa. No sería una mala idea —aseguró Maxwell.

—Cuando empiece a mandarte manuscritos y párrafos sueltos a las dos y media de la madrugada vas a odiar esta idea, yo lo sé.

—Nah, jamás podría odiar algo que hagas. Además, eso se soluciona fácil.

—¿Ah sí? ¿Y cómo lo harías?

—Sencillo —aseguró él—. Te vienes a casa mientras estés en etapa de redacción, así sea un fin de semana, un mes o un año, lo que necesites.

—Vaya, eso es un paso muy importante, ¿no crees?

—¿Ha sonado muy apresurado de mi parte?

—Bastante de hecho, sí —respondió Abby, riendo.

—Lo siento, no era mi intención...

—Descuida, no me molesta en lo absoluto. Pero si bien nos llevamos de maravilla y nos queremos, tenemos que conocernos más aún como para llegar a ese punto —explicó ella—. Sin embargo, supongo que de aquí a un año, todo puede ser posible.

Maxwell sonrió, al sentir que tenía una puerta abierta a la convivencia en pareja. Realmente, luego de todo lo acontecido con la madre de Randall, disfrutaba muchísimo la soledad de su casa. Sin embargo, también había una realidad a la cual no podía negarle la razón: cada día que pasaba le tentaba mucho el hecho de compartir todos los ámbitos de su vida, incluida la intimidad de un hogar, con Abby. Lo había pensado muchísimas veces en la soledad de su cuarto, o sentado frente a la computadora, cuando quería avanzar en su proyecto literario y las ideas no fluían como debían ser. Sentía que haber encontrado a alguien como ella era una bendición en muchos aspectos, y tenía que aprovechar la oportunidad que le estaba brindado la vida, o no tendría una segunda chance. Lo podía intuir con una certeza increíble.

Por eso, tenía que hacer algo al respecto con su vida. No podía quedarse estancado en la autocompasión día tras día, debía tomar el toro por los cuernos y si quería pensar en un buen futuro con Abby, tal vez sería una buena idea seguir las recomendaciones de Daniel, su médico personal. Antes, pensar en Alcohólicos Anónimos era un sinónimo de vergüenza, pero ahora era muy distinto.

—¿Qué piensas, Max? —Le preguntó. Él parpadeó un par de veces, y sonrió.

—En nosotros, Abby. En que quizá no sea una mala idea comenzar con la doble a. Si quiero sacarme este problema de encima, debo hacer un buen sacrificio por mi parte —respondió.

—¿Y crees que estás demasiado viciado como para tener que ir a alcohólicos anónimos?

—En realidad no, pero si quiero tener un buen porvenir contigo debo hacerlo. No quiero que tengas que cuidarme cuando esté enfermo, quiero vivir la mayor cantidad de años posibles de forma sana y estando limpio, para aprovecharte tanto como pueda. Es lo menos que te mereces, y no quiero ser una carga o un estorbo al que tienes que estar levantando del suelo cada vez que se emborrache, o cuidando en un hospital.

Abby lo miró con fijeza, vio el gesto de pesadumbre en Maxwell, y comprendió en aquel preciso instante que era un hombre dolido, alguien que realmente sentía vergüenza y quizá hasta desprecio de sí mismo, muy en el fondo de su ser. Fue allí cuando le invadió un dolor indescriptible por su situación, en medio de la empatía que la dominaba.

—¿Realmente crees que puedas llegar a ser una carga para mí? —preguntó ella.

—Bueno, supongo que sí, yo... —dijo Maxwell, titubeando.

—Max, no digas tonterías. ¿Cuánto daño te han hecho para que pienses así de ti mismo?

Aquella pregunta sonó como una bofetada en la mente de Maxwell. No por algo malo, sino porque no se la esperaba.

—Pues... mucho —murmuró.

