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Capítulo 8: "Un vil error"

Narrador omnisciente.

Los cuatro reinos que acababan de caer en guerra no tardaron mucho tiempo en encontrarse. La única que era capaz de sonreír era Marinette, la que ya sentía que esa guerra era totalmente suya y que con su victoria aseguraría el éxito de su plan.

En cuanto cada ejército pudo ver al otro, la batalla comenzó sin preámbulos bajo las órdenes de las dos princesas protagonistas. Claro que ni ellas ni sus acompañantes se quedarían como espectadores detrás, ya que lo correcto era también actuar.

—Marinette, ten cuidado— dijo el príncipe Nino mientras veía a la azabache ajustando su armadura —Somos las autoridades de los reinos. No podemos darnos el lujo de dormir.

—Lo sé, y lo mismo va para ti— respondió la princesa del séptimo reino, siempre bajo los efectos de la corona —Si posees el lujo de ser un aliado mío, espero que hagas cosas útiles.

Un poco desconcertado por la arrogancia de ella, el moreno se limitó a avanzar.

Por su parte, Marinette no pensaba conformarse asesinando a un montón de simples soldados; de eso podía encargarse Nino. Su espada reclamaba a Chloé como principal objetivo y ella se encargaría de complacerla.

Aún montando su blanco caballo comenzó a avanzar con indiferencia entre sus súbditos e imponiendo respeto entre los enemigos. El suelo ya manchado con sangre y cuerpos sin vida no significaba un impedimento para la princesa de cabellos azabache, sino que aumentaba la adrenalina que ya llevaba encima.

En cuanto sus celestes ojos vieron una reluciente armadura blanca que resaltaba entre las demás, sonriendo de lado como una maniática, dedujo en menos de dos segundos que se trataba de su enemiga. Tirando de las riendas del caballo para que éste avanzara aún más rápido, sujetó su espada con fuerza y sin dudarlo se dirigió hasta ella. Lástima para Marinette que su contrincante tuviera buenos reflejos y pudiera reaccionar.

—Vaya, esperaba matarte en el primer intento— habló Marinette ligeramente sorprendida —Gracias por hacerlo interesante, pero tampoco durarás mucho.

Fue así como entre ambas jóvenes se comenzó a dar una ardua batalla. A ninguna parecía importarle el resto del ejército, ellas habían creado su propia guerra independiente de la otra, chocando sus espadas con fuerza, jugando a la deriva de la vida o la muerte.

Entonces, cuando Marinette vio que estaban bastante igualadas en nivel de pelea y la chica de armadura blanca parecía no inmutarse, decidió poner en práctica las habilidades que ayer de había dedicado a aprender. Con un rápido movimiento de dedos y el susurro de unas palabras, su enemiga vio su cuerpo inmediatamente inmovilizado.

—Maldición— se oyó decir de inmediato.

La azabache no tardó en soltar una fuerte carcajada mientras comenzaba a aproximar la punta de su espada a la blanca armadura; y así fue como de un despiadado impulso, el arma atravesó sin muchas dificultades a la joven. Y cuando ella se descompensaba sobre sus propios pies, el casco que llevaba puesto salió de su cabeza y le dejó el rostro al descubierto. 

Causando sorpresa en Marinette, ya que en vez de ver una blanca piel y un cabello rubio, se topó con una conocida morena de pelo castaño que ahora llevaba el rostro cubierto con sangre.

—¿Alya...?— susurró la azabache atónita, con cada parte de su cuerpo temblando —¿¡Por qué, Alya!?

Lanzándose al suelo en busca de quién fue su mejor amiga, tomó a la morena entre sus brazos, viendo como ésta pasaba sus últimos minutos de vida entre lágrimas.

—Yo... Pensé que me reconocerías, Marinette— habló Alya, esbozando una frágil sonrisa —Creí que recordarías esos días de pequeñas cuando practicábamos toda la tarde con espadas de madera. Me equivoqué. Me equivoqué rotundamente.

Ante las dolidas palabras de Alya la azabache no podía encontrar una respuesta coherente en su cabeza. La satisfacción que tuvo por un momento al supuestamente matar a Chloé había sido reemplazada por la pena, la culpa y la rabia que sentía al ver a su amiga moribunda.

—Fue mi error al no darme cuenta antes de que esto ya no era un juego...— volvió a levantar la voz la morena, cosa que haría por última vez —Y tampoco me fijé en que tú ya estabas completamente ciega. No pude salvarte ni hacer que reaccionaras... P-Perdóname, Marinette.

Y con aquellas simples palabras, la princesa del segundo reino perdió su vida.

El lío que tenía la azabache en su cabeza no dejaba de hacerse más y más grande. Por un lado, quería tirarse en medio del campo de batalla a llorar; pero por el otro, tenía cierta sensación de gloria, aunque no hubiera obtenido nada similar a eso.

Otra vez, comenzó a sentir un montón de fuertes punzadas en su cabeza por culpa de la corona, las cuales eran bastante insoportables. De tal manera que, entra su pequeña desesperación, creyó oír una voz muy familiar llamándola por su nombre. Los llamados aumentaban su frecuencia de una forma tan molesta que lograron hacer que Marinette finalmente les prestara atención y con sumo malestar volteara su cabeza, aunque tal vez ese pequeño esfuerzo pudo valer la pena.

—Hija... ¿De verdad eres tú?

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