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X CAPÍTULO 14: Mea culpa X

Dalia se enjugó el sudor de la frente, agobiada. 

En el departamento de homicidios estaban desbordados de trabajo y ella no daba abasto.

Para colmo, Axel no le cogía el teléfono. Ya debería haber llegado.

Tal vez se había entretenido con Dylan, pero no era propio de él no haberla avisado. Estaba inquieta.

Se mordió las uñas, con la vista clavada en el reloj que colgaba de la pared de su despacho.

Estaba a punto de llamar por tercera vez cuando llamaron a la puerta y la voz grave de Michael resonó desde fuera, trayéndole recuerdos de tiempos mejores.

—Inspectora, tengo noticias para ti. ¿Puedo pasar? —inquirió y se le escuchaba animado. Al menos uno de los dos tenía un buen día, pensó, con amargura.

—Claro Michael, adelante —invitó, para acto seguido empezar a componer la mejor de sus expresiones neutrales. Él la conocía bien y se percataría enseguida de que algo la inquietaba.

Sin hacerse de rogar, el imponente hombre se adentró en el despacho y depositó una carpeta sobre el escritorio, que ella tomó enseguida.

—Los de la científica me han pedido que te diera esto para que lo revises, el informe del forense ya está redactado —le informó, diligente.

Ella lo cogió con cuidado y asintió, dedicándole una sonrisa que no llegó a sus ojos debido a su precario estado de ánimo. Había echado mucho de menos el trabajo, pero ahora que estaba de vuelta solo quería poder dormir un poco más por las noches.

—Bien, gracias, espero que esto nos conduzca al asesino de esa pobre chica —expresó, estirando la engarrotada espalda. Pasar tantas horas en ese incómodo escritorio también pasaba factura.

—Sí, yo también. Así podremos cerrar este caso cuanto antes y pasar página —coincidió su compañero. Acto seguido, como si acabara de recordarlo -probablemente así era, debido a la sobrecarga de trabajo- añadió—: El comisario también me ha pedido que te diga que han aprobado la visita al íncubo.

Dalia se cuadró de hombros, con súbito interés. No se esperaba que ocurriera tan pronto, seguramente se debía al carácter urgente del caso. Para nadie era un secreto que todos aquellos horripilantes sucesos tenían a la población en un estado de alarma cada vez más creciente.

—¿De verdad? ¿Cuándo?

—Dentro de dos días, a las diez en punto. Estarán supervisando desde fuera, por seguridad —confirmó lo que ella ya sospechaba.

—Contaba con ello, pero son buenas noticias. Se lo diré a Axel, si es que se digna en aparecer —no pudo evitar que su tono sonara más ácido de lo previsto y Michael frunció el ceño, como si reparara en la ausencia del subinspector por primera vez.

—¿Todavía no ha llegado? —aventuró, pensando que no era propio de él.

—No y no me coge el teléfono — Dalia decidió sincerarse con él, pues necesitaba desahogarse. — Lo cierto es que estoy preocupada, Michael, siento que esta visita lo tiene muy atormentado y además están los mensajes que el asesino le está dejando...es algo personal y siento que me está ocultando algo —se mordió el labio inferior, temiendo haber hablado de más.

En momentos como aquellos la ausencia de Dayanne le dolía como un puñal retorciéndose en su pecho. Ella habría sabido exactamente cómo aconsejarla.

Sin embargo, Michael la sorprendió con su punto de vista ecuánime.

—¿Has hablado con él? Tal vez no sepa cómo te sientes al respecto...

—Todavía no, pero si puedo lo haré hoy mismo. No podemos seguir así —concedió.

—Sí, yo también creo que es lo mejor. Si me aceptas un consejo, no dejes que los secretos y la desconfianza destrocen vuestra relación. Después no hay vuelta atrás —le hizo ver, con una expresión atormentada que la hizo darse cuenta de que no solo estaba pensando en Axel y ella, sino que lo decía por experiencia propia.

—Eso...¿te sucedió a ti? —Casi de inmediato se arrepintió al ver cómo el dolor se reflejaba en su rostro durante un fugaz segundo antes de recomponerse. —Disculpa, no pretendía ser indiscreta.

