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Sí, ya publiqué

El cielo apenas poseía unos inicios de ese color carmín tan característico del alba cuando a la coronel Lindsey le llegó el olor al agua salina. Apenas sus zapatos alcanzaron los primeros rastros de arena, pausó su marcha. Cabellos negros como la noche y más lisos que una espada, ondeantes bajo la suave brisa del mar. Su segunda al mando, en cambio, tenía unas rizadas hebras color café acompañando a su rostro redondeado. Esta no tardó en igualar su nivel y ojear el terreno.

—Quizá debimos haber esperado, señora —dijo sin miramientos, al ver la costa vacía y sin una mísera alma.

—¿Acaso te adiestraron para que cuestionaras mis órdenes y, por ende, las del rey? —Ni siquiera una fría mirada fue necesaria para que la contraria se retractase.

—Por supuesto que no, señora, pero...

—Pues entonces mantén la boca cerrada, Carson.

—Sí, coronel. —Con una última inclinación como señal de respeto se retiró a su puesto anterior.

Tras años de batallas sangrientas, el rey Miled había aceptado firmar un tratado de paz con los Barore, pero, para eso, los guerreros debían tirar el hacha de guerra y demostrar que estaban de acuerdo a perdonarse. Ambos reinos habían fijado aquella costa como lugar de encuentro, sin armas ni trucos bajo la manga. Como era obvio, sus enemigos aún no habían llegado. Sin embargo, los tambores no tardaron en escucharse a lo lejos.

Pronto aparecieron por la punta contraria, parándose justo al borde de la arena, igual que ellos. La coronel Adah lideraba la tropa de soldados, seguida de cerca por su comandante Robin y una fila de simples campesinos dándole golpes a sus bombos. Ella, sin duda, era de menor estatura que el resto, pero su porte no reflejaba inseguridad en ningún momento. Según Lindsey, era una escandalosa sin cerebro, porque ¿quién llevaría a unos simples mundanos a la guerra?

Ambos bandos mantuvieron ese silencio sepulcral, esperando a que las dos encargadas se dieran un apretón de manos en señal de paz. Por supuesto, ninguna de las dos dio el primer paso. ¿Cómo iban a perdonar tantas muertes de sus soldados? ¿Acaso habían luchado en vano? Las preguntas, el rencor, viajaban por sus venas. Pero eso no era lo único, pues los recuerdos de esa noche aún perduraban en sus mentes, como si estuvieran grabados a fuego.

En ese entonces, los Miled habían conquistado medio mundo, pues el resto era propiedad de los Barore. Ninguna de las dos era joven, tenían bien claro quién era el enemigo. Sin embargo, no pudieron evitar ese suceso, no cuando eran los cánticos de libertad los que las rodeaban, cuando el ambiente estaba caldeado por una hoguera enorme y ningún humano podía tener las manos libres de una gran jarra con cerveza. Aquel beso desencadenó muchos otros, al igual que caricias, amor y placer.

Desde entonces, ni la más ardua batalla era capaz de burlar sus miradas brillantes por el deseo, que cada noche, girando alrededor del fuego, se dirigían. Pero, ¿cómo iban a permitirse tales actos siendo las representantes de tan enemistados bandos? Una noche, ni los cabellos negros de Lindsey ni los castaños de Adah deslumbraron ante las llamas, y nunca más volvieron a hacerlo. Los meses pasaron, los hombres cayeron, y poco a poco, ningún pagano recordó a aquellas dos mujeres besándose entre trago y trago.

El rumor de que el hombre de cabellos oscuros, ese acompañante eterno llamado Robin, estaba casado con su superior no pasaba desapercibido por nadie. Menos aún cuando todos pudieron ver a la perfección cómo el chico cepillaba con cuidado la preciosa melena de su comandante. Marido suyo o no, nadie sabía, pero era obvio que sí esclavo. Quizá, y solo quizá, esta fuera otra de las razones por las que Lindsey dejara de pensar en Adah.

Con apenas veinte metros de arena entre ambos mandos, el silencio recayó sobre ellos, al igual que la quietud. Al fin y al cabo, eran las dos mujeres al mando quienes debían firmar la paz con un simple apretón de manos. Ninguna de las dos pensaba dar su brazo a torcer, por lo que la chica escondida entre los arbustos decidió aparecer.

Tanto flechas como espadas apuntaron a la desconocida, un reflejo natural para las personas que viven en una guerra constante. Llevaba la capucha de su capa de cuero echada, pero unos rastros de sus cabellos oscuros caían en pequeñas ondas sobre su rostro. Sujetaba una manzana roja entre sus manos, y tranquilamente, comenzó a comérsela. Cuando una de las comandantes pensó en hablar, recibió un signo de silencio, indicando que esperase un segundo.

