X CAPÍTULO 9: TERRITORIO ENEMIGO X
Emma fue incapaz de pegar ojo aquella noche.
Apenas llegó se encerró bajo llave y se refugió bajo las mantas, porque estaba cagada de miedo con toda la locura de la que había sido testigo involuntaria.
Tenía tantas preguntas que le dolía la cabeza y ni una sola respuesta.
¿Por qué hacían aquello?
¿Cómo habían logrado los hermanos que les profesaran esa adoración ciega e inspirar ese temor?
¿Quién era el Oscuro del que hablaban?
¿Mataron ellos a la chica?
Y si no, ¿cómo sabían dónde hallar su cuerpo? Debían ser cómplices del asesino, por fuerza.
Aun así, sentía que algo se le escapaba. Pero no tenía ni idea de qué podía ser.
Resoplo y se llevó las manos a la cabeza, agotada de tanto darle vueltas al asunto.
Se sentía en un callejón sin salida. Había tratado de ayudar a Axel, pero de repente la idea de plantearse siquiera confesarles que había estado en la escena del crimen contraviniendo su petición expresa de mantenerse a salvo, hacía que se le retorciera el estómago por miedo a decepcionarlos.
Ellos habían sido demasiado buenos con ella, acogiéndola como a su propia hija. Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Y si los decepcionaba tanto que se cansaban de ella y perdía su cariño?
El pánico amenazó con apoderarse de ella y tuvo que inspirar hondo varias veces, encogiendo las piernas en posición fetal y cerrando los ojos, para no tener un ataque de pánico.
Sabía que eso era absurdo, que Dalia y Axel jamás dejarían de quererla. Pero aun así, se sentía fatal y no podía dejar de tener miedo. Por todo...
Era horrible y en aquel momento, más que nunca, echó de menos a Carlos. Él habría sabido exactamente qué decir para calmarla y lo mejor es que no habría sido ninguna frase de consuelo, sino algo sarcástico o bruto muy a su estilo. Pero no por ello menos sincero.
Emma esbozó una sonrisa nostálgica y se secó las lágrimas. Ya era muy tarde. Axel y Dalia no deberían tardar mucho más, a menos que se hubiera complicado el caso...
Entonces pensó en Paul.
Había ido con ella sin vacilar y a pesar de que no le habría reprochado que se largara cuando las cosas se pusieran feas, se mantuvo a su lado hasta el final y le proporcionó una fortaleza que creía perdida.
El chico siempre le había caído muy bien. Lo que más la sorprendió al conocerlo fue su carácter tranquilo, reflexivo y casi hasta bonachón, si lo comparaba con el resto de la pandilla.
¿Por qué se había unido a los Blood? Seguramente por desesperación. Pero era una pena que tuviera que pasar por todo aquello teniendo tan buen fondo.
Se encontró a sí misma deseando saber más de él. Y sin pensarlo, decidió enviarle un mensaje.
Mientras le escribía le nació una sonrisa inconsciente en la que ella no reparó, pero que decía mucho de lo que empezaba a sentir aun sin darse cuenta.
Gracias por cuidarme las espaldas, Paul. No olvidaré cómo me has ayudado.
Puso un corazón negro, pero lo acabó borrando al sentir que era demasiado.
Él respondió enseguida.
De nada :D Si necesitas embarcarte en otra misión suicida, avísame.
Se echó a reír a carcajadas sin poder evitarlo. Poco a poco, la presión que sintió antes en el pecho fue mitigando, pero no repararía en ello hasta después.
Y Emma, cuídate ¿vale? Esa gente es peligrosa.
Añadió él después. Emma sintió una chispa de calidez en el pecho. Le habría gustado abrazarlo en ese momento.
Lo haré, no te preocupes. Vosotros también estad alerta. Descansa :3
Se desconectó de golpe antes de ver si Paul le había contestado al oír el sonido de las llaves en la cerradura y la puerta principal cerrándose con un chasquido.
Axel y Dalia acababan de llegar.
Atravesaron el vestíbulo entre susurros quedos pero ella se pegó a la puerta y aguzó el oído para ver si captaba algún retazo.
— Estará durmiendo, no la despiertes ahora.
Esa era Dalia.
— Lo que ha hecho está mal. Tiene que contestar cuando llamamos, casi nos morimos de preocupación — espetó él, molesto. Emma tragó saliva. Tenía razón, había sido egoísta.
— Lo sé, Ax. Tranquilo.
— Ese pirado podría hacerle algo para vengarse de mí, porque ya has visto la marca que ha dejado. Está jugando conmigo y vosotras dos sois mi debilidad...— su voz se quebró de impotencia y la chica contuvo la respiración. ¿De qué marca hablaba?
