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X CAPÍTULO 21: El silencio de los carneros X

Dalia no había dejado de darle vueltas a aquella horrible pesadilla que la había desvelado irremediablemente y con ella a un Axel que no tardó en despertarse, alarmado al ver el estado de agitación en que su novia se encontraba.

Tuvo que contárselo. No tenía sentido ocultarle nada y menos cuando tenía el presentimiento de que no se había tratado de una simple pesadilla, sino de una especie de mensaje del más allá. Los espíritus intentaban decirle algo, contactar con ella de algún modo que se le escapaba, pues no tenía el don que sí había poseído su amiga Dayanne.

Sin embargo, ellos tenían sus métodos y sabía que los sueños eran uno de muchos.

Axel le aconsejó que lo apuntaran todo en la pizarra, incluyendo los datos que habían conseguido recabar hasta ahora, a ver si eso les ayudaba.

Y fue lo primero que hicieron en cuanto llegaron al departamento de homicidios, tras servirse un café ultra cargado, eso sí.

—Vale, vamos a repasar todo lo que tenemos hasta ahora. A ver si sacamos algo en claro —propuso Axel, pues aquello siempre les ayudaba cuando sentían que el caso comenzaba a estancarse.

Su idea fue recibida con entusiasmo y enseguida Dalia preparó la pizarra, las chinchetas, fotografías y todo lo necesario para armarlo.

Añadieron también la escasa información fiable que Kevin había encontrado en el foro de los íscubos de Nueva Orleans y que hablaba de los preceptos de la secta que, tal y como ellos sospechaban, había surgido a partir de un grupo de fanáticos de Siloh y sus crímenes en El círculo de la noche.

Una vez establecido aquello, comenzaron a recrear la cronología de los hechos producidos hasta el momento junto con las pruebas que habían logrado obtener y sus pesquisas.

—El veinte de septiembre se produjo el asesinato de Victoria. Según el informe del forense llevaba muerta algo más de veinticuatro horas cuando la encontramos, a la una y media de la madrugada del sábado veintiuno; es decir, menos de un día. Lo que sugiere que debió morir en la madrugada, entre las dos y las tres, aproximadamente —relató Axel en voz alta, mientras Dalia iba apuntando los datos clave.

—La llamada anónima es crucial, todavía no hemos podido identificar quién la hizo —recordó ella, chasqueando la lengua en señal de fastidio.

—Si tenemos en cuenta la declaración de Marjorie Laveau, la Societatem tenebris estuvo por allí esa noche, haciendo un ritual. ¿Sería el ritual del sacrificio u otro para honrar a su líder por la matanza ofrecida? ¿Por qué lo hicieron? —reflexionó Axel en voz alta.

—Esas son las principales preguntas —reconoció la inspectora. —Luego entra en juego el foro con los adoradores del íncubo, sabemos que está relacionado con la secta y la apertura del club, si creemos el testimonio de Simon se mueven a través de la nueva página web, que no para de cambiar de IP.

Dalia apuntó: Íscubos de Nueva Orleans, en letras mayúsculas.

—¿Qué más?

—El obispo —continuó ella y fue apuntando lo siguiente:

¿Quién hizo aquella misteriosa llamada y qué le dijo que provocó que se quemara a lo bonzo?

¿Qué relación tenía con Victoria y con los abusos que recordaba haber sufrido de niña?

¿Su padre realmente estaba implicado?

¿Qué averiguó ella en su investigación?

—Sabemos que puso el foco en Siloh y él debió de contarle cosas, porque accedió a verla hasta en cinco ocasiones y ella regresó cada vez, lo que implica que debió de cooperar con ella por alguna razón que se nos escapa —elucubró Axel, estrujándose el cerebro.

—Tal vez quisiera que lo descubriera todo —aventuró Dalia.

Pero él no lo tenía tan claro.

—¿Para asesinarla después? No tiene sentido. Quizá fuera uno de sus juegos enfermizos. El íncubo es un demente, nada de lo que hace tiene lógica o si la tiene es en su retorcida mente —repuso, a lo que ella le dio la razón.

—Cierto.

—Tenemos también los testimonios de Diego, Rhett y Jacqueline, que son ligeramente contradictorios. Si lo que pretendían realmente era regañar a los niños que se portaban mal, ¿por qué no hacerlo con todos? ¿A qué venía escoger solo a unos pocos?

