X CAPÍTULO 22: La confesión X
Bip, bip, bip.
Emma manoteó a ciegas, tratando de apagar ese sonido infernal que taladraba sus oídos y odiaba con todas sus fuerzas.
Alguien resopló junto a su oído y se sobresaltó, perdida todavía en el limbo de la inconsciencia.
El zumbido seguía y seguía, hasta que al fin pudo dar con su móvil para apagarlo. Se frotó los ojos, somnolienta todavía. No sabía cuánto había dormido, pero el sol cegador de la tarde había dado paso a un inquietante claroscuro.
—Apaga eso —renegó una voz masculina, a su lado, y Emma pegó tal respingo que estuvo a punto de caerse de la cama.
Giró tan bruscamente el cuello que fue un milagro que no se lo hubiera quebrado, para toparse con Paul, totalmente desnudo...en su cama.
Colgó la llamada entrante de Nadia, más tarde se la devolvería ella cuando resolviera el caos de su mente.
Poco a poco, sus ideas se fueron aclarando y empezó a recordar lo que había pasado hacía tan solo dos horas. No sabía cómo había sucedido, pero después de trasladarse a la cama para un segundo round debieron de haberse quedado dormidos.
Reprimió un chillido. Había dormido con Paul.
Se había acostado con Paul.
Dos veces.
Y había sido una pasada.
Repentinamente tímida, se preguntó si él pensaría lo mismo.
Se tapó con la sábana y empezó a vestirse, con las mejillas ardiendo.
—¿Qué hora es? —le preguntó él, cuya voz ronca indicaba que estaba lejos de haberse espabilado.
—Las siete y media. Todavía es temprano, no sé cómo nos hemos quedado dormidos —respondió, algo timorata.
Pegó un gritito cuando la atrajo hacia sí por las caderas hasta que cayó sentada encima de él y empezó a besarle el cuello.
—¿Te ha gustado?
—Mucho —aseguró ella, buscando sus labios de nuevo. Era como si se hubiera vuelto adicta a sus besos. —Si quieres puedes quedarte a cenar, Axel y Dalia siempre llegan de madrugada —le propuso, traviesa.
Él gimió en su boca y atrapó su labio inferior con los dientes.
—Y también podemos repetir...—insinuó, acariciándola en sus zonas más íntimas. Sintió que se derretiría en cualquier momento.
Y entonces la burbuja estalló. Nadia volvía a llamar.
Resoplando, Emma decidió descolgar para ver qué quería. Le extrañaba que la llamara después de lo que había sucedido en la universidad. Tal vez quisiera disculparse.
—Lo siento, tengo que contestar —se disculpó y él asintió, comprensivo, y se volvió a tumbar.
—Hola, Nadia, perdona... Antes no me ha dado tiempo a cogerlo —se excusó, reprimiendo una sonrisa tonta al rememorar aquello que la había tenido tan ocupada.
—Emma, no pasa nada —le restó importancia. Se la escuchaba impaciente y ansiosa. —Te llamo porque....verás, tenemos que hablar —la instó, sin añadir nada más.
—Claro, ¿qué pasa? —inquirió, muerta de curiosidad. Incluso Paul le echó una ojeada, seguramente preguntándose si había ocurrido algo malo.
—Por teléfono no —rechazó su amiga, categórica. Aquello era algo que debía hablarse en persona. —Mi casa está libre esta tarde, te espero allí. ¿Sobre las ocho te va bien? —planteó.
Emma consultó su reloj, alarmada. Sin embargo, no tardó en respirar con alivio al darse cuenta de que todavía tenía media hora por delante. Asintió, pese a que su amiga no podía verla.
—Sí, iré, pero me tienes en ascuas. ¿De verdad no me vas a dar ni siquiera una pista? —tanteó, sin tenerlas todas consigo. Pero Nadia se mostró inflexible.
—No, créeme, es mejor que no sepas nada hasta que no llegue el momento.
