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12. Can you hear me?

Vacío y oscuro.

Griffin no podía ver más allá del horizonte o sus propias manos. El sonido de sus pisadas era el único guía que tenía para saber que estaba avanzando hacia algo.

Sea donde estuviere no había señales de nada, ser absorbido de la completa incógnita.

El suelo se sentía llano, liso y sin contextura árida de la tierra, fría de la cerámica o rugosa como la madera. Era extraña al tacto.

Entonces, se tocó sus ropajes y su cuerpo para examinar alguna herida. Lo más curioso fue la ligereza de la tela y la comodidad de sus zapatos, recordándose de su vestimenta en Cape Cod.

Eso era imposible, él se hallaba luchando en Irak; no debía pensar en su familia, sobre todo porque los vejámenes pueden ocurrir en una fracción de segundo.

Si estaba en la zona cero, significaba que su servicio en una misión no ha acabado. ¿Dónde estaban todos?

Un momento... ¿Quién era su equipo?

—¡¡Piedad!! ¡Ayuda!

Griffin se estremeció de inmediato y permitió que sus oídos fueran sus ojos para guiarse en las penurias. De manera automática buscó el origen de los desgarradores gritos aún sin tener información de su propio paradero. El palpitar de su corazón le zumbó le hizo doler el pecho y su cabeza le empezó a dar vueltas aún si no podía enfocar su mirada en la nada. ¿Se quedó ciego? Si era así, ¿por qué corría? Debía mantenerse a salvo para replantear la situación, una lección que les enseñan al ser reclutas ante un ataque. ¿Por qué iba hacia esa desamparada? Le resultaba familiar su timbre... No era Jennifer, no era nadie a quien él recordaba.

Fue como un surco invisible para Griffin cuando el suplicante clamor era más intenso, fuerte y claro; despertó su adrenalina por el inminente peligro. Había otras voces, se trataban de masculinas, quizá tres, superponiendo a la femenina pero con un tono distinto.

Así, Griffin paró en seco. En el recóndito de sus recuerdos sabe que es lo oye...

Estaba ante la brutal violación de aquella iraquí donde fue cómplice.

¿Por qué podía entender perfectamente sus lamentaciones? Ella no hablaba inglés...

Su cuerpo fue el incipiente de todos sus temores más profundos, se paralizó del miedo y la valentía que corría por sus venas mutó con desgracia.

Él no era ningún héroe... Es un monstruo que ridículamente jugó a ser un salvador.

Justo cuando iba a huir cómo esa vez, una potente luz iluminó el panorama. Le costó acostumbrarse a la intensidad pero la escena que tenía enfrente le hizo quemar sus ojos de todos modos.

El cabo Edel Nikova, Nader Haid Assim y Joseph Nicolson tenían boca arriba a un amedrentado niño de más o menos seis años de edad; ellos estaban abusando a su hermanito.

De la nada, Aslan giró su agonizante y lloroso rostro hacia él, y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Griff, AH! —se apreció como desgarraban los músculos anales y su sangre que brotaba ahí los hombres lo usaban como lubricante para penetrarlo en turnos. —¡¡Sálvame, Griffin! ¡GRIFFIN!

Los gemidos de Aslan le destrozaron los tímpanos al aludido y giró su cara para ya no ser testigo de la escena, provocando que su hermano llorara con más dolor.

El shock emocional no le permitía actuar. ¡Él es su hermano mayor! ¡El ídolo en presencia de Aslan!

—Rescátalo, Griff... No querrás que termine como yo.

El joven dio un sobresalto al vislumbrar, no muy lejos de donde violentaban a Aslan, se hallaba el cadáver de Joe, su rostro aquella amalgama de carne descompuesta y fluidos carmesí le estaba hablando.

Sin embargo, no tuvo tiempo de procesarlo porque también se hallaba otro cadáver cercano, de ese adolescente que le destrozaron el cráneo con la culata del arma de fuego, viéndolo ensimismado y fulminante y mascullando con pura ira:

—Posiblemente si es tu propia familia la que sufre te arriesgas a actuar, cobarde.

Griffin jadeó estupefacto. ¡Esto no podía ser real! ¡Aslan estaba a salvo con papá! ¡Nadie se atrevería a tocar un solo cabello de su cabeza si él no está!

—¡Dispara, bastardo!