— Eh, no sigas por ahí. Podemos cuidarnos bien, sabemos cómo defendernos y además, tú nunca dejarías que nos pusieran las manos encima — argumentó ella, con una seguridad aplastante.
Axel suspiró. Emma lo conocía lo suficiente como para saber que aun así no se quedaría tranquilo. Y lo cierto era que tenía motivos, porque ella no dejaba de darle disgustos. Casi se echó a llorar otra vez.
— De todos modos mañana hablaré con ella, quiero que esté preparada. Van a ser días duros hasta que atrapemos a ese monstruo.
— No me quito de la cabeza la escena del crimen, esa pobre chica...— se lamentó Dalia, compungida —. ¿Por qué haría algo así? Los huesos, la parafernalia y ese corazón...no la mutiló, estaba limpia y vestida de blanco como si la santificara pero...lo otro es como una blasfemia — opinó, confundida.
— Exacto — coincidió Axel, sorprendiéndola. Se explicó mejor al ver que no entendía adónde quería ir a parar —. Es una blasfemia. Porque aunque parezca que la está santificando con la colocación del cuerpo y las flores que la recubren, la mancilla con los huesos, la sangre y el corazón del carnero. Representa una corrupción de la pureza, ese es el mensaje.
Entonces Dalia lo entendió. Y Emma quiso besarle el cerebro a Axel por su inteligencia.
— El asesino sabía que tú lo entenderías debido a tus conocimientos — afirmó Dalia, reflexionando —. ¿Pero por qué la diferencia de modus operandi entre sus anteriores víctimas, las del círculo de la noche, y esta otra? Sé que han pasado años y que el íncubo está encerrado — se apresuró a aclarar, anticipándose a su respuesta —, pero se supone que si es alguien que quiere ensalzarlo o imitarlo, debería seguir un patrón parecido. Eso fue lo que hizo...Felipe.
Se interrumpió, pues hablar de los crímenes del Rey Midas era muy doloroso por todo lo personal que implicaba para ella.
— Felipe siguió los pasos de El círculo, sí. Ellas fueron satanizadas, las presentaba como impuras porque es lo que hacían esos dementes. — Con ese ellas se refería a Patricia, Nicole y...Dayanne. Dalia inspiró hondo y asintió, intentando no derrumbarse. Debía ser fuerte y despejar su mente para resolver el caso —. Sus ideales nunca estuvieron con la causa pero lo hizo porque fue su manera de desviar la atención hacia él.
— ¿Quieres decir que cambiando la escena han cambiado sus motivaciones? — intentó seguir una línea de razonamiento ella.
— No tengo forma de saberlo todavía, pero espero que la conversación con el íncubo me aclare algunas cosas — se sinceró Axel, que había tomado una decisión al respecto de eso. Una que sabía que no iba a gustarle a Dalia, pero no quería arriesgarla con ese demente.
Naturalmente ella, que era demasiado intuitiva, captó enseguida las implicaciones de ese singular y se envaró.
— Axel, si estás pensando en dejarme fuera del interrogatorio cuando nos lo aprueben, te advierto que ni se te ocurra — espetó, muy seria.
Pero él no estaba por la labor.
— No lo entiendes, cariño. El íncubo es un experto en manipulación y juegos mentales, no tienes ni idea del riesgo que puede suponer estar en una habitación cerrada con él, por muy restringido que se encuentre — le explicó, tenso.
Sin embargo, olvidaba que Dalia era tan tozuda como él. Esa era una de las muchas razones por las que se había enamorado de ella.
— Tú estarás allí, ¿no? — arguyó, firme. Y Axel empezaba a quedarse sin argumentos.
Dejó escapar un suspiro cansado y se pellizcó el puente de la nariz, como hacía siempre que quería recobrar la calma.
— Sí, pero aun así...
Ella lo acalló posando un dedo en sus labios con suavidad.
— Si tú estás conmigo no habrá nada que temer. No dejarías que se saliera con la suya. Además, no me subestime subinspector. Ya he tratado con pirados antes y no me achanto con facilidad — soltó, mandándole un beso con gracia.
Esa era la Dalia segura de sí misma y valiente que salía en los momentos de tensión máxima y que lo volvía loco, porque no podía negarle nada.
— Está bien, pero me dejarás manejarlo ¿de acuerdo?
Era eso, o nada. Y Dalia sabía hasta donde presionar, así que cedió.
— De acuerdo, mi amor —musitó, zalamera. Y bastó ese apelativo para que él se ablandara y la besara con pasión.
Emma se apresuró a volver a la cama, sabiendo que no tardarían en ir a comprobar que estuviera bien y sin muchas ganas de imaginarse la tórrida escena que estaría teniendo lugar en el vestíbulo. Eran unos calenturientos...
Pero era muy bonito que se quisieran tanto, pensó con nostalgia.