—Está bien, allí estaré —aseguró, antes de despedirse. Colgó poco después y se giró con semblante resignado hacia el chico, que había estado pendiente de la conversación y ya había deducido que había surgido algún imprevisto.
—¿Tienes que irte? —afirmó, más que preguntó, acariciándole la mejilla con una sonrisa extasiada.
Emma hizo un mohín antes de asentir.
—Sí, lo siento de verdad. Es una amiga, me ha dicho que tiene algo muy urgente que contarme y creo que es grave porque la noto muy extraña —le explicó y él se mostró muy comprensivo.
—Está bien, tranquila, ve con ella. Podemos vernos otro día —repuso, con una media sonrisa que la aflojó entera.
—¿Seguro que no te importa? —quiso asegurarse, todavía apenada.
—No, claro que no. Además...lo hemos pasado muy bien —admitió él, con picardía.
Emma sintió que el rubor volvía a colorearle las mejillas.
—Sí, cierto. ¿Repetiremos pronto?
—Cuando quieras —ratificó, guiñándole un ojo. Su faceta coqueta la hizo reír.
—Genial, puedes tomarte un café antes de irte. Mi amiga vive muy cerca, así que tengo tiempo —le ofreció, alargando el momento de la despedida un poco más.
—Suena bien, gracias —él aceptó la taza que le tendió y se la llevó a los labios. No podía dejar de admirar lo preciosa que era. Todavía no asimilaba que sintiera lo mismo que él.
—Paul, ¿seguro que ya no te duele?—aventuró ella, de pronto, tocando su pómulo abierto con la yema del pulgar y aspecto compungido.
—No, no te preocupes, esto no es nada—la tranquilizó y era cierto. Había recibido heridas mucho peores. —Además, nunca había estado mejor —añadió, con dulzura.
—Yo tampoco —confesó ella.
Y se puso de puntillas para buscar sus labios en medio de un beso con sabor a café.
...
Emma escuchó el relato de su amiga con los ojos anegados en lágrimas y el estómago sobrecogido. Sintió náuseas cuando le contó todo lo que había visto, cómo la habían forzado esos depravados.
No pudo evitar acordarse de la snuff movie de Patricia y se sintió enferma. ¿A cuántas chicas habrían engañado así para obligarlas a formar parte de sus perversiones?
¿Cuántas había que ni siquiera lo recordaban por culpa de las drogas que les suministraban para que no pudieran denunciarlos?
Sin poder soportarlo más y sintiéndose culpable por haberla presionado, Emma la abrazó con todas sus fuerzas.
—Nadia, lo siento mucho. Yo...no tenía ni idea de que te había pasado esto. ¿Por qué no me lo dijiste? Te habría apoyado —aseguró, compungida. No podía imaginarse lo mal que habría tenido que pasarlo al tener que guardar el secreto.
—Lo sé, Emma, créeme que lo sé —se apresuró a aclararle sus motivos. —No se trata de eso, es que no quería ponerte en peligro. Nos amenazaron, a Francis y a mí. Después de encontrar los vídeos recibí un mensaje anónimo advirtiéndome de que si iba a la policía o se lo contaba a alguien, me matarían a mí y luego a toda mi familia —confesó, secándose las lágrimas de angustia que el simple hecho de recordarlo le provocaba.
—Dios mío... ¿cómo pueden existir mentes tan enfermas? ¿Y no pudiste verle la cara a ninguno? —inquirió, pese a que ya se imaginaba la respuesta. De lo contrario, su amiga no estaría tan abatida.
Sin embargo, ella asintió.
—El obispo Durand —respiró hondo y su tono descendió unas octavas antes de confesar: —Cuando oí lo que había pasado, en mi interior...no pude evitar alegrarme al saber que ya no podría hacerme daño, ni a mí ni a nadie más.
—Por eso has decidido contármelo ahora —adivinó. Puede que el obispo estuviera fuera de juego, pero todavía había mucha gente implicada y estaba segura de que muchos eran peces gordos.
Por eso se las habían arreglado para salir impunes durante todo aquel tiempo.
