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En cuanto llegaron a la casa, Abby comenzó a preparar todo para ir a dormir: beber un vaso de leche, cepillarse los dientes, cambiarse de ropa por su camisón de seda favorito y aquel que tanto le gustaba a Maxwell. Sin embargo, se dio cuenta con total sorpresa que él no la seguía hasta la alcoba como casi todas las noches, con esa mirada cómplice y lujuriosa que le caracterizaba, cada vez que le veía con aquella prenda transparente encima del cuerpo. Sino que por el contrario, dejó el bolso de camping encima del sillón, lo abrió buscando el disco duro externo, y con él en la mano, caminó hasta el escritorio donde estaba su computadora.
—Cariño, ¿qué vas a hacer? —Le preguntó, aunque bien sabía la respuesta obvia.
—Voy a revisar la filmación del homicidio.
—¿Por qué mejor no esperas hasta mañana? No se va a ir a ningún lado, vamos a la cama, Max... —pidió. No era solamente por tener sexo, sino porque realmente se hallaba cansada. La tensión y adrenalina, producto del terror que había sentido por estarse metiendo en el hogar donde ocurrió tan terrible acontecimiento, de noche y completamente a oscuras, había acabado por agotarla. Además, también quería distraerlo un poco, hacer que pensara en otra cosa.
—Si espero, no podré dormir, me conozco y me va a matar la ansiedad. Si quieres ve, Abby. Yo me quedaré aquí un par de horas, luego subiré.
Como toda respuesta, ella dio un suspiro, y entonces se encogió de hombros.
—Va, me quedaré contigo entonces...
Tomó una silla de la mesa y la acercó hasta el escritorio, donde Maxwell ya había encendido su computadora y ya había conectado el disco duro externo a un puerto USB. Comenzó a revisar cada carpeta fechada, hasta encontrar la del día exacto del homicidio. Entonces, dentro de la misma, había un único archivo de vídeo, el que correspondía a las 24 horas de grabación de aquella jornada. Conteniendo la respiración, hizo doble clic, y el reproductor de vídeo se abrió.
Al principio, no hubo nada. En las horas de la mañana —las cuales Maxwell comenzó a adelantar a intervalos de diez minutos—, se le veía a Joe y Rita preparando el café en sus pijamas de franela, luego desayunando. Rita conversaba, no había audio, pero le veía la boca al hablar, ya que la definición de la cámara era inmejorable. Luego recogieron la mesa, y mientras que Rita se dirigía a la habitación, Joe lavó los platos, tazas y cubiertos usados. Cuando Rita volvió, lo hizo con una ropa diferente, más informal para la casa, y entonces comenzó a barrer los pisos antes de trapearlos, sacudir los muebles y quitarles el polvo a los aparatos electrodomésticos. Era increíble, se dijo Maxwell. Era como si su sentido de pulcritud y aseo domestico le hubieran hecho saber, de alguna extraña manera, que iban a morir ese día, por lo que debían dejar todo en orden antes de hacerlo. Sin poder evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas, pero las supo contener.
Mientras limpiaba, Joe subió al ático. Maxwell lo vio abrir la compuerta y desplegar la misma escalerilla por la que él había subido aquella misma noche, y luego de permanecer arriba durante algunos minutos, le vio bajar con la ropa de trabajo que siempre usaba para sus cultivos y la jardinería: pantalón de jean, desgastado y emparchado en las rodillas. Sus botas de goma, su camisa a cuadros y la faja sosteniéndole el abultado vientre, además de la zona lumbar, para que no le doliera la espalda después. Maxwell sonrió, era la viva imagen del campesino promedio, viviendo en una gran ciudad.
No ocurrió más nada durante las siguientes tres horas y media, a las que Maxwell volvió a adelantar en intervalos de veinte minutos esta vez. Podía ir directamente a la hora del homicidio, era imposible olvidarla, porque mientras tanto él estaba en su reunión con Patrick Wells y luego almorzando en el restaurante cerca de la costa, pero quería evitar perderse el mínimo detalle, por lo que prefería ver la cinta completa. A medida que iba dando pequeños saltos adelantando el tiempo, su corazón comenzó a latir con mas fuerza a medida que se iba acercando poco a poco a la hora indicada, y cuando estaba ya en el momento justo, lo pudo percibir como si realmente hubiera estado ahí.