En ese momento, Griffin entendió porque se sentía distinto, su semblante era pequeño, sus ropas y el lugar también. No está en esa casa donde sucedieron los hechos... Se encuentra en un bosque y en el suelo tiene el arma de papá... detrás suyo está Jim instándole a acabar con esa pesadilla.

Debe matar a inocentes y culpables por igual... como cazar a la presa... como la Operación Cacería.

—Yo... — habló por primera vez Griffin, dándose cuenta de sus gallitos en sus palabras. En realidad, ahora tiene doce años de edad.

No quiere ver a su padre, así que opta mejor en contemplar como Aslan pierde sus fuerzas al ya no poder luchar contra los tres hombres enmasillando su cuerpecito.

—¡No lo pienses! ¡Dispara, joder!

Los ojos de Griffin se llenan de lágrimas, dando bocanadas de aire.

—¡No! ¡No me obligues, papá! — cerró sus ojos con fuerza al sostener el arma que estaba en el suelo.

En eso, Griffin le dio escalofríos al sentir el frío metal de la boquilla de un fusil enterrándose en su nuca. La reconoce, es un calibre utiliza por la insurgencia.

Detrás de él se encontraba el Muyahidin preparado para asesinarlo: —Dispara o lo hago yo... —amenazó el objetivo Mahmoud Jalal Adil al quitar el seguro.

Él estaba al punto del desmayó, la ansiedad era más grande que su voluntad.

—¡Oh my darling, oh my darling, my Clementine!

Griffin exhaló fuertemente y por un instante el mundo se volvió blanco.

Cuando parpadeó varias veces al recobrar los sentidos, se percató que se hallaba dentro de una tienda de campaña y estaba acostado.

Había gente con él.

—Oye, ¿por qué sólo cantas esa parte? —ese era Richard preguntando. No estaba en su vista perimetral, solo podía ver a Max haciendo palmadas en su pecho con delicadeza, simulando tocar un tambor para poner el ritmo a su melodía pero no le ponía la debida atención al hablar con su amigo. Griffin sintió una punzada en sus adentros, esa sutil forma de despertarlo al cantar sonoramente y tocarlo con sumo cuidado.

Ambos tenían esa especie de trato silencioso, cada que vez entre ellos sufrían de alguna pesadilla, el otro tenía que sacarla de la misma al darse cuenta.

Justamente eso fue lo que pasó, Max no quería armar un escándalo al decirle a los otros soldados. Generalmente, Griffin supo a través de él que, cada vez que tenía una pesadilla, ésta iba escalando de ser simples resoplos hasta llegar a los gritos. En cambio, los de Max eran quejidos y retorcimiento violento, menos vocales que él.

—No sé el resto. —sonrió inocentemente teniendo un cigarro en la boca.

—Jah —masculló el afroamericano luego de chupar la botella de whisky ilegal que le compró a un pueblerino. —. Solo te perdono porque Barack Obama es el Presidente.

—Ya, estúpido. Fue electo hace seis meses, supéralo.

Griffin torció sus ojos y los cerró en alivio. Ese era Xin y parecía estar un poco ebrio.

—Solo estás celoso porque no ha habido ningún presidente chino en Estados Unidos. —Richard recriminó con malicia.

—UY, si habría uno, Estados Unidos quedaría como payasos por la guerra económica con China —Max se burló para joder más al chino americano, y deseaba mofarse más hasta que sintió una cálida mano callosa sobre la suya, haciendo que su mirada se suavizara al bajarla hacia el joven. —. Hey, Griffin...

—Miren, despertó la Bella Durmiente. — Richard dio una pequeña carcajada.

—¿Cómo estuvo el viaje astral, Callenteen? —Xin subió y bajó sus cejas con diversión.

Ya había recordado porque estaban ahí.

Ellos fueron asignados a un pelotón para liberar a una pequeña ciudad de recientes y pequeños terroristas inexpertos y resguardar la calma. Parte de la misma también era repartir víveres y ayudar a los enfermos.

Griffin fue puesto en la primera línea de defensa con otros dos militantes más. No ha dormido en cinco días consecutivos hasta acabar con todos los insurgentes; en otras palabras, dispararles en la cabeza luego de capturarlos. La táctica del Comandante es no capturar rehenes, y lo lograron en ese breve período.