—Tenía tanto miedo, Emma...—admitió, con voz quebrada. Ella la envolvió entre sus brazos, tratando de reconfortarla.
—Lo sé, tranquila. Ven aquí, ya está... Ya ha pasado —le dijo, acariciándole la larga melena negra.
—Lo he hablado con Francis y estamos dispuestos a ir a la policía —le comunicó, en cuanto se hubo calmado un poco. —Tenías razón, Emma, no puedo dejar que nos sigan haciendo la vida imposible. Además, creo que Rhett y Jackie querían que viéramos ese vídeo —reflexionó en voz alta y la aludida asintió para mostrar su acuerdo. Solo eso podría explicar el hecho de que hubieran dejado tan a la mano un material así de comprometedor. Por no hablar del ordenador sin contraseña.
—Iré con vosotros, contad conmigo para todo —reafirmó su apoyo, todavía sin separarse de la chica.
—Gracias, de verdad, entendería perfectamente que no quisieras involucrarte después de cómo te hemos tratado. Solo queríamos protegerte, nos daba miedo que siguieras investigando y te ocurriera lo mismo que a mí —se explicó, todavía apenada. Pero Emma lo entendía perfectamente y así se lo hizo saber.
Ella habría actuado del mismo modo.
—Por supuesto que quiero y tranquila, sé que solo cuidabais de mí. —Entonces cayó en la cuenta de algo más y le preguntó—: ¿Tienes idea de dónde se grababan esas aberraciones?
Nadia hizo memoria.
—No estoy segura. Patricia me contó una vez que solían citarla en naves abandonadas o incluso en algunas casas de gente adinerada. Intenté persuadirla para que no fuera, pero nunca me hacía caso. Decía que ella sabía lo que hacía. Creo que nunca pensó que las cosas llegarían tan lejos —razonó. Y es que seguramente, teniendo en cuenta el tipo de droga que debían emplear esos abusadores para someter a las víctimas a su voluntad, no pudiera recordar nada al día siguiente.
—Está bien, seguro que nos será de ayuda. Mañana hablaremos con Axel y Dalia, ellos lo sacarán todo a la luz. Estoy convencida de eso —la animó.
Eso la hizo sonreír ligeramente, pese a que no tenía fuerzas. Más tarde le mandaría un mensaje a Francis para que las acompañara, ya que había decidido no estar presente para dejarles intimidad en vista de lo peliagudo del tema.
—¿Y el USB que tienen Rhett y Jacqueline? Ahí están las pruebas —recordó de pronto, aterrada tan solo de pensar en tener que volver a colarse en su casa para llevárselo. Debió haberlo cogido en su momento, pero le pudo el miedo.
Sin embargo, las palabras de su amiga la hicieron ver que había obrado correctamente.
—Se lo contaremos también. Pueden pedir una orden y hacer un registro. Si nos lo llevamos por nuestra cuenta ya no servirá como prueba.
Nadia asintió, lo cierto era que no había caído en eso.
—De acuerdo. Te confieso que no sé si voy a poder dormir, estoy tan nerviosa...Ni siquiera mis padres saben nada —le confió. El caso era que había tratado de contárselo varias veces, pero se sentía tan avergonzada y sucia que siempre acababa echándose atrás. No tenía valor para pararse frente a ellos y confesarles que le habían arruinado la vida y ella ni siquiera había sido capaz de recordarlo en todos aquellos meses.
Si no hubiera visto aquel vídeo, probablemente nunca lo habría sabido.
—Tranquila, todo irá bien, ya verás. A partir de mañana podrás volver a dormir sin miedo —la reconfortó Emma, apretando su mano para darle aliento. Estaba helada...
—Eso es lo que más quiero en la vida, que todo vuelva a la normalidad —deseó Nadia, desde lo más profundo de su corazón.
No tenían ni idea de lo que estaba por venir.
...
