10 Sincerandonos
Los días pasaron y del torbellino que nos obligó a marcharnos, llegó la paz, el paisaje de la nieve a la playa es mejor. Como Australiana extrañaba el clima, la playa, el mar, la única vez que salimos de Australia fue para terminar con unos parientes que al mes nos mandaron al orfanato, cuando supieron que no había herencia de nada. Nuestros padres eran trabajadores de clase media, lo único que teníamos propio eran nuestras camas, un microondas que compraron con esfuerzo y un auto que estaba más tiempo roto del que lo andábamos.
Ahora mi situación es diferente, viajo por el mundo conociendo lugares nuevos como: Londres, Alemania y Grecia.
—¿Qué haces encerrada en esa habitación?
Le pregunté un día, siempre tengo curiosidad sobre ella, siempre tan reservada, tan hermética y observadora, nunca puedo lograr descifrar que es lo que piensa. Me llevó a la habitación y me mostró en lo que estaba trabajando. Había un cuadro pintando en escalas de grises de una mujer de espaldas sosteniendo un sombrero, con el cabello suelto, caminando por la arena, en el instante, me reconocí, su talento para plasmar cada detalle es enorme.
—¿Soy yo? —ella asiente— tienes mucho talento.
—Todavía me falta.
—¿Y qué haces con todas estás pinturas?
—Las guardo, son solo para mí —me dice mientras limpia los pinceles.
—¿Alguien más las ha visto antes?
—Mis padres, Amanda y ahora tú.
—¿Tienes alguno de ella?
Ella camina y toma uno que tiene tapado, lo coloca sobre el caballete y lo destapa, lo sublime de la belleza en la pintura es notable, cada trazo cuidado, cada gota de luz, luces y sombras en perfecta armonía. Una mujer rubia que mira por la ventana desnuda, apoyada sobre sus codos en una cama algo desarreglada, cómo si acabara de levantarse, cómo si acabara de hacer el amor, no se le ven los pechos, solo muestra la piel de su trasero, y es bañada por la luz de la ventana, pero ella sigue siendo el foco de la pintura.
—Estaba terminando de pintarlo cuándo me llamaron aquel día. Ella se levantó de la cama enojada, ni siquiera recuerdo sobre que discutimos, ni porqué ella se fue enojada o a dónde iba —acaricia la silueta de la mujer—. No llegó a verlo.
—Era hermosa —digo casi en un susurro.
—Sí, lo era y una gran persona —sonríe orgullosa—. Muy sagaz e inteligente, también graciosa —suspira—, siempre fui demasiado seria y ella se tomaba las cosas más a ligera y con alegría.
Lo tapó de nuevo y volvió a guardar, entonces me dí cuenta que tenía lágrimas en los ojos, la abracé, ella se dejó abrazar, suspirando hundió su rostro en mi cuello. Al separarnos, me besó en la mejilla y salió de la habitación. Decidí darle espacio,lo necesitaba. Me quedé viendo la pintura que hizo de mí, entró de nuevo con una canasta de picnic y el mismo sombrero de la pintura.
—¿Vamos a la playa?
—¿Necesitas más inspiración?
—Contigo no hace falta, eres una musa andante —sonreí ruborizada—. ¿Algún día me enseñarás la canción en la que estás trabajando?
—Tal vez —miro a la playa.
La playa es propiedad privada de la casa y solo llegas a ella por mar o caminando entre medio del peñasco y un túnel que desemboca acá. Miré el lugar y me recordó a mi hogar, a mi infancia, a mi familia.
—Eres de Australia, debes tener recuerdos de la playa. Cuéntame cómo fu vivir tan cerca del mar y en un lugar tan cálido y...
—Mortal —ella ríe Australia, no es un lugar para una flor delicada, la flora y la fauna pueden engullirte si te descuidas. Hermoso, pero mortal— ¿Hablas de que recuerdo con mis padres? —ella asiente— Bueno, soy quién más recuerda de las dos, yo tenía 10 años y Savannah 6 años cuándo pasó —miro el mar tomando aire para volver a hablar—. Nos dividiamos en equipos y cada uno tenía que hacer en la arena lo que le decía el otro equipo. Empezamos haciendo castillos y luego, delfines, autos, caballos, creo que de ahí viene mí pasión por la escultura.
—Suena a una linda infancia.
—Lo fue, el tiempo que los tuvimos fueron los mejores padres —sonrío limpiándome unas lágrimas y ella besa mi hombro— ¿Vamos al agua?
