Usando el tiempo de clase para escribir por sentir que ya no tenía sentido fingir ser productivo, a pesar de que los docentes señalaran esta decisión, no solo le ayudó a sentir algo hermoso dentro de un tiempo y espacio que le jugaba en contra, sino que también, le dio de probar nuevamente algo de orgullo por ser trabajo del que él era puramente responsable; se sintió productivo y útil por haber conseguido que su obra progresara significativamente más que la última vez, y sintió la libertad de poder crear un mundo que atendiera tanto a sus gustos, como a sus necesidades emocionales. Y además, algo que le hacía igual ilusión pero era más evidente, fue que volvió a sentirse entusiasmado por continuar.

Llegó a su casa un día más, pasó por el baño, y con la merienda de media tarde hecha, la llevó en una bandeja a su cuarto mientras su mochila colgaba de un hombro. Descolgó su mochila luego de dejar la bandeja, y de ella sacó su libro para ponerlo sobre el escritorio, dejándolo cerrado mientras bebía de su taza y admiraba el cielo a través de la ventana. Sabía que normalmente se le pediría estudiar, pero también sabía que a esta altura, eso no iba a pasar gracias al entendimiento que tenía sobre los acontecimientos que deformaron su rendimiento escolar. Esta situación le llevó a recordar con nostalgia aquella época en la que su vida se sentía como una búsqueda constante, en la cual comenzó a tener sus primeros roces con el liderazgo, y dos aspectos de su vida se confrontaban frecuentemente, forzándolo a decidir entre: creatividad, expresión y amor propio; y sus obligaciones con las que mantenía una relación tóxica. Ahora no había algo contra qué luchar porque ese algo ya había ganado, y siendo el cambio inevitable, y siendo todo entendido, y siendo sabido lo que queda por hacer, y predicho lo que va a pasar; el haberse sentido confinado mientras buscaba escapar, se siente como etapa superada. Ya no crea para rebelarse contra su lado más oscuro, sino para encontrar lo bello en él y suavizarlo hasta que ya no esté.

Transcurrió el resto del día sintiendo alivio, porque su vida evidenciaba lo que opina desde que inició todo esto, lo cual se basa en pensar que para volver a estar bien, lo único necesario es mantenerse vivo y no dejar de querer estar mejor.

No despertó antes de que sonara su alarma a la mañana siguiente, transitó las primeras horas del día con el ritmo de siempre, pero sin angustiarse por el tiempo ni preocuparse por serle indiferente. Y su ansiedad disminuía a pesar de tener la rutina en frente, pero tampoco hacía mucho énfasis en su calma, ya que no era algo nuevo para él. De todas formas, al día lo percibió igual de duro que siempre, sobre todo para una persona que busca la paz sin caer en consumos problemáticos; pero nada ni nadie fue impedimento para que volviera a trazar con tinta.

No quería ducharse porque alguien lo había hecho antes, dejándolo sin agua caliente. Tampoco quería salir a caminar con el cansancio y la pesadez que trajo consigo de la escuela, lo que parecía acarrear todo el mundo en ese lugar; pero estaba dispuesto a encontrar la manera de despejar su mente, porque sentía necesitar escribir. Como plan para un futuro indeterminado, se propuso comprarse auriculares, lo cual le sería útil para limpiar la zona de trabajo de su mente, y para sentirse cómodo de crear hasta en el más hartante ambiente. Y luego de distraerse con ese pensamiento mientras revisaba qué tanto dinero tenía, se tomó un tiempo para focalizar su concentración en la tarea de sortear los obstáculos que si bien no le impedían abrir el libro, sí lo privaban de escribir en él. Concluyó que a pesar de que no pidió sentirse así, el problema está en su cabeza sobre la cual se supone que tiene control; y por más que fuera conocedor de ello, ahora tenía motivos para hacer el esfuerzo de ponerlo en práctica. Concentrando ahora su fuerza de voluntad en despejarse, tomó media hora de su noche para dedicarla a una especie de meditación, en la cual no se detuvo hasta sentirse apto para posicionarse frente al escritorio. Se cuestionó, cuestionó su vida y hasta lo que estaba haciendo en ese momento, preguntándose por qué se tomaba tan en serio el escribir un libro que creía que no saldría del cajón; pero así como pudo responderse esta pregunta recordándose que lo importante de su libro no era alcanzar lo que se preestablece como éxito y tampoco lo era el libro en sí, sino lo que lograba en su vida emocional usándolo a su favor, pudo responderse todos sus cuestionamientos. Todavía era capaz de controlar su mente por su cuenta, y sintiéndose tan orgulloso como contento de ello, soltó un suspiro al finalizar y se encaminó a su habitación. Otra vez podía ver cómo el blanco papel era embellecido por los rayos de sol que atravesaban el vidrio de las ventanas; y una vez más, se dejó llevar.

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