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23

AAAAAAGH... ¡AYUDAAAAA!—

Fruncí el ceño para abrir mis ojos. Me senté en la cama algo angustiada. Los gritos eran desgarradores pero muy lejanos.

Estaba durmiendo muy plácidamente cuando me desperté debido a los gritos que provenían del piso de las concubinas.

—¿Qué pasa? —preguntó Jungkook algo confundido sentándose en la cama—.

Le miré con una expresión de confusión.

—No lo sé —le dije, poniéndome de pie, aún desnuda—.

El dejó salir el aire cuándo me vio dar un paso con intención a las puertas.

—Mejor ven aquí —ordenó sonriendo—.

Suspiré para sentir.

—Vale —le respondí y volví con él—.

— Sea lo que sea, mañana correrá la voz— me hizo saber para posar su mano en mi cintura y abrazarme.

— Así es... mañana sabremos...— salió de mis labios con algo de preocupación.

La noche pasó y al día siguiente me enteré de que Elena tenía gran parte del rostro desfigurado.

No les iba a mentir, me quedé atónita. Decían que estaba muy mal. Al parecer fué algún químico, una sustancia.

— ¿Enserio?—pregunté totalmente impactado pero también cohibida— Y... ¿Cómo fué?— pregunté a Lía.

Ella me miró para dejar salir el aire con algo de preocupación.

— Encontraron una sustancia muy fuerte en el abrigo de Lana, Mi Nam.— me hizo saber y la verdad es que con solo escuchar eso, el corazón me empezó a latir con fuerza.

—Es imposible...- susurré totalmente en desacuerdo.

Ella frunció el ceño. Me miraba con desaprobación.

—¿Qué?— indagué a la defensiva— ¿Por qué me miras se ese modo?

Ella ladeó la cabeza.

— Todos en el palacio aseguran que fuiste tú. — me hizo saber.

¿Estaban locos?

— ¿Qué dices?— indagué — Se que me odian pero no esperé que tanto.— estaba ofendida. Ella me miraba entrecerrando sus ojos—¿Cómo se atreven a culparme? Yo sería incapaz de hacer algo así.

Ella dejó salir una risita con burla, por lo que ladeé la cabeza.

— Todos sabemos cómo eres, Mi Nam.— sentenció por lo que alcé ambas cejas— Y que eres la única que podría tener algo en contra de Elena. — era estresante. — No cometas más errores o será tú fin.

Dejé salir un jadeo mirándola con decepción.

— Debería haberlo hecho realmente. — comenté — Haber cortado su cabeza para dejar de ver su repugnante persona.— el enojo comenzó a acecharme—

Y sin decir más me di la vuelta.



●●●

Habían pasado cinco días desde ese suceso y yo me encontraba en su habitación mirándola.  Necesitaba verla con mis propios ojos.

Me miró con odio, tan pronto me acerqué.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó llorando—.

—Vine a verte. — confesé mirando su rostro que estaba a rojo vivo— Estás terrible.— la miré con lástima,  no lo pude evitar—Deseo que te mejores —le dije sinceramente—.

Ella sonrió con amargura.

—No necesito tus palabras de culpabilidad, tratando de ser todo lo contrario —me dijo y yo me tensé—.


—No sé de qué hablas. Yo no he sido.—

Joder, no había sido yo. Tampoco podía asegurarlo. Yo tomé su abrigo con el frasco cerrado, es cierto que sentí que estaba abierto. Pero no fue así. O eso creía.

—Tienes el alma fea, Mi Nam —confesó con repugnancia hacia mi persona, lo cuál me dejó atónita —. No tienes corazón. — hablaba la menos indicada.

—¿Y tú si tienes? —le pregunté a la defensiva —. ¿Acaso tú tienes corazón?— volví a cuestionar, mirando sus facciones relajarse por un momento — Una vil traidora, con mirada de inocente capaz de traicionar a aquella que le dio su confianza e hizo un espacio para ella.— vale, el dolor era presente.

Ella se quedó sin decir palabra alguna.