Dalia no lo entendía.

—Yo sigo pensando que Jacqueline mintió, es probable que estuviera demasiado asustada o le diera vergüenza contar la verdad después de tanto tiempo. A muchas víctimas les pasa —argumentó Axel. Era lo más plausible.

—Tienes razón, es muy probable. Si creemos las palabras de Marie Laveau en la sesión de Ouija —solo de pensarlo a Dalia se le erizaba el vello de la nuca—, entonces a Victoria la asesinaron por venganza.

—Presumiblemente, el móvil para inducir al suicidio al obispo fue el mismo; la venganza.

—¿Y nuestros sospechosos son?

Ante aquella pregunta de Axel, Dalia se apresuró a escribir las tres principales hipótesis en la pizarra.

Siloh Sorensen.

El novio de la hermana Marie.

Cualquiera de los niños del orfanato.

Luego añadieron una pregunta más, una para la que todavía no tenían respuesta.

¿Qué tiene que ver el padre Isaiah en todo esto? ¿A qué se debió el incidente en el confesionario? ¿Eran Jacqueline y Rhett quienes se encontraban tras las máscaras?

Lo único que se les ocurría era que supiera algo –dado que era amigo de Marguerite y del obispo-, lo cual lo convertiría en cómplice por haber guardado silencio. Tendrían que hacerle una visita lo antes posible.

—Bien, veamos... ¿hemos pasado algo por alto? —inquirió ella, al cabo, repasándolo todo de nuevo en su cabeza.

Axel cayó en cuenta unos instantes antes de que ella misma lo hiciera y proclamó:

—Los carneros muertos. ¿Cuándo comenzó todo? —consultó, haciendo memoria.

—Fue un par de meses antes de que nosotros volviéramos al trabajo, recuerdo que antes estuvo todo tranquilo —contestó él.

—Mmm, sí, me parece que el primer incidente fue a finales de julio...

—El veinticuatro —precisó Axel, tras consultarlo en el expediente.

Dalia lo apuntó en la pizarra, con diligencia.

—Fue solo uno, ¿verdad?

—Eso es. Volvieron a actuar tres días más tarde y mataron a dos. La siguiente vez, pasaron dos días y de nuevo un carnero. Después el ciclo se repite hasta sumar un total de trece.

A la inspectora la dolía la muñeca de lo deprisa que iba apuntando cada dato y señalando con un círculo lo más importante.

—Trece carneros asesinados entre el mes de julio y agosto y en ese intervalo de sacrificios; uno, dos. ¿Pero por qué? —se preguntó, en voz alta.

—Bueno, el número trece siempre se ha considerado un mal augurio por su simbología. Para los cristianos, todo viene de la última cena a la que asistió Jesús con sus doce apóstoles, siendo Judas -el treceavo- quien lo traicionó. También (y me inclino más por esta opción) fue en el capítulo trece del Apocalipsis donde se reveló la llegada del Anticristo. Además, en el tarot la carta que contiene ese número es la portadora de la muerte. En cuanto a lo último, no estoy seguro. Podría ser mera compulsión maníaca, producto de la superstición o una especie de código retorcido que solo ellos entiendan —explicó Axel, haciendo gala de su vasto conocimiento.

—Eso es. Probemos con las letras del alfabeto, si señalamos los días en los que la secta actuó tal vez encontremos algún mensaje en clave —propuso Dalia, animada por los progresos que estaban haciendo.

—Sí, merece la pena intentarlo —coincidió él.

Se pusieron manos a la obra, probando distintas combinaciones de letras y números durante un buen rato, hasta que hallaron un resultado que no dejaba lugar a dudas.

Lo tenían.

—Hermana Wanda —señaló Dalia, no sin asombro. Pero al mismo tiempo, el triunfo se reflejaba en su expresión, pues aquello confirmaba sus sospechas: todo estaba relacionado con lo sucedido en el orfanato. Era el foco principal en el que tenían que centrarse.

—Tiene que ser esto. Dejaron ese macabro rastro para conducirnos hasta ella.

Y de hecho tenía sentido, porque desde entonces no se había producido ningún incidente más.