Poco después la puerta de su habitación se abrió con suavidad y oyó los pasos firmes de Axel deslizarse por el parqué. A Dalia no la oyó, era demasiado silenciosa y seguro que estaba tratando de no despertarla.
Se hizo la dormida. Era algo con lo que tenía mucha práctica, así que no le preocupaba que la descubrieran.
Pronto sintió que depositaban un tierno beso en su frente y la arropaban como si fuera una niña. Le costó mucho mantenerse estoica y no demostrar cuánto la había emocionado.
— Está dormida, vámonos, no sea que la despertemos — susurró Dalia.
— Sí, mañana hablo con ella. De eso no se va a librar — respondió Axel y ambos se retiraron de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Solo cuando se hubo cerciorado de que estaba sola, Emma abrió los ojos.
Y ya no fue capaz de conciliar el sueño en toda la noche, pues en su interior se libraba un dilema.
Así que al día siguiente parecía un zombi.
Pudo escaquearse de la regañina porque el jefe había citado a todo el equipo a primera hora en el departamento y a duras penas recibió un "nunca vuelvas a dejar de contestar a mis llamadas o te pondré un localizador" de Axel, que la hizo asentir frenéticamente. No era prudente enfadarlo con todo el estrés que tenían últimamente.
Para cuando llegó el descanso, se dirigió a la cafetería arrastrando el paso y sin apenas fuerzas para caminar. No digamos ya lo mucho que le costaba mantener los ojos abiertos. ¿Cómo podían sus compañeros parecer tan frescos todos los días? Era eso lo que se había perdido todos aquellos años en que no pudo tener una educación normal.
Fue a sentarse sola a una mesa, como de costumbre, pero para su sorpresa unas voces familiares se hicieron eco de su nombre. Eran Francis y Nadia, llamándola para que se sentara con ellos.
La chica sonrió y así lo hizo, contenta por poder sentirse al fin parte de un grupo. En la universidad todavía no había podido hacer muchos amigos debido al poco tiempo que llevaba asistiendo y a su carácter tímido, por lo que se había sentido excluida. Hasta ahora.
— Hola, gracias por invitarme a sentarme con vosotros — dijo, sonrojándose un poco.
— No tienes por qué darlas, puedes hacerlo todos los días. Nos caes bien, Emma. Eres de las pocas personas que todavía nos dirige la palabra — aseguró Nadia, con cierta tristeza en la mirada.
Francis le puso una mano en el muslo en un gesto de apoyo – un gesto un poco íntimo, notó Emma – y su expresión era una mezcla de resignación e impotencia. Él era quien más miradas de lástima y rechazo debía enfrentar en los pasillos.
Sin embargo, teniendo a Nadia no necesitaba nada más. Y ahora Emma se había unido a ellos. Ya no estaban solos. Tenían una posibilidad de acabar con aquella pesadilla, solo tenían que detener a Rhett y a su séquito.
Pero, ¿cómo? Esa era la cuestión.
— Pues que les den. Nos tenemos a nosotros, no necesitamos su aprobación —alegó ella, refiriéndose a los compañeros que les hacían al vacío. Ellos asintieron, recobrando el ánimo.
Disfrutaron de sus respectivos cafés en silencio, hasta que Nadia rompió el hielo. Había notado que Emma estaba desmejorada y se interesó por ella. Francis también claro, pero le daba corte.
— ¿Te encuentras bien? Estás muy pálida y las ojeras casi te llegan al suelo.
Emma se mordió el labio, recordando que todavía no había tenido la oportunidad de ponerlos al día sobre lo sucedido en el pantano. Pero de ninguna manera podía hacerlo allí, en medio de la cafetería donde cualquiera podría oírlos.
— Ya, tuve una noche dura. Sobre eso tengo que hablaros, pero aquí no. Eh...¿quedamos en mi casa esta tarde? — propuso, porque era el único lugar que se le ocurría.
Los dos amigos compartieron una mirada cómplice, pero no tardaron en mostrarse conformes.
— Claro, sin problema. ¿Nos pasas la dirección? — le pidió Francis.
— Por supuesto, ahora mismo — empezó a teclear frenéticamente y pronto estuvo hecho. Cuando le hubieron confirmado que estaba bien, recogió su mochila y lo que le quedaba de café y se despidió —. Tengo que ir un momento a la biblioteca a sacar unos libros que necesito, nos vemos luego ¿vale? — Dijo, antes de salir disparada hacia el ascensor. Ya iba con el tiempo justo, como siempre.
Una vez allí, tuvo que recorrer las estanterías a toda prisa y en esas estaba cuando sin querer – o eso pensó ella – se chocó con alguien y tropezó, provocando que se le cayera la mochila y sus cosas salieran desparramadas por el suelo.