—Bien... —dijo tras tragar un bocado de la fruta—. Soy Kaja, de parte de los Aurita y el resto de reinos. Aquí tenéis el pergamino que debéis firmar... ¿eh? —Al parecer, había perdido el papel, pues no paraba de rebuscar en la bolsa que colgaba de su hombro—. ¡Du! ¿Dónde pusiste el ficken pergamino?

—¿Eh? —Otro chaval salió del arbusto, este con pintas menos misteriosas: una camisa de campesino y uno pantalones cualquieras. Los soldados, confundidos, comenzaron a apuntar a ambos personajes salidos de la nada—. Pero, pero, ¡eras tú la encargada!

—¿Qué? ¡Te dije que lo guardaras, dummkopf!

—¡Y para qué me encargas algo sabiendo quién soy! ¡Injusticia! —siguió mascullando mientras ponía cara de amargado y se volvía a meter entre los arbustos.

—¡Mon Roi! ¡Decid ahora quién sois o moriréis bajo el filo de mi propia espada! —chilló Adah, bastante harta del teatro que habían montado .

—Tranquilidad, señoritas. Ya dije que vine por los Aurita, ¿acaso están sordas?

—¡Eso, eso! Y yo que soy de Pañolín, de parte de los otros Barore, el Floripondio V o algo así —se unió a la conversación haciendo aparecer su cabeza entre las hojas.

—¡Más respeto para tu Zar! Además, dummkopf, ¡nunca te presentaste!

—A quién no se calle juro que lo quemo en la hoguera tras sacarle los ojos y cortarle la lengua —interrumpió en este caso Lindsey, comenzando a enfadarse. Una vez todos en silencio, fue al grano de la historia—: Entonces, como no hay pergamino, ¿podemos darnos el fucking apretón de manos que íbamos a hacer desde un principio?

Ante el apoyo general de todos los presentes, ambas comenzaron a avanzar hacia el centro de la playa. A cada paso que daban, los recuerdos aumentaban, y en cambio, el rencor se desvanecía. Todo parecía ir en cámara lenta, igual que la primera vez que se conocieron. Sin más opinión de la contraria que los prejuicios inducidos durante su entrenamiento...



Los soldados apenas podían sentir los dedos de sus manos, pero no importaba, pues debían arriesgar sus vidas por las de sus familias. Algunos caían al suelo soltando sangre a borbotones, pero otros empuñaban sus espadas con fiereza a pesar de que les faltaba medio brazo. Entre ellos, una joven de cabellos negros recién cortados se abría paso a base de muertes. Apretaba con fuerza la parte más lateral de su abdomen y evitaba con gracia cada ataque de algún otro moribundo furtivo.

Al llegar a cierto punto, se encontró con una muchacha de cuerpo escuchimizado y con una brecha en la frente aún caliente. Ambas se pusieron en guardia cuando vieron las armaduras del bando enemigo. Ninguna podía salir bien parada de aquel encuentro. Una analizando sus movimientos y la otra planeando la estrategia que durase menos tiempo pero fuera eficaz. No, eficaz ya no era sobrevivir, sino matar a cuantos fuera posible antes de caer rendido al suelo.

Cuando el metal de ambos filos se entrechocó, los tambores resonaron en el valle junto a una solitaria trompeta. Podían retirarse, pero ambas armas seguían tocándose, al igual que sus miradas de desafío. El cansancio, el agarrotamiento, poco a poco las consumían, hasta que sus brazos cayeron entumecidos. Con una lentitud somnolienta, los soldados recogían cuantos compañeros podían e iban marchando por donde habían venido. Ellas, sin un simple gesto de despedida, se dieron la espalda e imitaron a sus camaradas, pero nunca olvidaron sus rostros, cubiertos por la misma osadía.



—¡Me opongo! —exclamó desde el matorral el falso campesino— Me opongo al apretón de manos, es decir, vosotras sois la pareja perfecta. ¡Exijo un beso! Si no lo hacéis por las buenas, pienso juntar vuestras cabezas.

—¿Qué?

—¡Mierda, dummkopf, eres un genio!

—Ya, fóllense.

—¡Kaja, guapa!

—¡Defienda a su mujer, comandante Robin!