—¿Por qué harían algo así?

Aquella era la pregunta del millón.

—Tal vez sepa algo. Quizá incluso es posible que tenga el diario de Marie. Era la más cercana a ella en cuanto a edad y puede que se hicieran amigas. Wanda fue la primera en denunciar las irregularidades y fue exonerada en el juicio, lo que significa que no estaba en el ajo —aventuró Dalia, mientras Axel sacaba los archivos en busca de la información personal de la hermana.

No le llevó mucho tiempo dar con su paradero actual.

—Lo último que se supo de ella fue que estaba en el convento de St. Clare's —exclamó, triunfal.

Dalia le guiñó el ojo y, haciendo una excelente imitación de su tono ronco y sarcástico, soltó:

—Pues vamos a ver qué nos cuenta.

...

El convento de St. Clare's ofrecía una estampa en la que el tiempo parecía haberse detenido durante la época de su fundación, en 1885.

Estaba situado en un entorno privilegiado rodeado de bosques frondosos, cuyos árboles parecían haber sido testigos de innumerables secretos. Los muros de piedra gris se hallaban recubiertos de hiedra y en el centro, la iglesia se alzaba imponente con su campanario, al tiempo en que a través de los vitrales de las ventanas se filtraban los mortecinos haces de luz tenue de la mañana.

Los pasillos eran estrechos y se hallaban en penumbra, solo el eco de los pasos suaves de las monjas perturbaba el silencio. Las paredes se encontraban repletas de estanterías con toda clase de libros antiguos y el aire impregnado del aroma de la cera de las velas otorgaba un agradable ambiente de estudio y reflexión. Aquel era un lugar de paz.

En el refectorio, les dio la bienvenida la hermana Katherine, quien era la encargada de las visitas guiadas. Les preguntó si habían contratado alguna, pero al explicarles quiénes eran y el motivo de su visita, muy diligente y amable los condujo hacia el jardín trasero, donde se hallaba la hermana Wanda. Eran sus horas de meditación en el huerto.

Le dieron las gracias y la siguieron, admirando cada pequeño detalle de aquel lugar de ensueño. Dalia podía entender por qué la mujer había decidido refugiarse allí, se respiraba tranquilidad por todas partes.

Cuando llegaron, se toparon con una mujer que no debía de tener más de cuarenta años, recogiendo unas hortalizas en silencio mientras el hábito se le ensuciaba ligeramente de tierra, algo que pareció no importarle.

La hermana Katherine se retiró con una inclinación de cabeza, discreta como una sombra, y los dejó a solas.

Fue entonces cuando la otra monja alzó la cabeza y reparó en ellos. Su rostro estaba algo más castigado por el paso del tiempo y algunas arrugas prematuras adornaban sus ojos, pero seguía siendo la mujer atractiva que habían visto en las fotos de los archivos.

No pareció turbada al verlos, solo sorprendida, pues seguramente no sabía quiénes eran ni qué hacían allí.

Dalia se presentó, amable pero directa.

—Hermana Wanda, soy Dalia White; inspectora jefa del departamento de homicidios de Nueva Orleans —acto seguido señaló a Axel—, y él es mi compañero, el subinspector Axel Wood. Estamos aquí porque necesitamos hacerle unas preguntas, es muy urgente.

—Oh, ¿y en qué puedo ayudarles yo? —inquirió, asombrada ante el hecho de que hubieran acudido a ella.

—Se trata de Marie Grandville, ¿la recuerda?

Escuchar ese nombre tuvo un efecto inmediato en ella; sus ojos se cristalizaron y se llevó las manos a la boca, asintiendo.

—Claro. En todos estos años, no ha habido un solo día en que no haya pensado en ella —aseguró, una vez que la emoción le hubo devuelto el habla. —Siempre lamentaré lo que le sucedió...

—Sabemos que es doloroso para usted, pero estamos trabajando en un caso y tenemos sospechas que apuntan a que quien está cometiendo los crímenes busca venganza por lo que le sucedió a Marie —le aclaró ella, para ponerla un poco en contexto, pues no tenía ni idea de si en el monasterio estaban al tanto de las noticias recientes.

—Sí, lo he oído —afirmó, para sorpresa de ambos. Se persignó en señal de respeto y asintió. —Que Dios le otorgue descanso al alma de esa pobre chica.

