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8 Dame tregua

Han pasado dos semanas y llevo casi tres meses en cautiverio con ella. En estos 14 días nos hemos cruzado muy poco ya que salgo muy poco de la habitación, me paso el día sobre mi cama boceteando, no tengo muchas ganas de hacer nada, ni siquiera de cantar.

   —Baja que vamos a desayunar.

   Así es desde ahora cada día, ella entra me dice que vamos a comer o desayunar o lo que sea y yo bajo. Nos sentamos en la misma mesa en un  silencio glaciar, que siempre se instala entre nosotras, ella me mira y yo miro la comida, siempre intenta hablar o acercarse y yo me rehúso a ceder.

   —¿Cuánto tiempo más vas a estar sin hablarme Nirvana?

   —No tengo nada de que hablar.

   Ella suspira agachando la mirada a su desayuno, parece sopesar que decir y el siguiente movimiento a dar. No parece ser la misma que al principio y eso me hace preguntarme sobre cómo es verdaderamente ella ¿Es esta mujer amable que se preocupa por mí y mi hermana? ¿O es solo una fachada y en realidad es el monstruo capaz de cortarle el dedo a un empleado?

   —Todo el mundo afuera y a un metro de la casa —da la órden y todo el mundo sale sin siquiera cuestionarla, hasta el personal que limpia y cocina. Genial si va a matarme quiere privacidad—. Me dejaste en claro que me odias —levanta la vista y veo dolor—, pero ya han pasado 14 días sin que me dirijas la palabra, sin casi vernos y yo ya no puedo aguantar más tu indiferencia —bajo la cabeza a mi taza de café—. Te dí tiempo, te he dado espacio y sigues portándote cómo si yo hubiera empujado a tu hermana del caballo ¿No vas a decirme nada?

   —No tengo nada que decir coleccionista.

   —¿Quieres verla? —levanto la mirada y la miro con ilusión— lo suficientemente cerca, para tenerla lejos.

   —¿Cómo sería eso posible?

   —Va a haber un baile de disfraces en unos días, como ya sabés como se llama el colegio porque lo escuchaste —¿me sorprende que lo sepa? No, ¿me sorprende que no haya hecho nada al respecto? Sí—, podríamos ir, la ves, siempre manteniendo la distancia y no intentando hacer una estupidez, bailamos y volvemos a casa.

   —¿Cuándo?

   —Es en cuatro días —asiento—. Volveras a mi cuarto desde hoy, no puedo dormir sino estás a mi lado.

    Esa noche volví a su cuarto a dormir. Me abraza por la espalda como cada noche, me deseó las buenas noches y se durmió, y como cada noche a su lado intenté safarme de su agarre, como cada vez que lo intenté me apretó más contra su cuerpo sin dejarme ir.

   El día del baile llega y los disfraces también, son dos capas hermosamente bordadas con hilo dorado, la suya es negra y la mía es roja, ambas con capuchas y antifaces a juego. Le pregunté que personaje seria ella con la capa negra y su respuesta fue: “la caperuza negra” ¿tiene su lógica? No, pero no me molesté en contradecirla, no quería arruinar la oportunidad de ver a mi hermana, si la hacía enojar.

   En cuanto tenemos los disfraces puestos, no puedo evitar notar lo bien que le queda, el contraste del negro con el blanco de su piel y su cabello, casi parece una vampiresa del gótico sacada de un lienzo, sus ojos grises resaltan aún más con el antifaz puesto. Se acerca y me arregla la ropa con el ceño fruncido y algo seria. Su perfume delicado pero cómo ella, fuerte, me inunda las fosas nasales, estoy acostumbrada a olerlo cuando ella esta cerca o muy cerca cómo ahora, aunque cada vez me siento menos reticente a sentir este aroma que la caracteriza. Se aleja un paso para ver si quedé bien, sonríe con sus ojos brillantes me mira acariciando mi rostro y no me aparto de ella ante su contacto.

   El mío es uno que se complementa al de ella, pero de color rojo con capucha mientras ella usa sombrero.

