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Capítulo 5

—Pásamela, —era lo único que me decían. Yo no era muy diestra para jugar básquetbol, aunque fuera muy rápida, no tenía todavía la coordinación para hacer una cesta y siempre me tocaba pasarla para que alguien más encestara.

—Muy bien, Scarlett. ¡Ganamos! —me dijo Logan. Por suerte ni Kaz ni Pierre estaban en mi equipo y no me tocaba ni siquiera determinarlos—. ¿Estás bien?

—Sí, solo un poco distraída —le dije, aunque yo no lograba contagiarme de su entusiasmo. Él, aunque no tenía condición física, era el que había realizado todas las cestas.

Pierre se me acercó y me saludó como si nada hubiera pasado en ese elevador. Aunque entre palabras intentó pedirme disculpas, pero no se acercó ni por poco. Lo que sí es que se puso a criticar a Kaz por cualquier mínimo defecto. Yo ni le ponía atención a lo que decía. Esta vez fue Logan el que se ofreció a subir conmigo. Me encantaban sus charlas y sus ideas, pero cuando llegamos a la puerta, actuó de manera extraña.

—Hasta aquí te acompaño —le pregunté el motivo. Comenzó a titubear—. Hay muchas historias extrañas de este apartamento y prefiero no averiguar si son verdaderas.

Se despidió y se fue. Entré y me encontré a Felicity haciendo el almuerzo, charlé con ella un rato y me fui a mi habitación. Me volví a bañar por todo el ejercicio que había hecho había alcanzado a sudar. Me llamaron a almorzar y cuando fui Kaz estaba en la mesa, me dirigí al otro extremo de donde estaba él para quedar lo más lejos posible.

—¿Ese no fue el mismo overol que te pusiste ayer? —preguntó, pero Felicity lo regañó por el comentario. "Eso no se le pregunta a una dama", fue lo que ella dijo.

—Este es otro, es que me encantan los overoles y tengo de distintas tonalidades. Además, me quedan fantástico y me veo genial —parecía satisfecho con la respuesta.

En ese momento llego el señor Foster. —Hola jovencita escarlata. Escuche que ganaste el partido de baloncesto.

Hablé sobre eso, resaltando los mejores momentos y también mis dificultades. Se sirvió el almuerzo. Un arroz chino con todo lo mejor.

—Hoy toca hablar de un cuadro. El segundo cuadro.

—¿El del bebé en la cuna? —pregunté con gran curiosidad.

—Ese mismo. Bueno, ese viene a ser Jesús o como otros lo conocen Yeshúa. Este existió con toda seguridad porque hasta los ateos lo dicen. Ahora lo único que hay que entender es algo que dice en un versículo: "Mas Él siendo en forma de Dios no estimó ser igual a Dios como cosa que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres".

—En otras palabras, Yeshúa que era una parte de Dios, dejó de serlo para convertirse en hombre. El verbo —añadió Felicity.

—O sea, Dios vino a la tierra —dije más como una pregunta que como una afirmación.

—No, Dios no podría venir a la tierra por su santidad. Él es santidad y no puede juntarse con el pecado, si Él llegase a venir en su forma divina, nosotros moriríamos porque tenemos una condición de pecado —hice una cara de asombro que le causó risa a Kaz, pero lo fulminé con la mirada —. Por eso le tocó despojarse, en otras palabras, quitarse su santidad y venir a la tierra.

—¿Por qué lo haría? — pregunté confundida. Por qué un Dios vendría a la tierra, digo si es que existe un Dios. Por qué no quedarse en su trono y mirar cómo las cosas pasan.

—Por amor... Porque no teníamos esperanza, no había forma de reconciliarnos con él.

«Pero hay esperanza», fue lo que dijo Sabiduría.