—Porque lo que me hiciste tú no tiene perdón, Elena. Yo pensé que eras mi amiga, pero me confundí.— necesitaba desahogarme —Viví todo ese tiempo y le brindé mi confianza a la enemiga. — la miré con asco—Si fuiste capaz de entregarte al hombre que bien sabías que es el amor de mi vida, solo por unas joyas y un futuro título de Sultana que nunca llegó; Serías capaz de traicionarme con mis mayores enemigos. — llegué a la conclusión, viéndola llorar— Agh...— Dejé salir el aire— Recuperate pronto, debes servirme a mí y al hijo del Sultán. — sentencie con autoridad para dar la vuelta sintiendo la primera lágrima caer.

No iba a llorar. Ella no lo merecía y Jungkook mucho menos. Aceptaría cualquier mujer, pero ella no. Era mi amiga, mi confidente. Qué estúpida fui.

Limpie mis lágrimas y seguí caminando por los pasillos encontrándome nada más y nada menos que con Jennie.

—¿Ves tu error? —me preguntó deteniendo mi andar —.

—No sé de qué me habla —suspiré cansada para mirarla a los ojos.

—¿Cómo pudiste hacerle eso a esa esclava? —yo reí incrédula ante su pregunta—

Ella sonrió con un pequeño rastro de diversión.

—No sé de qué me está hablando exactamente, pero creo que eres la menos indicada para hablar algo así.— sentencie para pasar por su lado y seguir pero ella me tomó del brazo, deteniendome justo en el momento exacto que quedamos una al lado de la otra.

—Mm, pero déjame decirte que cometerás mis errores, Mi Nam.— habló sin mirarme—Entonces el Sultán jamás te perdonará y quedarás en el olvido —yo sonreí al igual que ella—.

—¿Le gustaría saber algo? —pregunté acercándome más a ella para hablarle casi al oído—. No suelo cometer los errores que cometen las personas sin cerebro... cómo usted —le dije, para soltarme de su agarre de manera brusca y seguir mi camino—.


●●●



DOS MESES DESPUÉS...

---

—Mi niño hermoso —le dije tocando su naricita—. Mi principito, eres mi mayor bendición —él me sonreía, me miraba con admiración —.

Tan bello. Había crecido tanto en tan solo dos meses de nacido. Y mientras más crecía, más me convencía de que debía hacer todo lo posible para llevarlo al trono, para hacerlo un príncipe de bien; correcto y de buenos modales.

—Tú vas a ser el gran Sultán —salió de mis labios tomando su mano—.

—No le digas eso al niño —dijo Elena, con su velo en el rostro para cubrir sus cicatrices de las quemaduras—.

Suspiré para mirarla.

—¿Y por qué no? — indagué —No estoy mintiendo.

—Tiene un hermano mayor, no lo olvides.

—Eso no importa.— desvié mi mirada de sus ojos—¿No es cierto, mi amor? ¿No es cierto? —dije mirando a mi bebé, mientras ponía una voz tierna y movía mi cabeza de un lado a otro—.

—¡Dah! —mi bebé empezó a balbucear estirando sus manitos tratando de tocar mi rostro—.

—¿Lo ves? —dije refiriéndome a Elena—. MI  hijo sabe que no miento— acerqué mi rostro para que lo acariciara y así lo hizo. Cerré mis ojos para sonreír.

De repente, entró la señorita Lia por la puerta acompañada de unos guardias. Ni siquiera habían tocado las puertas, ni esperaron a ser anunciados.

—¿Qué pasa? —dije mirándola con preocupación —. ¿Por qué entras así?

—Señorita, la madre Sultana —yo la miré fijamente—nos ha dado la orden... de llevarnos al príncipe.

De solo escuchar eso, el corazón se me estrujó y empecé a respirar agitadamente. Sentí un bajón en todo mi cuerpo.

—¿Q-Qué dices? —le pregunté confundida —.

—Lo siento, Sultana, pero debo llevarme al príncipe.— me hizo saber.

Abrazé a mi hijo acunandolo en mis brazos.

—Pero él necesita de mí —le dije al borde del llanto casi. Estaba muy sensible últimamente y con tal noticia, mucho más —. Y-Yo soy su madre, nadie puede quitármelo —dije en un hilo de voz—.

—Mi Nam, no te pongas así. Entrega al niño.— ordenó con firmeza haciéndole seña a los guardias.

—¡NO! —dije rápidamente—. Es mi hijo, ¿por qué me lo quieren arrebatar?— cuestioné sintiendo mis ojos cristalizarse.

