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X CAPÍTULO 23: El secreto de Marie X


Tan pronto como regresaron de la visita al monasterio y pusieron al tanto a sus compañeros de las novedades, Axel y Dalia empezaron a trabajar para encontrar al misterioso hombre que le había robado el corazón a Marie.

Investigaron a su entorno más cercano, empezando por su familia y amigos.

Y se llevaron una gran sorpresa, porque no tardaron en dar con él.

Resultó ser quien menos se habrían imaginado, por motivos obvios: su hermano.

Hermano adoptivo, para ser exactos. Pero al fin y al cabo, los unía un vínculo y eso explicaba, ciertamente, por qué el padre se oponía a aquella relación.

En cuanto había podido, Edmund Grandville se había cambiado el apellido –seguramente para desvincularse de su padre, que lo había repudiado nada más descubrir el romance clandestino que habían estado sosteniendo durante años- y ahora era Edmund De la Torre.

Era arquitecto y vivía dos calles más abajo de la casa del difunto obispo Durand, de ahí que estuviera curioseando el día del incendio. Aunque si se trataba de mera coincidencia o de un acto premeditado por estar involucrado en los hechos, pensaban descubrirlo pronto.

Llevaban varias horas vigilándolo discretamente y lo habían seguido sin llamar la atención hasta el cementerio de St. Louis, donde se encontraba ahora presentándole sus respetos a la tumba de Marie.

Allí fue donde Axel y Dalia lo abordaron, buscando sorprenderlo con la guardia baja en un momento vulnerable.

Él estaba tan absorto en sus pensamientos que depositó un ramo de rosas rojas sobre la tumba de la mujer a la que había amado más que a nada y permaneció allí, quieto como una estatua y sin reparar en su presencia hasta que, al cabo de un rato, Axel se aclaró la garganta para llamar su atención.

—¿El señor Edmund De la Torre?

Él se sobresaltó y dio un pequeño respingo, girándose en dirección a donde prevenía la voz ronca de Axel y reparando en ellos por primera vez.

—Sí, soy yo, ¿en qué puedo ayudarles? —respondió, con la voz teñida por un ligero ápice de desconfianza que no les pasó inadvertido a ninguno de los dos.

—Somos Dalia White y Axel Wood del Departamento de homicidios, necesitamos hacerte unas preguntas. Si no quieres que sea aquí, podemos hacerlo en comisaría.

Fueron deliberadamente contundentes para calibrar su reacción y ver si se ponía nervioso o no.

Sin embargo, mantuvo la sangre fría. Algo que tampoco quería decir nada. Axel y Dalia se habían encontrado con verdaderos mentirosos consumados en su trabajo.

—Claro, ¿acerca de qué? —inquirió, despreocupadamente.

—Precisamente de ella. La difunta Marie Grandville... —Axel señaló con la cabeza la tumba frente a la que su interlocutor estaba parado. —Tenemos entendido que era su hermana, ¿no?

Entonces la reacción que tanto estaban esperando se produjo. Sus palabras provocaron que Edmund se tensara notablemente.

—Hermanastra, en realidad. No compartíamos sangre —puntualizó, con un músculo tironeándole en la mandíbula.

—Entiendo, ¿y qué relación compartían entonces? —siguió con el interrogatorio Axel, haciendo honor al apodo que se había ganado de Sabueso.

—¿Qué está insinuando? —Edmund se cuadró de hombros, poniéndose a la defensiva.

—No insinuamos nada, Edmund, sabemos por fuentes fiables del romance que mantuvieron —intervino entonces Dalia, lanzando el órdago.

El aludido se envaró.

—¿Quién se lo ha contado? ¿Fue esa monja, amiga de Marie? Se puso en contacto conmigo hace años y fui a visitarla —les contó, tal vez previendo que iban a preguntarle al respecto.

—Sí, la hermana Wanda nos habló de ti —le confirmó Dalia, pues no tenía el menor sentido negarlo. Ahora lo que necesitaban era que se relajara para que empezara a proporcionarles respuestas de utilidad. —No vamos a juzgarte si es eso lo que estás pensando, solo queremos entenderlo.

—¿Están investigando lo que le pasó? —Al ver que asentían, Edmund dejó escapar el aire contenido y lanzó una afirmación de lo más contundente. —Porque si es así, ya les confirmo que ella no se suicidó. Jamás lo hubiera hecho.

—¿Qué crees que le pasó entonces? —inquirió Dalia, sumamente interesada.

—Creo que está muy claro; la silenciaron para que no pudiera denunciar lo que vivió allí dentro —replicó, convencido.

—¿Alguna vez te escribió o logró ponerse en contacto contigo durante el tiempo que pasó en el orfanato?

Este negó con la cabeza, compungido.

—Nunca. Estoy convencido de que me escribió, pero debieron de interceptar las cartas para que no las recibiera. Si no fue cosa de la Madre Superiora, entonces de mi padre —espetó, con el rencor más que patente en su tono. Axel aprovechó entonces para indagar más en esas desavenencias familiares en busca de alguna pista.

—Sabemos que él no aprobaba su relación y que fue en gran medida el responsable de que Marie terminara allí, ¿lo culpas por eso?

Ni siquiera se lo pensó antes de asentir, su réplica fue de lo más tajante.