—Tranquila, no lo eres. Y sí, fui un necio y no busqué ayuda para tratar mi trastorno por estrés postraumático. Así que al final mi mujer no pudo soportarlo más y me pidió el divorcio. No la culpo —admitió, cabizbajo.

Dalia quiso reconfortarlo, pero ¿qué podía decir? No encontraba palabras de consuelo, así que se limitó a ser sincera.

—Lo siento, Michael. Eres un buen hombre y todavía tienes tiempo para reconducir tu vida, ¿sabes? Te he visto luchar día a día para superarlo, así que solo quiero que sepas que cuentas con mi apoyo. También te agradezco el consejo, hablaré con Axel —añadió, poniéndole una mano en el hombro en un gesto de consuelo que su compañero le agradeció con una sonrisa. Se le veía algo más aliviado.

—¿De qué quieres que hablemos? —la voz de Axel resonó desde la puerta, alertándolos de su presencia. La charla los había absorbido tanto que no se habían percatado de que había llamado hacía unos minutos y, al no recibir respuesta, decidió entrar.

—Vaya, por fin llegas. Te he llamado varias veces —Dalia no pudo evitar que su tono saliera ácido, dejando traslucir su molestia.

La expresión de Axel era circunspecta, pero no parecía dispuesto a soltar prenda hasta que no estuvieran a solas. Y Michael se dio cuenta enseguida.

—Bueno, yo mejor os dejo solos. Tengo mucho que hacer, Kevin y yo ya casi tenemos la dirección IP de la cuenta oficial de Facebook donde se anuncian las fiestas góticas —anunció, orgulloso de sus avances.

—Perfecto, espero que pronto vengáis con buenas noticias. Gracias por todo, Michael.

Las palabras de Dalia contenían un significado implícito, pues realmente la charla con él le había abierto los ojos. Este asintió y le dedicó una fugaz sonrisa.

—No hay de qué, inspectora.

En cuanto se hubo marchado, Dalia puso los brazos en jarras, a la espera de una respuesta.

—¿Y bien? ¿No me vas a decir por qué no me contestabas? Estás muy raro, ¿ha pasado algo? —lo interrogó.

Axel suspiró y se sacó un sobre de la chaqueta para extendérselo, muy serio.

—Alguien me ha dejado esto en mi coche —explicó, al tiempo en que Dalia soltó un jadeo ahogado al ver aquellas fotografías tan brutales. —Y yo sé quién ha sido.

—¿Quién? —inquirió, tragando saliva ante la mirada llena de odio de Axel.

—El íncubo.

En parte, ella ya se esperaba esa respuesta. Estaba segura de que había llegado el momento de que él se sincerara sobre lo que sucedió en aquel caso maldito.

—Han autorizado la visita, dentro de dos días podremos interrogarlo —lo puso al tanto de las novedades y luego, con tono dubitativo para que no se sintiera presionado, añadió: —¿Quieres contarme por qué te está haciendo esto?

Con expresión ilegible, él soltó un suspiro y asintió. Había decisión en sus ojos, junto con algo más que no supo cómo interpretar, pero que su respuesta dejó entrever.

—Sí, hay mucho de lo que tenemos que hablar. Pero...si no te importa, prefiero que no sea aquí.

—Claro, todavía es temprano —concedió, tras consultar su reloj. Nadie les diría nada si se marchaban ahora. —Más tarde tenemos que hacerle una visita a Jasmine, pero para eso todavía faltan unas horas.

—Bien. ¿Y ese informe? —inquirió, reparando por primera vez en él. Incluso Dalia lo había olvidado por un momento.

—Ah, Michael acaba de traérmelo. Es el informe forense, ¿lo leemos juntos? —propuso.

Él asintió y se inclinó sobre ella, muy pegado a su cuello, para echar un vistazo. La inspectora intentó concentrarse en su tarea, pero la respiración de Axel le erizó el vello de la nuca y se estremeció al sentir el roce de su barba en aquella zona tan sensible.

Tenía que ser profesional. No debía olvidar que estaban en el trabajo.

Siguió leyendo, incluso cuando él empezó a depositar una estela de besos por su clavícula y le rodeó la cintura con los brazos.

