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X CAPÍTULO 25: Juegos macabros X

Marjorie Laveau abrió los ojos de súbito, sobresaltada todavía por las imágenes que había visto en su sueño y que se habían quedado grabadas en sus retinas.

Esa chica...

El modo atroz en que fue asesinada...

Y esa máscara de la peste llevándose su cabeza como un botín...

Se precipitó hacia el baño y vomitó toda su cena.

Una vez se hubo recompuesto, se vistió y se puso en marcha.

Todos esos detalles eran demasiado vívidos para tratarse de una mera invención de su subconsciente.

No, algo le decía que había sido real. Y si estaba en lo cierto, necesitaba encontrar el cuerpo y dar aviso a la policía.

Su familia la estaría buscando.

Armada con un cuchillo de caza -tenía que estar preparada por si se topaba con el asesino, aunque dudaba que rondara por allí ahora que tenía lo que quería- salió al sofocante aire de la mañana.

Su viejo kayak estaba listo para ella y montó, sorteando los bayous del Mississippi. Tuvo el tino de evitar las zonas más pedregosas para no encallar.

No sabía dónde podría haber colocado el asesino el cuerpo, pero tenía una corazonada gracias a la localización que había presenciado durante la visión.

Siguió avanzando, pidiendo protección a las almas que habitaban allí y a sus dioses del vudú.

Los cipreses aparecían cada vez con más frecuencia, indicándole que ya estaba cerca.

Amarró su kayak en la orilla y bajó, dispuesta a seguir a pie. Había llegado a la zona boscosa que delimitaba la vasta extensión de terreno cenagoso y el único tramo que se podía hacer a pie, aunque no era del todo seguro.

Por suerte, ella estaba acostumbrada a moverse por allí. Llevaba toda la vida haciéndolo. Ya podía divisar a lo lejos el puente por encima de su cabeza. Si había bajado cargando con ella hasta allí, tenía sentido que no hubiera querido adentrarse demasiado.

Efectivamente, su intuición no falló.

El olor de la cicuta y la salvia, junto con el rastro de pisadas y sangre todavía fresca debido a la humedad del ambiente, la condujeron hasta el altar. Alguien había pintado un pentagrama de cinco puntas con sangre en el suelo, el cual estaba lleno de extrañas marcas y símbolos satánicos.

Un corazón de pollo y una cabeza de carnero yacían junto al cuerpo sin cabeza de una chica ataviada con un vestido blanco y cubierta de sangre. Los zapatos estaban tirados a un lado de cualquier manera junto con los objetos personales.

Había sido decapitada y presentaba multitud de mutilaciones.

La visión de la escena era tan atroz y violenta que Marjorie no pudo soportarlo más. Las lágrimas recorrieron sus mejillas cual cascada mientras escuchaba los lamentos de los espíritus que, como ella, se habían visto obligados a presenciar aquel horror.

Todavía temblando de pánico, se encerró en casa y descolgó el teléfono para dar aviso a las autoridades.

Había sucedido lo que tanto temía: su hogar -y el de todos sus ancestros- había sido profanado por el diablo.

...

—¿Dices que va a haber una fiesta este sábado por la noche en el Red Moon?

Dalia quiso asegurarse de que había entendido bien las novedades que le acababa de dar Kevin.

—Eso es. Gracias al dato que nos dieron nuestros amigos, he logrado acceder al foro usando la cuenta de Simon Fitzgerald —expresó, con una nota de orgullo.

—¿No es arriesgado? Le habrá llegado el aviso, así que podrá alertar a los demás para que vuelvan a cambiar de IP —se preocupó Dalia, que desconocía aquellos procedimientos.

Su compañero la miró casi ofendido.

—¿Me tomas por un aficionado? He utilizado mis habilidades para cubrir mi rastro. A menos que el chaval tenga altos conocimientos tecnológicos, no se habrá enterado de nada. Cada vez que él se conecta, me llega un mensaje para acceder yo también y es como si nos solapásemos, pero nadie excepto yo puede detectarlo —garantizó, lo cual hizo que ella respirara, aliviada.

—Vaya, tienes razón. Es impresionante —reconoció, felicitándolo por su trabajo. Él se hinchó cual pavo real.

