Cinco
Después de una jornada de clases llena de nerviosismo, Ona llegó a su casa ansiosa por enseñarle a su madre su colaboración en el semanario. Con una amplia sonrisa, buscó a la mujer por el piso hasta encontrarla en la habitación de su hermano, donde parecía estar curándole una nueva herida.
Observó al niño con cierta preocupación, como siempre, pero verle sonreír mientras su madre recorría con un algodoncillo la rodilla dañada le arrancó la preocupación de un plumazo.
— ¡Hola! —Saludó.
— Hola, tata —contestó Abraham.
— Hola, hija —correspondió la adulta, sin dejar su tarea.
— Mamá, ¿a que no sabes qué? —Ella emitió un sonido que la invitaba a hablar—. Ya ha salido la revista. ¿La miramos juntas? —Preguntó mientras se sentaba en la cama junto a su hermano.
— Claro, Ona. Pero tengo que terminar primero de curar a Abra y ayudarle con los ejercicios. ¿Lo hacemos cuando acabe todo?
— ¡Claro! Luego cuando el enano se acueste, así ya estarás relajada.
— ¡No me digas enano! —Replicó el niño.
— Pero si lo eres —le chinchó.
Abraham hizo un puchero y se cruzó de brazos en un gesto que a Ona le resultó tierno. Estiró un brazo y deslizó los dedos entre el cabello del chiquillo, despeinándolo en el proceso, mientras reía al ver su expresión de indignación.
— Está bien, bicho, no te diré enano. En realidad, ahora que me fijo, has crecido mucho últimamente.
— ¡Sí! —Exclamó contento.
— Y también se ha caído mucho últimamente —señaló la madre—. Tienes que ir con más cuidado, Abraham.
La mujer se puso en pie al tiempo que iba recogiendo todo el contenido del botiquín y cerraba éste al terminar. Se dirigió a la puerta y habló desde allí.
— Venga, prepárate para los ejercicios —indicó—. Y Ona, me parece perfecto hacerlo esta noche.
— Vale, mamá. Va, bicho, haz caso a mami, ¿sí?
El niño asintió, no muy convencido, y su hermana se marchó a su dormitorio, dispuesta a ponerse con los deberes de los próximos días. Debía terminar unos ejercicios de matemáticas que la traían de cabeza y tenía también tarea de castellano, inglés y sociales.
El tiempo se le pasó volando pero, por suerte, pudo terminar todos los deberes y leer un rato antes de ir a cenar con su familia.
Había recibido un mensaje de Daniel y, mientras esperaba a su madre, estuvo metida en la conversación, mirando el texto al que no había respondido. Lo cierto era que Ona se sentía desconcertada e insegura y, aunque con el tiempo había aprendido a controlar bastante bien sus emociones y sabía tomarse el tiempo necesario para pensar antes de actuar, a veces sentía el impulso de hacer las cosas sin darles tantas vueltas, conllevase eso cosas buenas o no. Y aquel momento, era uno de esos en que su subconsciente la empujaba a reaccionar sin meditar ni prevenir.
«Buenas. ¿Te apetece quedar este fin de semana? Tengo algo de tiempo y he pensado que podríamos vernos un rato», leyó.
Finalmente no pudo contenerse más y contestó: «Hola. No sé, Daniel. Tengo cosas que hacer y, no te ofendas, pero tú y yo no somos exactamente amigos. Nos conocemos pero no es que tengamos la mejor relación del mundo... Así que no sé si es buena idea».
Tal cual lo envió, se arrepintió. Sintió que había sido brusca, incluso borde, y eso le provocó incomodidad y disgusto consigo misma.
— No te engañes, así es como lo piensas y así lo has dicho —murmuró mientras dejaba el teléfono en el asiento.
Su madre entró en el salón muy animada y, tras sentarse con ella, comenzaron a leer el tan esperado estreno de la sección que Ona iba a llevar aquel curso.
Tras leer la consulta de la chica embarazada y su correspondiente respuesta, pasaron al segundo caso. Marga leyó en voz alta mientras Ona apoyaba el rostro en su hombro.
«Primero que nada, te agradezco por leer esto y por hacer que tengamos todos un lugar al que recurrir cuando estamos confusos y no tenemos con quien hablar, como yo ahora.
Mis padres han decidido separarse y está siendo muy duro para mí. Todavía están ambos en casa, no saben ni cuál de ellos se irá y cuál se quedará en nuestro hogar, o si nos iremos todos. No saben nada, y están esperando que yo lo decida todo. Han dejado sobre mí la responsabilidad de decidir con quién me quedaré yo, como si tuviera que escoger a quien quiero más o algo así. Y a partir de esa elección se decidirán el resto de temas. Y no es justo. No es justo que ellos me hagan escoger, yo los quiero a los dos y no sé ni cómo se ha llegado a esto. ¡Siempre han sido felices! No comprendo nada.
Estoy confusa, decepcionada, desilusionada y muchas cosas más. Preocupada por las consecuencias de mi decisión y me siento enferma. Estoy tan mal con esto que he llegado al punto de apenas pasar por casa. Evito verlos, porque no sé cómo afrontar esto o enfrentarles a ellos. No sé qué hacer, qué decir ni cómo llegar a tomar la decisión que ellos quieren porque, haga lo que haga, heriré a uno de ellos.
No le he contado esto a nadie, porque no sé cómo vayan a reaccionar. No quiero que la gente que me rodea cambie conmigo por pena o lo que sea.
Además de todo eso, estoy preocupada por las consecuencias. ¿Veré al que se vaya solo? ¿Tendré que mudarme? ¿Tendré que dejar atrás mi vida, mis amigos, mi pareja? ¿Tendré que cambiar de instituto? ¿Tendré que empezar de cero? Me niego, ya lo saben, pero al fin y al cabo son los únicos que pueden decidir esas cosas porque son los adultos, a pesar de que me estén cargando a mí con la responsabilidad y la obligación de decidir esto porque a ellos no les sale de las narices. Tengo una semana para dar respuesta, y no tengo nada claro qué les voy a decir.
¿Qué puedo hacer? Estoy tan perdida...
Disculpa por un texto tan largo».
Marga respiró hondo tras terminar de leer.
— Siempre son los hijos los que peor lo pasan en una separación —comentó mientras llevaba una mano al cabello de su hija—. Es injusto, pero es así.
— Quizá porque no somos capaces de asumir el cambio que conlleva.
— Puede ser, y está claro que la madurez de cada uno es un factor importante, igual que la edad de los hijos cuando eso sucede.
Ona suspiró derrotada.
— También depende del motivo de la separación, ¿no crees?
— Sí. Cada historia es un mundo.
— Definitivamente lo es...
Marga, viendo que el ánimo de su hija comenzaba a decaer, decidió seguir leyendo.
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