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Quince

Aquel día fue agobiante para Ona, eso era innegable.

Tenía mucho trabajo de la revista por hacer, deberes, tareas de casa y vivir, que eso ya parecía tomarle demasiado esfuerzo en aquellos momentos.

No podía concentrarse en un único punto y parecía divagar mentalmente entre mil cosas. Odiaba cuando eso le sucedía. Trató de obligarse a centrarse, una y otra vez a lo largo del día. Finalmente, a las siete y pico de la tarde, concluyó que era inútil. Los deberes quedaron a medias, pues sabía que no los estaba haciendo bien. Las tareas de la revista, fraguaron entre lo terminado y lo abandonado. Sus quehaceres de casa fueron llevados a cabo a correprisa y por encima. Y la poca energía y concentración que alcanzaba a reunir la invirtió en respirar pesadamente tirada en el sofá y no morir ahogada en coraje. Así de mal estaba Ona aquel día. Un día que deseaba acabase de una buena vez.

No prestó mucha atención a su madre y su hermano; no podía ni consigo misma. La mayor percibió el estado de su hija, pero optó por darle espacio. En algún momento hablaría con ella, sabía que así sería aunque tardase.

Ona no cenó, se acostó dispuesta a dormir y, con suerte según su mente pensó en aquellos momentos, no se despertaría más.

Estaba cansada de todo y de todos. ¿Para qué mentir? El primer paso era reconocerlo.

Odiaba al tipejo que se asignaba el papel de padre en su vida. Ojalá desapareciera, pensó.

Maldecía el momento en que su relación con Dani pasó de inexistente a lo que era ahora. Fuese lo que fuese, porque no estaba segura de cómo definirla. Lo quería, o eso creía. Siempre había tenido aquel enamoramiento por él pero, ¿quizá lo había idealizado? Entonces, teniendo en cuenta sus sentimientos —que al parecer eran mutuos—, él debería comprender su miedo a anunciarlo y perder a Clara en el proceso si la relación entre ellos iba mal. ¿Por qué no podía comprenderlo?

Claro que ella podía estar equivocada, como cualquiera. Para ella era difícil entender qué tan importante era que los demás lo supieran. El hecho era que ellos estaban juntos igual, ¿no? No afectaba en nada que fuese público o secreto, como él había denominado la situación. Partiendo de esa base, no lograba verlo del mismo ángulo que él. Algo estaba claro:

Era su novio.

Fin.

O no tan fin...

Si se hacía público, era su novio.
Si seguía sin saberse, seguía siendo su novio.

¿Por qué tanto lío entonces?

Si se hacía público y fallaban, las cosas afectarían a otros.
Si seguía sin saberse y fallaban, sólo ellos sentirían las consecuencias.

¡Todo eran ventajas viéndolo así!

Necesitaba que él entendiera cómo ella veía aquello. ¿Cómo hacérselo entender?

Decidió irse a dormir porque al día siguiente iba a tener mucho lío y quería estar descansada, si es que lograba mantener los ojos cerrados, claro.

La siguiente mañana, estaba físicamente agotada y también ciertamente irascible. No había pegado ojo.

Clara la notó distinta a como era habitualmente. Ya hacía días que algo no le cuadraba pero, conocedora de lo de su padre, asumió que estaba tratando de gestionar aquello a su manera. Por eso, no la presionó y le dio cuanto espacio necesitaba.

Fue un día duro que, al fin, terminó. Su madre tampoco dijo nada pero se mantuvo cerca, por si la necesitaba. Ona estaba empezando a odiarse a sí misma por hacer preocupar a las personas que le importaban. Eso, la frustraba más todavía.

Ya en la cama aquella noche, accedió al chat del móvil que tenía con Dani. Dudó si escribirle. Al fin y al cabo, él no había dado señales de vida desde la otra noche en casa de Clara. Al final decidió hacerlo y, si no respondía, pues se pondría a dormir.

—Buenas noches, Dani. ¿Cómo ha ido el día? —Escribió. Debía ser neutral.

—Hola. Bien, ¿tú qué tal?

Ona respiró pesadamente al recibir respuesta casi instantánea. Fue tan neutral como ella.

—Bien. Estoy hecha polvo, estos días se me han hecho muy pesados.

—¿Y eso?

—Nah, un cúmulo de cosas que tengo encima.

No quería hablarle de su padre, al menos no en aquellos momentos. Tenía que ir de cosa en cosa, primero lo suyo.

—Entiendo.

—Te he echado de menos —escribió con sinceridad.

Él no dio respuesta, aunque el mensaje salía como leído y él estaba en línea. Ona suspiró cansada. ¿Qué más podía decir para reconectar con él?

—Supongo que, por cómo se han dado las cosas, quizá no lo creas... Pero es así. Te añoro —escribió y envió.

