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4 Paz sin ella

Ella salió de viaje. Aún no sé en que consiste su trabajo o porque hombres que son dos veces más grandes que ella, le tienen miedo. Supongo que puede ser narco, mafiosa o ambas, ningún vendedor de flores ambulante cargaría una pistola y tendría una casa en el freezer del mundo, apartada del ojo de Dios.

   Finalmente luego de una semana de andar en ropa interior me permitió usar ropa, todos vestidos, también había chaquetas que antes no había y botas abrigadas, me gusta andar descalza, pero también me gusta usar calzado y más ropa encima.

   —¿Puedo salir al patio?

   —¿Piensas escapar?

   —Todo el tiempo, mientras me baño, mientras como, hasta mientras cago, también pienso en la fatalidad de los accidentes domésticos y la gente ni siquiera se percata de eso. Cómo que quizás accidentalmente te cayeras 15 veces sobre un cuchillo afilado que yo sostendría —ella se ríe sin despegar la vista de los papeles—, o que accidentalmente se me cayera el secador de pelo cuando estás en la tina y upsi definitivamente sería una desgracia —se ríe tomándose el puente de la naríz y finalmente me mira negando con la cabeza—. Pero de ahí a escapar no, solo fantaseo con eso y con la ausencia de tu pulso vital.

   —Ay Nirvana. ¿Qué haré contigo? —me mira sonriendo, y se ve linda, pero la sigo odiando.

   —Si tanto te estreso, déjame al costado de una carretera y yo desapareceré.

   —O mejor te siento en mis piernas y te doy unas nalgadas, hasta que recuperes el sentido común.

   Me cruzo de brazos y suspiro mirando al techo, ni siquiera si le hago un atentado, esta trastornada va a dejarme ir. Le acabo de decir que fantaseo con su muerte y se ríe, como que el cosito del sentido común, también lo tiene roto ella.

   —Ya me dejaste bien en claro las consecuencias de escapar... varías veces.

   —Solo una hora al día.

   —¡Esto es peor que cárcel de máxima seguridad!

   —¿Quieres que lo transformemos en cárcel?, hasta en las cárceles tienen visitas conyugales.

   —Tú tienes visitas conyugales con Electra, pobre mujer vas a matarla.

   —Ah, estuviste escuchando detrás de la puerta. ¿Quieres ocupar su lugar, así ves de cerca lo que hacemos las dos?

   —No, quiero salir al patio por más de una hora al día —me siento de brazos cruzados con el ceño fruncido.

   —Sabes el costo —ruedo los ojos—. Vamos no te pido que me des sexo oral —me sonríe—. Un beso de 30 segundos.

   —15.

   —20 segundos y será una hora y media, lo tomas o lo dejas.
  
   —Bien.

   Sonríe, se acerca a mí ayudándome a parar, toma el teléfono y pone 20 segundos en el temporizador. Me acomoda tomándome de la cintura  acercándome a ella por la cadera, entonces me besa de golpe y le correspondo el beso, tengo que hacerlo, le pide a mi boca que la abra para meter su lengua por esos eternos 15 segundos. La alarma suena y me separo de ella rápido, apartandola de un empujón.

   —Un placer hacer negocios contigo, conejita —sonríe y suspira cuando salgo.

   Me limpio la boca y salgo de ahí, mientras ella sonríe, descarada. Por mi buen comportamiento accedo a algunos "privilegios" o cambio de cosas negociamos un precio con besos. No pido nada exagerado u extraordinario, tal vez me quiera preñar si le pido una guitarra eléctrica o que se yo que más se le puede ocurrir. Soy cantante de hecho antes de caer en manos de ella, toqué en un restaurante y ayudé en la re inaguración de la pareja de mujeres que lo compró cantando en el lugar, dejando mi huella con mi nombre que quedó en su pared, al menos en ese lugar quedó algo que dice que existo o existí, ya que para el mundo estoy muerta.

   Intento llegar cruzar al patio, pero me topo a Devon que parece la copia pirata de la Roca Johnson, con cabello se interpone y una cicatriz en el rostro por encima de su ceja derecha hasta debajo de su ojo en la mejilla, tiene unas manos que me da la impresión que si te mete una nalgada o puñetazo, te regresa al útero.

   —Ella me dió permiso.

   —No me ha llegado la confirmación.

   —¡¿Sabes lo que tuve que hacer para que me dejará salir, tu jefa psicópata?! —él me mira inexpresivo—. Mira sé que hacés tu trabajo, llama y pregunta, estoy autorizada.

   —Jefa, su chica —agh Dios me guarde y se le olvide en dónde. Antes de ser su chica me rajo un tiro—, dice que está autorizada para salir al patio.

   —No sé de que habla —se ríe y yo me enojo—. Sí, está autorizada solo por una hora y media, si es que aguanta, hace demasiado frío. Fíjate que salga bien abrigada, sino no la dejes poner un pie afuera.

   —Entendido. La escuchaste, tienes que abrigarte —parece que papi y mami, se pelean por mi custodia, que afortunada me siento de que ambos me cuiden—. Aquí hay abrigo, cambiate y te veo afuera.

