Capítulo 20: "Estar juntos"
Paseándose de un lugar a otro con rapidez y nerviosismo, Marinette jugaba con sus manos mientras se preocupaba de que cada parte del castillo estuviese en orden y el personal y los empleados cumpliesen con su respectiva función. Tal como ella lo había pedido, no recibió ninguna respuesta escrita, lo que la mantenía en una total incertidumbre respecto a la asistencia al evento que preparó con tanto entusiasmo.
A pesar de todas la críticas que recibió, pues para su pueblo lo ideal era mantenerse de luto y no volver a armar ninguna fiesta, la azabache estaba a punto de indicarle a los guardias que abriesen las puertas del castillo. En momento como aquel en que sus determinaciones carecían de apoyo, la imagen de ese joven rubio de máscara negra se pasó fugazmente por sus pensamientos. Cerró los ojos y cruzó los dedos mientras las pesadas puertas se abrían con lentitud, y cuando sintió que éstas dejaron de arrastrarse, los abrió.
Ante sus celestes ojos seis carrozas de distintos colores estaban estacionadas frente al castillo, cada una con ciudadanos y guardias que caminaron tras la realeza de su reino. Uno a uno empezaron a entrar en el séptimo reino, tal como la vez anterior, pero esta vez, con Emilie y Gabriel incluidos.
Una vez que casi todos estaban dentro y ya habían saludado cordialmente a Marinette, la joven subió a un estrado para poder dirigirse a todos ellos.
—Con el temblor de mi voz, les agradezco a todos por estar aquí— comenzó a hablar, mientras que sus piernas se tambaleaban —Los resultados de esta convocatoria eran inesperados, sin embargo... No tengo mucho más que decir, así que los invito a firmar el libro del Tratado de Paz, ¡y así demos inicio a la fiesta!
La firma del libro ahora parecía sólo un pequeño trámite, pues la unión de los reinos se había formado cuando todos tuvieron el propósito de detener y salvar a la princesa del séptimo reino. Una vez que todos habían formado, tras dos aplausos de la azabache, la música comenzó a sonar y los sirvientes se desplegaron por todo el castillo ofreciendo comida, bebida y atendiendo a los invitados. Así mismo, los guardias dieron paso a los ciudadanos más distinguidos de distintos reinos que venían a celebrar junto a ellos. En un rincón, Emilie y Gabriel conversaban animosamente.
—Si cuando la fiesta termine, vuelvo a mi castillo y te espero...— dijo Gabriel tomándola de las manos —Esta vez, ¿entrarás? ¿Te veré llegar?
—Tendrás que volver, esperar y averiguarlo— respondió Emilie esbozando una gran sonrisa.
Observándolos desde una distancia moderada, Adrien sonrió también al ver a sus padres interactuando. Ya habría tiempo de estar junto a ellos y recuperar la familia que siempre debieron ser, pero ahora no le parecía el momento indicado. Entre la multitud, sus ojos comenzaron a intentar encontrarse con esos ojos celestes que de repente empezó a extrañar.
Una música lenta impulsó a diversas parejas a salir a la pista de baile y moverse melosamente mientras se abrazaban. Siendo empujado por la marea de gente que se estaba moviéndose, el príncipe Agreste acabó delante de la persona que buscaba.
—¿Podemos conversar?— preguntó, acercándose a ella para que le pudiese oír.
Sin ser capaz que decir una palabra, la princesa sólo asintió con la cabeza. En medio de la celebración, juntos subieron en silencio hasta la habitación de la joven, y una vez allí, se quedaron frente a frente.
—Estoy segura de que te di muchos problemas..., más que eso, preocupación y dolor, y eso realmente me apena— dijo Marinette, cabizbaja —Lo siento mucho.
—No te preocupes por eso, lo único que me apenó fue que rompieras nuestra promesa— respondió el príncipe sin darse cuenta de lo que decía.
Tapándose la boca rápidamente, dándose cuenta del error que había cometido, Adrien logró que la azabache le diese vueltas a lo que él acababa de decir. Puesto que la corona ya había logrado efectos en ella, sus recuerdos no estaban muy claros, pero tras buscar en su memoria, encontró la respuesta a sus intrigas.
—¿Promesa...? ¿¡Chat Noir!?— exclamó la joven, intentando digerir lo recién descubierto.
Sin intenciones de ocultarlo por más tiempo, el príncipe ni siquiera intentó negarlo. Mientras, en la cabeza de Marinette, muchos sentimientos eran confusos. El misterioso hombre de traje y máscara negra que se convirtió en su mejor amigo tras colarse en su habitación esporádicamente era la misma persona que desde pequeña miró, admiró y amó.
—No estaba en mis planes decírtelo ahora, pero ya que cometí este error...— dijo calmadamente Adrien acercándose a ella, colocando una de sus manos en su mejilla —Como Adrien o como Chat Noir, estoy muy feliz de que estés bien. Y dándome cuenta de lo frágil que es la vida y lo mucho que agitas mi corazón, creo que este es un buen momento para...
Antes de que pudiese continuar, la joven se precipitó sobre él, dándole un fuerte y cálido abrazo que para ambos consolidaba la amistad y el amor que existía entre ellos. A la vez que los siete reinos por fin estaban en paz, ellos dos eran el más claro símbolo de que las distintas naciones se podían respetar y apoyar a pesar de todos sus problemas y diferencias.
—Ven, sígueme— susurró la azabache tomándole de la mano.
Bajando una pequeña escalera que había en el techo de la habitación, Marinette subió y abrió una pequeña puerta que los llevó a ambos a lo más alto del castillo. Desde allí, un hermoso atardecer adornaba el ambiente festivo del séptimo reino y también intensificaba los sentimientos que hacían vibrar los cuerpos de ambos jóvenes.
Aún tomados de la mano, viendo el sol esconderse tras los siete castillos, ambos se sonrieron entre sí. Era difícil volver a la normalidad sosteniendo el peso de todo lo que había pasado, pero si de algo estaban seguros, era que la única forma de estar bien en los mejores y peores momentos de sus vidas era permaneciendo juntos.
Y juntos era exactamente como estarían desde aquel momento en adelante.
Fin.
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