La criatura
Si contaba con algo de suerte, Marco me acompañaría. Realmente lo deseaba.
Le hablé maravillas de su extraordinaria vegetación, de las fabulosas criaturas que encontraríamos en el camino. Exalté todas las cualidades y beneficios que obtendríamos si me acompañaba. Su interés fue creciendo a medida que me escuchaba. Los próximos seis meses serían inolvidables. No podría dejar pasar la oportunidad.
— ¿Vendrás?
Marco afirmó con un gesto de la cabeza.
Quise festejarlo, pegar un grito al cielo, pero me contuve. Habían pasado apenas unas semanas de aquél fatídico accidente. Antes de aquello, éramos inseparables, participamos en al menos una docena de expediciones, siempre juntos, recolectamos innumerables muestras de microorganismos en Luna C como en Marte. Él y yo, hacíamos un equipo eficiente, de los mejores calificados. Pero las cosas cambiaron cuando Martínez, el bioquímico del equipo contrajo gripe y se dio de baja. Tomó su lugar Cruz, alguien que para mí era de dudosa calaña. No me agradaba. Era un tipo despreocupado, altanero, poco calificado que había trepado gracias a las influencias de su familia, sin embargo, pese a todas mis objeciones Marco y él se hicieron cercanos.
A finales del invierno, a mitad de la misión, cuando escalábamos el pico de un cerro roca—hielo, mi traje sufrió un extraño desgarro y quedé contaminado. El protocolo dictaba que fuera trasladado de emergencia al hospital bajo estricto control sanitario.
Cruz aprovechó mi ausencia para lavarle el cerebro a Marco y convencerlo de acompañarle por una temporada a minas Sky. En todo ese largo y agónico tiempo, yo no hacía más que extrañarlo. Me hacía mucha falta. Pero mi amigo no me escribía, no me llamaba, ya no le interesaba. Perdí todo contacto con él.
Pasó un año entero, y nuestros rumbos se separaron. Por entonces aún lamentaba su ausencia, añoraba revivir aquellas charlas apasionadas que manteníamos en privado. Fue un golpe de suerte enterarme que el Sistema coordinaba una nueva incursión a Aebiri, y que solicitaban voluntarios. Recordé que alguna vez Marco lo mencionó, que deseaba conocer Aebiri. Desde luego que me hice presente. Al ser altamente calificado no pusieron objeciones y me dieron luz verde para que armara mi propio equipo. Tenía la excusa perfecta, no perdería la oportunidad de traerlo de vuelta conmigo. Marco y yo, volveríamos a estar juntos como en los viejos tiempos.
...
Una vez que instalamos la base en Aebiri, nos topamos con el problema. Los gusanos carnívoros que devoran todo a su paso, que proliferan gracias a la torpeza de una fallida exploración anterior, era uno de los motivos por el que estábamos aquí.
—Menuda torpeza.
Y ahora la propagación de estos Tugus impedía que realizáramos nuestra labor.
— ¡Fueron unos imbéciles!
Esos gusanos de piel arenosa, escamosa, se arrastraban de acá para allá, barriendo todo a su paso, llegaban a medir metro y medio, lo que hacía imposible recolectar muestras de la tierra.
—Habrá que ir con pie de plomo. A estos Tugus, les encanta la carne.
Según las estadísticas, en menos de un año acabarían desolando este lugar y nosotros, no podríamos hacer nada para impedirlo. Estábamos ahí para recolectar muestras de la tierra y determinar su valor para nuestro beneficio. Contábamos con tres meses para incursionar hasta el rincón más inhóspito y llenar las docenas de cápsulas vacías.
Pero mi amigo estaba un paso adelante de todas esas teorías, sostenía que en el genoma de los Ming se encontraba un vasto conocimiento psico.
—Si conseguimos acelerar su evolución, supone; por dar un ejemplo, unos mil años, podríamos evitar esta extinción. —Estaba bastante convencido de ello.
Estas criaturas, los Ming de metro y medio, se erguían en sus dos patas imitándonos, tenían poca semejanza con nuestra especie, pero eran extremadamente fascinantes para él.
—Son demasiado hostiles, y por lo visto carecen de inteligencia.
—Algunos estudiosos teorizan que, si favoreciéramos su evolución, serían de mucha utilidad contra los Unix. Por lo que me he documentado, estoy convencido que es posible.
Sin embargo, yo me reservaba mis dudas.
