
X CAPÍTULO 28: La madriguera del conejo X
El hospital se hallaba en completa calma aquella noche de jueves. Hasta que de repente, dos individuos con diversas heridas por cortes de armas blancas y signos de haberse metido en una pelea irrumpieron a grito limpio, exigiendo ser atendidos.
Las enfermeras, alarmadas al reconocer las bandanas y los tatuajes, acudieron deprisa.
Los dos empezaron a discutir de súbito entre ellos y la situación se caldeó en cuestión de segundos.
—Pendejo, por tu culpa me han pinchado —le recriminó agresivamente uno al otro, empujándolo.
Este respondió con la misma virulencia.
—¿Qué bronca traes tú?, ¿eh?, ¿No ves que a mí también? Ya valimos.
La situación fue escalando muy deprisa.
—Se fregó todo cabrón, te voy a romper el hocico.
Entonces, el que había hablado le dio un golpe al otro que lo tumbó de espaldas y se enzarzaron en una pelea tan encarnizada que obligó al personal a pedir refuerzos.
Aquello se convirtió en un completo caos mientras los celadores y enfermeras se empleaban a fondo para separar a los dos individuos, que claramente se encontraban bajo el efecto de las drogas.
Emma y los Blood aprovecharon ese momento para colarse sin ser vistos y subir hasta el tercer piso, donde se encontraba el ala de psiquiatría.
—Date prisa —la urgió Miguel, para que entrara. Ella obedeció y les hizo señas para hacerles saber que no tardaría.
Sus amigos se quedarían vigilando y si veían a alguien ya sabían qué hacer para provocar otra distracción: decir que estaban buscando a los otros dos pandilleros y empezar otra refriega.
Por fortuna, no se toparon con nadie. Pero solo disponían de unos pocos minutos.
Emma se deslizó hacia el interior de la habitación y la alivió comprobar que Rhett estaba despierto. Al verla allí, sus ojos se agrandaron por la sorpresa -mezclada con alivio- y sonrió. Todavía llevaba las correas de sujeción en torno a las muñecas y los tobillos.
—Emma, has venido...
En su voz se percibía el asombro, lo que indicaba que había dudado de que cumpliera lo prometido. Algo lógico, pues no cualquiera se habría arriesgado de ese modo y menos después de los rifirrafes que habían tenido en un comienzo.
—Te di mi palabra, ¿no? —arguyó ella, sonriente. Sabía que acababa de ganarse su respeto y esperaba que al sentirse en deuda con ella cumpliera su parte sin dar problemas. No le convenía.
—Gracias.
—Dáselas a ellos, sin su ayuda no lo habría conseguido —puntualizó, refiriéndose a los Blood. Después de todo, parecía que Rhett había sido capaz de obviar su animadversión por ellos y asintió.
—Vamos, deprisa. Tenemos poco tiempo —los apremió Isa, pues tenían que salir de allí antes de que los descubrieran.
Emma asintió y le quitó las sujeciones a Rhett, ayudándolo a ponerse de pie. Este flexionó las articulaciones para que volviera a circularle la sangre y en cuanto se hubo asegurado de que podía moverse normalmente le hizo un ademán a Emma para que se pusieran en marcha.
Lograron escabullirse por la salida de emergencias sin ser vistos y, una vez en la calle, Diego –que había estado aguardando en la entrada por si tenían que salir a toda prisa- arrancó el coche, dejando tras de sí una humareda de polvo.
A buen seguro, tardarían un buen rato en echar en falta al paciente fugado y para entonces sería demasiado tarde.
—Rhett, come algo. Hay de sobra para todos —lo animó Emma, al verlo remover su plato con el tenedor, con el semblante cabizbajo y la mirada perdida.
Se encontraban en una granja abandonada a las afueras de la ciudad. Sabían que su propietario se había marchado poco después de que comenzaran los ataques de la Secta, por lo que era un lugar seguro para refugiarse hasta que las aguas se calmaran.