—Aquí dice que Victoria murió por una sobredosis de tranquilizantes —le comentó, con el ceño fruncido. Aquel estaba lejos de ser el modus operandi al que estaban acostumbrados en ese tipo de crímenes.

Esperaba que Axel lo hiciera notar, pero ante su silencio, siguió expresando sus divagaciones en voz alta.

—¿La obligarían a consumirlas o será que tendría algún tipo de depresión? El cuerpo no presentaba ningún signo de violencia, la mataron sin infligirle daño alguno, lo cual es llamativo. —Chasqueó la lengua, molesta, al darse cuenta de que Axel no la estaba escuchando, sino que por el contrario sus besos y caricias comenzaban a subir de tono. —¡Axel! Esto es serio, no es el momento —lo reprendió.

Y fue entonces cuando él levantó la cabeza y murmuró una rápida disculpa que le llegó el penetrante olor a whisky que emanaba de su aliento.

—¿Has estado bebiendo?

Él no lo negó, no era su estilo.

—Sí, lo necesitaba...para mantener a raya mis demonios. Pero ¿quieres saber lo más irónico? Esta vez no ha funcionado —confesó, con tono amargo.

—Oh, Axel, ven aquí —exclamó, conmovida, y acto seguido lo atrajo a sus brazos. Él se dejó hacer. Verlo tan vulnerable le rompió el corazón a Dalia.

—No pude salvar a esas chicas, Dalia. No pude y este es mi castigo —se lamentó. Estaba cansado de fingir que nada le afectaba, que era de hierro cuando estaba hecho jirones por dentro.

—Shh, no digas eso, por favor. No es verdad, hiciste todo lo que pudiste ¿me oyes? —Dalia le acunó el rostro entre las manos hasta que al fin levantó la vista y ejercieron contacto visual. La firmeza de su tono, junto con el amor que rebosaban sus pupilas, le ofrecieron algo de consuelo. —Y si no lo crees, entonces yo soy tan culpable como tú, porque yo tampoco pude salvarlos.

—No lo entiendes... —negó, sin saber cómo explicarle el caos que llevaba por dentro. ¿Cómo hacerle entender que destruía todo lo que tocaba? ¿Y si se alejaba de él para siempre? No estaba seguro de poder soportarlo.

Pero tampoco podía seguir ocultándole quién era en realidad, con todas sus aristas y bordes afilados como cuchillas.

—Tienes razón, no lo hago. ¿Me ayudas a entenderlo? Necesito saber lo que hay en tu cabeza para poder ayudarte, mi amor —le suplicó ella. Y fue entonces, en ese preciso instante, cuando tomó su decisión.

Se puso en pie y le extendió su mano con una seguridad apabullante teniendo en cuenta que estaba muy cerca de tocar fondo.

—Entonces ven conmigo.

—¿Adónde? —preguntó, con un ápice de curiosidad e inquietud al mismo tiempo debido a su hermetismo.

—Donde empezó todo —se limitó a responder Axel.

Porque así era.

Y Dalia tomó su mano y lo siguió sin vacilar.

Lo seguiría hasta al fin del mundo si fuera preciso.

Estaban sentados frente a un banco de piedra cercano a la entrada del cementerio y Axel apuraba las últimas caladas de su cigarrillo mientras el cielo empezaba a oscurecerse ante la inminente tormenta que se avecinaba.

Llevaban allí más de diez minutos, sentados el uno junto al otro en un silencio sepulcral. La inspectora aguardaba pacientemente a que él se sintiera preparado para contarle lo que quiera que lo estuviera carcomiendo por dentro, pues era evidente que no había elegido aquel lugar por casualidad.

No, lo que quiera que quisiera compartir con ella debía de ser muy doloroso, a juzgar por la tensión que emanaba de él.

De súbito, tiró la colilla al suelo y tras aplastarla con su bota, obligó a las palabras a salir. Sabía que ya no había vuelta atrás y que una vez que empezara a relatar la historia ya no podría detenerse.

—Tenía un hermano. Se llamaba Jeremy y era cinco años menor que yo —hizo una pausa para tragar saliva, con la mandíbula apretada en un intento por contener la emoción.

