Diez
Tumbada en la cama, Ona pensaba en cómo había ido la tarde. Decir que estaba sorprendida era quedarse corto, porque aquello había sido cualquier cosa menos algo esperado. Una boba sonrisa decoraba su rostro mientras Daniel danzaba en su mente y no podía evitar preguntarse si aquello era real, si había sucedido tal y como lo estaba recordando.
Sonó su teléfono, indicando que tenía una nueva notificación. Revisó y era un mensaje de Daniel, por lo que su sonrisa se amplió y ella se dispuso a seguir la conversación.
- Andas por ahí, preciosa? -Preguntó él.
- Sip, aquí estoy -respondió sin demora.
- Quiero saber algo, porque es un tema que no me deja tranquilo hoy.
- Ok, pregunte usted.
- Seguro que no te gustan las chicas? Me refiero a que luego no me llevaré una sorpresa al respecto, no? -Cuestionó.
Ona rio ante aquella pregunta. ¿Cómo se le podía ocurrir semejante cosa? Creía que había quedado claro que le gustaba justamente él.
- No, no me gustan las chicas. ¿Por?
- Sigo pensando que pareces versada en el tema tras leer lo de la revista.
- Dani... No soy homosexual. Simplemente valoro la situación desde distintas perspectivas antes de responder. Me puse en su lugar, nada más.
- Está bien... Confío en ti.
- Bien, porque si no lo hicieras tendríamos un problema.
Siguieron hablando un rato más, hasta que ella tuvo que irse a cenar con su madre y su hermano. Daniel aprovechó para leer, nuevamente, varios puntos de aquella sección. Sin duda, los que más le llamaban la atención eran los casos de homosexualidad, pues le parecía increíble que a aquellas alturas todavía se sintiera ese miedo a decirlo abiertamente. Volvió a leerlo, totalmente concentrado. Comenzó por la nota del chico.
«Hace ya un tiempo que sé que me gustan las personas de mi mismo sexo, pero no se lo he contado nunca a nadie. Ahora que comienzo una nueva etapa, quizá sea el momento para ello, pero ¿cómo hacerlo sin que haya terribles consecuencias?
No creo que mis padres reaccionen bien, al menos no él. Seguramente alguno de mis amigos se aleje de mí, y tampoco quiero eso. Me aterran sus reacciones y que todo cambie demasiado. ¿Y si una vez lo diga nadie lo acepta bien? ¿Y si mi familia me rechaza o mis amigos me dejan a un lado? ¿Y si me convierto en el centro de burlas por eso? Porque no soy tonto, sé cómo de mezquina puede ser la gente y lo poco dados que somos a aceptar a la gente que es distinta o no es normal. Y estoy muerto de miedo».
Siguió leyendo, esta vez la consulta de la chica, más extensa y, a su parecer, también más rebuscada.
«Buenas.
Quizá no sirva de nada que escriba buscando consejo, pero algo en mi mente hizo clic cuando vi la nueva sección, y me animé a intentarlo. Allá va mi historia:
Soy lesbiana, pero sigo en el bendito armario viviendo con la comodidad que otorga el no salir de ahí. Es una comodidad irreal, lo sé, pero de algún modo me aferro a ella como si la vida me fuese en ello. Lo cierto es que no tengo el valor para abandonar la situación actual, o al menos así lo siento ahora mismo. Me gustaría poder salir con mi novia sin preocuparme de que nos vean besarnos, me gustaría que los cuchicheos me diesen igual, me gustaría que me valiese madre la opinión de los demás, pero no es así.
Me aterra informar a mis padres de mi orientación, porque no quiero que las cosas cambien en la familia. Se me hace cuesta arriba decirles a mis amigas que me gustan las chicas, porque seguro que creerán que, sólo por eso, automáticamente van a gustarme. Quizá se alejen de mí, ¿tendría que quedarme sola? Respecto al instituto, me paraliza pensar en que seré el centro de burlas y habladurías por salir del armario.
Como puedes ver, me siento presa del terror y de los desastres que conllevaría decir: soy lesbiana, tengo novia, y puedo ser feliz ahora que no lo oculto.
Quiero y no quiero, me atrevo y me cohíbo al mismo tiempo, avanzo y retrocedo, y así una y otra vez, sin parar. Fui capaz de decirle a mi chica lo que sentía, pero soy incapaz de asumir que los demás lo sepan. Al mismo tiempo, necesito quitarme ese peso de encima. Pero dudo. Y temo. Y lloro. Y me aíslo. Y sigo dando pasos hacia atrás. Y no comprendo la razón por la que me estoy traicionando a mí misma. Y no me perdono tener que esconder a mi pareja, porque la amo con locura y ella no se merece eso.
