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Capítulo 8

Otra vez el mismo sueño, pero esta vez yo era la que moría en el accidente y mis padres eran los que sobrevivían. Ellos se iban a viajar alrededor del mundo y eran felices. Me levanté llorando e intentando consolarme de que nada de eso era real. Eran apenas las once de la noche y entre sollozos me volví a quedar dormida.

—¡¡¡¡¡NOOOOO!!!! —me volví a despertar sudada y con el corazón en la boca. La conversación que tuvimos en el carro cuando ellos me decían que se iban a divorciar era totalmente diferente, me culpaban por todo lo que había pasado, era por causa mía y de nuevo el accidente sucedía. Esta vez sí me levanté y me fui a mirar al espejo para tranquilizarme. Este dejo de mostrar mi reflejo y me volvió a entrar una llamada. Una persona que se llamaba Consolador me estaba llamando. Le di en responder, pero no sucedió nada igual que la otra vez, miré el reloj y eran las dos de la mañana. Esta vez me senté en la cama y esperé a que algo ocurriese. No sucedió nada hasta que sonó un pequeño golpecito en la puerta, me asusté porque pensé que había despertado a los Fosters con mis sueños y lentamente abrí la puerta, pero me encontré con un chico rubio.

—¿Quería saber si podía entrar en tu cuarto? —susurró. Le pregunté por su nombre y por qué estaba aquí—. Soy Consolador y tú me llamaste.

Lo dejé pasar a mi habitación y se fue a sentar a la silla donde se había sentado Sabiduría, una que no recordaba y que nunca había visto.

—¿Me puedo sentar? —me preguntó, le di permiso porque ni siquiera era mi cuarto y estaba segura de que esa silla realmente no existía—. Y, ¿de qué quieres hablar?

Todavía no sabía cómo era que gente extraña entraba en el cuarto y se sentaban a hablar con normalidad. Me fui a sentar en la cama para poderlo ver más de cerca y, aunque oscuro, lo podía ver como si estuviéramos en pleno día, como si de alguna manera él produjera luz. Sillas que no existen y chicos que son luminosos, eso está extraño, creo que me falta dormir mejor o solamente dormir.

—¿Por qué estás usando traje? —dije como si eso fuera lo único extraño acerca de él. Su rostro era parecido a la nieve, su cabello con rizos y su sonrisa delicada que inspiraba confianza con solo verla. Tenía más o menos mi edad.

—Me siento cómodo utilizando mi traje y además demuestra mi naturaleza —me confundió su respuesta y le pregunté cuál sería su naturaleza—. Soy un caballero. Pero no hablemos acerca de mí, cuéntame acerca de ti.

—Soy Scarlett Allen West, tengo catorce años y mi futuro se ve muy borroso, colgando de un fino hilo. Las decisiones que afectan mi vida las toman otras personas que nunca llegué a conocer. Casi un completo desastre, así definiría mi vida en estos momentos. No casi, es un completo desastre.

—Yo no lo veo así, creo que eres de las pocas personas que pasando por todo lo que pasaste, todavía te mantienes fuerte y puedes ver el lado bueno de las cosas. Solo te falta algo —le pregunté con curiosidad qué era ese "algo"—. Yo.

Solté una risita porque pensé que estaba jugando conmigo, pero fue él quien me miró a mí con curiosidad esta vez.

—¿Cómo me vas a faltar tú? —le pregunté ahora confundida. Cómo este niño me va a decir que necesito de él, si apenas lo acabo de conocer.

—Mi Padre me dio el enorme privilegio de estar en medio de los humanos, mi hermano fue el que hizo esto posible sin Él nada de esto podría suceder y por siempre voy a estar agradecido —pregunté por su hermano—. Tú has escuchado acerca de él, es Yeshúa.

—Espera, ¿Jesús es tu hermano? —pregunté re confundida. "Entonces, ¿cuántos años tendrá este niño? ¿Por ahí dos mil?"