— Oh, Dios... — se disculpó y al girarse para ver con quién había chocado se quedó congelada al ver a Rhett, de pie frente a ella con una media sonrisa que le puso los pelos de punta y sosteniendo su mochila ya con todo recogido, excepto por el libro de teoría de la psicología que era el único que le había dado tiempo a coger a ella.
— No exactamente — puntualizó, ladeando la cabeza en una mueca que pretendía ser casual pero que a ella le pareció espeluznante. Se preguntó dónde andaría Jacqueline. Apostaba que no muy lejos.
— Ah, lo siento — se obligó a decir, simulando una sonrisa para no dar demasiado el cante. Se suponía que no lo conocía, debía actuar como una persona normal —. Muchas gracias.
Cogió a toda prisa las cosas que él le tendía y se colgó la mochila al hombro, todavía con el libro bajo el brazo.
Se dio la vuelta – sin recordar ya a qué había ido – dispuesta a marcharse. Pero su voz sedosa la detuvo.
— ¿No buscabas un libro? Quizá pueda ayudarte — se ofreció. Si Emma no lo conociera, hasta habría pensado que era un gesto amable. Pero estaba segura de que no era el caso, pues Rhett parecía ser de los que no daban puntada sin hilo.
— Da igual, no quiero molestarte — hizo su último intento por escaquearse, pero él la agarró del brazo con suavidad – su sonrisa todavía más pronunciada y esos ojos grises más fríos que el hielo clavados en ella – y se detuvo. Era tan impredecible y allí no había nadie más...
— No es molestia y menos para alguien que estudia lo mismo que yo — contestó y ya no pudo negarse para no levantar sospechas.
— Ah, de acuerdo entonces. Soy Emma — tuvo que presentarse y estrecharle la mano. Él no dejaba de estudiarla con demasiado interés y eso la ponía nerviosa, pero intentó aguantar el tipo.
— Yo Rhett.
Por alguna razón, Emma se sintió acorralada. Y esa sensación de agobio podría haber parecido infundada desde fuera porque Rhett estaba siendo amable – o fingiéndolo – pero había algo en su presencia que activaba todas sus alertas y tenía la sensación de que lo habría experimentado incluso si no lo hubiera visto en el pantano, con toda su secta y no los hubiera perseguido para cazarlos.
— Y yo soy Jacqueline, su hermana.
La voz de la chica, que parecía haber salido de la nada, resonó tras sus espaldas y ella se sobresaltó. Entonces la pelinegra reapareció de detrás de una estantería, con unas botas negras hasta los tobillos, medias de rejilla y un vestido negro con tachuelas que estilizaba todavía más su figura delgada.
— Ah, hola. Mucho gusto — atinó a decir Emma, totalmente pillada en fuera de juego. Algo le decía que eso era lo que querían.
Discretamente, Jacqueline se había situado bloqueando la salida y Rhett, a su lado, estaba tan rígido y cerca de ella que le dio la impresión de que si intentaba salir corriendo la atraparía al instante.
Tragó, por dentro estaba sudando la gota gorda. Era increíble lo intimidantes que parecían esos dos.
— ¿Eres nueva por el campus? Nunca te habíamos visto — la interrogó la chica, sonriendo con sus labios maquillados de negro cual vampiresa.
— Sí. Bueno, llevo aquí unos pocos meses, pero sí — contestó, sin saber qué hacer para quitárselos de encima o qué pretendían.
¿La habrían visto y por eso le estaban haciendo aquella encerrona?
¿Si gritaba alguien la escucharía?
— Entonces tienes que venir a la fiesta esta noche — intervino Rhett, tendiéndole un folleto que sacó del bolsillo de sus vaqueros negros deshilachados.
Emma lo tomó con sumo cuidado, como si contuviera una bomba capaz de explotar.
— Esto, sois muy amables pero no creo que pueda...
Pero antes de que pudiera terminar, Jacqueline la cortó con cierta inflexibilidad.
— ¡Irá todo el mundo, vamos anímate! El local es nuevo, trae a amigos si quieres...nos morimos por conocerte, Emma — susurró esto último guiñándole un ojo y Rhett se echó a reír.
— A medianoche es cuando se pone más interesante, te esperamos.
Y con esa siniestra invitación, ambos se marcharon canturreando, dejándola con el corazón latiéndole al borde de la taquicardia en el pecho y más confundida de lo que había estado en toda su vida.
Pero al mismo tiempo eso le daba una oportunidad, porque si Rhett y Jacqueline iban a estar fuera – presumiblemente con toda su panda de desquiciados – alguien podría registrar su casa a ver si lograban dar con el móvil de Patricia.
Sin pensarlo y todavía presa de la adrenalina, le envió un mensaje a Paul.
¿Venís de fiesta esta noche? Tengo información sobre lo que tú sabes que no os podéis perder.
Yo quiero que Rhett me invite a su fiesta jejejejej lo siento, os he fallado
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