Y siento que no merezco nada, ni bueno ni malo, pues estoy viviendo una vida que no es mía. Así me siento. Como si llevase una máscara con mi cara y viviese una vida que es de otra persona, de alguien heterosexual, sin nada que esconder, cuando estoy con esa chica maravillosa ocultándolo de cualquier mirada. Siento que estoy viviendo una vida normal, sin yo serlo. Siento que soy un engaño, un producto igual a los demás, sólo que con un secreto que me está destrozando en silencio pues, por obvias razones, no puedo hablar de esto con nadie. Siento que soy un fraude, algo erróneo que debió ser descartado, porque ¿cómo puedo seguir viviendo mintiendo a todo el mundo por no atreverme a hacerles saber mi realidad?
No sé si podrás comprenderme pues mi mente es un lío y sé que divago, pero es una pequeña muestra de cómo me siento y cómo trabaja mi mente. Dime, ¿tienes algún consejo que me ayude?».
Daniel pensó que debía ser difícil vivir con aquellos temores y tan preocupado por si el secreto se descubre, por lo que compadeció a ambos, pero a la chica más pues parecía realmente en ruinas psicológicamente. «Y todo, por gustarle las personas de su mismo sexo», caviló.
Ona terminaba de cenar y pensó en lo cansada que estaba, alegrándose de no tener que ir a clases al día siguiente. Lo único que tenía que hacer era preparar la sección del próximo número, pues los deberes ya los tenía hechos, y tenía hasta el lunes por la noche para alistarlo todo. Iba bien de tiempo, se sentía relajada.
Daniel bebió agua y siguió leyendo, tirado en el sofá sin preocupaciones. Le quedaba la respuesta de Ona, la cual había leído con admiración ya varias veces.
«Primero que nada, tengo que decir que no sé si pondré esto en el orden correcto, pues hay demasiadas cosas que quiero expresar tras leer esas dos consultas, a las cuales voy a responder juntas en una única respuesta.
Al leeros me ha quedado como un regusto amargo ante un detalle y seré clara al respecto: sois normales. Sois dos personas, dos adolescentes, con sentimientos y preocupaciones. Sois dos personas tan normales como cualquier otra. Ser homosexual no significa no ser normal, así que, por favor, no sigáis sintiendo que no lo sois porque estáis equivocados.
Por otro lado, es lógico que sintáis ese miedo porque sois conscientes de que la sociedad sigue siendo una porquería en lo que a tolerancia y respeto se refiere y, aunque es algo ya "normalizado" se sigue mirando diferente a aquellos que tienen una orientación distinta a la estándar. Lo sabéis, y por eso os acechan esas dudas y esos temores. Yo lo que puedo deciros sobre esto es sencillo: solamente a vosotros os afecta quién os gusta u os deja de gustar, solamente vosotros debéis importaros. Al cuerno con los demás, al cuerno con la opinión ajena sobre vuestra vida. ¡Es vuestra! De nadie más y, por lo tanto, nadie tiene el derecho a imponer en vuestra vida unos gustos que vienen predefinidos desde algún momento inconcreto de la historia.
La gente a vuestro alrededor debe aceptarlo, sin más. Sin temer que por ser homosexuales ya os vayáis a interesar en ellos, sin miedo a que "les hagáis algo" -aunque es una ridiculez, sigue habiendo gente por ahí suelta que cree que por ser gay pasas a ser un vicioso o incluso que acabarás abusando de alguien de tu mismo sexo- ni tampoco miedo a que influyas en su propia orientación. Lo mismo para la familia; deben aceptarlo y punto. Obviamente, se comprende que al comienzo a cualquiera le puede chocar la noticia o resultarles complicado de asumir, pero si pasado el tiempo no lo aceptan tienen un problema. Ellos, no vosotros. Tienen un problema de tolerancia y respeto hacia los demás. Vosotros, no.
Mi consejo sería sencillo en este caso: hablad con vuestra familia antes que con ninguna otra persona, para evitar que se enteren por terceros y eso empeore las cosas. Sed sinceros, respetuosos y consecuentes, y quizá, con suerte, recibáis lo mismo. Si hay algún miembro de la familia que creáis que puede reaccionar mal, dejadlo para el final y hablad primero con los demás, conseguid aliados. Respecto a los amigos, espero que no haya problemas porque si con nuestras edades no son tolerantes algo falla.