Comencé a caminar y ella me siguió detrás, llegó a mi lado y colocó una mano en mi cintura, me sonrió con esos brillantes ojos grises. Su cabello negro brilla siempre, contrastamos mucho ambas, yo con mi cabello colorado y ella con su cabello negro ¿Cómo hice para enamorarla sin darme cuenta? ¿Qué ama tanto de mí? Esas interrogantes que me hago y que por ahora no tienen respuesta, que me dan miedo de hacerles las preguntas, porque aparte de mi heterocromía, me considero alguien común y corriente, algunas veces más corriente que común.
Volvimos a nuestro lugar bajo sombra del peñasco para acostarnos sobre la manta en la arena, me acosté tapándome con el sombrero el rostro y aunque no la estoy viendo siento que me mira, su mirada siempre es intensa sobre mí, cómo si de alguna manera buscara grabar en su mente cada poro de mi piel.
—Conejita, comamos algo.
Me enderezo y almorzamos los sandwiches que empacó, con una botella de jugo de naranja fresco y recién exprimido, más un vino blanco dulce y dos copas.
—Así que eres una ricachona —mi comentario la hace reír y se acomoda los lentes de sol asintiendo con la boca llena—, me dío una pista tu amor por usar trajes, tu obsesión por el horario, el control y la atención que tienes en cada detalle ¿Cómo es que terminaste en el contrabando de arte?
Traga, me mira, da un vistazo al mar y baja la mirada mirando la comida entre sus manos, para de nuevo mirarme a mí, se sirve una copa de vino que se toma de prisa y luego la vuelve a llenar suspirando.
—Mis padres eran contrabandistas y me enseñaron el negocio, cuándo ellos murieron yo heredé todo. Contactos, las obras de arte, las galerías y la responsabilidad de la organización, tenía solo 20 años, cuándo todo cayó sobre mí —toma casi a fondo su copa y vuelve a servirse más—. Tuve que curtirme y ponerme firme, es mejor ser temido que amado, era el dicho de mi padre. Con la familia de puertas para adentro muestras el amor y con los extraños de puertas para afuera, demuestras porque no deberían meterse contigo.
Desde que ella me confesó la verdadera razón por la cual éstoy aquí, había sido más accesible y fácil llegar a ella. De a poco comienzo a verla sin la capa de odio que estaba acostumbrada y logro ver un ser humano igual de herido que yo.
—¿Cómo es que...?
—Cancer de hígado y ella murió del corazón roto un año después, ellos dos eran uno solo, supongo que eso lo significaba todo hasta el final.
—Lamento tu pérdida —me sonríe y nos quedamos un momento en silencio— ¿Entonces cuántos años tienes?
—28 recién cumplidos.
—¿Cumpliste años y no me dijiste?
—No me gusta celebrar mi cumpleaños y la verdad es que prefiero no hablar sobre eso.
Levantamos todo y caminamos de nuevo a la casa antes de que se metiera el sol, ella se bañó y salió, yo me puse a terminar la canción, estos días había estado más inspirada. Al fin tengo la canción entera y al fin puedo cantarla para saber cómo suena completa. La noche llega y ella no llega, pero no es raro siempre llega tarde y así es cómo pasa también ahora, se mete a bañar, se viste y se mete en la cama.
—Te tardaste.
—Necesitaba desestrezarme y estuve con Electra, me llevó más tiempo del que pensaba —se acerca abrazándome—. Ya estoy aquí durmamos —de pronto se acomoda encima de mí y me voltea a verla— ¿Me estuviste esperando?
—No, hasta mañana.
—Nirvana ya te dije que eres una mal mentirosa —me voltea de nuevo a verla.
—Te dije que no, hasta mañana.
—¿Por qué estás tan enojada entonces?
—No lo estoy.
—Diselo a tu tono de voz —suspiró enojada e Intenté taparme pero ella no me dejó, se pegó más a mí— ¿Te molesta que esté con Electra?
—Que va, si parece que la llevas a todos lados, no te tiras un pedo sin que esté ella metida al medio.
—¿Quieres conocerla?
—No.
—Levantate —la miro y ella no duda— que te levantes —me levanto de mal humor y la sigo hasta la puerta dónde se mete a estar con la famosa Electra— ella es Electra.
—Hola...
La veo y me quedo paralizada, ella no puede ser Electra.
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