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X CAPÍTULO 17: La llamada del diablo X

A  aquellas alturas, Axel y Dalia ya se habían hecho a la idea de que iban a pasar toda la noche en vela.

Cuando los bomberos lograron extinguir el fuego, procedieron al levantamiento del cadáver y se lo llevaron al Instituto Anatómico Forense para hacerle la autopsia. Allí permanecían, a la espera de los resultados.

Además, pudieron hablar con los vecinos para tomarles declaración y entre ellos estaba Marian Belfourt, la mujer que se ocupaba de limpiar la casa y de ayudar al obispo en sus quehaceres, preparaba su comida y lo aseaba, porque ya estaba muy mayor.

Ella estaba muy afectada y les contó que Maurice le dio permiso para marcharse a casa a eso de las ocho de la tarde, pues la cena ya estaba preparada y no iba a necesitarla hasta el día siguiente. Así que eso hizo, sin imaginarse la catástrofe que tendría lugar poco después.

Tal vez no fuera consciente de ello, pero esa fortuita casualidad había salvado su vida.

Sin embargo, ¿lo era? ¿O alguien estaba acechando y sabía que ella se había marchado? ¿Era posible que el responsable, ese "diablo de ojos grises" como lo había llamado Maurice, hubiera aprovechado para actuar al saberlo indefenso? Todo apuntaba a que sí.

Le preguntaron a la desconsolada Marian si había visto u oído algo extraño por las inmediaciones a lo largo del día, si sabía de alguien que hubiera tenido problemas con el obispo e incluso por el estado de ánimo de este.

La mujer les dijo que no, que todo estaba tranquilo como era habitual y no se percató de nada inusual. También negó que el obispo tuviera enemigos -él era un hombre muy bueno y amable, siempre estaba haciendo el bien, dijo- y aseguró que se encontraba algo fatigado (algo normal, dada su edad) pero que no notó nada raro en su comportamiento. Como mucho, estaba algo más callado de lo normal, pero eso era todo.

Le dieron las gracias y fueron a hablar con el jefe de bomberos para saber si se había podido salvar algo de la casa, pero no hubo suerte. El incendio había sido demasiado virulento y todo ardió en cuestión de minutos. Les explicaron que se debía al uso de acelerante y eso era lo más extraño de todo, que el incendio se había producido en el interior de la casa y no había nadie con el obispo.

Todo parecía indicar que él mismo lo había provocado. La pregunta ahora era, ¿por qué haría algo así?

...

Eran las cuatro de la madrugada cuando el perito forense abandonó la sala de autopsias para darles a los inspectores a cargo del caso la información preliminar que había recabado.

Los dos estaban sentados en las incómodas sillas de la comisaría, muy cerca y en actitud cómplice. A leguas se notaba que había algo entre ellos y, al reconocer a la mujer, los celos se despertaron en su interior.

Se acercó con paso firme y, aclarándose la garganta, la interpeló directamente, regocijándose ante la expresión de absoluta perplejidad que se adueñó de sus hermosas facciones, al tiempo en que se removía, incómoda.

—Dalia, cuánto tiempo.

Por un momento, pensó que no le iba a contestar debido a que parecía haber enmudecido. No obstante, enseguida se recompuso y lo sorprendió al responder con voz fuerte y clara.

—Gael, no esperaba verte por aquí. Creí que estabas en Londres —había un matiz afilado en su tono que no le pasó por alto.

—Ya ves, necesitaba un cambio de aires —repuso y se permitió el lujo de echarle un generoso vistazo, aun con el hombre que había a su lado fulminándolo con la mirada. Lo ignoró deliberadamente. —Te veo muy bien.

Axel, en cambio, no estaba dispuesto a dejarlo correr.

—¿De qué os conocéis, Dalia? —quiso saber.

—Trabajamos juntos hace unos años —aclaró ella, al tiempo que él decía:

—Soy su ex.

El subinspector enarcó las cejas y cruzó los brazos, remarcando su imponente musculatura.