A aquellas alturas, si no se habían percatado de la fuga de Rhett, estarían a punto de hacerlo y no podían ir a casa ni a ningún lugar donde fuera fácil dar con su paradero.
Todos tenían los móviles desconectados para evitar que los rastrearan y las chicas acababan de preparar algo para cenar con las pocas cosas que quedaban en la despensa. Conservas, principalmente.
No era mucho, pero por aquella noche serviría. Después ya irían improvisando.
...
—Yo...no tengo hambre, gracias —repuso, con amabilidad.
—Venga, aunque sea un poco. Necesitas recuperar fuerzas —insistió Isa, secundando a su amiga.
—Está bien —cedió el chico, por no hacerles el feo y porque tenían razón; más le valía recuperar fuerzas para lo que tenían entre manos. —Muy rico —añadió, ganándose una sonrisa de aprobación por parte de las chicas.
—¿Qué vas a hacer ahora? Todo el mundo te estará buscando, tío —quiso saber Paul, intrigado.
—Encontrar al hijo de puta que le ha hecho esto a mi hermana y matarlo yo mismo —replicó Rhett, sin titubear siquiera, con un tono tan gélido que Emma sintió un pequeño escalofrío recorriéndole la nuca. No dudaba ni por un segundo que hablaba en serio.
—¿Tienes alguna idea de quién ha podido ser? —inquirió Miguel, chasqueando los nudillos.
—No, pero creo que Siloh está detrás de todo. Había un tipo que nos contactó, era el novio de la hermana Marie, del orfanato...estaba buscando información sobre lo que le hicieron a su chica y trató de interrogarnos varias veces. No me sorprendería que ese demente le hubiera lavado el cerebro —espetó, con un desprecio que los sorprendió a todos. Era evidente que después de lo que había sucedido ya no seguía viendo al íncubo con los mismos ojos.
Al menos había recapacitado, aunque fuera demasiado tarde para Jacqueline. Pero él todavía tenía una oportunidad para hacer las cosas bien.
—Es culpa vuestra por crear una secta de pirados que lo siguieran en sus chaladuras —soltó Miguel, con dureza, ganándose una mirada asesina por parte del chico.
—Te equivocas —replicó, explicando sus verdaderas motivaciones. —Mi hermana y yo solo nos metimos en esto porque necesitábamos a gente fiel que estuviera dentro y nos ayudara a recabar pruebas, sin saber lo que nos traíamos entre manos. Les seguimos el juego para que no sospecharan, mientras idolatráramos al íncubo harían cualquier cosa que les pidiéramos. Eran nuestros ojos y oídos en las cloacas de la deep web.
—¿Entonces todo fue un pretexto? —preguntó Paul, para asegurarse de que lo había entendido correctamente. Todavía no terminaba de fiarse, pero al menos parecía que ahora Rhett estaba de su parte. Aunque fuera porque tenían intereses comunes.
—No me malinterpretes, tengo mis creencias y son afines con la Societatem —matizó este y al ver cómo lo miraban se explicó mejor —, pero no pienso dejar que nadie vuelva a lavarme el cerebro ni seguir a ningún Dios nunca más. Ahora solo quiero vengar a mi hermana y poder matarme para reunirme con ella —finalizó, con el tono lleno de determinación.
—No digas eso...seguro que tienes algo más por lo que vivir —Emma trató de quitarle esa idea de la cabeza. Sí, no podía negar que había hecho cosas malas, pero no era el responsable de los asesinatos y desde luego no creía que mereciera morir. Mucho menos después de haber perdido a su hermana de ese modo tan trágico. Ya había sufrido bastante.
Sin embargo, él ya había tomado su decisión.
—No hay nada más —negó con la cabeza, con gesto sombrío. Era evidente que le dolía recordar. —Siempre hemos sido los dos contra el mundo, desde que éramos niños. La protegí primero de ese monstruo que me desfiguró y después de los abusos de las hermanas y ese puto obispo.
—¿Tuvisteis algo que ver con lo que le pasó al obispo?
Diego no quiso quedarse con la duda.