—Gracias, jefa.

—¿Han subido ya la hora? —quiso saber Axel, más cauto. Por experiencia propia, sabía que era mejor no cantar victoria hasta que no las tuvieran todas consigo.

—Todavía no. Van dando los detalles a lo largo del día.

—Bien, estate pendiente y cualquier cosa nos avisas. A ver si esta noche podemos quitarles las máscaras a todos —le indicó y este le aseguró que así lo haría. Todos tenían ganas de acabar con aquel aciago caso.

En aquel momento sonó el teléfono y Michael, que había permanecido callado durante toda la conversación, sumido en sus propios pensamientos, se ofreció a cogerlo.

—Ya contesto yo.

—¿Sí? —Se quedó un rato en silencio, a la espera de que su interlocutor hablara y al poco se percataron de que algo iba mal, porque tenía el semblante demudado y había elevado la voz. —Ah, sí, la recuerdo. Claro... ¿cómo dice? ¿Está segura de eso? Bien, vamos para allá. No salga de casa, ¿me oye? El asesino todavía podría merodear por la zona.

—¿Qué ha pasado? —lo interrogó Axel, tan pronto como hubo colgado el teléfono.

—Era la señora Marjorie. Estaba aterrorizada. Ha encontrado el cuerpo de una chica mutilada y sin cabeza en medio de un sacrificio —resumió y las reacciones variadas no tardaron en sucederse.

Dalia se llevó las manos a la boca, conmocionada, Axel blasfemó y Kevin golpeó la pared con la mano abierta.

—Dios mío... ¿Ha sido en el pantano? —inquirió Dalia, aunque ya se imaginaba la respuesta.

Michael asintió.

—Y eso no es lo peor... —Añadió el agente, con una expresión que indicaba que se avecinaba otra bomba.

—¿Qué? — lo urgió Axel, muerto de impaciencia.

—Todo apunta a que se trata de Jacqueline Cox. Ha encontrado su documentación y objetos personales y esta mañana a primera hora su madre ha reportado su desaparición.

—¡Maldita sea, joder! —bramó, volcando unos papeles al suelo.

Su sexto sentido lo había advertido días atrás, cuando la interrogaron, de que esa chica y su hermano guardaban muchos secretos. Y esperaba equivocarse, pero todo parecía indicar que iba a llevárselos a la tumba.

Desde luego, eso era lo que pretendía quien la hubiera matado.

...

Tras terminar su trabajo en la escena del crimen, Dalia y Axel se acercaron a hablar con la señora Marjorie. Tenían que agradecer que hubiera dado aviso tan pronto, apenas habrían pasado unas nueve horas desde el asesinato, como mucho, y tanto la escena como el cadáver estaban recientes. Lo menos contaminados que se podía pedir teniendo en cuenta la naturaleza de la zona.

Al llegar, comprobaron enseguida que se trataba de la chica porque vieron el siniestro tatuaje que tenía en el antebrazo; el que se hizo a juego con Rhett. Aquello confirmaba sus peores temores; la habían asesinado para silenciarla.

Michael y Kevin estaban en el puente, donde se había producido la persecución y presumiblemente el crimen, para tomar las huellas y les acababan de informar de que habían encontrado dos diferentes. Unas pertenecían a los zapatos de Jacqueline -los cuales se hallaban en la escena, así que fue fácil cotejarlo- y las otras tenían que ser del asesino.

La mujer los recibió enseguida. Estaba esperándolos detrás de la puerta y los apremió para que pasaran. No les pasó desapercibido el hecho de que había echado varios cerrojos. Estaba muerta de miedo.

—Señora Marjorie, gracias por habernos llamado. Nuestro equipo está trabajando todavía en la zona, pero nos gustaría hablar con usted para tomarle declaración formal, si no tiene inconveniente —Axel le preguntó por mera rutina.

—Por supuesto, ¿puedo ofrecerles un té de hierbas? Yo lo necesito porque todavía tengo el susto en el cuerpo, en mis sesenta y cinco años nunca había visto nada igual y eso que he vivido cosas terribles —confesó y algo les dijo que no hablaba a la ligera.

—Estamos bien, pero usted sírvase. Es natural que esté impresionada —Dalia declinó la oferta con amabilidad. Tenía el estómago cerrado.