Inclinaron la cabeza, en señal de respeto, pero no se les pasó por alto que la hermana no hizo ninguna mención al alma del obispo. Sin duda, eso era muy significativo.

—Hemos estado investigando y vimos que su padre falleció recientemente, así que no le queda más familia viva. Pero supimos que tuvo un novio cuando era muy joven, antes de ingresar en el orfanato, ¿Marie le dijo cómo se llamaba él? —le preguntó Dalia, rezando para que la respuesta fuera afirmativa.

—No, nunca me confesó su nombre —reconoció. Debió de percatarse del semblante alicaído de la inspectora, porque añadió: —Pero ella guardaba un dibujo suyo, un dibujo que me llevé conmigo para evitar que fuera pasto de las llamas cuando se desató aquel terrible incendio que provocó la clausura del orfanato. Me pareció que era lo mínimo que podía hacer para honrar su memoria.

Sus ojos se iluminaron y Axel sonrió.

—¿Y lo tiene usted consigo? —quiso saber, pensando que aquello podía serles casi tan útil como un nombre.

En aquella ocasión, la respuesta fue afirmativa.

—Está en mi cuarto, acompáñenme, por favor —los invitó a seguirla hacia su habitación y ellos, tras echar un vistazo alrededor, la siguieron.

Por muy inusual que aquello fuera, nadie iba a decirles nada sabiendo quiénes eran ni el asunto que los había llevado hasta allí.

La habitación era austera e impersonal, apenas equipada con lo básico. Un enorme crucifijo y retratos del señor eran los únicos adornos de la pared. Axel y Dalia permanecieron en el umbral, para no invadir su espacio.

Al fin, tras un rato de búsqueda, la hermana Wanda dio con lo que le interesaba y acudió junto a ellos para mostrarles el dibujo de un hombre joven y rasgos marcados, con una nariz angulosa y una mandíbula prominente. El pelo estaba pintado de oscuro, al igual que sus ojos, y sus labios eran carnosos. Lo cierto es que era muy atractivo. Pero lo que más llamó su atención fue que era sorprendentemente realista. Marie tenía mucho talento.

—Es él —señaló, con un tono cargado de nostalgia al recordar la primera vez que su amiga se lo mostró. —Marie lo quería mucho, ¿saben? Siempre pensé que era una pena que no pudieran estar juntos.

—Axel, yo he visto a este hombre —cayó en cuenta Dalia, en sintonía con sus pensamientos. Él también lo había reconocido.

—Sí, estaba entre la multitud cuando se incendió la casa del obispo —confirmó y ella se mostró esperanzada. Esas eran buenas noticias.

Tal vez viviera por la zona. Aunque no supieran su nombre, con aquellos datos no debía de resultarles demasiado difícil dar con él.

Sus palabras llamaron la atención de la hermana Wanda.

—¿El obispo Durand? Lo vi en las noticias. Realmente me impresionó —expresó. No imaginaba una muerte más horrible.

—Sí, hemos sabido que visitó el orfanato en alguna ocasión. ¿Lo vio usted a menudo por allí?— Dalia aprovechó para preguntarle.

La mujer se mostró reservada.

—Bueno, yo... A veces venía a ver a la Madre Superiora y se encerraban los dos en su despacho —mencionó, con cierto nerviosismo impregnando su tono. Probablemente hablar de aquello la perturbara.

—¿Con frecuencia?— tanteó Axel.

La hermana Wanda bajó tanto la voz que esta se convirtió apenas en un susurro.

—A veces venía casi cada mes y otras veces cada dos o tres, más o menos. Recuerdo que solían ir mucho a la capilla, sobre todo tras el toque de queda. Nunca le di importancia...hasta que pasó lo que pasó —se lamentó. Pudieron ver la culpa en sus ojos cual libro abierto. Aquel era un arrepentimiento que arrastraría consigo durante el resto de sus días.

Sin querer molestarla más dado que ya no tenían ninguna otra pregunta, decidieron dar por finalizada la charla.

—Gracias por atendernos, hermana. Nos ha sido de gran ayuda.

Pese a que se ofreció a acompañarlos, declinaron educadamente la oferta. Conocían la salida.