—Ojalá —expresó Rhett, con los ojos encendidos de rabia —, pero nuestro justiciero se nos adelantó para vengarse. Parece que fue él quien empujó a Marie por las escaleras y lo hizo parecer un suicidio. Estaba allí esa noche —les contó y tenían que admitir que encajaba. Si de algún modo el novio de la religiosa se había enterado, tenía sentido que se hubiera tomado la justicia por su mano.
¿Habría terminado entonces?
Esperaban que así fuera, porque realmente no podrían soportar que se derramara más sangre.
—Entiendo. Bueno, con todo lo que necesites sacar a la luz nosotros te ayudaremos —le aseguró ella y todos mostraron su conformidad.
—Sí, ya está bien de dejar que esos jodidos enfermos violen a mujeres y niñas en su red de pedófilos de mierda delante de nuestras narices y no hagamos nada —se encendió Miguel.
Rhett asintió, con los dientes apretados.
—¿Cuánto tiempo tendremos que estar aquí? —inquirió, pues comenzaba a impacientarse. Él quería acción.
—Al menos hasta mañana, es mejor que esperemos hasta que las aguas se calmen antes de actuar. Luego, ya veremos —indicó Emma, que ya había asumido que Axel y Dalia la estarían buscando por cielo, mar y tierra.
Pero no podía detenerse ahora que estaban tan cerca de descubrir la verdad.
—Pues ya que vamos a tener que estar aquí un buen rato, voy a echar un vistazo a ver si el viejo dejó algo de alcohol antes de irse —apostilló Diego, levantándose para ir a rebuscar en los armarios.
Nadie puso objeciones.
—Tenemos que hacer salir al asesino de su escondite para atraparlo con las manos en la masa —proclamó Isa, cavilando la mejor manera de atajar aquel problema de raíz.
Diego no tardó en volver con una botella de tequila que parecía llevar bastante allí, a juzgar por el polvo que la recubría. Empezó a servirla en distintos vasos para todos y fueron bebiendo mientras discutían los pormenores de su plan.
Emma no estaba tan segura de que aquello funcionara.
—Sí, ¿pero cómo? Porque no creo que sea tan estúpido como para caer en una trampa así como así. ¿Alguna idea? —inquirió.
De súbito, todas las miradas se posaron en un Rhett que respondió, imperturbable y con una seguridad aplastante.
—Es mejor esperar, él mismo vendrá hasta nosotros.
Paul frunció el ceño, confuso.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—Porque necesita quitarme de en medio a mí también. Sé demasiado y además sabe que no me quedaré quieto después de lo que ha hecho, por lo que es solo cuestión de tiempo que venga a por mí. Entonces lo estaré esperando —casi gruñó, con la mandíbula contraída.
—¿Crees que vendrá cuando estemos todos juntos? —aventuró Isa, insegura.
—Por supuesto que no. No estamos tratando con un idiota; es inteligente y calculador. Actuará cuando esté solo, así que mañana pensaremos cómo tenderle una trampa. Yo me encargo.
—Bien, esperemos que caiga y así podremos quitarle la máscara —manifestó Emma, rezando para que así fuera. Sabía que disponían de muy poco margen y que cualquier paso en falso podría ser fatal para ellos.
—Lo estoy deseando —siseó Rhett.
Y bebieron hasta que los venció el cansancio.
...
Emma miró su reloj, con los párpados pesados. Era muy tarde. No recordaba cuánto había bebido.
Echó un vistazo a su alrededor y sonrió al comprobar que los demás se habían quedado dormidos. Le echó un vistazo a su reloj; era casi medianoche.
Y entonces vio una figura vestida de oscuro y recortada contra la penumbra del ventanal que solo se veía interrumpida por los reflejos de la luna de sangre, que ya estaba en su apogeo.
Un escalofrío la invadió sin que pudiera evitarlo.
Frunció el ceño. Había algo extraño en la postura de sus amigos, demasiado forzada como para resultar natural. Sus extremidades colgaban flácidas, todos dormían demasiado profundamente. Era como si estuvieran...drogados.