—Escúchame, mientras estemos juntos quiero que seas otro tipo de persona. No sé cuales son las cosas malas que has hecho en tu vida, o que clase de defectos tienes, supongo que serán muchos, como yo o como cualquier persona en este mundo —dijo Abby, mirándolo con fijeza—. Pero eso no te convierte en un paria, y lo que hayas pasado se acabó. Ahora tienes una vida nueva, ya no estás solo y abandonado bebiendo copa tras copa en tu casa. Me tienes a mí, nos tenemos mutuamente, y debemos hacer algo al respecto. Por eso quiero que tengas las cosas bien claras contigo mismo. Respóndeme algo, ¿por qué escribes?

—Porque es mi forma de gritar y sacar toda la mierda que llevo dentro.

—No, esa no es la respuesta que quiero. ¿Por qué escribes? Vamos, dilo.

—¿Por qué soy bueno en lo que hago? —intentó, y Abby asintió con la cabeza.

—No me lo preguntes a mí, necesitas creerlo tú. Repítelo de nuevo.

—Porque soy bueno en lo que hago.

—Exacto —Le sonrió—. ¿Tú eres directamente responsable por las cosas malas que te han pasado?

Maxwell pareció recordar algo muy lejano en su vida, y luego de un momento, asintió con la cabeza.

—Bueno, la verdad que sí...

—¿Y puedes hacer algo para revertir eso?

—No, ya no —dijo Maxwell, encogiéndose de hombros.

—Entonces de nada sirve que sigas lastimándote a ti mismo con cosas que escapan de tu alcance. Por lo tanto, déjalo allí atrás, y vive Max. Lo que sea que hayas pasado antes son asuntos que ya se han acabado, lo que estás viviendo ahora en tu presente, son cosas efímeras y tienen un final. Solo te queda el futuro y lo que puedas hacer con él, pues enfócate en eso, y nada más. Y si lo quieres enfocar conmigo, pues tanto mejor, pero no puedes avanzar si aún sigues cargando con una bolsa de rocas a la espalda, cariño —respondió ella, mirándolo con ternura.

Maxwell enfocó la vista hacia sus manos en la mesa, y se dio cuenta que sentía los ojos llorosos. Aquella mujer era mágica, pensó. Nadie le había hablado de aquella manera, nunca. Ninguna pareja que haya tenido ni tampoco las mujeres que vinieron después, ni siquiera a las que pagaba de vez en cuando para que hicieran y dijeran cosas bonitas. Dio un suspiro, asintió con la cabeza, y al levantar el rostro hacia Abby, sonrió. Era hermosa, pero luego de aquello le parecía doblemente bonita, pensó.

—Tienes toda la razón —dijo.

La comida que habían encargado llegó unos breves instantes después de aquella charla. La paella estaba riquísima, tanto así que incluso le pidieron a la mesera que le envolvieran lo que había sobrado en una bandejita descartable, para llevarlo a la casa. Tardaron casi una hora en comer y otra media hora más en reposar un poco, saciados a más no poder, antes de pagar la cuenta. Maxwell abonó con su tarjeta de crédito, y luego de agradecer a la amable mesera que los había atendido, se levantaron de sus asientos y salieron de nuevo a la calle.

Al llegar a su coche, Maxwell le abrió la puerta del lado del acompañante a Abby, cerró luego de que ella subió, y por último rodeó por delante del Citröen hasta llegar al lugar del conductor. Maxwell metió la llave en el contacto, y antes de encender el motor, habló.

—Gracias por acompañarme con la reunión, Abby. Si no fuera por ti, no hubiera aceptado la posibilidad del contrato, y lo sabes.

—Me alegra haberte ayudado, y el almuerzo estuvo riquísimo —respondió, con una sonrisa.

—¿Quieres quedarte a cenar?

—Me encantaría, Max. Pero en masomenos unas dos horas tengo que entrar a trabajar en la oficina, y quiero pasar por casa a cambiarme de ropa, ducharme y ordenar un poco —dijo, mirando su pequeño reloj de pulsera.

—Te llevo entonces, no hay drama.