Una tarde, meses antes de que llegara a nuestras manos la criatura, Marco estaba sentado en su carpa, con una copa de vino y música a bajo volumen, tuvo una visión. Se imaginó un ser extraño con capacidades psi. Vio que del cielo caían bombas, reducían las grandes selvas a escombros. Entonces, en la visión de mi amigo, esa criatura, emergía de esos escombros e iba limpiando los cielos, arrasando con las naves Unix.
—Quizás, esta criatura sea la respuesta que hemos buscado. —Marco no era experto en esa rama, pero se puso a leer todas las enciclopedias. Llevaba un cuaderno de apuntes con todas sus ideas. Y al cabo de un mes dedujo que bastaría con poner en marcha una serie de pruebas cerebrales para estimular y acelerar las capacidades neuronales de la criatura.
Tras unas semanas de insistencia, conseguí que el sistema enviara algunos rastreadores experimentados. Estos se internaron en las selvas, que todavía no habían sido afectadas por los Tugus, y le trajeron un montón de Mings muertos. Marco enloqueció por el terrible error. De la siguiente incursión a la selva, ninguno de los rastreadores regresó. Hasta que, veinte días más tarde quedó claro que jamás conseguiríamos un ejemplar vivo.
En una salida diurna que hice para la recolección de moho que se esparcía a las orillas de los pantanos, por un golpe de suerte di con ese ejemplar. El Ming se veía desnutrido, era demasiado joven e indefenso, pero no por eso menos agresivo. Y se lo llevé, convencido que, en el peor de los casos, tras varios intentos por acelerar su evolución, lo dejaría de lado.
Cuando le di la sorpresa de que traía uno conmigo, Marco, muy excitado, se puso manos a la obra. Ideas confusas atravesaron su mente, ajustaba los controles para proceder a la primera práctica. Yo estaba confiado que con eso bastaría para que mi amigo se desinteresara de la criatura, pero no resultó como me lo esperaba. Pero él, ya no era el de antes, su entusiasmo natural era opacado por la obsesión que tenía con esa criatura, por otro lado, empezaba a estimar demasiado este lugar. Odiaba la idea de que los Tugus, arrasaran y no dejaran nada de esos paisajes. Toda su fe estaba puesta en esa criatura. Así se le ocurrió la idea de las mezclas con Adn.
Marco se reclinó en la silla y cerró los ojos. A pesar del calor se subió la manta hasta las rodillas.
— ¿Y bien? —dije yo.
Me estaba refrescando las manos en la piscina. Era un día de verano. Ni una nube cubría el cielo de Aebiri. Un extenso pastizal, descuidado se extendía tras la modesta y hermética carpa de lona, hasta el pie de las montañas, un pequeño bosque que languidecía cada tarde, daba la ilusión de selva virgen dentro de los límites de las ruinas que habían dejado los Tugus.
— ¿Y bien? ¿La criatura no resultó como esperabas?
Marco no contestó. Di media vuelta y vi que no le quitaba la vista al monitor. Suspiró y levantó los ojos hacia mí.
—Oh, está funcionando muy bien.
Busqué también a la criatura, pero no lo vi. Una brisa leve, caliente y asfixiante, sopló bajo las últimas luces del crepúsculo. Me acerqué más a la piscina.
—Anda, cuéntame lo que pasó. —le incentivé, agradeciendo en el fondo que todo esté terminando al fin.
—Mejor será que lo veas.
Me condujo hasta las cámaras donde tenía al Ming. Pasó unas horas. Marco permaneció de pie todo el rato, nervioso, inquieto, y no muy seguro de lo que pasaría luego de que la primera prueba terminara. Yo tenía la impresión de estar ejecutando una tarea delicada y trágica.
La luz roja de la máquina centelleó mientras meditaba. El proceso había terminado.
Abrió la puerta.
—¡Dios santo! —gritó—. Qué cosa tan extraña.
Físicamente el Ming no parecía afectado. Cruzó un tramo de la habitación y se acercó a él, curioso, amigable. Marco se agachó, tembloroso y le extendió las manos. La criatura se acercó, pero luego se echó hacia atrás. Tenía toda la intención de huir.
—Sorprendente. —murmuró mi amigo. Intentó atraer a la criatura con un puñado de alimento y con toda su paciencia, hasta que por fin éste se le acercó interesado en comer. Lo acarició durante un largo rato, pensativo, fascinado. Encerró cuidadosamente la criatura en una celda.