Tan pronto como llegó a casa, Emma lo ordenó todo para asegurarse de no dejar ninguna pista de la presencia de Paul y se metió en la cama. Estaba exhausta física y mentalmente de las emociones del día.
Todavía no era capaz de asimilarlo.
Se ponía en la piel de Nadia y le entraban escalofríos. Y Francis... Entendía su desesperación. De haber sabido lo que les hacían a sus amigas en aquel infame lugar jamás las habría dejado ir.
Pero el daño ya estaba hecho. Ahora solo les quedaba luchar para conseguir que se hiciera justicia.
Según Nadia, en aquel USB aparecían más de treinta nombres, todos de chicas, clasificados por orden alfabético. Era un acto tan vil que ni siquiera tenía calificativos que otorgarle.
Con ese pensamiento en mente, se secó las lágrimas y trató de dormir para apagar su cerebro hiperactivo.
Necesitaba estar lúcida para mañana.
Consiguió descansar un par de horas hasta que su teléfono la volvió a despertar de nuevo.
Corrió a descolgar por si se trataba de Dalia o Axel para avisarla de que aquella noche tampoco irían a dormir.
Pero no; era un número privado.
Emma quiso ignorarlo y seguir durmiendo, pues le daba mala espina, pero en el último minuto cambió de opinión y decidió descolgar. A fin de cuentas, sabía que no iba a dejar de darle vueltas si no lo hacía.
—¿Sí? —inquirió, con tono receloso. Casi se esperaba que una voz distorsionada empezara a proferir amenazas cual película de suspense, pero nada más lejos de la realidad; era un timbre que le resultó familiar de inmediato.
—Emma, soy Jacqueline. Necesito hablar contigo de algo, es un asunto de vida o muerte.
La chica se incorporó en la cama, alerta. Jacqueline se oía nerviosa y acelerada, paranoica incluso. ¿Qué querría decirle a aquellas horas que no podía esperar a mañana, cuando se vieran en clase?
—Te escucho.
—Por teléfono no, es demasiado arriesgado —susurró y luego, tras unos instantes de silencio, llegó una revelación que no se esperaba. Al menos, no de forma tan directa. —Digamos que sé lo que has estado investigando, eres una inconsciente... ¿sabes lo que te podría pasar si ellos se enteran? —le recriminó, con un ápice de ¿preocupación? subyaciendo bajo la superficie.
Emma enarcó las cejas, sin saber cómo tomárselo. No terminaba de entender a aquella chica.
—¿Has llamado para echarme la bronca?
—No, te llamo porque -en vista de que no nos ha funcionado mantenerte a ti y a tus amigos al margen-, quiero contarte la verdad. Ya estás preparada —fue su enigmática respuesta.
—Está bien, ¿dónde nos vemos? —accedió, pues ella tampoco aguantaba más aquel suspense.
—En el cementerio de St. Louis, mañana a medianoche —la citó.
—Tienes que estar bromeando —soltó, incrédula. ¿No había otro lugar?
—No, créeme, es el sitio más seguro de esta maldita ciudad —replicó, muy ufana.
Bueno, si ella lo decía...aunque seguía sin estar convencida.
—¿Y pretendes que vaya sola? ¿De verdad crees que estoy tan loca?
—No he dicho eso, puedes ir con Nadia y Francis. A fin de cuentas, esto también les incumbe —concedió y aquello ya le dio mejor espina. Lo cierto era que hasta había llegado a pensar que era una trampa y una parte de ella todavía lo pensaba.
Aunque, ¿qué ganaría ella con eso?
—De acuerdo. ¿Rhett lo sabe? —inquirió, tratando de obtener más información.
No obstante, parecía que había ciertas cosas que su interlocutora quería guardarse para sí.
—No te preocupes por eso, de mi hermano me ocupo yo. Te espero mañana. Ah y Emma, que no lo sepa nadie más. Por la seguridad de todos —le advirtió, con una seriedad que le dio escalofríos.
Aquello no era ningún juego, eso ya le había quedado claro.
Suspirando, aceptó.
—Vale, nos vemos allí.
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