En la mañana cuándo ella sale me pongo a escribir canciones con mi guitarra y también toco en el piano de cola que está en esta enorme habitación. Ahora que está de viaje puedo practicar a cualquier hora y hacer casi lo que me venga en gana.

   Estaba concentrada cocinandome un omelette cantando "cuando nadie ve" de Morat, usando de batería la cuchara de madera en la mesada, me doy vuelta y ahí está ella sentada en uno de los taburetes de la barra, viéndome con una gran sonrisa boba y me callo de golpe.

   —Ay no seas tímida.

   —No lo soy.

   —Estabas muy emocionada cantando —camina rodeando la isla para acercarse a mí y yo camino para alejarme de ella—. ¿Por qué estás cocinando? Pueden hacerte lo que les pidas a cualquier hora.

   —Porque no estoy invalida y puedo cocinarme sola.

   —Acabo de llegar, conejita, hola.

   Se acerca y me toma contra ella, levantado con fuerza mi mentón, me besa pero yo jamás le correspondo un beso a menos que sea por algo a cambio.

   En este mes que llevo aquí he aprendido varias cosas sobre la coleccionista, la sigo llamando así ya que aún no sé, ni me ha querido decir su nombre. Aprendí que cuando se enoja o tiene que dejarme algo muy en claro me llama por mi nombre, que es demasiado "suave" conmigo para darme castigos, que se controla bastante bien aún cuándo la situación ameritaría gritos de ira y perdidas de control, que estoy segura que ha matado a mucha gente y no le ha temblado el pulso, eso me ha hecho considerar mi modo de actuar con ella, para no llevarla al límite, bueno a veces, otras veces busco una reacción en ella, pero sabe mantener demasiado bien la calma, entonces termino más irritada y ella más divertida.

   —Dijiste que te irías por una semana.

   —¿Me quieres lejos?

   —Sí.

   —¿Por qué? Si aún no te toco de la manera en la que lo pienso siempre —baja su mano por mi espalda hasta el inició de mis nalgas y la detengo—. Mientras más tiempo pase, peor será.

   Me aparto y ella suspira siguiendome el paso, se prepara una taza de café y se sienta a mi lado comiendo una porción de pastel que me ofrece, cuándo voy a sacar una cuchara me sienta de nuevo, toma una porción con su tenedor y me la ofrece, sé que negarme no es una opción, así que me como lo que me da en la boca. Decido hacerle una pregunta que me tiene intranquila hace un tiempo.

   —¿Qué pasará cuándo te canses de mí?

   Ella se congela y se tensa un momento al escuchar eso, traga alejando el plato y me trae con la silla hacia ella. De verdad tiene una fuerza bruta absurda, ni siquiera lo aparenta, bueno si está bien definida, aunque ni así parece tener esa fuerza.

   —Mirame —trago el último bocado y la miro fijo a sus ojos grises—, te conviene que eso no pase.

   —¿Vas a matarme?

   —No, te usaré de reemplazo de Electra y haré contigo lo que me plazca quieras o no. Te voy a dejar algo muy en claro conejita, eres la única persona con la que soy amable, porque aunque te cueste creerlo estoy enamorada de ti —Me lo ha dicho antes y que ella esté enamorada no me mueve nada, es como si me dijera que el día está nublado, me da igual—, pero tengo un límite, aún no has llegado a tocarlo y ruega porque no llegues a hacerlo, porque ese día conocerás de cerca al monstruo que soy con todos.

   Voltea y sigue comiendo su porción de pastel con su café, sus palabras me hicieron dar escalofríos, sé que va a cumplir, siempre cumple. Levanto mi plato para lavarlo y ella me mira fijo, estoy por irme y me toma del brazo.

   —Aún no termino de comer, siéntate.

  Sin decir nada, me siento apartando un poco la silla de ella, pero la vuelve a correr al mismo lugar, termina de un sorbo su taza de café y antes de que me levante coloca una mano en mi pierna, me lleva con silla y todo entre las suyas y se pega a mi cuello, provocando que me tense.

   —Te extrañé conejita —me huele y muerdo mi labio inferior aguantando su cercanía—, aunque me alejes siempre y seas reacia, me encanta tenerte cerca —apoya su rostro en mi cuello y aprieta mi pierna—, me encanta saber que estarás en casa cuando vuelvo.

   —Como si tuviera opciones. Si me escapo será peor, pero lo pienso todo el tiempo —ella se ríe.

   —Me gusta tu honestidad y falta de criterio, cuándo sabés que soy peligrosa —acaricia mi mejilla, se separa de mí volteando mi rostro y me besa— ¿Cuánto tiempo te va a llevar enamorarte de mí?

   —No creo que pueda hacer lo que me pides, coleccionista, ni siquiera sé tu nombre, no sé nada de ti y tú sabés todo de mí, aparentemente.

   —Sí, se algunas cosas —suspira— ¿Para que quieres conocerme? ¿No te basta con esto?

   —No, yo no puedo enamorarme o querer a una persona que no conozco realmente —ella sonríe.

   —¿Entonces quieres conocerme para enamorarte?