Joe ya había entrado a la casa, luego de sus tareas. Rita cocinaba, le había visto entrar en la cocina y no volver a salir. También había visto a Joe dirigirse rumbo al baño, seguramente para asearse un poco, hasta que le vio salir con las manos mojadas, ya limpias de la tierra. Caminó hasta la puerta, la abrió, y entonces un brevísimo temblor en la imagen se pudo ver. No fue como si la cinta hubiera fallado, o como si la cámara tuviese un error de enfoque, ni siquiera era algún tipo de estática. Era algo que Maxwell no había visto antes, y que tampoco podía describir con exactitud. Lo único que se le ocurrió, entonces, fue que tal vez algo había interferido en la grabación.
Se acercó un poco más a la pantalla, y entrecerró los ojos con el ceño fruncido, como si no diera crédito a lo que veía. Joe le abría la puerta a algo, pero allí no había nada. No obstante, le veía saludar a alguien con un abrazo.
—¿Qué demonios...? —murmuró, sin comprender.
—Max, no entiendo... —opinó Abby. —¿No se supone que tú apareces en la grabación?
—Se supone.
De pronto, lo horrible. Ve como Joe se retira hacia atrás, sujetándose de algo que aparentemente le está tomando por el cuello. Retrocede un paso, dos, tres, entonces la puerta de entrada de la casa se cierra sola, y acto seguido, Joe se desploma en el suelo, escupiendo sangre sobre la alfombra y algo más que Maxwell imaginó sería algún diente. Algo le había descargado un puñetazo, ¿pero qué? Se dijo. Era horrible, absolutamente espantoso de presenciar, pero aún así no podía apartar la vista. La piel se le puso de gallina al darse cuenta de que estaba viendo algo imposible, pero que quería interpretar como un simple fallo mecánico, nada más.
En la imagen aparecía Rita, corriendo desde la cocina con la cuchilla en la mano. Entonces, Joe es levantado de la chaqueta por algo que solamente él podía ver, y de un segundo al otro, sale despedido con violencia hacia el televisor. Maxwell estaba boquiabierto, para estas alturas. En un principio, había dudado de lo que estaba viendo, incluso hasta de su propia cordura. Sin embargo, con esa toma no había margen de dudas: se podía ver con claridad como la chaqueta tomaba la forma de algo que la sujetaba, quizá un par de puños, pero que por algún motivo no aparecía en la imagen. Abby lo miraba consternada.
—Dios mío, Max. Saca eso, me estás asustando —pidió—. ¿Por qué no te ves? ¿Qué demonios está pasando? Es como si le estuviera atacando un fantasma.
—No lo sé... no lo entiendo... —murmuró él, sin apartar la vista del monitor.
Como si los horrores fueran pocos, la imagen mostraba claramente como Rita parecía atacar hacia adelante, clavando la cuchilla en alguien. Sin embargo, allí no había nada, la cuchilla permaneció flotando en el aire como si algún experto editor de vídeo se hubiera infiltrado en la casa, hubiera recogido la grabación de aquel dia, y la hubiera alterado para jugar una broma macabra. En aquel momento, entonces, lo que fuese que estuviera atacando a sus amigos, golpea en el rostro a Rita, que se desploma al suelo bastante atontada, y luego vuelve a tomar a Joe de la chaqueta. Las mismas invisibles manos volvieron a formarse en la tela, y mostrando una fuerza de voluntad increíble, Rita logra levantarse para salir corriendo a la habitación. Maxwell, mirando aquello, se retorcía las manos por debajo del escritorio, víctima de la ansiedad más pura. Si hubiera estado solo en aquel momento y nunca hubiera conocido a Abby, quizá, se pondría a gritarle a la pantalla que por favor salieran huyendo de allí, que intentar defenderse no servía de nada, pero que debían salvarse a como diera lugar. Sin embargo, se contuvo, no quería demostrar delirios mentales todavía, se dijo, en cierto tono bromista dentro de su aturdido y asustado cerebro.