—No me digas...

—A propósito, ¿cómo está tu mujer? —inquirió ella, devolviéndole la pulla de forma elegante. Después de lo que la había hecho sufrir, no podía creer que se presentara ante ella con ese descaro.

Pero ¿qué se podía esperar de un mentiroso como él?

—Bien, muy bien. ¿Quieres que le dé recuerdos de tu parte? —le preguntó el muy caradura.

—No hace falta, gracias —replicó, tan educada como pudo. Carraspeó y cambió el tema, esperando poder acabar con aquella conversación cuanto antes. —Gael, te presento al subinspector Axel Wood, es mi pareja.

—Vaya, mucho gusto Axel —expresó, tendiéndole su mano.

Este permaneció en un silencio desafiante mientras se la estrechaba, con más fuerza de la necesaria. Dalia se aclaró la garganta, abochornada.

—Bueno, es muy tarde. ¿Por qué no nos dices cómo ha ido la exploración? ¿Has encontrado algo que pueda sernos útil? —cuestionó, entrando de lleno en materia. Estaba cansada y realmente solo quería que la noche acabara.

Por suerte, Gael se comportó con profesionalidad por una vez.

—No he encontrado ningún signo de violencia en el cuerpo. Aunque las quemaduras son considerables y podrían haber ocultado alguna lesión de carácter leve, todo apunta a que estaba solo en la casa. El problema es que debido a la magnitud del incendio no hay posibilidad de cotejar huellas —les informó. Dalia arrugó la nariz, frustrada.

Cada vez estaba más convencida de que estaba todo fríamente calculado, como Axel había especulado.

—Hablamos con los vecinos, pero afirmaron no haber visto nada sospechoso. ¿Qué hay de las cámaras de seguridad que tenía fuera? —Dalia se dirigió a Axel.

—Ninguna que haya quedado operativa, la explosión les afectó.

—El jefe de bomberos nos dijo que la naturaleza visceral del incendio no dejaba lugar a dudas; fue provocado y al parecer por el propio obispo —comentó ella, para comprobar si estaba en lo cierto.

Gael asintió, corroborándolo.

—Sí, todo apunta a ello. Su mano derecha se ha visto bastante más afectada, de hecho apenas quedaba el muñón, y eso quiere decir que estuvo manipulando algo, probablemente acelerante. De todos modos, esto es provisional, necesitaré unos días para tener el informe definitivo —aclaró, prudente. Estaba claro que no quería comprometerse antes de tiempo. Sin embargo, podía ser un capullo, pero a Dalia le constaba que era muy bueno en su trabajo.

—Bien, gracias —le dijo, a regañadientes.

Por toda respuesta, él esbozó una sonrisa de suficiencia y eso bastó para que Axel perdiera las formas.

—Bueno, parece que ya no nos haces falta por aquí. Puedes irte a casa, ya es tarde —espetó.

Por un segundo, Dalia tuvo la impresión de que Gael estaba a punto de decir algo desagradable, pero se contuvo en el último minuto. Aun así, entre ellos tuvo lugar una silenciosa guerra de testosterona que se prolongó unos minutos.

—Claro, ha sido un placer —replicó, para acabar marchándose por fin tras dedicarle una mirada cargada de intención.

Dalia suspiró, aliviada.

Se fueron a casa, pues más les valía dormir un rato, ya que a primera hora irían a hablar con Meghan. Tenía mucho que explicarles

Emma estaba dormida, algo lógico teniendo en cuenta la hora que era. Fieles a su ritual, la arroparon y depositaron un beso en su frente cada uno antes de salir en silencio hacia su propio dormitorio.

Una vez tumbados en la cama, Dalia buscó el calor de Axel. Necesitaba más que nunca dormir abrazada a él, aunque fueran unas pocas horas.

Más adelante, sabía que tenían una conversación pendiente sobre Gael. Pero en aquel momento solo quería apagar su cerebro por un rato.

Y eso hizo.

...