   Me levanto y la dejo ahí sentada, intenta tomarme la mano y me safo, no me sigue para atosigarme y agradezco eso, a veces cuándo está aquí la tengo pegada a mi espalda y eso me estresa.

   Llego a la habitación dónde práctico con la guitarra y reviso mis apuntes sentada en el suelo. Siempre me he sentido más cómoda sentada en el piso que en cualquier otro lado. Escribo arreglando acordes en las hojas sueltas, siento un mano en mi pierna, y la veo a ella acostada a un costado, esto también es otra de las cosas sobre ella, cuándo estamos a solas o sin sus guardias al rededor ella se relaja mucho más.

   —¿Dónde aprendiste español?

   —Una amiga en el orfanato me enseñó —sigo con la guitarra sacando notas y murmurando la letra mientras toco—. ¿Eres alemana? —levanta una ceja, acaricia mi pierna y le saco la mano—. Dijiste que para escapar de aquí necesitaría hablar alemán, supongo que estamos en Alemania.

   —Solo sé el idioma.

   —¿Eres narco o mafiosa? —mi pregunta la sorprende y comienza a reír.

   Se ve linda cuando se ríe, te olvidas por un momento que es una psicópata y piensas que puede ser una persona normal, con aficiones normales, que no secuestra gente, ni se la carga.

   —¿No eres muy buena para entablar una conversación o conocer gente verdad? Tu falta de tacto para pasar de una pregunta a la otra, es abismal.

   —Debe ser que el cautiverio en el que me tienes, atrofió mis habilidades sociales. Aparte No estamos en circunstancias normales, ¿no crees? No es como si nos hubiéramos conocido por amigos en común, o de una manera natural. Me tienes secuestrada y amenazada. Disculpa si el tacto no está siendo uno de mis fuertes —Ella baja la mirada y traga.

   —¿Acaso le hubieras dado la oportunidad a una persona como yo?

   —¿Psicopata? No, claro que no, por norma general los evito. Pero si te hubieras mostrado amable y no como una acosadora hasta secuestrarme, tal vez te hubiera dado la posibilidad y hasta habríamos tenido citas para conocernos, como gente normal. Pero me tienes aquí —Ella sonríe algo tímida.

   —¿La cagué verdad? Es que nunca me había enamorado así de alguien, no de la manera en la que lo estoy de ti.

   Que afortunada, que honor. La gracia divina de la selectividad con trastorno de bebé Reno, me arrulló con su manto y me sirvió en bandeja, a la psicópata de turno. La vida no me sonríe, se me caga de risa en la cara.

   Me quedo callada como cada vez que me lo dice ¿Qué puedo decirle sino correspondo a sus sentimientos? La miro y veo culpa en sus ojos, y me da algo de coraje, porque hizo las cosas mal, demasiado mal y ahora no va a dejarme ir, ni salir de aquí, porque ya se mandó la cagada de darme por muerta y porque sabe que yo sin duda huiría llevándome a mi hermana a algún lugar dónde ella jamás pueda volver a encontrarme.

   —Quiero saber sobre mi hermana, quiero saber que está bien.

   Su actitud cambia de repente, se tensa, se pone seria y enoja levantándose de inmediato. Se acomoda la ropa y me mira.

   —Te dije que te olvidarás de ella.

   —Y yo te dije que no iba a hacerlo, es mi persona, es todo lo que me queda y a quién más amo —ante la última afirmación tensa su mandíbula— ¿Qué harías si de un día para el otro no vuelves a verme? ¿Por ese solo hecho te olvidarías de mí?

   —Jamás podría olvidarte.

   —Eso representa mi hermana en mi vida —me levanto despacio y me acerco tomando su mano, es la primera vez que la toco voluntariamente— ¿Entiendes que es importante para mí, como yo lo soy para ti?

   Acarició con mi pulgar el dorso de su mano, ya aprendí que poniéndome a la defensiva no saco nada de ella, nada más que se irrite y se moleste. Ella me mira un poco menos tensa, mi manera de actuar la ha relajado lo suficiente para mostrarse un poco más receptiva y abierta a recibir mis peticiones.

   Se acerca, me besa y se va dejándome parada sola, suspiro y me siento de nuevo en el suelo juntando todo, ya no tengo ganas de escribir y arreglar mi canción. Guardo todo en el lugar de espaldas a la puerta, ella vuelve a entrar pero yo no volteo a verla.

   —Esto es de hace unos días —dice extendiendome una tablet— hubo un acto y ella escribió un poema para ti, viaje para llegar a grabar esto.

   Al fin veo a mi hermana, tiene el semblante lleno de tristeza y definitivamente está un poco más delgada, me siento a ver el video y escucho el poema, río en algunas partes y lloro con el final, ella se sienta a mi lado y limpia mis lágrimas.

   —Gracias.

   Le digo y apoyo mi rostro en su hombro, rápidamente relaja su postura y me abraza conteniendome mientras lloro.

   —No le falta nada Nirvana, ella está bien.

   —Le falto yo, ella no está tan bien —me enderezo y me seco la naríz, recordando porque ella está así—. Voy a ir a caminar al patio —ella se levanta—, sola —sentencio tajante—, necesito algo de espacio.

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