—Anoche, creo que era ya de madrugada, tuve una visión...que me reveló lo que estaba pasando. Debí haber salido entonces, pero no me atreví...mis ancestros estaban gritando, algo maligno flotaba en el aire —manifestó, con pavor.

Incluso Axel, que era el más escéptico, se sintió inquieto al oírla.

—Es mejor que no se haya puesto en peligro. Cuéntenos exactamente cómo era esa...visión que tuvo —la conminó y los cuatro escucharon atentamente su relato. Tanto así que las imágenes se reprodujeron en sus cabezas como si de una película se tratara.

—Ella iba sola, caminaba por el puente con mucha prisa. Llevaba una botella de alcohol y su paso era algo inestable. Iba a encontrarse con alguien, tal vez un novio por lo confiada que parecía. Su coche estaba aparcado a pocos metros. De repente, una figura masculina vestida toda de negro y con una horrible máscara de la peste negra le salió al encuentro. Ella se asustó y corrió, empezó a perseguirla, hasta que al final acabó por atraparla. Luchó...pero a la pobre no le sirvió de nada. Le cortó la garganta y se alejó tranquilamente, tarareando con su cabeza entre las manos enguantadas.

—Dios mío... ¿En ningún momento se quitó la máscara?

Dalia se había quedado sobrecogida ante la viveza de aquel testimonio. Era increíble, pero realmente aquella mujer había tenido una visión del asesinato de Jacqueline.

Axel le pasó un brazo por los hombros, gesto que agradeció.

—No, no lo hizo. No pude ver su cara, como tampoco ella lo logró —se lamentó

—¿Recuerda algo más? Cualquier detalle, por más nimio que sea, puede resultar crucial.

—No, eso es todo. Sí recuerdo que ella gritaba por ayuda, en vano. Tampoco mediaron palabra, él la atacó de la nada. Era como si...la hubiera estado esperando —dedujo y Michael completó la frase.

—Para tenderle una trampa.

—Es posible. Por eso usaba máscara, ella debía de conocerlo —teorizó Kevin, siguiendo el mismo razonamiento.

—Y díganos, ¿no ha visto a nadie por la zona? —insistió Axel.

Marjorie hizo memoria.

—Poco antes de toparme con el cuerpo me ha parecido ver una sombra fugaz que atravesaba los manglares, como un borrón oscuro en movimiento. Me he asustado y he gritado para ver quién andaba ahí, pero cuando he mirado ya no había nada.

—¿Cree que a quienquiera que fuera le ha dado tiempo a salir corriendo? —inquirió, aunque en vista de la localización lo dudaba mucho.

—No, imposible, lo habría visto u oído alejarse. Solo se me ocurre que se haya escondido hasta que yo siguiera mi camino. A menos que...—se interrumpió, con los ojos tan abiertos que prácticamente se le veía tan solo el blanco.

—¿A menos que qué? —sondeó Axel.

—Que no fuera alguien de este mundo.

Dalia tragó saliva, sin disimular lo mucho que la había turbado aquel comentario. A pesar de todo lo que había vivido en los últimos años, le costaba hacerse a la idea de que los espíritus pudieran atravesar el velo.

—Ya, por desgracia tenemos que centrarnos en hipótesis terrenales —Axel empleó su mayor diplomacia, pero no había forma de suavizar la realidad y Marjorie lo entendió. —Supongamos que se tratara del asesino, ¿diría usted que era alguien que conocía bien la zona?

—Bueno, desde luego que para moverse con esa soltura debía hacerlo, sí. Esto está lleno de lodo, ya lo han visto. Además hay cocodrilos y bichos. Sin embargo, ha evitado las zonas más peligrosas del pantano, señal inequívoca de que sabía lo que estaba haciendo —argumentó.

Antes de marcharse, una corazonada llevó a Dalia a girarse para interpelar a la mujer, cuyos ojos observadores y sabios le transmitieron tantas cosas que se sintió abrumada.

—Muchas gracias por su ayuda, ¿algo más que quiera añadir? Cualquier detalle puede sernos útil.