Lo de ser centro de burlas, ¿de verdad os preocupa? ¿Qué adolescente no lo es? Si no es por una cosa es por otra, y cito algunos ejemplos irrespetuosos: por ser gordo o esquelético, por ser un enano o alto como un pino, o un empollón o tonto perdido, o por ser muy fea o un putón. Y así, sin fin. Siempre hay algo por lo que los que se creen mejores se van a burlar de otros, así que sentir miedo a ser centro de burlas es lógico pero inútil. Es una pérdida de tiempo, pues en lo único en lo que deberías centrar vuestra atención es en una cosa: ser felices.
¿Os hace felices mantener este secreto? ¿Os hace felices fingir algo que no sois? ¿Os hace felices sentir que estáis fallando a los demás y a vosotros mismos? ¿Os hace felices tener que recurrir a una desconocida para aclarar vuestras ideas? Y ¿os hace felices sentir que no lo sois?
Creo que las respuestas las tenéis claras, por lo que os invito a actuar en consecuencia. Sed claros, determinados, firmes, maduros. Sed vosotros mismos. No os obliguéis a ser alguien que no sois, eso sólo os traerá desgracia.
No tengo más que añadir, simplemente sed lo que queréis ser, lo que sentís que sois, lo que os haga sonreír y os haga sentir completos. Y si la gente a vuestro alrededor no lo acepta, es sencillo: no debían estar a vuestro lado.
Cualquier cosa, podéis encontrarme en el instituto. Estaré ahí si me necesitáis».
Sonrió al leer el final. Siempre había sido así, dada a estar para los demás sin importar qué. La recordaba consolando a Pablo cuando su amiga se fue de vacaciones y no la podía ver en dos meses y medio, y andaba llorando por las esquinas porque la añoraba. Tendría unos diez años, pero nadie comprendía realmente cómo le afectaba aquello y la única que logró hacerlo sonreír de nuevo y regresar a la normalidad fue Ona. Lloró hasta no poder más entre sus brazos, mientras ella acariciaba su espalda y le susurraba que todo estaría bien. Después de aquello, Pablo hizo un calendario con una cuenta atrás, donde señalaba cada día que pasaba. Cada mañana, nada más abrir los ojos corría a marcar el día, y daba saltitos de emoción porque restaba uno menos para volver a encontrarse con ella. Fue gracias a Ona, nadie más supo sacarlo de aquella tristeza. Ni siquiera él, siendo su hermano, había sabido qué hacer para ayudarlo. Pero Ona sí. Ella siempre sabía qué decir, o qué hacer, o cómo afrontar las cosas. Aunque se sintiera derruida, porque él recordaba haberla visto hundida siendo muy pequeña, llorando todo el tiempo sin hablar con nadie más que Clara. Hacía mucho de aquello, pero él aún lo recordaba. Nada referente a ella se había desvanecido de su mente con el paso del tiempo, cosa que le resultaba ciertamente curiosa pues él no era alguien muy dado a prestar demasiada atención a los demás o que se obsesionase con algo lo suficiente como para no olvidarlo. Supuso que ella, de algún modo, siempre había sido alguien especial para él, incluso sin saberlo.
Mirando el texto en la pantalla de su teléfono, sintió orgullo por ella. Era especial, era única; era Ona. Su Ona.
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¡Y hasta aquí el capítulo de hoy!
¿Qué os ha parecido?
Si queréis leer las historias del chico y la chica que hemos conocido en este capítulo, podéis encontrarlas en mi perfil.
Os dejo portadas y sinopsis aquí debajo.
Título: Gabriel
Sinopsis: Todo se tornaba una preocupación en su mente últimamente, porque todo acababa en un único punto: sus temores.
Tenía clara su orientación y también que habría gente de su entorno que no lo aceptaría, por lo que callaba y seguía ocultando su homosexualidad, temeroso de ser objeto de burla o que las personas a las que quería lo repudiasen. Quería contarlo pero, al mismo tiempo, quería no llegar a hacerlo y aquello, desgraciadamente, lo estaba consumiendo.
Recién empezado el instituto, con doce años y entrando en primero de la ESO, creyó que quizá era el momento. La cuestión es: ¿realmente lo era?
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Título: Claudia
Sinopsis: Escribió todo sin ponerle demasiado cuidado, simplemente dejando que su temblorosa mano guiase el lápiz y lo que quería decir saliese sin orden alguno. Al terminar, leyó lo escrito y se quedó con una sola parte de aquella larga consulta en su mente:
«Como puedes ver, me siento presa del terror y de los desastres que conllevaría decir: soy lesbiana, tengo novia, y puedo ser feliz ahora que no lo oculto».
Esa pequeña parte, resumía su vida a la perfección. Ojalá pronto eso cambiase.
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