 

   —Estás realmente hermosa, conejita —intenta acercarse a besarme y yo me quedo quieta para recibir su beso, pero en el último segundo solo acaricia mi mejilla y suspira alejándose—. Ambas vamos a usar máscara enteriza —cambio los antifaces— y aunque tu cabello es hermoso, usarás peluca. Recuerda nada de intentar algo. No hagas que pierda la poca confianza que tengo en ti.

   —Lo sé.

   Salimos a la fiesta de disfraces. En en el auto soy yo quién mira su mano, ella está absorta en sus pensamientos, sé que se arriesga mucho al traerme y que no es garantía de que yo no vaya a hacer nada. Tomo su mano y ella se sorprende ante el gesto, pero no quita la suya.

   —Gracias —Besa el dorso de mi mano.

   —Te amo, conejita, por eso lo hago.

   Su declaración me deja helada, y algo se remueve incómodo en mí, la verdad es que no sé porqué, pero me siento mal al no poder corresponderle. Yo no la amo, eso está claro, pero, ¿por qué me sienta mal no amarla?

   Llegamos al lugar y este es el colegio es enorme. La entrada tiene una hilera de arboles que al parecer han sido podados con una regla, están todos parejos y simétricos, una rotonda nos recibe en la entrada de la fachada de una enorme mansión de piedra, llena de ventanales y los arbustos que la rodean también están perfectamente cortados. El chofer para y ella se baja a abrirme la puerta, me extiende la mano y con este traje parece la princesa de mi cuentos de hadas, claro que la princesa villana, esa que quemaría la aldea si algún aldeano se atreviera siquiera a respirar demasiado fuerte en mi dirección y hacerme daño.

   —No es el colegio, es un salón que alquilan para éstos eventos cada año ¿Vamos conejita?

   —Vamos.

   Con las máscaras enterizas puestas entramos al lugar, al llegar veo a mi hermana con el yeso puesto y un vestido hermoso de color plateado, se ve más grande y recuerdo que solo tiene 17 años, apenas cumplidos hace una semana en el cual no pude estar. Para mí, sigue siendo una niña pequeña. Un chico se acerca a ella y le sonríe, al fin veo el brillo en sus ojos, quisiera ir a abrazarla.

   —Cerca de mí, conejita. Recuerda lo que te dije lo suficientemente cerca, para tenerla lejos. Vamos por algo de beber.

   Un mozo nos ofrece un copa de champagne a cada una que tomamos y reparten bocadillos también. Hay mesas repletas de comida, que nadie toca, claro que se ve porqué, está gente vive de su imagen y literalmente si se tienen que matar de hambre lo hacen, para encajar en el estereotipo de su clase social.

   —¿Por qué nadie come?

   —Miralas —hago un paneo— su religión es morir de hambre, controlar sus calorías y tratar de no engordar. Aparte la mitad de esta gente lleva una dieta tan estricta que por poco se llevan a su chef personal a todos lados para que les cocine y créeme algunos lo hacen. Pero no los tratan cómo personas, para ellos un empleado es lo mismo que una maleta, solo un objeto más —¿para ti no es así? Pero claro que no lo digo en voz alta, ese pensamiento es solo mío—.  Ven vamos a una de las mesas que yo si tengo hambre.

   Nos acercamos a comer con unos pocos que también sacan, los bocaditos son deliciosos. Mi hermana con un grupo de chicas se acerca a nuestra mesa y yo me quedo paralizada viéndola, la coleccionista me toma de la cintura y luego afloja su agarre tomándome de la mano.

   —Hay muy buenos disfraces ¿o no?

   —Sí, los hay —dice mi hermana y mi corazón late con fuerza al escucharla de nuevo.

   —¿No has visto a tu hada madrina? —le pregunta una de las chicas y ella niega con la cabeza— pero si al fin la conociste en el hospital y dijiste que es hermosa, podría estar aquí ahora, una mujer como ella no pasa desapercibida y más con los tatuajes que dijiste que tenía —la pelinegra me mira y niega despacito con la cabeza dándole la espalda a las chicas, yo clavo la vista en mi hermana—. Tal vez la imaginaste. Vamos Ruth, acompañame al baño antes de que empiece el baile.

   La que hablaba se va con otra y deja a mi hermana con otra chica. Entonces ellas vuelven a hablar.