A rastras, Joe fue conducido hacia una de las ventanas laterales de la propiedad, y entonces vio con tremendo espanto como su frente impactaba de lleno contra el cristal, haciéndolo pedazos. Algunos fragmentos de vidrio se clavaron en sus mejillas y sus hombros, pero lo peor de todo, fue cuando quien fuese que estaba asesinándole, utilizó las puntas de cristal que aún permanecían aferradas a la madera del alfeizar para empujarle hacia ellas, clavándoselas directamente en la garganta. Horrorizada, Abby apartó la vista y se levantó de la silla, alejándose de allí y negando con la cabeza. Maxwell, sin embargo, se quedó sentado, viendo como su mejor amigo era asesinado de forma brutal, viendo como su cuerpo comenzaba a convulsionar por la copiosa pérdida de sangre, y como la misma corría a través de la pared tiñéndolo todo de rojo oscuro hasta llegar al borde de la alfombra.
Entonces, Rita apareció en escena. Llevaba un revolver en la mano, y apuntaba hacia adelante a algo que solo ella podía ver. Dio dos disparos, pudo ver como esquirlas de polvo salieron de la pared frente a ella, y un tercer disparo más, pero repentinamente algo le quitaba el arma. Atónito, vio como el revolver levitaba frente a ella mientras era sujetada a la fuerza, lo que sea que le aprisionaba le metió el caño del revolver en la boca, con violenta brusquedad, y luego disparó. La bala salió por la nuca, salpicando sangre, sesos y hueso a su paso, y Rita se desplomó al suelo con los ojos abiertos de par en par. Por último, el revolver caía al suelo, luego la cuchilla y como frutilla del pastel, la puerta de entrada abriendo y cerrando sin que nada la tocara, al menos en el vídeo.
Maxwell estiró una mano hacia el mouse de la computadora y cerró el reproductor. Luego respiró hondo, y se reclinó hacia atrás en su silla giratoria. Nada de lo que había visto tenía sentido alguno, se hallaba aturdido, confuso y por sobre todo asqueado. Se miró las manos, la punta de los dedos le temblaba ligeramente. Abby lo miró, y se dio cuenta de que algo no estaba bien.
—¿Max? —Le preguntó.
—No puedo creer lo que... Yo... —balbuceó. Y entonces se puso de pie, pasándose la mano por el cabello, aterrorizado. —No había nada.
—Lo sé, lo he visto. ¿Crees que la filmación esté alterada?
—No, no lo creo... Sería imposible, además, la policía confirma haberme visto en las memorias de las cámaras. No entiendo por qué en esta no aparezco. Eso es ilógico.
De forma repentina, las luces de la casa comenzaron a parpadear. No fue como una baja de voltaje en la línea de alumbrado público, fue como si todas las luces de la casa decidieran fallar intermitentemente de forma aleatoria. Maxwell miró hacia arriba, Abby dio un respingo asustado, aquello no le gustaba nada.
—Dios mío, ¿pero qué pasa? —susurró ella, con la respiración agitada, mirando en todas direcciones.
De pronto, las luces se estabilizaron, volviendo a la normalidad. Maxwell no era un tipo de asustarse con cosas paranormales, sinceramente no creía en ello, aunque escribiera sobre el tema y hubiera visto mucho en sus documentaciones para sus novelas. Pero aquello era distinto, aquello le daba una mala espina brutal, había algo que no le permitía sentirse tranquilo, y la incertidumbre le llenaba de sombras y temores.
—Vamos a la cama, mi amor. Ha sido suficiente por esta noche —dijo.
Se tomó solo unos momentos en apagar la computadora, las luces de la planta baja y subir rápidamente hacia el segundo piso, sintiendo en todo momento que no debía mirar atrás. Reconocía esa sensación angustiante, como cuando era un niño pequeño y creía que por correr en la oscuridad algo le tomaría por la espalda de un segundo al otro. Se cepilló los dientes con rapidez, apagó las luces del pasillo y por último se metió a la habitación, bajo las sabanas con Abby, que temblaba ligeramente. No hicieron el amor, no esa noche. Habían visto demasiadas cosas como para quitárselas de la cabeza así como así, por lo que se abrazaron uno de otro hasta dormirse, primero Maxwell, luego Abby, quien se quedó unos minutos más mirando a la oscuridad de forma temerosa.
Abajo, en el living, la computadora se encendió otra vez. Y el vídeo con la filmación del asesinato comenzó a reproducirse sin que nadie tocara el aparato.
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