Maxwell encendió el motor, maniobró el coche para salir de la zona donde estaba estacionado y enfiló el trayecto de la calle, doblando a la derecha al llegar a la esquina, para tomar los accesos más cercanos a una de las avenidas principales. A esa hora, por lo general el tráfico no era demasiado intenso. La hora pico siempre era entre las nueve y las diez de la mañana, margen de hora donde por lo general la mayoría de la gente parte rumbo a sus trabajos, así que se permitió marchar a unos agradable sesenta kilómetros por hora durante gran parte del viaje.

Sin embargo, la paz no le iba a durar demasiado. Luego de cruzar la intersección que bordeaba el parque Wellington, escuchó varias sirenas acercándose rápidamente. Al mirar por el espejo retrovisor, vio al menos cuatro patrullas policiales, que esquivaban los pocos coches que no se orillaban al escuchar su característica sirena de alarma. Maxwell hizo lo propio, en cuanto vio que ya las tenía muy cerca, reduciendo su velocidad y orillándose a un costado para que pasaran tranquilamente en su persecución. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando escuchó el chirrído de neumáticos a su izquierda. Dos de esas cuatro patrullas le cerraron el paso violentamente, mientras que las otras dos frenaban por detrás de su posición.

—¡Pero por un carajo! —exclamó, pisando el freno con rapidez. El morro del Citröen estuvo a punto de chocar contra la cola de una de las patrullas.

Atónito, vio como de las patrullas descendían al menos seis oficiales con chaleco antibalas y las pistolas en alto, apuntando hacia ellos. Enseguida le rodearon el coche y uno de ellos le abrió la puerta del conductor, sin dejar de apuntarle.

—¡Bájese del vehículo, ahora mismo! ¡Las manos donde podamos verlas! —Le gritó.

—¿Pero qué demonios está sucediendo? —preguntó Maxwell, apartando las manos del volante. En las aceras, la gente se amontonaba a mirar la escena, guardando una distancia prudente.

—¡Que se baje del coche, ahora! —Le gritó el oficial, sin dejar de apuntarle. —¡Obedezca!

—Max, ¿qué está pasando? —preguntó Abby, realmente asustada.

—No lo sé, no entiendo nada —respondió él, mientras se desabrochaba el cinturón.

En cuanto descendió del coche, el oficial que le había obligado a bajarse, enfundó rápidamente la 9mm y tomándolo con brusquedad de la chaqueta, lo hizo girar sobre sus talones, estampándolo contra la puerta trasera del coche. Le pateó los tobillos, para que separase las piernas, y comenzó a palparlo por todos lados. Cuando terminó, sin dejar de sujetarlo por la parte trasera del cuello, le tomó una de las muñecas. Luego la otra.

—Está desarmado, avisa que lo tenemos —habló. Maxwell escuchó que otro oficial cercano a él hablaba por su intercomunicador diciendo que lo habían capturado.

—¡Por supuesto que estoy desarmado! ¡Tengo mis derechos, señor! ¿Pueden decirme qué carajo está pasando aquí? —exclamó, de forma colérica. El frío de las esposas de acero sobre la piel de sus muñecas se hizo sentir.

—Cállese —Fue todo lo que le respondió el agente tras su espalda.

En aquel momento, Abby intervino. Se acercó rápidamente a ellos, en cuanto vio que el oficial conducía a Maxwell rumbo a una de las patrullas, pero otro agente le interrumpió el paso, a lo cual ella levantó las manos con rapidez.

—¡Esperen, no pueden llevárselo así como así! —exclamó.

—¿Usted es familiar de él?

—Sí, soy su pareja.

—Bien, entonces preocúpese en conseguirle un buen abogado, porque su novio va a recibir como mínimo veinte años.

Maxwell sintió que las piernas se le aflojaban al escuchar aquello, y se obligó a moverse en cuanto sintió que era empujado de nuevo hacia la patrulla, pero aturdido por la noticia, se resistió cuanto pudo.

—¡No, espere, exijo saber qué demonios ha pasado! —exclamó. —¡Por favor!

—Usted ha sido arrestado por el homicidio de Joe y Rita Kurtz, tiene derecho a guardar silencio a partir de ahora. Cualquier cosa que diga puede y será usada contra usted en un tribunal judicial. Tiene derecho a contar con un abogado y en caso de que no pueda pagárselo, el estado le brindará uno de oficio. ¿Comprende lo que le acabo de decir? —respondió el oficial.