Apenas pudieron dormir un par de horas antes de que la alarma que habían programado a las siete en punto los hiciera saltar de la cama.

Se vistieron y fueron directos a la cocina en busca de un café bien cargado que los ayudara a despejarse.

Lo que no esperaban era encontrarse a Emma allí, con el desayuno preparado y la mesa puesta para los tres.

—Buenos días —los saludó, sonriente.

—Buenos días Emma, cariño, no tenías que haberte molestado.

El tono de Dalia estaba cargado de emoción ante el detalle tan bonito de la chica. Que se hubiera despertado al alba para prepararles todo aquello y así levantarles el ánimo después del día que habían tenido ayer decía mucho de la extraordinaria persona que era.

—No es ninguna molestia, de verdad. Me apetecía — Emma le restó importancia. Así pues, tomaron asiento a su lado y empezaron a comer.

—Mmmm...tortitas, son mis favoritas. Tú sí que sabes —exclamó Axel, devorándolas sin pudor alguno. La aludida sonrió, satisfecha.

Desayunaron en un silencio apacible, como una familia, y cuando hubieron terminado la joven no pudo aguantar más para sacar el tema.

—¿Os vais ya a comisaría? —inquirió, mientras terminaba de quitar la mesa con ayuda de Dalia. Axel quiso ayudar pero no lo dejaron.

—Primero tenemos que hacer un recado, pero sí. Aunque si quieres que te llevemos a la universidad podemos pasarnos ahora cuando terminemos nuestro...asunto —le ofreció, empleando un tono raro al final de la frase.

Emma se preguntó qué asunto sería ese.

—No, no hace falta, gracias. He quedado con Francis y Nadia —decidió recurrir a una mentira piadosa para que se quedaran más tranquilos.

—Está bien, tened cuidado. Para comer te hemos dejado un tupper con carne y patatas, solo tienes que calentarlo en el microondas.

—Vale, gracias. —Y allá iba —Por cierto, he oído que el incendio en casa del obispo fue intencionado, ¿es cierto? ¿Sabéis algo?

Normalmente, se abstenía de preguntarles por los casos porque sabía que el secreto de sumario no les permitía revelar información y ellos se tomaban muy en serio su trabajo. Pero aquella vez era diferente. Necesitaba reunir toda la información que pudiera.

Axel suspiró y le puso una mano en el hombro.

—Sí, lo es, pero todavía no sabemos quién lo hizo. El obispo... Parece que tenía muchos secretos. No comentes nada de esto con nadie, ¿de acuerdo? —le pidió, muy serio. Ella le prometió que no lo haría y se marcharon poco después.

¿Adónde irían con tanta prisa?

...

Meghan no estaba en su apartamento.

Al ver que no abría la puerta hablaron con el portero, quien al ver sus identificaciones les contó enseguida que la joven había salido de casa como a las siete y media de la tarde anterior y todavía no había vuelto.

No fue difícil adivinar dónde podía estar. Dylan se había instalado en el antiguo apartamento de Dalia. Ella misma le ofreció alquilárselo después de mudarse con Axel, dado que no había logrado encontrar nada que mereciera la pena.

Se sentía un poco raro volver a la que había sido su casa durante más de seis años, pero ella ya no podría habitar esas cuatro paredes de todos modos. Todo le recordaba a Dayanne.

Llamaron al timbre hasta en tres ocasiones, sin recibir respuesta. Sin embargo, siguieron insistiendo. Ambos tenían el coche aparcado en la puerta.

No les costó trabajo imaginar qué los tenía tan ocupados. De todos modos, las paredes eran delgadas.

—Creo que deberíamos regresar en otro momento, Axel —le susurró, ruborizándose al oír los gemidos de Meghan.

Axel, en cambio, no era de la misma opinión.

—Tonterías. ¡Dylan! ¡Abre la maldita puerta ahora! Esto es urgente —bramó, con voz de trueno.

No tardaron en escucharse unas maldiciones en respuesta y al cabo de los minutos el aludido salió al vestíbulo en calzoncillos y muy, pero muy cabreado.

