Capítulo 11: "Despedida anaranjada"
Narrador omnisciente.
A las puertas del tercer reino, Nino fue alertado por un sirviente de que la realeza del sexto reino solicitaba verlo con urgencia. Sin prestar atención ni desconcetrarse en arreglar la corbata del negro traje que llevaba puesto, vio a Adrien llegar corriendo hasta su habitación. Éste inmediatamente le habló en busca de desesperada ayuda, explicándole que Marinette podría estar muriéndose en ese mismo momento.
—La muerte es algo inevitable a veces— musitó Nino, aún sin dirigirle la mirada.
—Pero puedo evitarlo, por eso te necesito.
—Todos necesitamos muchas cosas, Adrien— respondió cortante el moreno, saliendo de la habitación.
Sin entender qué le sucedía, y siguiéndolo por el largo pasillo que lo llevaba hasta la entrada del reino, el joven era incapaz de encontrar una razón, hasta que lo observó bien. Su traje negro despertó su curiosidad, y lo sujetó del brazo para impedirle avanzar, observándolo de arriba hacia abajo.
—Marinette asesinó a Alya, Adrien...— susurró el moreno, casi derrumbándose en lágrimas.
Viendo como Nino era incapaz de contener su llanto, su amigo permaneció anonadado. No se había enterado de que la mandataria del segundo reino hubiese sido asesinada, menos por manos de su mejor amiga. Sin embargo, aunque no quisiera estar aprovechándose del momento de debilidad de su amigo, se acercó al suelo y se inclinó de rodillas ante él.
Dándose cuenta del gesto, Nino comprendió que tampoco quería ver a Adrien pasar por el dolor que él cruzaba en ese momento, y soltó un casi inaudible "está bien", no sin antes darle a entender que primero asistirían al velorio juntos, y que sería difícil enfrentar al reino oscuro sin el ejército de Alya ni el de Chloé ayudándolos.
***
A pesar de su increíble desarrollo tecnológico, el segundo reino no había perdido su calidez humana, y cada espacio dentro del territorio se tiñó de naranjo, casi como si fuese una celebración en honor a su difunta princesa. En efecto, en vez de llorar por ella, los reyes y los ciudadanos decidieron hacer memoria de ella con una inmensa y colorida caravana.
Minutos antes de que todos los pobladores se pudieran movilizar desde el castillo hasta el cementerio, un alboroto se oyó a puertas del lugar. Allí, Adrien y Nino estaban siendo sujetados por un montón de caballeros de armaduras anaranjadas, quienes no habían olvidado que la declaración de guerra no fue retirada y que el tercer y sexto reino lucharon en contra de ellos.
Nino, sintiéndose estúpido al no haber considerado aquello, ocupaba todas sus fuerzas en alzar la voz y gritar que lo dejasen despedirse de Alya como correspondía. Y ya cuando parecía que toda fuerza era inútil, y los caballeros estaban a punto de expulsarlos del lugar, una voz femenina hizo temblar a todos los demás.
—Suéltenlo— ordenó Marlena Césaire, reina del lugar y madre de Alya.
Sin decir otra palabra más, se acercó a Nino y lo cobijó entre sus brazos. La gente del segundo y el tercer reino se habían criado como hermanos, la reina no podría olvidarlo, menos cuando el moreno era casi un hijo para ella, y le era imposible negar que muchas veces soñó que la hija de la cual ahora ni siquiera tenía el cuerpo, era feliz su lado.
A pesar del emotivo momento, otro alboroto comenzó a armarse entre los soldados del mismo lugar. A la lejanía, una inmensa carroza de color rojo se venía acercando con un montón de súbditos detrás. Como evidentemente se trataba del séptimo reino, todos los presentes omitieron cualquier comentario y dejaron que los soldados se colocasen delante de ellos y tomasen sus armas.
El llamativo transporte se detuvo frente a todos y desde él bajó Marinette, tambaleándose, a la cual se llenaron los ojos de lágrimas cuando giró su rostro y se topó con la mirada de todos. El color de su piel se asemejaba al del papel, lo cual resaltaba aún más sus ojeras y labios morados.
—Marinette...— susurró Adrien, dando un pequeño paso hacia delante, pero Nino lo sujetó antes de que pudiese avanzar.
La azabache, con movimientos muy lentos y frágiles, que daban la sensación de que estaba a punto de romperse, se tumbó en el suelo con una pose de súplica. Las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas pero todo el mundo siguió en un eterno silencio, pues ella parecía dispuesta a hablar.
—Tengo mucho frío en mi corazón...— dijo, con la voz quebrada —Y creí que se debía a que me estoy muriendo, pero no es así. Mi corazón se congeló desde el momento en el que me di cuenta de que había asesinado a Alya, y ni yo ni nadie puede lidiar con la falta de calor que nos produce su ausencia...
Ante la falta de órdenes, los soldados del segundo reino sujetaron sus armas y comenzaron a avanzar hacia ella lentamente. Marinette, temblando en el suelo, sólo fue capaz de agachar la cabeza porque creía que la muerte era lo que merecía.
Pero, para sorpresa y llanto del reino entero, una silueta femenina les impidió el paso cruzándose ante ellos.
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