   —Piensan que estoy loca o alucino.

   —No les hagas caso, yo sé que dices la verdad.

   —Creo que soñé con mi hermana en el hospital —dice Savannah—, escuché como me cantaba. Desearía tanto que estuviera aquí.

   —Oye Savi, no estés triste. Tal vez tu hermana si estuvo contigo, yo creo que las personas que amamos siempre nos cuidan desde dónde están —No tienes idea de que tan acertada estás en esa afirmación.

   —Es que creí escuchar su voz cantándome mi canción favorita, pero no me podía despertar, fue horrible sentirla tan cerca y no poder tocarla. Aparte de que cuándo desperté me faltaba una pulsera —toco mi muñeca y la coleccionista me toma la mano apretandola—. La extraño mucho, ojalá hubiera podido despedirme, decirle cuánto la amaba y lo agradecida que estoy con ella por cuidarme siempre —las lágrimas caen y su amiga se las limpia—. Te hubiera encantado conocerla, era la mejor hermana mayor, cantaba, dibujaba y era escultora.

   —Seguro que si, hablas de ella con admiración. Pero ya no hablemos de cosas tristes que lloras y se te corre el maquillaje —ella ríe apenas— ¿Te diste cuenta que Evan no te ha quitado los ojos de encima desde que llegaste?

   Se alejan y yo la sigo con la mirada con lágrimas en los ojos, la coleccionista me abraza y yo me aferro a ella colocando mi rostro en su pecho, puedo sentir sus latidos desbocados. Podría tomar a mi hermana y correr, miro las puertas de emergencia, y veo a algunos de sus hombres mirarme fijo, no puedo hacer una estupidez que ponga su vida en riesgo. ¿Dónde iríamos sin dinero, documentos, ni pasaportes? ¿la policía podría ayudarnos? ¿Llegaríamos siquiera hasta quedar fuera de la propiedad? Un mar de pensamientos pasan por mi cabeza y el ultimo hace que mis ideas de 007 se queden solo en ideas. ¿Valdría la pena el riesgo?

   «También has sido la mejor hermana que me pudo tocar Savannah, todo lo que hago y aguanto, es por ti»

   Veo a la coleccionista y lo que veo en su mirada es culpa, pero no arrepentimiento, aparto mi mano y centro mi mirada en la única persona que me importa, mi hermana.

   El director habla y el baile comienza, cada chica toma a un chico para bailar, excepto quiénes dejan claramente marcada su orientación y bailan con los de su mismo sexo, aunque no son los más, cómo siempre, pero al menos en la actualidad podemos disfrutar de algo más de libertad en amar a quienes queremos. Savannah baila con ese tal Evan y se ve muy feliz, en la segunda pieza nos invitan a los demás a unirnos en la pista, la coleccionista me extiende la mano y yo la tomo. Sus pasos son suaves, ella guía la danza a tiempo perfecto, no es brusca ni se apura, lo que me lleva a pensar que quizás ella pertenece o perteneció a este mundo de etiquetas.

   —¿Dónde aprendiste a bailar así? —ella sonríe.

   —Fue hace mucho tiempo —De alguna manera siempre elude mi pregunta—, tuve que tomar clases de baile desde que era muy chica, para saber bailar en eventos como este.

   —Entonces te criaste en un mundo así.

  —¿De apariencias? Sí, claro que si —Lo sabía. La miro y ella a mí, me acaricia la mejilla y deja un beso suave en una de ellas sobre la mascara—, vamos a bailar una pieza más y nos vamos, conejita.

   Es muy poco tiempo cerca de Savannah y ni siquiera puedo abrazarla, y jamás podré decirle lo mucho que la amo y lo agradecida que estoy de ser su hermana mayor. Suspiro y sigo los pasos de ella, no le llevo la contra, ni protesto, solo será peor. Siguiendo el baile quedamos muy cerca de Savannah, la coleccionista me guía hasta estar a su lado, se acerca a mí por la cintura y me susurra al oído.

    —La haré tropezar y es tu momento para tomarla y darle un abrazo.

   Antes de darme cuenta a que se refiere, Savannah viene cayendo en mi dirección, la coleccionista se aparta y yo la atrapo abrazándola fuerte para detener su caída.