Cada vez que veía a la criatura evolucionar por la fuerza, le sorprendía más que la anterior, pero yo podía ver que no controlaba el proceso, se le iba de las manos, producto de alguna ley invisible e impecable que lo atormentaba. La criatura era transformada por alguna fuerza profunda e impersonal que yo no alcanzaba a comprender y me atemorizaba. Temía por la cordura de mi amigo.
Al día siguiente, Marco continuó con sus planes y lo introdujo en la cámara de Adn. Pero por error, dejó que se escapara. La criatura se dirigió a los bosques, adonde entró nervioso estresado, temeroso, hasta que le perdimos el rastro.
Marco experimentaba una sensación de fracaso. Dejó de hablar. Aguardé un rato, ocultando la impaciencia que sentía, pero él no parecía animado a proseguir. Mi amigo me miraba de una forma extraña y suplicante. Cuánto lamentaba yo en secreto haberle entregado a la criatura.
— Afuera, el terreno se había vuelto inaccesible para nosotros. La masa grisácea de gusanos Tugus lo poblaba todo y crecían con tal rapidez que estaba claro que no podríamos quedarnos más tiempo.
—Eso fue todo. Lo hemos perdido. Tengo miedo. Sé que algo grande está pasando, pero...
— ¿Por qué no vamos juntos a echar un vistazo? —trataba de animarlo.
— ¿No te importa? —sonrió aliviado —. Esperaba que me lo sugirieras. Este asunto me tiene muy preocupado.
Nos pusimos uno de los últimos trajes reforzados que nos quedaban y salimos. Rodeamos el campamento y seguimos un estrecho sendero que penetraba en la selva. El lugar aún poseía un aspecto salvaje y caótico, se había convertido en un descuidado mar de hierba, que los Tugus todavía no habían llegado a arrasar. Marco abría la marcha, apartando las ramas.
—Menudo lugar — comenté.
Caminamos durante un rato. La selva era húmeda y oscura; se había hecho de noche, y una ligera niebla descendió sobre nosotros a través de las hojas de los árboles.
—Ya no queda vida por aquí. —dijo Marco. Al tiempo que se detenía y pasaba la vista a su alrededor—. Quizás sería mejor ir a buscar armas. No quiero dejar nada a la suerte. Me parece que algo va mal, esos gusanos saldrán pronto.
Me acerqué a él.
—Tal vez no sea para tanto. Quizás pueda...
Marco aplastó con el pie algunos Tugus que intentaban perforarle las botas como festín.
— ¡Están por todas partes! —se quejó— ¿no te incomodan?
—La verdad es que apenas los noto... —dije distraído— ¿Qué es esto?
Cerca de una gran rama podrida un montículo en forma de pisadas se había formado. Marco mantenía la vista baja. Pateó el montículo furioso, desesperado, yo sin saber lo que hacía me sentía inquieto— ¿Me dirás lo que pasa?
Marco levantó los ojos hacia mí poco a poco. —Está cambiando... —murmuró—. Ya no tenemos tiempo.
Me agaché para examinar más de cerca el montículo. Apartaba a los todavía diminutos gusanos que se remolinaban por mi bota. Mi amigo tenía razón. Esa era la huella de la criatura en plena metamorfosis.
—Me pregunto, ¿qué habrá provocado que nos tema? —dijo Marco, pensativo, agitando la cabeza. Oímos un ruido y nos giramos rápidamente.
Al principio no vimos nada. Un arbusto se movió y pudimos distinguir su forma. Debía llevar todo el rato observándonos.
La criatura había alcanzado su máximo tamaño, sobrepasaba los dos metros, era mucho más corpulento que antes. Su cabellera espesa y negra cubría sus hombros, y su rostro, aunque más humano que antes, carecía de empatía.
—Ha cambiado. Apenas lo reconozco. —dijo Marco, asombrado.
La criatura olfateaba el aire y su pelo se erizaba y de repente desapareció en la oscuridad. Permanecimos quietos algunos minutos sin decir nada. Marco fue el primero en reaccionar.
—Mira esto. —señaló a un costado.
Miré los cadáveres de otros Mings que yacían en la tierra. Algo sumamente fuerte les había partido el cuerpo en dos y comido las entrañas.
—Así que de eso se trataba... ¡No puedo creerlo! —Mi amigo empalideció.
—Pero, ¿qué pasa?
Luego de un buen rato respondió.