Como lo había prometido Max, él subió de rango al igual que los otros muchachos, provocando que las operaciones fueran más llevaderas y ayudarlo a superar rápidamente el trauma, sobre todo los abusos de los aldeanos, mujeres y niños. Desde que falleció Joe, era más consciente de esos ultrajes sexuales y era impotente de no cambiar esas costumbres tanto en el bando enemigo como el de sus aliados. Era la misma bazofia.

Lamentablemente él ya era adicto a las drogas, sin ellas no podía funcionar a cabalidad o conciliar el sueño. Era secreto a voces que él y otros más eran dependientes, incluso Max comenzó con el vicio de la bebida y el cigarrillo al igual que Xin y Richard pero poseían un mejor autocontrol, a diferencia de él. Aún afuera o dentro del campo de batalla, no estaba completamente a salvo, si no lo mata la guerra, el consumo desmedido lo hará paulatinamente.

Sin embargo, gracias a la ayuda de Max, lo está soportando mejor de lo que creyó. 

Griffin no pudo hallar su voz por un instante, seguía abrumado por lo que soñó pero lo peor de todo es que solo tiene presentes fragmentos de su mal sueño.

—Cómo la mierda. — respondió cubriendo sus ojos cerrados con su antebrazo, recostándose mejor en su almohada improvisada de paja. Los sueños eran reflejo de su subconsciente, le comunican algo que Griffin aún no logra descifrar del todo por no recordar muy bien de qué se trataban en primer lugar, más allá del sentimiento de culpa que está arraigada en su figura del pasado.

Quería seguir durmiendo, pero no sabía si era por su agotamiento o sus ansias de mezclar dentro de sus venas más estupefacientes; tenía que privarse de lo segundo lo más pronto posible antes de regresar a Cape Cod. Hace meses, el nuevo Presidente electo ordenó el despeje de las tropas en Irak, sintiendo nerviosismo para ser elegido dentro de esos grupos de patriados, pero a la vez estaba muy preocupado porque no ha recibido ninguna carta de su casa hace un año... De Aslan por la mala mensajería que han tenido (lo cual era una mentira blanca entre sus amigos y otros soldados apoyaron en simular no recibir correspondencia de sus hogares para no afligir de más, cuestión que Griffin desconoce todavía.)

¿Qué habrá pasado? Se preguntaba Griffin al pensar en su hermanito. Incluso ha querido preguntarle a una tía, hermana de su padre,  si tiene conocimiento de algo, porque ni siquiera él Comandante ha soltado alguna palabra negativa al respecto; simplemente lo empujaba a ser el soldado perfecto y llenar ese espacio que ninguno de sus hijos fallecidos pudo alcanzar.

Le frustraba su situación que podría llorar. Lo malo es que no sabe la dirección de esa tía, si aún vive en Massachusetts o si quiere hablarle. Ella cortó lazos con su familia hace años, desde que él era chico. 

—¡No te preocupes, Griff! — Max apagó su cigarrillo y después lo jaló hacia su cuerpo. Quiso rodear su brazo alrededor de su cuello pero mejor optó por sus hombros. No quería causar otro accidente en la nuca. —. Hoy es nuestro último día en este pueblucho, podremos descansar mejor después.

Con ese pensamiento en mente, Griffin asintió, procurando no estar muy cómodo en los brazos de Max, en su lugar seguro; de lo contrario, se quedaría dormido nuevamente y tendría pesadillas.

*

—Aquí tienen. —Griffin sonrió suavemente a una familia conformada por los padres y un bebé luego de entregarles un poco de comida y medicina. A pesar que no podían entender lo que hablaba, era reconfortante ver sus expresiones de gratitud.

Así, suspiró fuertemente al percibir el doloroso temblor en su cuerpo y su vista nublosa, un indicativo de abstinencia. Eso frustró a Griffin porque significaba que su tolerancia se volvía más débil, necesitando drogarse con más frecuencia.

Si él confesara cuál era la mejor parte de estar en el Ejército, diría sobre los momentos de ayuda social en los refugios; para su corazón, eso era más efectivo que las armas. Si hubiera tenido la oportunidad de estudiar en la Universidad antes de entrar en la guerra, quizá sería miembro voluntario del personal médico. En realidad, jamás pensó que carrera estudiaría aún hoy en día, así que con sólo considerarlo se sentía muy confundido.

