Capítulo 00
En lo más recóndito del bosque, Mondlicht Hain, un rincón misterioso y conocido por varios nombres, como El Sur o La Zona Albina, la luz plateada de la luna se filtraba entre las intrincadas ramas, iluminando el paisaje cubierto de una blanca manta de nieve. Este invierno era particularmente implacable, con gélidas ráfagas de viento que hacían crujir las ramas desnudas de los árboles.
A pesar de las adversidades, la manada resistía valientemente, su supervivencia anclada en la sabiduría y liderazgo del Gran Alfa. Este imponente lobo blanco, con su pelaje resplandeciente como la nieve circundante, guiaba a la manada con sabiduría ancestral. Sus ojos, tan brillantes como las estrellas en la noche invernal, reflejaban la fortaleza y la determinación que inspiraba en cada miembro del grupo.
Las huellas frescas de los lobos marcaban el camino en la nieve virgen, indicando la actividad constante de la manada en busca de alimento y refugio. A pesar de la dureza del invierno, la solidaridad entre los lobos era palpable, cada miembro contribuyendo para mantener la cohesión que les permitía resistir las inclemencias del clima.
La Primera Guardia, una élite de lobos conformada por el hijo mayor del Gran Alfa y selectos lobos alfas y betas, se aventuró valientemente en lo más profundo del bosque en busca de alimento para la manada. Su misión era crucial durante ese crudo invierno: cazar venados u otras criaturas que pudieran haber salido de su hibernación antes de tiempo, en un intento desesperado por encontrar alimento en la escasez invernal.
A medida que avanzaban, las patas de los lobos levantaban la helada nieve en su estela, creando un tapiz de huellas frescas en el suelo invernal. El pelaje de la Primera Guardia, todos ellos albinos, se camuflaba perfectamente con el entorno blanco, confundiéndose con la pureza de la nieve. Su marcha por el bosque era un espectáculo majestuoso y silencioso, una danza armoniosa entre la naturaleza y la manada.
Cuando llegaron a un claro en el bosque, decidieron revertir sus formas a la humana, revelando figuras imponentes con rasgos nobles y ojos resplandecientes. A pesar de la transformación, sus ropas permanecieron intactas, gracias a un hilo especial tejido con destreza por los lobos más hábiles. Este hilo mágico, imbuido con la esencia de la manada, no se rompía ni desgarraba durante las metamorfosis, permitiéndoles cambiar entre sus formas lobo y humanas sin dañar su vestimenta.
La Primera Guardia, compuesta por seis lobos destacados: dos alfas comunes, un alfa dominante y tres betas, percibieron un aroma que les resultaba familiar, pero, al mismo tiempo, intrigante. Los lobos se detuvieron, sus hocicos alzados, olisqueando el aire con atención. Los ojos almendrados de los betas se movían inquietos, escudriñando cada rincón del bosque, mientras los orbes rojizos del alfa dominante permanecían fijos en una dirección específica. Los dos alfas ordinarios, con sus ojos verdes centelleando, se desplazaron hacia los bordes del área para asegurar el perímetro.
En el silencio del bosque, la tensión aumentaba a medida que la Primera Guardia se preparaba para enfrentar lo desconocido. Fue entonces cuando el alfa dominante, con su mirada penetrante, alzó la vista hacia el cielo nocturno. Una sorpresa majestuosa les aguardaba: de punta a punta, la oscura bóveda celeste se iluminó con una enorme aurora boreal, cuyas luces danzantes pintaban el firmamento con colores deslumbrantes.
La aurora boreal, como una obra de arte celestial, se transformó en una constelación única que resplandecía sobre la Primera Guardia. Estrellas fugaces parecían bailar en la vastedad del cielo, creando patrones intrincados que contaban historias antiguas y secretas.
El bosque Mondlicht Hain estaba impregnado de un silencio reverente mientras la Primera Guardia avanzaba entre los árboles cubiertos de nieve. De repente, un beta con ojos almendrados, atento a su entorno, señaló hacia el cielo donde la aurora boreal iluminaba la constelación de Orión.
—¿No es la constelación de Orión? —preguntó el beta, su voz cargada de asombro ante la magnificencia del fenómeno celeste.
El alfa dominante, líder de la Primera Guardia, asintió con solemnidad mientras sus ojos rojizos permanecían fijos en el cielo.
—Eso es... —murmuró, susurros apenas audibles que se perdían entre los susurros del viento invernal.
La constelación de Orión, que normalmente adornaba los cielos urbanos, parecía desplazarse hacia los límites del bosque, desconcertando a los lobos de la Primera Guardia. La maravilla celestial se manifestaba en el remoto Mondlicht Hain como un presagio inusual.
—Pero, ¿qué hará tan lejos del centro de la ciudad? —se preguntó el alfa dominante en un tono más bajo, expresando el desconcierto que compartían.
La incertidumbre se apoderó del grupo, y la mirada del alfa dominante se volvió intensa. Dirigió sus palabras a un beta, distinguido por su melena rubia y una cicatriz imponente sobre su ojo derecho.
—Alessio, regresa pronto al centro y adviértele de esto al Gran Alfa. La constelación de Orión se ha movido hacia los límites del bosque y anuncia algo —ordenó con firmeza.
El beta, con determinación en sus ojos, asintió y, en un parpadeo, tomó la forma de un enorme lobo blanco. Sus huellas se perdieron entre los árboles y la nieve mientras se adentraba en la oscuridad del bosque, cumpliendo con la urgente misión de informar al líder supremo, el Gran Alfa, sobre el inesperado acontecimiento celestial en Mondlicht Hain.
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