—Creo que me vas a entender mejor con el nombre que la mayoría de las personas me conocen, soy el Espíritu Santo —eso realmente explicaba mucho, pero no todo—. No soy el hermano de Yeshúa de sangre, pero en Espíritu somos el mismo. Hasta pude morar en Él mientras vivía aquí en la tierra, fue una experiencia única.

—Pero, creí que estabas en la creación del mundo. Esto es muy confuso.

Se rascó la barbilla en un intento de pensar. —Te voy a dar una pequeña lección de historia. Sí, tienes razón, yo estaba en la creación, también estuve con los primeros humanos, pero cuando ellos pecaron yo no podía estar con ellos porque hubo una separación del Padre con la humanidad, eso ya lo sabías. Eso entristecía mi alma en gran manera y la de mi padre. Hubo algunos hombres que Jehová eligió y podía estar yo con ellos, darles poder y gozarme. Pero eran muy pocas personas. Hasta que mi hermano quiso bajar y morir por la humanidad—su tono subía de alegría cuando contaba esas palabras—. Él les prometió que yo iba a estar con ellos para ser guía de ellos, llenar sus corazones de la presencia de Dios, darles poder y morar con ellos hasta el fin del mundo. Y así lo he hecho.

—Y eso, ¿qué tiene que ver conmigo? —pregunté interrumpiéndolo.

—Todo ser humano tiene un vacío, dónde debería estar el amor de mi Padre, aunque muchos prefieren llenar ese vacío con conocimiento, dinero, amor, fama, etc. Tú también lo tienes. Y yo soy el que te lo llena.

—Y, ¿qué debo hacer? Orarte, darte regalos o algo así...

Su expresión fue de horror cuando le dije esas palabras. —Toda la gloria va para Yahvé, yo soy muy importante, pero mi Padre es al único que se le rinde alabanza. No, lo único que debes hacer para tenerme es aceptar a Yeshúa porque yo soy un regalo que él da. Porque mi hermano fue el que murió en una cruz por toda la humanidad, su muerte fue muy dolorosa y realmente yo no quería que Él sufriera de esa manera. Pero con su muerte salvó a toda la humanidad y por esto lo admiro.

Casi saltaba de la alegría cuando mencionaba lo que hizo Yeshúa.

—Y, ¿qué debo hacer para tener a Jesús en mí? —le pregunté con curiosidad.

—Te tengo que advertir, muchos piensan que Jesús no pide nada de ellos y pues no es toda la verdad. Hay una parte que ya la hizo Jesús y hay otra que la tiene que hacer cada persona. También te tengo que decir que es una decisión de vida, una decisión que cambiará para bien el rumbo de tu vida.

—Y, ¿qué pasa si no quiero? —le pregunté aún con más por curiosidad.

—Yo, como mi hermano, tampoco obligo a nadie. Pero entristece mi alma, solo que muchos no lo saben. Yo soy el factor de cambio de muchas vidas y siempre lo hago para bien, pero si no me quieren o si no les gusta mi presencia nunca los voy a obligar. Por esto soy un caballero.

Se me quedó mirando, analizándome. Se entristeció y luego se alegró. —Hoy y mañana vas a tener un día horrible, pero pase lo que pase, quiero que sepas que estamos aquí contigo. Amándote sin importar las circunstancias. También quiero que sepas que vas a ser zarandeada por Satanás y te va a doler, pero cuando vuelvas espero que vengas a nosotros y no te vayas.

Sus palabras llegaban a un nuevo nivel de confusión. Pero se me quedó mirando, me sonrió y me pidió permiso para darme un abrazo. Acepté sin darle importancia, pero su abrazo era como algo que nunca había sentido, lo que él había dicho se cumplió, hubo un vacío en mi corazón que se había llenado. Era como si de él transmitiera amor, pero era un amor diferente, un amor ágape; algo fuera de este mundo, algo que nunca había experimentado. Con este abrazo se desvaneció él y su amor.

«Whoa eso fue intenso»

Me volvía a acostar y miré por última vez el reloj, dos de la mañana en punto. «Imposible», me dije a mí misma, parecía que había pasado media hora. «Debe estar roto», concluí.

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