—No te preocupes, estará bien. La nodriza lo alimentará, no te preocupes.

—P-pero no hace falta —dije llorando—. Yo lo puedo amamantar.

Y cuándo iba a decirme algo más, la señorita Choi hizo presencia.

—¿Qué esperan para llevarse al príncipe? —preguntó con seriedad —.

En eso, los guardias fueron hacia mí. Intenté de que nadie se acercara, pero fue en vano. Se acercan y me tomaron dos de ellos, de mis brazos con mucha fuerza.

— ¡No!— grité para forsajear cuándo vi a Lía llevarse al niño— ¡SEUUUUUUL!— las lágrimas bajaron por mis mejillas, tan pronto Lía y Choi salieron por las puertas; los guardias me soltaron.

Y me dejaron tirada en el suelo.

Para luego todos salir, menos Elena.

Las lágrimas empezaron a salir sin pedir permiso, los sollozos igual.

—¡Jeon Seul! —grité llorando desgarradamente—. Mi hijo, ahh, ¡JEON SEUUUUUL!—no podía evitar llorar—.

Elena me miraba y ponía un rostro que reflejaba tristeza.

Me levanté rápido, limpiando mis lágrimas y me dirigí a la puerta para salir hecha una fiera. Parecía que me habían endemoniado, tenía los ojos rojos.

Llegué a los pasillos caminando sin elegancia, pero si con enojo.

Todos me miraban pero poco me importaba, yo solo pensaba en mi hijo.

Me dirigí a la habitación de la madre Sultana y entré sin anunciarme, hecha una fiera.

—¿A dónde lleva a mi hijo? —pregunté seria, entrando sin ni siquiera anunciarme; mirándola con rabia.  Ella rápidamente se levantó junto a Yuna, que estaba justo a su lado—.

—¿Cómo te atreves a entrar así y a hablar de ese modo? —me dijo molesta—.

—¿Y usted con qué derecho se atreve a arrebatar a mi hijo de mis brazos sin antes consultarme, Sultana? —yo estaba tan molesta que no me importaba faltarle el respeto—.

Pero eso para ella, fué lo que colmó su paciencia.

—¡Insolente! ¿Quién te crees que eres para hablarme así? —empezó a ponerse roja de la furia—. ¡Jeon Seul no te pertenece, es de la Dinastía Coreana!

Oh vamos, yo también estaba furiosa.

—No, no se equivoque —le dije retándola—. Él puede ser un príncipe, pero vino de mis entrañas. — recordé— YO...—dije remarcando esa palabra— ...le di a luz.— Él podrá ser un príncipe, hijo de un Sultán; pero yo manejo y dirijo su vida hasta que sea un adulto. Yo soy su madre.

—Mi Nam, cuida tus palabras —me dijo Yuna amablemente—.

—Tú no puedes tener a tu hijo contigo.— habló

—¿Ah, no? —indagué —¿Y por qué? Dígame.— caminé hacia ella de manera intimidante.

—Porque tu leche está envenenada aún —al escuchar eso, fruncí el ceño—. Por esa razón, Jeon Seul no paraba de llorar en todo este tiempo. Tu leche no sirve. No eres apta para cuidar al príncipe.

Al escuchar eso, una lágrima traicionera se deslizó por mi mejilla.

Era imposible.

—¿Cómo es eso posible? —pregunté sin creerlo—. ¿Y-Yo?

—Estabas envenenando a tu propio hijo —al decir eso, di dos pasos hacia atrás y casi me caigo—.

—N-No p-puede ser —dije dejando salir varias lágrimas—. ¿Mi hijo? ¿Yo lo estaba... envenenando?

—Mi Nam, ¿estás bien?— preguntó Yuna caminando hacia mí.

— Ahora lo sabes. Fuera de aquí, insolente.

Ahora todo tenía sentido. Por eso mi bebé siempre tenía hambre y algunas veces le daba fiebre. Todo ese tiempo estuvo llorando y yo nunca supe el porqué. Cada vez que lo amamantaba, él era envenenado.

No dije nada más y solo salí de ahí, estaba destrozada. Mis manos temblaban y mi mente repetía esa frase una y otra vez:

¡Estabas envenenando a tu hijo!

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