—Sí, he percibido rastros de un ritual de magia negra. Eran recientes, por lo tanto se llevó a cabo en la madrugada. Yo estaba durmiendo, así que no escuché nada —aclaró lo que ya se imaginaban.

—Lo analizaremos cuidadosamente, gracias de nuevo.

De repente, cuando ya se hubieron puesto en pie para salir al exterior, Marjorie detuvo a Axel asiéndolo por la muñeca, con semblante admonitorio.

Él le echó una mirada interrogante y entonces, apenas en un susurró, lo previno:

—Tengan cuidado, percibo mucha oscuridad a su alrededor... alguien quiere hacerle daño —le dijo a Axel, aprensiva.

—Bueno, menos mal que soy duro de pelar —desestimó, sin tomárselo demasiado en serio. Estaba acostumbrado a que el peligro fuera una constante en su vida, incluso diría que no sabía vivir sin él.

Sin embargo, Dalia le dio un codazo y lo reprendió, dedicándole una mirada de desaprobación.

—Axel, esto es serio. Tendremos cuidado, no se preocupe —le prometió y por alguna razón se acordó de su sueño.

El mal cuerpo no se le quitó durante todo el viaje de vuelta a Nueva Orleans.

...

—¿No ha habido suerte con la cabeza? —fue lo primero que preguntó Axel cuando sus compañeros del laboratorio terminaron de recoger las muestras.

—Axel, un poco más de tacto —lo regañó Dalia, quien todavía no se acostumbraba a su falta de sensibilidad para ciertos temas.

Era precisamente por lo distintos que eran que se complementaban tan bien.

—Lo siento, estoy algo tenso—se disculpó, antes de reformular su pregunta. —¿Habéis encontrado algo nuevo?

—No, subinspector, solo una uña rota de la difunta —le informó uno de los nuevos y él asintió, pensativo.

—Guardadla en una muestra. No hay mensaje esta vez, me pregunto por qué —comentó, extrañado ante aquella ruptura del patrón. También el modus operandi era radicalmente opuesto.

Pensó que tal vez Victoria fuera un sacrificio y Jacqueline una ofrenda. Ambos conceptos eran muy distintos, pero el resultado, en cambio, seguía siendo el mismo.

Compartió sus pesquisas con Dalia y ella concordó con sus impresiones.

—Tal vez todo esto ya sea un mensaje en sí mismo —opinó, a lo que él se encogió de hombros y fue a servirse otro café –había perdido la cuenta de cuántos llevaba- mientras divagaban.

—Puede ser. Ella se estaba guardando algo, cuando le preguntamos por el obispo era obvio que mintió. Tal vez se arrepintiera y quisiera hablar, quizá por eso la silenciaron —caviló Dalia.

—Pero si se trata de una venganza por todo lo que Marguerite y el obispo les hicieron a esos niños, incluida Jacqueline, no tiene sentido que acabaran con ella.

Axel tenía sus dudas. Había algo más, la intuición se lo decía.

—También lo he pensado. A lo mejor ella no estaba de acuerdo con lo que estaban haciendo, o formaba parte y quiso salir, no lo sé. Pero vino aquí por su propia voluntad, seguramente para encontrarse con alguien. Lo que nos ha dicho Marjorie encajaría perfectamente con esa hipótesis —razonó Dalia y luego, al ver que él no respondía, añadió como para sí:

—¿Quién sería él? Rhett debe saberlo.

—Sí, tenemos que hablar con él —coincidió el subinspector. —Algo podrá decirnos, porque siempre estaban juntos.

De modo que ya no podían retrasarlo más. Tenían que informar a la familia de lo sucedido y tratar de esclarecer los hechos.

Mientras tanto, Gael los vio marchar con el semblante ensombrecido y los celos carcomiendo sus entrañas. Había subido a prepararse un café, porque tenía mucho trabajo pendiente en la sala de autopsias.

El hecho de que no se hubiera encontrado la cabeza y el cuerpo estuviera en tan mal estado le iba a dificultar bastante las cosas.

Probablemente le llevaría un par de días culminar y eso porque desde arriba le estaban metiendo tanta prisa que podría denunciarlos por explotación laboral si quisiera.

Sin embargo, si podía estar más cerca de Dalia y verla, aunque fuera de lejos, no se quejaría.