Ella necesitaba estar a solas con sus pensamientos.

...

Emma acababa de regresar a casa después de la universidad. Eran las cinco y media de la tarde y se detuvo en el porche para sacar las llaves.

Estaba cansada. El día había sido intenso y para colmo sus amigos le habían hecho la ley del hielo, así que solo quería tumbarse en la cama y echarse una siesta.

Sin embargo, no iba a poder ser.

Acababa de dar un paso para franquear el umbral cuando escuchó unas pisadas. Se puso alerta, dándose cuenta de que había alguien tras ella.

Tragó, petrificada.

¿Y si era la Societatem que había vuelto a por ella? Tal vez pensaran que tuvo algo que ver con la llegada de la policía y que se había ido de la lengua, pero ¿de verdad eran capaces de actuar en pleno día?

No supo qué hacer.

Tal vez fuera mejor intentar entrar en la casa, pero el miedo no la dejaba moverse.

Y entonces una mano se posó sobre su hombro.

Se giró, lista para defenderse de un posible ataque.

Pero este no se produjo.

En su lugar, al percatarse de quién era respiró, aliviada.

—¡Paul! Madre mía, ¿pero qué te ha pasado? —exclamó, alarmada.

El pandillero tenía el rostro ensangrentado, señal inequívoca de que se había metido en una pelea y se dolía de una costilla. Sus nudillos estaban en carne viva.

—Nada, tranquila, estoy bien. Ellos quedaron peor —aseguró, muy ufano. Sabía que aquello era el día a día para él, pero realmente esas heridas se veían mal.

—¿Pero qué has hecho? ¿Te has metido en una pelea? —le preguntó, aunque ya se imaginaba la respuesta.

—Los Latin Kings han intentado atacar nuestro territorio. Pensaban que la iban a tener fácil y les hemos dado lo suyo para que chinguen a su madre —replicó, escupiendo en el suelo al nombrarlos en señal de desprecio.

Emma se inquietó. Era cierto que algo le habían comentado Axel y Dalia de que el nivel de inseguridad había aumentado en las calles de Nueva Orleans no solo a causa del culto, sino debido a la proliferación de las pandillas, que cada vez causaban más estragos.

—Dios... ¿están bien los demás? —inquirió, refiriéndose a sus amigos.

—Sí, muy bien, por ellos no te preocupes que son tan duros de pelar como yo —la tranquilizó, con el tono lleno de orgullo.

Emma dejó escapar el aire contenido, aliviada. Sabía que estaban acostumbrados a sobrevivir cada día, pero no podía evitar preocuparse. No eran inmortales, por mucho que parecieran haberse convencido de que sí.

—Ya lo veo. Anda, déjame que te cure esas heridas o se te van a infectar —lo invitó a entrar, cayendo en cuenta por primera vez de que lo primero que había hecho pese a estar magullado era ir a verla.

No sabía por qué, pero se alegraba de que estuviera allí.

—Está bien. No hay nadie en tu casa, ¿no? No me gustaría que Axel Wood me pegara un tiro en las bolas, les tengo mucho cariño —soltó, antes de echar un precavido vistazo al interior.

Emma se rio y al acercarse a él para tomarlo por los hombros se percató del aroma a alcohol que desprendía su aliento.

—No, estoy sola. ¿Has bebido?

Tantito nomás —contestó, haciendo el gesto con las manos y poniendo cara de niño bueno.

Esta vez no la engañaba.

Negó con la cabeza, reprimiendo a duras penas una sonrisa.

—Ven, agárrate a mí —le indicó y, obediente, él le pasó el otro brazo por los hombros y dejó que cargara con parte de su peso.

Tuvo que hacer malabares para cerrar la puerta y con cuidado lo condujo hacia el baño, donde podría limpiar sus heridas adecuadamente.

Mientras él se dejaba caer sobre el excusado, Emma fue cogiendo gasas, alcohol y desinfectante. Luego se quitó la chaqueta -allí dentro hacía un calor infernal- para poder trabajar más cómodamente y se inclinó sobre él.

Llevaba tan solo una fina camiseta de tirantes blanca -la cual estaba manchada de sangre- y unos vaqueros desgastados. En la cabeza, portaba la bandana de los Blood.