Meghan asomó detrás de su ancha espalda, cubierta tan solo por la larga sábana blanca y con el pelo revuelto. Sus mejillas se pusieron aún más rojas al reparar en ellos.

—¿Se puede saber qué coño es eso que no puede esperar? —bufó Dylan, echándole una mirada asesina a su amigo, quien se mantuvo imperturbable.

Dalia, en cambio, se disculpó con ellos.

—Hola. Esto, eh... lo sentimos mucho.

—No, de hecho no. Necesitamos hablar, Meghan. Es un asunto muy serio —espetó él, sin ablandarse.

—Yo te mato, Axel —gruñó su amigo, echando humo.

—Después —replicó, en tono jocoso. El rubio puso los ojos en blanco y Meghan se aclaró la garganta.

—Bien, me visto y salgo en un momento.

—Hay café en la cocina, a mí servidme uno solo y bien cargado. Me da que lo voy a necesitar —exclamó Dylan, frustrado por la interrupción tan brusca. Más le valía a Axel que fuera tan urgente como decía.

—¿Recuerdas qué hiciste la pasada noche del veinte de septiembre, Meghan?

Que Axel no se andara con rodeos no fue una sorpresa para nadie.

—¿Habéis venido hasta aquí para interrogarme? —se envaró la aludida. Aquello era lo último que se esperaba.

Aunque debería haberlo sabido. Aquellos dos tenían un olfato infalible, nada se les escapaba.

—Tú contesta a la pregunta —insistió él, con tono inflexible.

—Pues... No lo recuerdo muy bien, ¿qué día era? —quiso asegurarse.

—Yo te refresco la memoria. Era jueves y al día siguiente el cadáver de Victoria Duchamp fue hallado en el pantano de Manchac —lo soltó, sin paños calientes.

—Axel...—lo amonestó Dylan, sin poder contenerse. No le gustaba un pelo todo aquello. Pero su amigo no le hizo caso, su atención estaba puesta en una Meghan que había empalidecido de forma alarmante.

—Me habéis visto, ¿verdad? Las imágenes de las cámaras me captaron cuando subió a mi coche —afirmó, con total seguridad. Ya no tenía sentido seguir fingiendo que la cosa no iba con ella. Debía asumir su responsabilidad.

—Meghan, ¿de qué estás hablando? —la interrogó Dylan, incrédulo. No podía ser...

Como si le hubiera leído la mente, ella se apresuró a aclararlo.

—No es lo que estáis pensando, lo juro.

—Entonces explícate.

Axel no le dio tregua.

La fiscal inhaló hondo y asintió, antes de empezar a contarlo todo desde el principio.

—Ella acudió a mí. Hará como un mes o así, me dijo que sabía quién era yo y que podíamos ayudarnos mutuamente. Victoria era una chica muy inteligente; de algún modo se enteró de que yo estaba peleando por reabrir el caso del orfanato, porque quedaron muchos responsables sin castigo. Pero sin el diario de la hermana Marie era imposible.

—¿Acaso Victoria sabía dónde estaba? —inquirió Dalia, esperanzada.

Meghan negó, apenada.

—No exactamente, pero tenía sus sospechas. Estuvo investigando por su cuenta sobre el caso de Patricia, ella me confesó que tenía ciertas lagunas y recuerdos inconexos que empezaban a inquietarla porque no la dejaban dormir por las noches —les contó.

—¿Qué clase de recuerdos? —indagó Axel, temiéndose lo peor. Y efectivamente, su intuición no fallaba.

—Hombres encapuchados abusando de ella cuando era más joven, casi una niña —la voz de Meghan estaba cargada de repulsión.

Dalia se estremeció.

—Dios mío, eso es horrible.

—Sí, me relató al menos cuatro veces distintas en las que le vinieron esos recuerdos.

—¿Y no recordaba la cara de ninguno de esos hijos de puta? —intervino entonces Dylan, a quien se le había revuelto el estómago tras oír aquello.