Recordó la facilidad con que los había vencido el sueño pese a que estaban de sobra acostumbrados al alcohol. Un retazo de Rhett sirviendo una ronda de chupitos le vino a la mente y entonces ató cabos.
Se congeló.
Intentó dirigirse hacia la salida sin hacer ruido, pero él tenía el oído extraordinariamente fino y antes de que hubiera podido dar siquiera dos pasos se movió, bloqueándole el camino con esa sonrisa siniestra que le ponía los pelos como escarpias. No necesitaba llevar la máscara para infundirle temor.
Ni siquiera parecía el mismo chico roto con el que había compartido aquella noche, al que había consolado. Tragó saliva, retrocediendo.
Se lamentó por haber sido tan crédula. ¿Y si solo los había utilizado para conseguir lo que quería?
—¿Rhett? ¿Qué...estás haciendo? —tartamudeó, deseando fervientemente estar equivocada y que solo se hubiera desvelado, incapaz de dormir.
El aura que emanaba de él era tan oscura que le puso los pelos de punta. Y al mirarlo a los ojos supo que, por desgracia, no estaba equivocada.
Los había manipulado para conseguir lo que quería: su libertad. Y ella era la culpable de lo que sucediera a continuación.
—Gracias por tu ayuda, Emma, sin ti nunca lo habría conseguido. Es hora de poner en marcha la última fase de mi plan —terció, cerniéndose sobre ella cual depredador, para impedirle escapar.
—¿Qué...? —farfulló; la vista se le fue al gran sofá donde yacían sus amigos, sumidos en un sueño soporífero inducido por las drogas.
No sabía por qué a ella no le habían afectado, tal vez formara parte del plan y por eso no la drogó como a los demás.
Forcejeó para llegar hasta la puerta y buscar ayuda cuando un objeto contundente la golpeó en la cabeza. Era un cenicero que él sostenía en la mano, mientras con la otra la asía para evitar que se desplomara del todo en el suelo.
Mientras perdía la consciencia, todavía pudo oír su voz rezumando crueldad, murmurando unas palabras que le helaron la sangre.
Era imposible...
—Hermana, está hecho, vamos para allá.
...
Edmund De la Torre llevaba casi veinticuatro horas en su celda y todo lo que había hecho era repetir incansablemente que se equivocaban con él, que no había matado a nadie.
Axel y Dalia resolvieron esperar todo aquel tiempo sin interrogarlo para ver si se derrumbaba y acababa confesando.
Era un juego psicológico que solía dar resultado en muchas ocasiones. Sin embargo, al ver que seguía con la misma diatriba, tomaron la decisión de cambiar de estrategia y preparar un interrogatorio donde le arrancarían una confesión.
Michael lo condujo a la sala de interrogatorios, donde la inspectora había depositado un vaso con agua que él bebió de un generoso trago.
—Gracias —dijo, con el tono ronco de tanto como había gritado para defender su inocencia.
—Bueno, Edmund, tenemos mucho de qué hablar.
Dalia inició los preliminares, dirigiéndose a él con el tono admonitorio que alguien emplearía para regañar a un niño, mientras que Axel no le quitaba los ojos de encima. El hombre se concentró exclusivamente en la inspectora, intimidado.
—¿Por qué estoy aquí? No he matado a esa chica —volvió a repetir, revolviéndose en su asiento con incomodidad y nerviosismo. Sus ojos parecían sinceros, pero no cabía duda de que estaba ocultando algo y tenían que presionar hasta averiguarlo.
—Con calma, Ed —lo aquietó Dalia, tratando de ganarse su simpatía. —Puedo llamarte así, ¿verdad? Dime, ¿cuánto tiempo llevabas viéndote con Jacqueline Cox en secreto?
Ante aquel interrogante, este frunció el ceño y negó, reiteradamente.
—¿Qué? ¿De qué está hablando? Nunca me vi con ella.