Emma no pudo evitar pensar que, incluso con cortes en la ceja y el labio y algunos moretones, era increíblemente guapo. Sus ojos azules quitaban el hipo y la manera en que la estaba mirando le secó la boca.

Empezó a presionar la gasa empapada de alcohol sobre las heridas, mientras él la escrutaba con una sonrisa.

—¿Sabes que eres la mujer más linda que he visto en mi vida? —declaró de pronto, provocando que se ruborizara.

—Estás exagerando —farfulló, sofocada. Tenerlo así tan cerca estaba causando estragos en su sistema y parecía que no era la única. La piel de Paul estaba ardiendo y sus pupilas quemaban.

—No, para nada —rechazó sus palabras y se sinceró. Llevaba mucho tiempo queriendo decirle aquello, pero no se había atrevido hasta entonces, pese a que ella había empezado a corresponderlo hacía un tiempo. —Desde el primer día que te vi me gustaste. No sé qué me has hecho, pero necesito verte a todas horas y no dejo de pensar en ti —se llevó el dedo a la sien e hizo amago de apretar el gatillo, riéndose.

—Estate quieto un momento, ya casi he terminado —le pidió, concentrándose en la tarea que tenía pendiente. Le estaba resultando más complicado de lo que cabría esperar.

—Yo no te gusto, ¿verdad? —musitó, con tono desilusionado.

Emma sintió una vorágine de emociones convulsas y se mordió el labio inferior. Pensó en negarlo, pero estaba cansada de mentirse a sí misma.

Así que lo soltó sin paños calientes, mirándolo a los ojos.

—No... Tú me encantas, Paul, y ese es el problema.

Durante un segundo, los dos se quedaron en silencio, conectando como nunca antes.

Entonces Paul tiró a un lado las gasas ya usadas y alzó las manos para quitarse la camiseta. Se levantó hasta estar frente a frente con ella y deslizó suavemente una mano por su mejilla, apartando un mechón de cabello mojado que se había pegado a su cara. Acto seguido, recorrió lentamente su mandíbula, bajando por su cuello y arrancándole un suspiro. Con un movimiento decidido, acercó su cuerpo al de ella y se echó hacia delante, buscando sus labios en un beso profundo y apasionado.

Emma respondió con cierta timidez al principio, pero pronto se dejó llevar por sus turbulentas emociones. Sus lenguas se entrelazaron, explorándose sin mesuras ni barreras.

Paul trazó un recorrido de caricias por su espalda, bajando por su columna vertebral hasta llegar al hueco de sus caderas estrechas. Emma jadeó al sentir su erección presionando contra su vientre, con un deseo más que evidente reluciendo en sus pupilas.

No supo cómo ni por qué, pero acabaron metiéndose a la ducha, desnudándose y tirando las prendas desperdigadas fuera. Paul incrementó el beso, completamente entregado y ella le siguió el ritmo. Estaba en una nube, no podía creer lo que estaba pasando...solo sabía que lo deseaba como hacía tiempo que no deseaba nada, ni a nadie.

Mientras tanto, su mano subió para atrapar uno de sus pechos, masajeándolo. Ella se aferró a sus hombros y sus uñas se clavaron ligeramente en su piel sensible mientras repetía su nombre, en éxtasis, al tiempo en que él empezó a introducirse en ella; despacio al principio y con más vigor después, cuando supo que se había acoplado a él.

Con la respiración entrecortada y el sudor perlando su frente, Emma dejó que la guiara. La giró despacio, todavía dentro de ella, apoyándola contra la pared de azulejos mientras el agua caía a su espalda. Se inclinó para volver a besarla mientras acometía una y otra vez, intenso y desatado, a la par que tierno de un modo en que jamás había conocido. Se sintió más viva que nunca.

Y así supo que estaba perdida por aquel chico al que jamás pensó mirar con otros ojos que no fueran los de una simple amistad.

Pero se equivocaba, porque mientras gritaba entre sus fuertes brazos mientras él la embestía y besaba su frente con ternura, se dio cuenta de que estaba perdida.

Se había abierto paso en su corazón sin apenas esfuerzo y ahora no iba a poder sacarlo de ahí nunca más.

No era que quisiera hacerlo, al contrario; allí era donde pertenecía, con ella.


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