—Me dijo que nunca los vio, pero que la voz de uno de ellos le resultó familiar —aseguró la aludida.

—A ver si adivino, ¿el obispo?—aventuró Axel.

Sin embargo, esta vez se equivocaba.

—No, su propio padre.

Hasta el mero hecho de decirlo asqueó a Meghan.

—¿Qué? Pero esto es de locos. ¿Qué demonios pasa en esta ciudad? —clamó Dalia, horrorizada.

—No solo en esta ciudad, por desgracia esta es una plaga silenciosa que se extiende por todo el mundo. Os pondríais enfermos si os contara todo lo que he visto y erradicado —terció Axel, sombrío al rememorar ciertas experiencias de su pasado.

—¿Qué más te dijo Victoria?

Dalia siguió con el interrogatorio.

—Como su padre estaba muerto y sabía que jamás podría hablar del tema con su madre, se le ocurrió visitar al íncubo. Estaba al tanto de lo que su tía Marguerite le había hecho y se sentía fatal. No le veía como un monstruo, sino como un hombre traumatizado. Le advertí que era una mala idea, que ese lunático no le contaría nada y hasta podría manipularla, pero no me escuchó —se lamentó Meghan.

—¿Qué pasó después?—la instó Axel, elucubrando todo tipo de hipótesis, a cada cual más descabellada.

—Me escribió para decirme que todo había ido bien y que volvería a visitarlo a la semana siguiente. No me contaba gran cosa, solo que estaba investigando y que si tenía cualquier novedad me informaría enseguida.

—¿Y lo hizo? —quiso saber.

—Sí, la noche en que nos encontramos me dijo que estaba muy cerca de encontrar el diario. Estaba segura de que lo tenía un chico llamado Rhett. Incluso fui a una fiesta que su hermana y él daban en un nuevo club que ha abierto, fue el día en el que nos conocimos —le dijo a Dylan, cuya expresión se suavizó un tanto y asintió. Se notaba a leguas que estaba loco por ella. Y parecía mutuo. —Quería hablar con él, pero no lo vi. Sí que le saqué algo de información a uno de los trabajadores.

—Me dijo que tanto Rhett como su hermana eran muy amigos de Patricia, que los vio muchas veces juntos en fiestas de esas características —reveló lo que había descubierto con un deje de orgullo.

—Pero nosotros no encontramos nada, ¿cómo puede ser?

Dalia no entendía nada.

En cambio, Axel ya había sacado sus propias conclusiones y no dudó en compartirlas con ella.

—¿Te acuerdas de aquel vídeo? ¿El de Patricia colándose en el cementerio con un chico misterioso al que no se le veía la cara?

Ella asintió, atando cabos.

—¿Insinúas que podría ser él? Si es así ha sabido cubrir muy bien sus huellas —admitió.

—Pues tendremos que hacerles una visita, creo que ellos son los hermanos a los que estamos buscando —proclamó Axel y, acto seguido, empezó a esgrimir argumentos. —Piénsalo; estuvieron en el orfanato, mintieron en sus declaraciones al asegurar que apenas tenían trato con Patricia, conocían a Carlos... su vestimenta y sus gustos siniestros hacen que perfectamente encajen en el perfil de la Societatem. Estoy seguro de que forman parte de ella.

—Si es así, podríamos reabrir el caso —afirmó la inspectora, esperanzada.

—Meghan, ¿dónde dejaste a Victoria? ¿Ella te dijo adónde iba? —Axel siguió indagando, pues todavía había datos que necesitaba esclarecer.

—Sí, me dijo que volvería a su casa —Meghan asintió y su semblante mutó en arrepentimiento y tristeza. —Insistí en acercarla porque ya era de noche y estaba oscuro, pero no quiso. Aseguró que estaría bien. Tan solo había diez minutos de camino, así que la creí y me marché. Si no lo hubiera hecho, a lo mejor aún seguiría con vida —se lamentó, presa de los remordimientos.