De nuevo se hizo el silencio cuando el silbido de una flecha cruzó el aire hasta llegar al estómago del moreno que se mantenía a unos pasos de Adah. Algunos reaccionaron con gritos ahogados, otros con simples gestos de victoria y una sola con el rostro lleno de furia. La mujer baja de hebras onduladas parecía dispuesta a arrancarle la cabeza al culpable, la cual no era otra más que la coronel contraria.

—¡Ella es mía y solo mía! —se defendió la acusada, pero portando una sonrisa de orgullo.

Listos para la batalla, todos se pusieron en guardia. Al fin y al cabo, los Miled y los Barore nunca podrían permanecer en paz. Sin mucha sorpresa, los dos restantes se sentaron en la arena y comenzaron a comer. Una con su sandwich y otro con su sopa, de a saber dónde habían salido.

Antes siquiera de que la viuda pudiera alcanzar a la asesina, un suave pero constante pitido resonó en la costa. Lo siguiente fueron cuerpos volando junto a varias armas hasta ser absorbidos por el mar. Allí donde el campo de visión apenas llegaba, un enorme círculo negro se iba tragando tanto agua como vidas. Pura fortuna la de los que consiguieron permanecer en tierra, pues apenas les dio tiempo a sujetarse entre ellos.

Sin embargo, este perturbador suceso no detuvo a la morena. Se abalanzó contra Lindsey y ambas cayeron al suelo. Por desgracia, el joven y su sopa habían sido absorbidos, por lo que no hubo gritos de ánimo. A pesar de tener una cuchilla redondeada casi perforándole el cuello, la pelinegra sonreía. Ambas eran el futuro, la pareja perfecta, y todos lo sabían. Robin no era más que un estorbo, una simple mota de polvo en su precioso futuro que acababa de ser limpiada.

—¡¿Por qué lo mataste?! —gritaba con furia, intentando sacar respuestas más allá de esa sonrisa de satisfacción que poseía la contraria—. ¡Él no te había hecho nada que no te haya hecho yo!

No pudo hacer mucho más, pues el pitido volvió, y el agujero comenzó a tragárselo todo. Esta vez, una triste gaviota también acabó dentro. Adah, al simplemente estar sobre la otra, acabó separándose del suelo. Claramente, la coronel intentaba con todas sus fuerzas mantenerla agarrada del brazo, pero esta también estaba empezando a flotar. Su comandante, Carson, la agarró como pudo mientras, a su vez, era sujetada por los pocos soldados que quedaban.

En esos segundos, donde su vida dependía de la pelinegra, no pudo evitar admitir sus verdaderos sentimientos. La cadena humana no duró mucho, pues el mar no dejó de succionar hasta que la amante acabó en su interior. Tras un alarido de tristeza, la restante se tiró a la arena, pues había perdido a su amor.

—¡Ven aquí, malnacido! Si te la llevas a ella, ¡llévame a mí! ¡Vuelve!

El resto de camaradas vivos, miraban con pena la escena. Su coronel se había vuelto loca por amor, y una especie de agujero negro en mitad del mar. Pasaron minutos, horas, incluso días. Los pocos que quedaban iban muriendo de hambre ante la falta de provisiones, pero nada de eso le importaba a la desnutrida Lindsey.

Tras no poder moverse siquiera, le cedió su último deseo a su segunda al mando. Esta, que apenas se mantenía a base de las bayas que conseguía recolectar a un kilómetro de allí, no dudó en quedarse en aquella costa durante otra semana junto a su moribunda jefa. Cuando volvió a sonar el pitido, fueron gritos de alegría los que sonaron. La mujer se despidió de la despechada y caminó lejos de allí, para no volver nunca más.

El cuerpo no ofreció resistencia al salir volando, es más, era una sonrisa la que se dibujaba en sus custridos labios. Al fin se habían reunido ambas amadas en un lugar mejor, donde la gente giraba alrededor de su hoguera imaginaria y ellas simplemente se querían.



YA NO SÉ QUÉ HACER, OK? TENGO QUE IRME Y ESTO DEBE ESTAR PUBLICADO PARA QUE SENI NO ME PEGUE. YA CUANDO VUELVA HAGO UNA EXPLICACIÓN DETALLADA CON LO QUE TENÍA QUE DECIR.

ANDY, SI LEES ESTO A TIEMPO, REVISAS TÚ EL RELATO PORQUE A MÍ NO ME DIO TIEMPO.

ADHY, GUAPA, TE KIERO MUSHO *se la tira* Adharagranley

Personajes:
Lindsey: Yo
Adah: Adhy
Robin: Roni
Carson: Cons
Kaja: Cups
Dummkopf sin nombre: Manu

BAIIIIIIIIIIII.

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