¿Qué demonios habría visto en aquel tipo?, se preguntó, molesto, antes de volver a bajar a reunirse con Jacqueline Cox.

O lo que quedaba de ella.

—Díganme algo, por favor, ¿han encontrado ya a mi niña? Llevamos todo el día llamándola y no contesta.

Apenas abrió la puerta y vio que eran ellos, sin siquiera permitirles pasar, la señora Cox los bombardeó a preguntas.

Enseguida, la figura alta y delgada de Rhett asomó tras ella, exigiendo respuestas.

—¿Dónde está mi hermana?

—¿Ayer no te dijo adónde iba? —le preguntó Axel, extrañado. Tal vez se hubiera equivocado al suponer que se lo contaban todo, quizá después de todo Jacqueline sí que había guardado algunos secretos con celo... Lo bastante delicados como para no revelárselos ni siquiera a su propio hermano.

—No, solo me dijo que tenía que salir a ver a alguien y que no tardaría mucho. Estaba muy rara, ¿la han encontrado o no? —insistió, empezando a ponerse nervioso. Y es que no era tonto y empezaba a darse cuenta, por sus caras circunspectas, de que no traían precisamente buenas noticias.

—¿Podemos pasar, por favor? —inquirió Dalia, con delicadeza. Se negaba a darles una noticia como esa allí de pie, de forma tan brusca.

—Por supuesto, pasen, son estos nervios...lo siento mucho. ¿Quieren tomar algo? —les ofreció, apenada. Rhett, en cambio, no les quitaba ojo de encima y se removía en su asiento, con impaciencia.

¿Acaso presentiría algo? Era posible.

Dalia trató de hablar, pero sentía el peso de esas dos miradas llenas de esperanza puestas sobre ella y no consiguió pronunciar aquellas fatídicas palabras. Fue Axel quien se hizo cargo de la situación.

—La hemos encontrado, pero...lo sentimos mucho. Ella...ha aparecido muerta en el pantano.

—¿Qué está diciendo? —Rhett saltó como un resorte, todavía más pálido de lo habitual. A consecuencia, la cicatriz de su cara resaltaba de forma casi grotesca.

Dalia bajó la mirada, pero su compañero aguantó el chaparrón.

—No puede ser, ¿cómo están tan seguros de que era ella? —se oyó entonces la vocecita de la señora Cox, apenas era un hilo, un susurro quedo.

Se hallaba, sin duda, en shock.

—En la escena estaba su ropa, sus objetos personales, el coche y su identificación. Además... vimos su tatuaje—le explicó Axel, lamentando tener que ser portador una vez más de noticias tan nefastas. —Mi más sentido pésame.

—Es imposible. Yo me habría dado cuenta. Si estuviera muerta lo sabría —gritó Rhett, corriendo escaleras arriba con lágrimas en los ojos. Subió como un furioso huracán y cerró de un portazo.

—¡Rhett, cariño, espera! —lo llamó su madre, desencajada, pero fue inútil. Ya no podía oírla.

La pobre mujer se desplomó en el sofá y Dalia tomó asiento a su lado, tratando de consolarla.

—Déjelo, necesita estar solo un momento para asimilarlo —le aconsejó.

—Dios mío, esto lo va a destrozar —exclamó, presa de los nervios. Se levantó y empezó a deambular por todo el salón. Cada vez que miraba alguna foto de los mellizos lloraba con más fuerza. —Ellos siempre están juntos, no hacen nada el uno sin la otra. Es... ¿Cómo han podido hacerle esto a mi pequeña? ¿Por qué a ella? ¿Por qué? —la señora Cox se derrumbó entre los brazos de Axel, que la sostuvo con delicadeza mientras se desahogaba en un llanto visceral y descarnado.

Dalia permaneció en un discreto segundo plano, compungida, hasta que de repente empezaron a escucharse golpes y gritos desde el piso de arriba, como si alguien estuviera destrozándolo todo a su paso.

Supo de inmediato que era Rhett.

Los tres se pusieron en alerta. No deberían haberlo dejado solo en su estado.

Cuando un rugido reverberó en la estancia seguido del sonido inconfundible de los cristales rotos, corrieron escaleras arriba.

Y se encontraron con una escena sobrecogedora.


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