Maxwell no respondió. Solamente sintió que sus ojos se anegaban de lágrimas y que estaría a punto de desmayarse en breve. No solo le acababan de recitar la advertencia Miranda, sino que encima Joe y Rita estaban muertos. No, no era posible, pensó. Levantó la vista trémulamente hacia Abby, ella lo miraba con los ojos abiertos de par en par.

—No... no puede ser... Joe es mi amigo... —balbuceó. Sentía las piernas como si le pesaran doscientas toneladas y fuera incapaz de moverlas, mientras comenzaba a llorar de forma incontenible. —¿Cuándo pasó?

—Hace poco más de dos horas. Basta de charla, andando.

El oficial lo empujó de nuevo, y cuando ya estaba a menos de dos metros de llegar a la patrulla, escuchó que Abby gritaba:

—¡Esperen, debe haber un error! —Por la voz, se dio cuenta que también estaba llorando. —¡Nosotros estábamos en una reunión con un editor, esto no tiene sentido!

—Sí, señorita —respondió el oficial—, y Mickey Mouse fue a cenar anoche, a mi casa. Ya ha sido suficiente. ¡Levanten el perímetro, nos vamos! —indicó, levantándole la voz a los demás agentes.

—¡Espere, por favor, espere! —pidió Maxwell, mientras giraba la cabeza hacia Abby. —¡Cariño, toma mi coche y ve hasta mi casa! En la biblioteca, tercer estante desde el techo hacia abajo, desde Moby Dick hasta Las mil y una noches, esos libros son cubiertas falsas. Allí hay una caja fuerte con ocho mil dólares, toma todo ese dinero y contrata un abogado, la contraseña es uno nueve ocho uno. ¿Lo podrás recordar?

—Sí, lo haré —dijo ella, sollozando.

—Agente, en el bolsillo derecho de mi chaqueta están las llaves de mi casa, ¿podría dárselas, por favor? —pidió. El policía lo miró con desdén, aún sujetándolo por las esposas, y entonces miró a Abby.

—Venga, tome las llaves, pero que sea rápido.

Ella se acercó a él, metió la mano en el bolsillo y sacó las llaves de su interior. Entonces, Maxwell la miró con las mejillas empapadas por el llanto.

—Abby, sabes que yo no hice nada —dijo. Ella lo miró, y asintió con la cabeza.

—Claro que lo sé, Max, si estábamos juntos. Debe de haber un error, seguramente sea un error, tienes que permanecer tranquilo. Buscaré el mejor abogado que pueda contratar, te lo prometo.

—Suficiente, a la patrulla —dijo el oficial, empujando a Maxwell hacia el interior del coche, con las luces rojas y azules encendidas.

Cerró la puerta bruscamente, y Maxwell apoyó la cabeza en el cristal reforzado de la portezuela. El asiento era de plástico, estaba duro, y no tenía cojines. El espacio era demasiado reducido debido a la mampara de seguridad que dividía el coche en dos, para que los reclusos no pudieran atacar al chofer o al acompañante, y tenía que sentarse casi de costado para que sus piernas pudieran estar medianamente cómodas. Pero lo peor de todo, lo que mas le dolía, era el hecho de ver a Abby allí, padeciendo toda aquella situación totalmente bizarra y sin ningún tipo de lógica, llorando de pie en medio de la calle mientras tenía que presenciar como le arrestaban por algo que no había cometido. Eso, lógicamente, sin contar que su único y mejor amigo estaba muerto, al igual que su esposa, aparentemente asesinados por él mismo.

Sintió el ruido de las portezuelas de adelante abrir y cerrarse, y con rapidez, el coche aceleró por la avenida. Maxwell intentó voltearse en la patrulla para mirar a Abby a través del parabrisas trasero, de pie en medio de la calle, perdiéndose gradualmente en la distancia a medida que se alejaba de ella.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro