Guardando el espejo
Alcanzó el último día que había fijado para escribir y, antes de pasar al martes sin concluir, con la duda de si esa semana perdería su voluntad creativa o no, decidió aprovechar el fin de semana largo y dedicar el feriado a terminar aquella obra que ni siquiera podía etiquetar, ni pensaba publicar, pero que funcionaba para él como puesta a tierra.
El grupo, que iba a conocerse en tercero, veía la cara de sus integrantes ahora; y no fue para bien, porque permanecieron divididos hasta cuando se los presionaba para trabajar juntos. Fue un constante desastre en el que intentaron mediar los docentes y lo empeoraron porque, además, ellos también se habían ganado el disgusto de los alumnos. Nunca nadie logró instaurar la paz como tal. Incluso, nuestra protagonista terminó por ser designada como la representante del curso, sobre todo al ser tan imparcial, pero no estaba en las mejores condiciones como para soportar el encontrarse entre un bando y el otro.
La familia de su pareja decidió vivir fuera del país, de acuerdo con el sueño de muchos jóvenes; y, tras agradecerle haber estado en su vida, solo quedó despedirse. Con sus amigos más cercanos fue perdiendo comunicación a medida que su motivación se degradaba, porque su malestar se concentraba en algunas fases de su vida y terminaba por desvanecer su voluntad ante todo.
Se dio cuenta de que su rendimiento escolar estaba directamente perdido cuando ni siquiera fue capaz de comprender los diagnósticos y cuando, más tarde, se le comunicó que no había registro de que hubiera aprobado tercer año; pero entendía lo que pasaba, y tener esa capacidad le sirvió de consuelo antes, durante y luego de atravesar la realidad. Había aprobado en lugar de aprender, y siempre le disgustó tanto esa idea que nunca había copiado una respuesta durante todo el trayecto que llevaba en la secundaria. Fue responsabilizada por su estado actual, fue señalada, fue etiquetada con todo lo que se les ocurrió respecto a lo contrario del estereotipo de alumno ideal; se le pidió más cuando sentía no poder y, a pesar de intentarlo, se le dijo que no hacía ni el más mínimo esfuerzo para cambiar su situación, cuando ninguno de estos docentes contaba con la capacidad de reflexión de esta chica ni sus circunstancias actuales.
Era peligroso decidir pensar a esta altura, pero estaba harta de sentirse así, de que su vida no dependiera de ella, de que cada opción que pudiera tomar fuera incorrecta; y teniendo en claro que solo había superado todo esto en mente, se dispuso a pensar lo que fuera necesario con tal de encontrar la mejor opción, teniendo como objetivo salir también en cuerpo. Esta situación la llevó a un dilema, el cual no dejó de dar vueltas en su cabeza ni de multiplicarse durante todo el año. Cambiarse de institución educativa significaba, para ella, deshacerse de todo su esfuerzo realizado durante años; pasar de año equivaldría a repetir la historia en la que es incapaz de aprobar y de aprender o, con otro milagro, solo de aprender; mientras que repetir estaba pésimamente visto por prácticamente cualquier docente o adulto responsable de los alumnos, al punto de tomar partido en contra de ellos, prejuzgarlos y hasta perjudicarles, además de que significaba una pérdida enorme de tiempo. Entonces, ¿qué debía hacer? Le tomó meses comprender que solo debía esperar, que sería momento de saber qué hacer con las consecuencias cuando llegara el futuro, que nada de esto definía sus capacidades conocidas por ella mejor que nadie, que no necesitaba aprobación y no tenía por qué atribuirle valor a la desaprobación, ni a las respuestas reproducidas en bucle, ni a todo aquello que intentara venderle su derrota.
Era una realidad el hecho de que nada en su entorno estaba bien, que mirar al pasado solo la cegaba, y que el futuro ya no parecía prometedor; pero ella estaba bien consigo y terminó por ser lo único que importaba. Y decidida a romper el ciclo por la mitad, reconoció que esta larga lucha había terminado. Dejó en el suelo su disfraz y se dedicó a ser ella misma, para así evitar perder tiempo de su valiosa vida en tanta irrelevancia y, de esta manera, ayudando también a incrementar su capacidad con tal de usarla para liberarse a sí misma. Y sabiendo que disfrutaría de vivir hasta cuando lo único que le quedara por defender fuera su vida, dejó de nadar en contra del flujo natural del todo, para dejarse llevar y atravesar toda circunstancia sin dolor.
Daba igual qué tan justo o necesario había sido desarrollar esta manera de pensar viviendo todo esto, porque lo agradecida que estaba por haberla conseguido eclipsaba toda inseguridad. No de la manera que esperaba pero, al fin y al cabo, sí se le preparó para la vida. Y reconociendo tanto lo que había logrado alcanzar, como lo dispuesta que estaba a vivir, sintió paz.
-Fin.
₁₃
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