Nuevamente, había leído. Apareció que estaba escribiendo, luego desaparecía. Así una y otra vez, sin recibir ella respuesta alguna. ¿Tan difícil era decir que él también?

Ese pensamiento le heló la sangre. ¿Podía ser que él no la extrañase? ¿Había dejado de importarle?

—No hace tanto que nos vimos. Pero también te extrañé —respondió al fin.

—Ya...

—Creo que tenemos que hablar.

—Deberíamos, sí —concordó la muchacha. Sentía presión en el pecho.

—Sé que quieres que mantengamos lo nuestro en secreto, pero no logro comprender la razón por más que lo intento. La verdad es que no me gusta sentir que necesitas esconderme —envió él.

—Es sencillo. No quiero que el día que lo dejemos eso afecte a los demás. A Clara, a Davinia, a mi madre... No quiero que ellos estén mal por culpa nuestra.

—Ona... ¿Sabes lo que se siente cuando tu pareja parece estar lista para terminar contigo?

—No he tenido novio antes, así que no.

—Yo sí, porque es lo que estoy sintiendo en esta relación. Te preocupas por el futuro, por qué hacer cuando lo dejemos, por cómo evitar disgustos a los demás. ¿Pero y el ahora? ¿Y el nosotros? ¿No importa cómo nos sentiremos nosotros? ¿Tan segura estás de que terminaremos? Es que no puedo entender porque tanta negatividad, Ona.

Ella se quedó paralizada al leer todo aquello. Ni siquiera podía contestar. Viendo que no respondería, él mandó otro mensaje.

—He tardado años en lograr esto. Años en decirte lo que sentía. Años en aceptar yo mismo que estaba loco por ti. Años en tomar el valor, en actuar como si nada cuando te veía en casa de mi prima. Años en disimular. Años con celos, con rabia, con fantasías de cómo sería si me atrevía a tratar de conquistarte. Años simplemente soñando despierto, Ona. Y cuando finalmente, contra todo pronóstico, logro dar el paso y te tengo conmigo, resulta que sólo piensas en cómo proceder cuando se acabe. ¡Cuando se acabe algo que justo empieza! Siento que soy nada en tu mundo. Tal y como me sentía de niño cuando sonreías con todos excepto conmigo. Y déjame decirte que odio sentirme así.

—Creo que puedo entenderte... Pero sigo sin poder decirlo a los demás. No estoy preparada —respondió escuetamente, impactada por las palabras del chico.

—¿Qué tenemos que hacer entonces? —Cuestionó derrotado.

—No lo sé. Tú necesitas gritarlo a los cuatro vientos, yo necesito no hacerlo. Es difícil... Y no quiero que te sientas como has dicho, pero no puedo. No puedo. ¿Qué quieres de mí?

—Lo quiero todo —respondió tras unos minutos que a ambos se les antojaron agónicos.

—Dani...

—¿Y qué quieres tú de mí?

—Que me tengas paciencia. Algún día podré darte lo que buscas de mí, de lo nuestro, lo sé. Pero no ahora, en este momento es imposible para mí.

—¿Entonces? ¿Qué hacemos?

—Quisiera seguir contigo, hacer que esto crezca. Pero entiendo que para ti es complicado porque quieres más...

—¿Debemos seguir escondiendo que estamos saliendo? Es una pregunta sencilla. ¿Seguimos fingiendo no estar juntos? ¿Seguimos con la fachada de no ser siquiera amigos a ojos de los demás?

Ona dejó el teléfono sobre la colcha, en su regazo. Necesitaba pensar, aclararse, evaluar la situación, los pros y los contras. Necesitaba centrarse y definir qué esperaba de todo aquello. Como no obtuvo respuesta, él volvió a escribir.

—Esta noche quiero que esto quede bien establecido y bien claro, porque así no podemos seguir. Quiero tenerte como novia con todas las de la ley. Dime, ¿va a ser posible? —Por alguna razón, él mantenía esperanzas de que ella lo comprendiese y cambiase de opinión.

—Creo que de momento debemos seguir como antes cada uno con su vida, pero juntos en secreto. Por ahora, mejor que nadie lo sospeche. No podré lidiar con ello.

—Está bien. Si eso es lo que quieres, haré lo que pueda... Pero tienes que saber que no va a ser fácil para mí. No sé cuánto tiempo podré lidiar yo con lo que me pides. ¡Es tan injusto para mí!

Después de ese mensaje, envió otro dándole las buenas noches y se desconectó, sin esperar más respuesta. En la oscuridad de su habitación, se dejó llorar llevado por la frustración. Al fin y al cabo, le daría lo que ella quería, a sabiendas de que acabaría destrozado en el proceso

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