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Capítulo 9: "Retirada"

Narrador omnisciente.

—Hija... ¿De verdad eres tú?

Aunque debido a la corona se sentía mareada y su vista se había tornado borrosa, al voltear, Marinette fue capaz de encontrarse con algo que había esperado ver desde hace mucho tiempo. En medio del ensangrentado campo de batalla, a través de un raro y luminoso portal, se asomaban las figuras de sus padres biológicos.

De inmediato la azabache intentó ponerse de pie, débilmente, mirando fijamente hacia delante, sin poder creerlo. Hace pocos minutos había visto morir a su amiga bajo su falta de cordura, y al haberla sostenido entre sus brazos su armadura y su piel poseían manchas de sangre de la difunta morena, aunque aquello no era impedimento para avanzar hacia sus padres.

—Papá... Mamá...— susurró Marinette, intentando sostenerse a sí misma, acercándose a sus padres —¿Lo logré? ¿De verdad están aquí?

Sin oír nada, únicamente sintiendo la mirada de sus progenitores sobre ella y casi olvidando la condición en la que todos estaban, vio como ambos le sonrieron y sintió las lágrimas caer rápidamente.

—No nos podemos quedar— habló su padre, aún esbozando esa incomprensible sonrisa —El hechizo que has utilizado sólo nos permitirá mantener esta conversación.

—Por más personas que sean asesinadas, nunca podrás igualar el precio de una sola vida— dijo su madre, al mismo tiempo que extendía sus brazos y acogía a Marinette entre ellos.

Casi ignorando lo que le decían, la azabache no podía pensar en otra cosa que no fuera la calidez que le transmitía su madre, provocaba un prospero sentimiento en su pecho y la hacía sentir feliz, como no parecía haber estado hace mucho tiempo. 

Pero por más que quisiera seguir aferrándose a los brazos de Sabine y Tom, comenzó a notar que la presencia de sus padres se debilitaba, negándose a abrir los ojos y aceptar la realidad.

—Para nosotros el mejor regalo fue tu sonrisa— oyó Marinette como un susurro —Permítenos quedarnos con el recuerdo de una pequeña niña que jamás dejaba ni dejará de sonreír.

Como si tal frase se hubiese quedado plasmada en el viento, la azabache por fin levantó sus párpados, dándose cuenta de que ya nadie la sujetaba y ningún portal estaba abierto. La corona había caído al suelo, mientras que a su lado permanecía el cadáver de su mejor amiga. 

Por un momento todo parecía haberse pausado, pero al cabo de unos segundos Marinette pudo darse cuenta de que la guerra seguía en pie y donde antes se había abierto un portal, ahora se hallaba la imponente princesa del primer reino apuntándola con una gran espada.

—Se acabó— declaró Chloé, a la vez que esbozaba una pequeña sonrisa.

La azabache, ligeramente perdida, parecía impedida a reaccionar. Sin embargo, antes de que la rubia fuese capaz de acercar su espada aún más, el príncipe Nino pasó sobre su blanco corcel y tomando a Marinette la montó junto a él, ordenando rápidamente a todas sus tropas que se retirasen y volviesen al castillo.

—¡Avanzad en dirección al séptimo reino!— dijo el mandatario del tercer reino, intentando mantener la firmeza de su voz —No dejéis a nadie atrás...

Antes de continuar, sintiendo las débiles extremidades de la azabache rodeando su cintura, giró su cabeza y observó con tristeza como unos soldados, bajo el mandato de Chloé, recogían un cuerpo sin vida. Mientras apretaba sus dientes con rabia y una traicionera lágrima bajaba por su mejilla, debió seguir con su camino, pensando que la muerte a su eterna amiga y secreta enamorada, Alya, quizá pudo ser evitada.

***

Adrien acababa de despertar, encontrándose encerrado en un cuarto de huéspedes. Marinette le había aplicado un hechizo de sueño que lo dejó inconsciente durante los últimos días, de modo que el rubio no tenía idea de qué sucedía en el exterior.

Levantándose, recordando los acontecimientos que lo llevaron hasta ahí, comenzó a golpear la puerta y gritar con desesperación, sin saber que el castillo estaba desierto. Asustado, falto de una ventana que le indicase si era de noche o de día, concentró toda su fuerza y pateó la puerta, logrando así derribarla.

Bajando hasta el salón, donde todavía quedaban rastros de la fallida fiesta en la que todo comenzó, abrió las grandes puertas del castillo, viendo desde la lejanía como el gran ejército ingresaba a la ciudad, teniendo en frente a Nino y tras de él, a la silenciosa azabache.

—¿Qué pasó...?— susurró Adrien, impactado por las manchas de sangre que todos portaban sobre sus armaduras.

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