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Catorce

Los siguientes días siguieron siendo complicados para Ona, pues la culpabilidad por ocultar tanto lo de su padre como su relación con Daniel no hacía más que crecer. No era justo para nadie que se escudase en su burbuja de seguridad. ¿Qué debía hacer? No quería herir a su madre con las feas novedades que tenía por contarle y, por otro lado, no se sentía preparada para contarle a su amiga sobre su relación ya que tenía miedo de perderla si lo suyo con Daniel no salía bien, pero ¿y si no era así?

—¡Maldición! —Rugió furiosa en su habitación—.  ¿Cómo puede ser que pueda ayudar a los demás pero sea incapaz de ayudarme a mí misma?

—¿Qué pasa? —Preguntó Marga en la puerta, tras abrir con prisas al escucharla gritar.

—Mamá... Nada, es sólo que estoy confusa.

—¿Quieres hablarlo?

—Justo ese es el problema —respondió con burla hacia sí misma—. Mamá, ¿alguna vez has sentido dudas de si contarle algo a alguien?

Ambas se sentaron en la cama para conversar calmadamente.

—Por supuesto, es algo normal. La cuestión es si afecta más el contarlo o el no hacerlo. ¿Es por algo relacionado con la revista? —Ona, con duda, negó.

—Me molesta no tener claras las cosas y no saber qué hacer—confesó.

—Ona, eres una adolescente y, a pesar de ello, superas en madurez a muchos adultos. Va con la edad sentirse así y dudar, igual que querer mantener secretos...

—¡Pero no me gusta!

—Simplemente no estás acostumbrada, debes tomarlo con calma. Y cuando estés lista para contar lo que sea que te preocupa, lo sabrás.

—Gracias, mamá.

—De nada. Hay un dicho que explica esa preocupación tuya: consejos vendo, que para mí no tengo.

Al quedarse sola, la muchacha caviló sobre aquello; definía exactamente su situación, sin saber qué hacer ella misma pero siendo capaz de orientar a otros. Decidió salir a dar un paseo, quizá iría a ver a Clara. Total, no tenía nada mejor que hacer.

Más tarde, en casa de su amiga, hablaban animadamente de qué hacer durante el resto del día, hasta que Clara dio voz a su gran idea —como ella misma la llamó— y dejó a Ona sin palabras.

—¿Cómo dices?

—¡Vamos! No te muestres tan escéptica, ¡será divertido!

—No estoy segura...

—Me prometiste que iríamos a jugar a ese videojuego, Ona. ¡Lo prometiste! Además, no es como si no conocieras a Dani, y él dijo que podíamos ir cuando quisiéramos.

Tras su alegato, se encogió de hombros y miró a los ojos de Ona con fingida inocencia. Sabía bien cómo convencerla de las cosas, siempre había logrado salirse con la suya. Finalmente, Ona se rindió y aquel plan se convirtió en una realidad más o menos hora y media después. En la puerta de casa del chico, cargadas con varias bolsas repletas de refrescos y snacks, aguardaron a que él las recibiera mientras los nervios se comían a la aspirante a psicóloga. ¿Cómo debía comportarse con él? Hacía mucho que no hablaban pues él no había respondido a sus llamadas ni mensajes; comprendía que estuviese molesto por ocultar lo suyo, pero ignorarla tanto le parecía excesivo.

Perdida en sus pensamientos, recibió un codazo de su acompañante cuando les abrieron. Observó al adolescente de cabello despeinado y trémula sonrisa frente a ellas; de pronto, fue como si el mundo se hubiese quedado en pausa. Cuando recobró el aliento, anduvo tras su amiga y accedió al edificio. Daniel la observó con mirada fija y abrasadora, detallando cada pequeño detalle de su rostro y la expresión de inquietud que le mostraba. Apretó la mandíbula y los puños, conteniéndose; ella desvió su mirada de aquellos ojos que parecían querer quemarla y caminó siguiendo a Clara.

Su estancia allí era incómoda, pues no sabía qué decir o hacer. Daniel comía patatas fritas mientras ellas competían entre sí con sendos mandos en las manos; Daniel comía patatas fritas sin retirar su vigilancia de la muchacha que siempre le había gustado. Clara perdió la partida y le cedió el mando a su primo.

—¡Me ganaste! Voy al baño, juega tú, Dani —comentó para, acto seguido, abandonar el salón.

—¿Echamos una? —Cuestionó Ona sin mirarlo.

—Ona...

Trató de aproximarse a ella por detrás pero lo esquivó y lanzó, sin dudar mucho más, la pregunta que llevaba haciéndose demasiados días: «¿Me vas a explicar por qué me has ignorado por completo todo este tiempo?».

Él se quedó paralizado, sin saber qué responder en realidad. Si bien era cierto que tenía sus razones para estar molesto también era consciente de que no había actuado de la mejor manera pues ignorarla no solucionaba nada; entonces, ¿qué respuesta podía dar?

—Estaba enfadado —obvió.

—¿Estabas? —inquirió sin girarse.

—No quiero seguir enfadado, quiero que estemos bien como antes pero...

—¿Pero qué?

—No pienso esconderme, Ona.

Alzó una mano y la apoyó en su hombro, dispuesto a obligarla a verlo a la cara, pero ella se sacudió y contestó tajantemente: «ahora la enfadada soy yo». En ese momento, entró Clara en la salita y se sentó en el sofá a picotear frutos secos. El resto del tiempo que estuvieron juntos los tres fue aún más incómodo si cabe y Ona estaba deseando regresar a su casa y hundirse en su cómodo colchón. En aquellos momentos, solamente le apetecía estar sola.

La despedida fue fría, el camino de regreso silencioso. Clara sabía que algo tenía mal a su amiga, quizá lo de su padre o podía ser otro asunto del que no le hubiese hablado. No quiso insistir ni preguntar de más, pero estaba preocupada. Tras un escueto adiós, Ona se dirigió a su casa, donde se acomodó en la cama nada más llegar. No lloró, mas permaneció recostada en silencio con la mente hecha un lío y el ánimo por los suelos. Debía dar unos retoques al trabajo de la revista pero estaba tan desganada que ni eso la movió de allí. Y así, se le pasó el día, dando paso a otro en que debía trabajar el doble para compensar.

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