Axel enarcó las cejas y entró de lleno en materia, mostrándole fotos de los mensajes que había intercambiado con la difunta.
—¿Ah, no? ¿Y esto qué es? —cuestionó, severo.
—¿Pero qué cojones? —Edmund parecía tan sorprendido como horrorizado. —Les juro que yo nunca le escribí esto —aseguró, cada vez más nervioso.
—Claro, claro, ¿fueron los duendes, entonces? ¡Es tu maldito teléfono! La llamaste dos veces ese día, ¿para qué? ¿O tampoco fuiste tú? —bramó Axel, con dureza.
—¡No, no lo hice! Sí, ese es mi número, es verdad...pero les juro que no le mandé ningún mensaje, ni mucho menos intercambié llamadas con ella —se defendió. Parecía tan desesperado que contemplaron por primera vez la posibilidad de que estuviera diciendo la verdad y, efectivamente, alguien lo estuviera utilizando como cabeza de turco.
—¿Te das cuenta de lo que parece esto, Edmund? Queremos ayudarte, pero tu situación es crítica. Así que, ¿por qué no empezamos desde el principio? ¿De qué conoces a Jacqueline y Rhett Cox?
Y así, Dalia se lo llevó a su terreno.
Edmund cedió y se desmoronó enseguida, confesándoles la verdad.
—Vale, sí. Les dije la verdad la otra vez, estuve investigando sobre la muerte de Marie desde que sucedió. Nunca me tragué lo del suicidio, ella jamás habría hecho algo así.
—¿Y...? —lo apremió Axel, para que continuara. Este obedeció.
—Y mi investigación incluía a todas las personas que tuvieron contacto con ella. Ninguna de las hermanas quiso hablar conmigo, ninguna excepto una...se llamaba Wanda. Me habló de Marie, me dijo que ella le enseñó un dibujo mío y que...que me quería mucho. Era una buena persona —confesó.
—Sí, como ya sabes, gracias a Wanda descubrimos quién eras —reveló Dalia, con una media sonrisa. —Continúa.
—Quise hablar con los pandi... —se corrigió de inmediato —. Con dos de los huérfanos que se metieron en las pandillas.
—Carlos y Diego —adivinaron y él lo corroboró.
—Sí, ellos, pero no quisieron hablar conmigo. Eran...bueno, hostiles, por decirlo sutilmente.
Ellos lo sabían de primera mano.
—Entonces di con un chico llamado Ryder y él me llevó hasta ellos, dijo que podrían darme más información porque él era más pequeño y tenía algunas lagunas. Así que los contacté.
¿Ryder? Debía de tratarse de Seth, el amigo de los mellizos.
—¿Y qué te dijeron? —se interesó el subinspector.
—Me contaron lo que pasaba allí dentro. Cuando lo supe...les juro que quise denunciarlo todo, pero me convencieron para que no lo hiciera. Era peligroso y sin pruebas no conseguiríamos nada, excepto ponerlos sobre aviso —justificó así el hecho de haber guardado silencio.
—Entonces te uniste a ellos —Dalia ató cabos.
—Sí, les ayudé —admitió.
—Tú quemaste la casa del obispo.
—No hizo falta, él mismo prendió la cerilla después de que Rhett lo llamara. Yo solo me aseguré de que moría como la alimaña que era —siseó, con el rencor refulgiendo en sus iris.
Tenía sentido entonces que estuviera entre los testigos, quería asegurarse de que recibía su merecido.
Y por eso dijo el obispo que había sido ese demonio de ojos grises. Se refería a Rhett. Lo recordaba.
—¿Qué más hiciste? ¿Tuviste algo que ver con el asesinato de Victoria? ¡Y di la verdad! O lo sabremos —lo amenazó Axel.
—No, no tuve nada que ver con eso, lo juro —clamó. —Victoria nunca habló conmigo, no descubrió mi identidad. Y tiene lógica, porque lo de Marie no le interesaba, ella solo quería saber quiénes habían abusado de ella cuando era una niña. ¿Sabes que esa zorra sádica de Marguerite la vendió a sus amigos religiosos? Y su propio yerno participaba. Puto enfermo —escupió, asqueado.