—Adaptación —dijo—. ¿Qué es lo que pasa cuando dejas en libertad a un gato doméstico?
—Supongo que convertirá en salvaje, para sobrevivir.
—Tendría que haberlo previsto. Pasa lo mismo al revés —suspiró muy hondo—. Es inevitable el destino que le di a esa maravillosa criatura.
Por dentro yo temía que fuera algo peor que simple adaptación. Una idea se estaba formando en mi cabeza, pero no dije nada, al menos por el momento.
—Tenemos que verificar si hay otros cadáveres.
Marco se mostró de acuerdo. Nos adentramos entre la hierba y la maleza, apartamos ramas y troncos. Encontré más huellas de la criatura. Marco se puso de rodillas y revisó el terreno como un experto rastreador de pistas.
Me sentía desdichado, me había equivocado con respecto a la criatura y dejar que mi amigo se hiciera ilusiones. Nunca debí fomentar sus ilusiones, él quería salvar ese hábitat a toda costa y a nadie más importaba. Las consecuencias se me revelaban en ese momento.
—Esta criatura sobrevivirá a pesar de estos gusanos —le dije, he intenté sonreír, pero desvió la mirada—. No te preocupes, el cambio en la criatura no fue tan radical, ¿No era ya rudo y temperamental, desde antes? —Callé. Marco había dado un salto hacia atrás, retirando su mano de la hierba. Se apretó la muñeca, temblando de dolor.
— ¿Qué te ha pasado? —corrí hacia él. Me tendió su mano. Lo examiné y observé que su traje estaba rasgado, por la abertura pude ver que el dorso estaba surcado de marcas rojizas, y parecía que se le hinchaba rápidamente. Un Tugus le habían mordido.
Se produjo un movimiento muy cerca de donde estábamos.
—Será mejor que volvamos al campamento. —murmuré precavido.
Regresamos al campamento por el mismo sendero. Abriéndonos pasó en la oscuridad. Yo iba delante, apartando las ramas y Marco me seguía en silencio y de mal humor. Se frotaba la mano adolorida de vez en cuando.
Entramos en el gabinete y encendió la luz y se apresuró a desinfectarse la mano. Ninguno de los dos habló. Marco se sostenía la mano bajo los rayos de desinfección y yo contemplaba por la ventana los esfuerzos de los gusanos por entrar.
Las heridas eran importantes, no contábamos con el material adecuado para la curación, necesitaba verdadera atención médica. No lo pensé dos veces, apreté el botón de auxilio.
En el monitor, la luz verde avisaba que el equipo de rescate aterrizaría dentro de media hora. Una nave de auxilio vendría a buscarnos. Marco, hasta ese momento no estaba enterado. Esperaba que se lo tomara bien.
—Será mejor que pongamos en orden las muestras —Marco no me escuchaba— ¿Y bien?
— ¡Maldita sea! —gritó. Con la mano sana, golpeó la estantería con toda su furia.
—Necesitas atención, esa mano no se ve bien —Pero él no me es cuchaba—. Puede que no haya forma de preservar este lugar.
—Te equivocas, el tiempo tiene la palabra, —dijo dolido, tratando de recobrar el control—, aunque este método haya fallado, es posible que la criatura sobreviva y defienda su hábitat. No sé, quizás si volvemos. Surgirá algo que ahora mismo no soy capaz de imaginar.
Mi amigo estaba decaído. Odiaba verlo en ese estado.
Afuera estaba muy oscuro, había anochecido por completo. Encendí los faros para marcar nuestra posición.
La nave descendía causando revuelo y frío. Ambos ascendimos sin mirarnos. Desde arriba, ya no se veía más los lánguidos bosques, y selvas, solo una densa penumbra. Desde la cabina, Marco contemplaba el vacío, debido a los analgésicos, quedó profundamente dormido.
Enseguida noté que, abajo, algo se movía en la oscuridad, en la base de un gigantesco tronco. Forcé la vista, tratando de distinguir lo que era. Era la criatura, que intentaba construir algo en la base del tronco. Colocaba trozos de barro, uno encima de otros, formando una estructura que imitaba a nuestro campamento. Lo contemplé durante un rato, asombrado y curioso, se dio media vuelta con brusquedad atrapó al Tugus que le asechaba. Lo partió en dos pedazos y fue devorándolo, hasta que por instinto se dio cuenta que lo observaban y se detuvo.
FIN
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