   —Gracias, gracias que torpe soy, perdón.

   La ayudoo a enderezarse y se acerca Evan con preocupación en vez de reírse como alguno de su amigos a los que él reprende y se asegura de que ella esté bien. La coleccionista ser acerca y me toma de la mano para marcharnos de lugar, primero me fuerza a caminar siguiéndola y luego aflojo mi postura y continuamos de la mano hasta el auto.

   Llegamos al hotel, sacándonos los trajes y bañándonos por separado claramente. Al salir del baño ella me dejó la tina puesta con sal espumosa y el agua perfecta para darme un baño relajante, vuelvo a la cama y ella ya está dormida, me acuesto esperando que me abrace por la fuerza pero no lo hace, en cambió yo tomo la iniciativa. Me acerco a ella y la abrazo, dejando mi rostro hundido en su cuello, ella se sorprende tensandose y luego se acomoda para abrazarme mientras acaricia mi espalda. Tal vez mi mejor estrategia sea hacer que ella baje lo suficiente la guardia como para poder huir y desaparecer con mi hermana.

   —Gracias —le digo en un susurro.

   —Lo hice de corazón, conejita, descansa.

   —Descansa coleccionista.

   Pude sentir como sonreía al no usar la palabra que le digo siempre, psicópata. Lamentablemente aunque no quiera admitirlo, dormí demasiado cómoda entre sus brazos y aunque aún no estoy lista para perdonarla, menos que menos aceptarla, no me cae tan mal. Hoy vi que a pesar de todo mi hermana está bien, tiene amigas que la apoyan y hasta un pretendiente.

   —¿Lista para volver a casa?

   —¿No podríamos quedarnos a pasear por la ciudad? —ella está a punto de negarse— ¿Tener tal vez una cita?

   Su semblante cambia y ahora sé que no va a negarse, asiente y terminando de vestirse se acerca a mí acariciando mi mejilla.

   —¿A dónde quieres que te lleve?

   —No lo sé, solo quiero salir a pasear y luego podríamos ir a comer.

   —¿Quieres que vamos de compras y luego te llevo a almorzar a un restaurante que estoy segura que va a encantarte?

   —Sí —sonríe y se aleja, no antes de dejar un beso corto en mis labios.

   Caminamos por el centro como un par de enamoradas, al menos ella me mira así de embobada, yo solo ignoro eso. Tomadas de las manos, entramos a elegir ropa y asombrosamente me deja elegir a mí algo que a mí me guste, me llevo varios pantalones y unos overoles, más camisetas, ella no refuta contra eso y llevo demasiada ropa de varias tiendas, si puede pagarle ese colegio pretencioso a mi hermana, no se va a quedar en quiebra porque gaste unos miles en ropa en mí.

   Almorzamos en un restaurante que la verdad que tiene comida rica y ella entra a una tienda a comprar una carreola de bebé, un montón de ropa y un bolso, anota la dirección a la cual quieren que se lo mandén, paga en efectivo, por un momento empalidezco y pienso que esta trastornada va a embarazarme.

   —¿Cómo te ves siendo mamá?

   —No me veo —quito la mano de entre las suyas y ella se ríe ¿De que mierda se ríe?.

   —Tranquila conejita, no voy a llevarte a embarazar, una de las chicas que trabaja en casa está embarazada, su marido se quedó sin trabajo y por eso compré todo eso para el bebé.

   —Así que la psicópata tiene sentimientos —ella entrelaza nuestras manos.

   —Sí —se encoje de hombros—, y por ti son más fuertes, porque te amo.

   —¿No te cansas de decirme que me amas, que estás enamorada de mí y que no te responda?

   —No, porque algún día me responderas de vuelta.

   Con esa fe que se ponga un iglesia, diría la amiga de una amiga. Pasamos el día juntas y caminando de la mano, parece un Golden retriver con la felicidad que carga, por solo haber pasado el día así conmigo, yo siento alivio de salir de la casa y ver gente, lamentablemente uno tiende a valorar las cosas cuándo ya no las tiene, cómo la libertad de poder salir a cualquier lado y no estar encerrada entre cuatro paredes con hombres armados vigilando cada movimiento que hago.

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