Esa información era tan nueva como valiosa.
—¿Cómo sabes eso? —quiso saber Dalia.
—Porque ella lo descubrió, con la ayuda de la Societatem. Ellos tienen tentáculos que llegan adonde nadie más llega —les reveló.
Así que Victoria pudo llegar al fondo de aquel asunto antes de morir, al menos. Era un vago consuelo, pero un consuelo al fin y al cabo.
—¿Y las pruebas? —inquirió Axel.
Si tan solo pudieran hacerse con ellas de una maldita vez todo sería más fácil...
—Las tenían ellos. Les dije que era arriesgado, pero no me escucharon. —Se refería a Rhett y Jacqueline. Habían sido muy astutos, pero estaba claro que ni siquiera el plan más brillante era infalible. —Sé que quien haya silenciado a Jackie lo ha hecho para destruir esas evidencias —afirmó Edmund, apenado. Parecía que después de todo le tenía cierto cariño a la chica.
—¿Cuándo hablaste con Jackie por última vez? —le preguntó Dalia, haciéndose un esquema mental de los hechos.
—Justo después de lo del obispo. Cortaron toda comunicación hasta nuevo aviso, porque decían que no era seguro, que los vigilaban.
—¿Quién?
Necesitaban nombres, datos concretos.
—¿Cómo voy a saberlo? Ellos se guardaban muchas cosas, no eran tontos —replicó Edmund, tan frustrado como ellos por no poder ser de más ayuda. Ahora estaba tan metido en aquel caso como el que más.
—¿Y Siloh? ¿Qué hay del íncubo?
Había ciertas piezas del puzle que todavía no encajaban y la más importante era la que tenía que ver con él.
—Yo jamás hablé con él, es una línea que no estaba dispuesto a cruzar —aseguró, con firmeza.
—¿Algo más que tengamos que saber?
Axel no quería sorpresas. Si Edmund tenía más información, aquel era el momento de hablar. De lo contrario, él sería el más perjudicado.
Todavía seguía siendo sospechoso, ya que no tenían más respaldo que su palabra y sin pruebas que apoyaran su testimonio no iba a ser tan fácil que saliera en libertad.
Este ni siquiera se lo pensó antes de responder.
—No, eso es todo. De verdad, no sé nada más. Alguien ha falsificado esos mensajes y llamadas para culparme de su muerte, pero Rhett sabe la verdad. Él os dirá que no he tenido nada que ver.
Su tono era casi suplicante y Dalia no pudo evitar sentir cierta compasión por él.
Se había metido en todo aquello solo para buscar justicia por su novia asesinada. Tras haber escuchado su declaración, ella sí creía en su inocencia.
Y sabía que Axel también.
—Vamos a pasarnos a ver a Rhett —le comentó él, en cuanto sus compañeros hubieron trasladado al detenido de vuelta a su celda.
Dalia se mostró conforme. Ya lo habían postergado demasiado y cuanto antes se ocuparan de aquel asunto, mejor.
Sin embargo, antes de que pudieran marcharse, Kevin llegó corriendo hasta su despacho y abrió sin llamar a la puerta como hacía siempre, lo que indicaba que se trataba de algo extremadamente urgente.
—¡Axel, Dalia, he conseguido desbloquear el portátil de los Cox! —anunció, sin poder disimular el orgullo en su voz. Y es que le había costado una barbaridad.
Aquella era una excelente noticia y ambos se acercaron a él para pedirle más información.
—Eso es genial, ¿algo interesante?
—Bueno, tal y como declaró Nadia Foster, hay un montón de carpetas con nombres de chicas, todas por orden alfabético —confirmó y luego, adoptando un tono más serio, añadió—: De hecho, he encontrado su vídeo. También están los de Patricia y Victoria. Tenéis que verlos —les tendió un USB con las copias que había hecho para ellos, dado que él seguía con el original intentando desencriptar lo que faltaba.