Entonces, observó a su alrededor un poco anonadado. Los habitantes iraquíes y los milicianos colaboraban entre sí armoniosamente, entre los escombros y muerte palpable; una escena muy rara para sus ojos, especialmente porque no hace mucho ese lugar estaba invadido de insurgentes.

Sin embargo, a veces la paz era traicionera. El temor a que en un parpadeo podía cambiar el panorama a destrucción total es una posibilidad. Ha pasado antes.

En ocasiones, Griffin piensa si en las personas que ha salvado no ha sido en vano. Quizá pudieron eludir la muerte gracias a él pero qué tal después; tiene vivo en la memoria a la gran mayoría. Sin embargo, quienes más le carcome la consciencia eran ellas... ¿Qué habrá pasado con aquellas dos niñas que auxilió a esconderse en esa casa?

En eso, vio a sus amigos reír a carcajadas mientras hablaban (supuestamente patrullando) pero su concentración se enfocó en la amplia sonrisa de Max, ruborizándose ligeramente, decidió estar absorto contemplándolo para olvidarse de los estupefacientes.

No obstante, no se dio cuenta que estaba caminando sin rumbo, y tropezó con unos niños corriendo alegremente.

Los pequeños lo miraron con estupor.

—L-Lo lamento. —Griffin encogió sus hombros y se fue avergonzado, dejando a los menores confundidos.

Entonces, caminó con su respiración entrecortada hacia la enfermería provisional inicialmente para, al menos, oler los analgésicos de los pacientes. De por sí todos sus medicamentos debían ser prescritos por algún doctor para evitar el riesgo de elevar la adicción, una simple fiebre para él era un martirio grande; por lo mismo, para Griffin no era sencillo aliviar los síntomas físicos.

Por el constante mareo, Griffin tuvo que parar en seco, recostarse en los escombros de una casa, sentir como los jugos gástricos quemaban su esófago y garganta, evitando vomitar aún con las arcadas espasmódicas. Sin embargo, su voluntad fue frágil, expulsando violentamente líquidos transparentes. Luego de tomarse un tiempo para recuperar el aliento, observó el desastre que causó: no había restos de comida. ¿Cuándo fue la última vez que se alimentó? ¿Acaso dio su ración a alguien más necesitado? Cuestiones básicas como esa ya le eran difíciles de recordar.

Aún así, su mente debía mantenerse fuerte para no caer en la desgracia nuevamente.

Ahora con el cuerpo más debilitado, Griffin llegó a la enfermería, no con el objetivo de percibir de algún modo la droga, sino por agua para calmarse un poco.

—No tenemos aquí. — le comentó una agitada enfermera llamada Melissa Brown, que estaba atendiendo a los heridos después de preguntarle.

—¿No...? — Griffin exhaló, no notando que perdió el color de su piel.

—Vaya con el doctor Dawson — le sugirió la fémina por sentirse mal por él. —. Él tal vez tenga algo que darle.

Griffin abrió sus ojos de par en par. El doctor Abraham Dawson tiene sustancias para inyectarle. Generalmente es Max quien lo mantiene al margen y gracias a su paciencia y cariño ha mejorado considerablemente.

Empero, Max no estaba ahí, se merecería al menos una dosis más, él no era un niño que tenían que controlar.

Así, Griffin se apresuró, ansioso para no ser descubierto por su amigo. El doctor Dawson era un médico militar despreciado por el resto debido a sus orígenes semitas, eso también incluía a Max, Xin y Richard en ese hostigamiento. No podía culparlos porque el doctor Dawson era un maldito la mayor parte del tiempo, pero Griffin tenía la idea de tratar de la mejor manera a su prójimo por igual... Aún de haber ser testigo de la crueldad humana y estar frente a frente con la muerte, esa filosofía no ha torcido su sendero.

Además, por las ocasiones que ha estado ingresado y bajo el cuidado del doctor Abraham, han hablado sobre temas relacionados a la medicina, química y física, despertando en Griffin su lado académico que abandonó en Cape Cod. Con él ha sido la única persona que puede profundizar de aquello, sintiéndose nostálgico por no haber logrado tantas cosas por el bien de su hermanito.

Ha sacrificado tanto por Aslan, ¿cuándo lo hará para sí mismo?

Cuando abrió la puerta de la oficina, exhaló con fuerza por la desesperación.