Terminamos de almorzar y Ezra me llevó hasta mi antigua casa. Cuando entré me dio la bienvenida el silencio que siempre odiaba de esta casa y mucho, mucho polvo. Llevaba una maleta, la más grande que los Fosters tenían. Ezra se había quedado atrás para darme "privacidad", lo que daría para que me hablara en estos momentos.

—¿Qué me llevo? —le dije a una casa vacía.

La casa tenía dos habitaciones para los habitantes, era incluso más pequeña que la de los Fosters o al menos así sentía. Me dirigí a mi habitación y me llevé más ropa, más que todo jeans y overoles. En la cama había un peluche, un búho, que era de las pocas cosas que me habían regalado mis padres sin que yo se lo hubiera pedido. Yo no era de esas niñitas que pedían cualquier cosa que pasara por la cabeza, sino más bien de esas jóvenes responsables para que sus padres se sintieran orgullosos.

«Parece que eso no sirvió». Respondió una voz en mi mente, la callé y me llevé mi hermoso búho.

Pasé por la cocina y no había nada que quisiera llevarme. En la sala había algunos cuadros de nuestra familia y los guardé con cuidado en la maleta. Por último, llegué al cuarto de mis padres, era un desastre. Qué ironía que ellos me hablaran de orden y este cuarto era un desastre. Un gran desastre. Ellos tenían un baúl a los pies de la cama, donde alrededor del desorden había dos anillos de boda, que se habían dejado perfectamente uno al lado del otro.

—Ya lo habían decidido. ¡Gracias por consultar! —les grité a los anillos—. Yo les podría haber dado algún consejo. Por eso éramos una familia para que los problemas los enfrentáramos juntos.

Los recogí y me los metí en el bolsillo central del overol. Seguí buscando en medio del desorden y nada de valor emocional encontré. Me dirigí a la salida y algo captó mi mirada en el refrigerador, una nota adhesiva estaba pegada en la puerta que no había visto. Fui hasta allí, lo nota no tenía nada escrito, entonces solamente lo abrí y había una caja allí que yo no recordaba el día anterior del accidente. La saqué.

—Entonces iban a decir que lo sentían con un pastel. Primero me iban a decir que se iban a divorciar, en otras palabras, se iban a rendir. Y luego iban a decir que lo sentían. ¡No les importaba cómo me iba a sentir! No sabían que me iban a destruir. ¡Me rompieron! Su decisión arruinó mi vida —lancé el pastel a volar, con todas mis fuerzas. Y algunas cosas cercanas que había en la isla salieron volando también. Vi los cuchillos y una idea se me pasó por la mente, pero Ezra entró en el mismo momento en el que estaba dudando si debía hacerlo.

—Calma —entró y me dio un abrazo con fuerza. Quería golpearlo y liberarme, salir corriendo. Pero no pude, sus brazos firmes era los únicos que dejaban que yo no me rompiera en pedazos. Pasaron minutos hasta que me calme y pudiera articular una palabra.

—Lo siento, me descontrolé por un minuto —dije intentando salir de su abrazo, pero todavía no quería. Me acarició mi cabello y limpió mis lágrimas. Se sentía un momento de un padre, consolando a su hija. Algo que todavía no había sentido, porque mi padre no le gustaba mucho el contacto físico y nunca estaba pendiente de mí.

—Eres fuerte para tu edad. ¿Lo sabías? —me soltó y revelo algunas lágrimas que él también había derramado. Yo todavía no quería irme, pero me di cuenta de que ya estaba de noche. Me ayudó a levantarme y tomó un momento decirles a mis piernas que me sostuvieran porque se habían adormecido—. Lávate la cara y vamos.

Hice lo que me dijo y nos fuimos en la camioneta. Pasamos a comprar unas hamburguesas y Ezra me compró un agua para la deshidratación por lo mucho que había llorado.

—Sabes, nos llamarían locos por comprar una hamburguesa un lunes.

El comentario me sacó una sonrisa, era un chiste de papá, y por ese momento sentí que todo iba a estar bien.

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