—De acuerdo, vamos a echarles un vistazo. ¿Qué más hay?
—Hay un montón de datos y archivos encriptados a los que todavía no he podido llegar, me llevará un buen rato, pero los desbloquearé —les garantizó y estaban seguros de que se emplearía a fondo, como siempre hacía.
Axel le palmeó la espalda y se sentó junto a Dalia frente al ordenador para poder visualizar la snuff movie. Sabía que iba a ser un trago amargo, pero debían hacerlo por las víctimas.
Ojalá sirviera para identificar a alguno de esos bastardos abusadores y hacer que se pudrieran en la cárcel.
—Eres un fuera de serie, avísanos cuando lo tengas —le pidió, a lo que el aludido asintió antes de marcharse a seguir trabajando mientras ellos veían los vídeos.
Axel mantuvo los puños apretados y Dalia no pudo reprimir las lágrimas de asco y rabia. Nunca podrían entender cómo existían alimañas tan depravadas y enfermas capaces de cometer semejantes aberraciones con personas indefensas.
A medida que pasaban las horas –porque sí, duraban horas- los violadores se crecían y se volvían confiados, por lo que casi todos acababan quitándose las capuchas para dejar sus caras al descubierto.
Además de al obispo Durand, reconocieron a un famoso actor, a un futbolista, dos políticos y hasta a un juez. En cambio, hubo algunos cuya identidad no conocían.
Enviaron las pruebas a la fiscalía para que hicieran pagar cuanto antes a esos abusadores. Y ellos pensaban asegurarse de que ni siquiera los más poderosos se fueran de rositas. No iban a quedar impunes nunca más.
Rezaron para que Kevin encontrara muchas más pruebas condenatorias en los archivos que faltaban por analizar.
De repente, llamaron del hospital. Les extrañó un poco porque el horario de visitas había terminado y era algo tarde.
Axel descolgó, temiendo que se tratara de una emergencia. Era Dylan y tenía muy malas noticias que darle.
—¿¿¡¡Qué quieres decir con que se ha escapado!!?? —bramó, al poco, y empezó a blasfemar. —¡Joder!
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Dalia, inquieta, en cuanto hubo colgado tras darle las gracias a su amigo por avisarlos.
—Me ha llamado Dylan. Hay una alerta roja en el hospital. Al parecer Rhett se ha escapado y lo ha hecho con ayuda de unos pandilleros —le comunicó, con la mandíbula contraída.
—¿Pandilleros? ¿Pero por qué iban ellos a...? —Dalia se interrumpió entonces, atando cabos al ver la cara agria de Axel, y completó ella misma la frase, apesadumbrada. —Dios mío, Emma.
—Juro que esta chica nos va a matar de un infarto un día de estos —masculló este, con la vena de la sien palpitándole por la rabia.
Debería haberlo imaginado, pero después de que le diera su palabra de que no volvería a involucrarse no esperaba que saliera con aquello.
Sabía que tenía buenas intenciones y que era la única persona en la que Rhett confiaba en aquel momento tan crítico, pero aun así...
—¿Qué hacemos, Axel? —le consultó Dalia, pues no tenía ni idea de dónde podrían estar.
Lo más lógico era que se hubieran refugiado en algún lugar donde ellos no pudieran encontrarlos, pero ¿dónde? Iba a ser muy difícil localizarlos, dado que acababan de intentar llamarla y -como era de esperar- tenía el móvil apagado.
—Que una patrulla vaya a la casa de los Blood. No creo que estén allí, pero es mejor que nos aseguremos. Después, que peinen la ciudad.
—¿Y nosotros? —se extrañó Dalia. Si Axel no había propuesto que fueran ellos a buscar a la chica era porque tenía una corazonada y de las buenas para poner fin a toda aquella locura.
Así era.
—Vamos a ir a hablar con la persona que ha estado moviendo los hilos todo este tiempo. Es hora de hacerle otra visita a mi amigo Siloh.
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