—¡Doctor Dawson! — buscó con sus ojos al aludido. No había nadie.

Griffin sonrió con alborozo. Eso quería decir que podía consumir sin vigilancia.

De esa manera, cerró la puerta y comenzó a buscar codicioso entre las pertenencias de Doctor: en su escritorio, en la bodega de medicinas e incluso en los archivos. Cualquier analgésico no narcóticos o no esteroideos las ingería frenéticamente. Al ver los opioides se las guardaba para después.

Se comportaba como un animal en búsqueda de saciar su hambre.

Quería más.

No importaba nada.

¿Para qué luchar contra el dolor?

A la mierda el ejército, a la mierda Max, a la mierda Aslan. ¡A la mierda su vida!

¿Por qué se debía negar la felicidad? ¡Era lo que más necesitaba en este momento!

¿Qué tenía de malo morir? ¡Tiene seguro, su padre se volverá millonario por eso! ¡De todas maneras, él ya estaba muerto para su familia! ¡Era un don nadie!

Sin embargo, de inmediato el dolor de estómago fue más intenso por la medicina desmedida, sacándolo de sus pensamientos y recapacitando.

¿Qué estaba haciendo?

¿No se suponía que tenía una tía?

¿Por qué Aslan ya no le manda cartas?

¿Ya no volvería a ver la sonrisa de Max si fallece?

Con eso en mente, Griffin regurgitó, llorando con intensidad. Ahora esa medicina que se tragó no servía; por su arrogancia y egoísmo se lo quitó a alguien que más lo necesitaba.

¿Por qué...? ¿Por qué actuó de esa manera? Él sólo quería agua...

Cuando se tranquilizó ligeramente, se dio cuenta que había ensuciado unos archivos escondidos debajo de los estantes. Parecía que estaban puestos ahí a propósito, no porque se habían caído del archivero.

Con el temor de haberlos dañado permanentemente, Griffin los sacó para examinarlos, frunciendo el ceño al leerlo.

—¿B-Banana Fish...? —alzó una ceja, percibiendo su cuerpo sudar frío. —. ¿La obra de Salinger? No sabía que al doctor Dawson le gustara leer.

Solo bastó un breve vistazo y entendió que no era nada a lo que se imaginó: informes clasificados, fórmulas químicas complejas y efectos secundarios dañinos.

¿Esto no debería estar bajo la tutela del Comandante?

A pesar de no estudiar los detalles del expediente, supo en un santiamén que eso no era un medicamento, su composición nociva es adrede.

Era un arma química muy peligrosa.

Como pudo, limpió su vómito lo mejor que pudo, guardando en sus bolsillos los restos de papel y píldoras para que nadie sospechara de su fechoría. Asimismo, guardó el expediente donde lo halló y, cuando estuvo satisfecho de dejar todo como lo encontró, salió corriendo de ahí.

—¡Ah! ¿Encontró el agua? — Melissa le preguntó al verlo correr con más energía. Solo pasaron menos de diez minutos y ya se veía recuperado.

—S-Sí — sus dientes castañeaban. —. ¡Gracias!

El resto de la tarde, Griffin se alejó de todo y de todos pero manteniendo una sonrisa cuando Max lo encontró en su habitual escondite.

El pobre corazón de Griffin palpitaba fuertemente. Lo que le ocurrió hoy, debía ser su secreto... tenía la sensación que descubrió algo indebido. Max notó su reacción y lo único que hizo fue reforzar su apoyo en él, sin presionarlo a hablar.

De todos modos, aceptó la droga medicada y descansó en los brazos de Max. Aún estando en el abrigo de su lugar seguro, sentía mucho miedo de sí mismo.

No importa lo que refute Max, verdaderamente se estaba convirtiendo en un monstruo. El Griffin Callenreese de Cape Cod poco a poco estaba desapareciendo.

N/A: TENGO MIEDO.

Quisiera decir palabras alentadoras sobre lo que sucederá después 💔 Los siguientes capítulos también veremos como Griffin se rompe paulatinamente 💔 Por supuesto, Max estará para él y veremos si su compañía es suficiente o no 💔 A parte esta el tema del BANANA FISH.

Tiempos oscuros se acercan.

¡Muchas gracias a todos por leer! ♥ Nos vemos la próxima semana ♥


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