—Sí, nunca se lo perdoné y él murió sabiéndolo. Aunque no le importaba mucho, porque me echó de casa en cuanto metió a Marie en ese convento. Fui a visitarlo en su lecho de muerte, pero no se dignó a pedirme perdón —les contó, con una mueca cargada de amargura.

Axel más que nadie entendía lo que era aquello, pues su propia madre tampoco quería saber nada de él hasta la fecha y empatizó con el hombre.

—Lo lamento mucho. ¿Y sabes si llegó a sentirse culpable por la muerte de tu... —se corrigió a tiempo y, para no incomodarlo, rectificó —: de Marie?

—No, no lo hizo. A diferencia de mí, él sí que se creyó la versión oficial —Edmund se encogió de hombros, como si le trajera sin cuidado. —Supongo que eso fue más fácil para su conciencia que abrir los ojos a la cruda realidad.

—Pero realmente no hubo pruebas que demostraran que no fue un suicidio, entonces ¿qué te hace estar tan seguro de ello?

Dalia necesitaba que les diera algo más con lo que trabajar.

—Porque la conocía mejor que nadie. Puede que estuviera deprimida por nuestra separación forzosa y por...la pérdida de nuestro bebé... —Edmund se interrumpió y tragó saliva. Era evidente que hablar del tema todavía le dolía, por más que hubiera pasado el tiempo las heridas seguían abiertas. —Pero le encantaban los niños y jamás los habría dejado desamparados en esa situación. Vi las noticas y sé lo que pasaba en aquel lugar. Cuando todo salió a la luz hubo una parte de mí que no se sorprendió, llámenlo intuición o como quieran, pero es como si el espíritu de Marie de algún modo estuviera mediando para que todo se destape. Si no me creen, miren lo que está sucediendo ahora, apuesto a que están aquí por eso —aventuró, perspicaz.

Eso les dio la oportunidad perfecta para abordar el tema que realmente les interesaba.

—Pues sí, porque hay un detalle que nos ha llamado bastante la atención. ¿Recuerdas el incendio que hubo en tu vecindario hace unos días? Estabas presente, entre los curiosos, mirando cómo se llevaban el cuerpo del difunto obispo. ¿Siempre has vivido dos calles más abajo?

Edmund se enfrentó a la mirada escrutadora de Axel con toda la entereza de que fue capaz.

—Eh...sí, esa es mi casa. La compré cuando me independicé —explicó, mostrándose algo confuso por el cariz de la pregunta. —Pero no comprendo, ¿qué tiene que ver ese hombre conmigo? Yo no le conocía, solo estaba allí para enterarme de lo que había pasado. La verdad es que fue una tragedia.

Pese a lo convincentes que habían sonado sus palabras, Axel tuvo la sensación de que, por primera vez en el transcurso de la conversación, Edmund les había mentido. Y su intuición nunca fallaba.

—Sin duda, sí, especialmente porque lo estamos investigando y parece que no se trató de un accidente. —Y luego, le puso la guinda al pastel con aquel dardo envenenado disfrazado de interés genuino. —¿Viste a alguien sospechoso rondando por la urbanización o cualquier detalle relevante que quieras compartir?

—No, no vi nada raro...ni a nadie extraño merodeando — refutó enseguida. A Axel no se le escapó que evitaba concienzudamente ejercer contacto visual, pero eso por sí solo no probaba nada. —Llegué tarde del trabajo, me hice la cena y me puse a ver la tele, ya lo dije en mi declaración...pueden revisarla si quieren —añadió, diligente.

—Lo hemos hecho —corroboró Axel, estudiándolo con fijeza.

—Bueno, gracias por charlar con nosotros Edmund, que tengas un buen día —Dalia dio por finalizado el interrogatorio, pues por ahora ya tenían lo que necesitaban.

El lenguaje corporal de Edmund también había sido de lo más revelador.

—Gracias, igualmente, ha sido un placer colaborar con lo poco que sé.

Axel se giró entonces y, haciendo como que acababa de caer en la cuenta, preguntó:

—Una cosa más, ¿sabes si Marie tenía un diario para escribir sus pensamientos, su día a día y eso?

Edmund hizo memoria durante unos segundos y al poco asintió.

—Sí, en casa siempre tenía un diario del que no se separaba. Era viejo, de cuero negro...con la tapa gastada, sí, se lo llevó al convento. Me prometió que me escribiría cartas de amor todos los días, pero...en fin, supongo que no pudo cumplir su promesa —finalizó, con tono melancólico.

Dalia asintió y le dedicó una sonrisa de aliento antes de despedirse.

—Gracias de nuevo, nos has sido de mucha ayuda.

En cuanto se hubieron alejado, Axel le susurró al oído:

—Que lo vigilen de cerca, por lo menos unos días. Creo que sabe más de lo que nos ha contado. Estaba demasiado a la defensiva.

—Hecho, daré la orden.

Dejaron atrás el cementerio y a un Edmund melancólico, despidiéndose de Marie hasta la próxima visita.

Si no hubiera estado tan absorto contemplando su fotografía en la lápida, tal vez se habría percatado de que el ramo de flores que le había dejado se desplazaba sutilmente hasta colocarse derecho... una señal de su amada para hacerle saber que tenía razón; su alma seguía allí anclada, esperando a que por fin se hiciera justicia.


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