—O puede que no. Victoria se estaba acercando peligrosamente a una verdad que ni siquiera podemos imaginar. Si no hubiera sido esa noche, su asesino habría encontrado otra oportunidad para silenciarla —rebatió Axel. Era una visión cruda, sí, pero no por ello menos realista. Y Meghan tenía que admitir que era cierto, aunque eso no la hacía sentir mejor.

—Pero fue astuto, nuestro equipo ha revisado las cámaras y la última imagen que se tiene de ella con vida es bajando de tu coche. Así que ve a prestar declaración esta tarde, Michael estará ahí. No tendrás ningún problema, tranquila —la animó Dalia.

El miedo se reflejó en sus pupilas.

—Pero no puedo contarles la verdad.

—Tienes razón, no puedes —concedió Axel, estrujándose el cerebro en busca de una versión que le salvara el pellejo a su amiga. —Les dirás que Victoria era una chica fantasiosa que estaba obsesionada con el caso de Patricia, te propuso grabar una entrevista para un podcast en el que estaba trabajando y tú te negaste amablemente. Luego se fue y eso es todo.

La facilidad con la que se inventó aquella coartada los dejó patidifusos a los tres.

—Bien, lo haré. Siento no habéroslo contado, quería esperar hasta tener pruebas. Si poníais a Rhett sobre aviso podría haber destruido el diario —se disculpó, francamente apenada.

—Debiste hacerlo —coincidió Axel. Sin embargo, no podía culparla por ser precavida teniendo en cuenta lo negligente que podía ser a veces la justicia—, pero entiendo tus motivos. A partir de ahora trabajaremos juntos, ¿de acuerdo? —propuso, a lo que ella asintió de inmediato. Les dio su palabra de que no habría más secretos.

—Tenemos que irnos a comisaría, nos espera un buen follón.

Lo primero que harían al llegar sería pedirle a Kevin que investigara a fondo al padre de Victoria. Necesitaba estar al tanto de todo y si realmente la muchacha estaba en lo cierto con esas pesadillas que parecían más bien recuerdos, ellos iban a averiguarlo.

—Claro, estamos en contacto —se comprometió Meghan.

Los acompañaron hasta la puerta.

—Dylan, ya podéis seguir por donde lo habéis dejado —Axel bromeó con su amigo, porque -aunque pareciera lo contrario- para él tampoco había sido plato de buen gusto arruinarle la fiesta.

Aun así, sabía que no iban a continuar nada. Por lo menos, no hasta que hubieran hablado con calma de todo lo que Meghan acababa de relatarles.

—Esta me la voy a cobrar, Axel —repuso, en cambio, devolviéndole la pulla.

Y él se echó a reír, contento de que algunas cosas no cambiaran. Su amistad siempre sería inquebrantable.

Iban rumbo a la comisaría cuando Kevin los llamó para darles una buena noticia y una mala, palabras textuales.

Empezó por la buena.

—Ha llamado la señora Marian Belfourt, resulta que ha recordado algo. La tarde del incendio, el obispo recibió una llamada muy extraña que lo alteró un poco. No escuchó nada, él se retiró a su despacho para hablar en privado y cuando salió le pidió que se marchara —relató, haciendo pausas dramáticas que provocaron que Axel pusiera los ojos en blanco.

—¿Has intentado rastrearlo? —inquirió Dalia, temiéndose la respuesta que iba a darle...pues faltaba la mala noticia.

Efectivamente, estaba en lo cierto.

—Sí, eso es lo extraño. No he conseguido rastrear la llamada. Es un número fantasma.

—¿Qué significa eso, Kevin?—quiso saber Axel, exasperado.

—Que quienquiera que sea sabe borrar muy bien sus huellas. Estamos tratando con alguien peligroso y muy astuto, alguien que siempre va un paso por delante.

No podía ser otro que Siloh Sorensen.

Pero al día siguiente, durante la visita, iban a encargarse de que lo confesara todo.

Costara lo que costara.


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