Dalia se llevó las manos a la boca, pues no se le escapó que había hablado en pasado...estaba claro lo que eso significaba. Y se le contrajo el estómago de pena.

Sujetó la mano del hombre que amaba con todo su corazón. Sabía que no podía hacer mucho, pero esperaba que su contacto pudiera aliviarlo aunque fuera un poco.

Él siempre le decía que lo calmaba, después de todo.

Dejó que se tomara su tiempo antes de continuar, con la vista fija en el horizonte.

—Él solía seguirme a todas partes. Quería jugar con Dylan y conmigo, hacer cosas de mayores. Muchas veces le decía que era un plasta y que no podía acompañarnos porque era demasiado pequeño y no sabes cuánto me he arrepentido toda la vida —volvió el rostro para mirarla, con la mandíbula endurecida y los ojos vidriosos. Dalia afianzó todavía más el agarre en sus manos entrelazadas, conteniendo hasta la respiración y cuando él siguió hablando, casi pudo visualizarlo todo.

"El caso es que una tarde calurosa de agosto yo había quedado con Dylan para ir a bañarnos a un lago que estaba cerca de mi casa. Jeremy se escapó sin que mi madre se diera cuenta y nos siguió. Cuando lo vimos yo me enfadé mucho y le dije que volviera antes de que se dieran cuenta de su ausencia, pero no quiso. Solo tenía siete años, pero era testarudo.

"Como no me hacía caso y no quería que nos echara a perder el día, al final lo dejamos bañarse con nosotros con la condición de que no se acercara a la parte más profunda.

A aquellas alturas, Dalia escuchaba el relato con una congoja en el pecho que no hacía sino acrecentarse ante lo que se estaba imaginando. Y la expresión de Axel...contenía un dolor tan descarnado que ella misma sintió cómo su interior se resquebrajaba con cada palabra que salía de su boca.

—Él nos lo prometió y al principio así fue. Se quedó nadando cerca de la orilla mientras Dylan y yo hacíamos el tonto, ahogadillas y esas cosas. Poco a poco nos fuimos relajando, estaba siendo un día increíble y dejé de vigilar a Jeremy tan a menudo. Ese fue mi mayor error.

"No sé si lo hizo para impresionarnos o qué, pero sin que nos diéramos cuenta se adentró en la zona más profunda y empezó a bucear. Cuando nos dimos cuenta, tan solo habían pasado unos minutos y él no salía. Entonces nos asustamos y fuimos hacia él.

"No entendía por qué no salía hasta que vimos que se le había enganchado el pie derecho en una red de pesca, con tan mala suerte que al intentar quitársela la corriente lo arrastró hacia abajo. Y cuando conseguimos liberarlo...era demasiado tarde. Ya no respiraba.

Dalia jadeó, conmocionada. No sabía de dónde sacaba la entereza para no derrumbarse, pero era digno de admirar. Ella apenas podía hablar de la muerte de su padre sin sufrir un ataque de pánico. La única vez que se había sincerado con él al respecto fue un poco más liberadora, eso sí.

Axel continuó con su relato, ajeno a todo cuanto lo rodeaba. Estaba demasiado perdido en aquellos tortuosos recuerdos.

—Le di respiración boca a boca, pero no sirvió de nada. Ya estaba muerto. Y fue culpa mía. Nunca debí dejar que viniera con nosotros, si le hubiera obligado a volver a casa...ahora seguiría vivo.

Dalia se limpió el rostro, completamente anegado en lágrimas, y enmarcó el de Axel entre sus pequeñas manos. Él tan solo había derramado una lágrima, pero su cuerpo temblaba y estaba tenso como el arco de un violín.

Le costó un buen rato poder encontrar su voz, pero cuando lo hizo le dijo la verdad.

—No, fue un terrible accidente, Axel. Tú también eras solo un niño. No es justo que te tortures de ese modo por algo que no pudiste evitar.

Él cerró los ojos unos segundos, como si estuviera asimilando lo que acababa de escuchar. Algo dentro de él no lo creía, nunca lo haría.

—Mi madre siempre me culpó. Cuando pasó aquello, jamás me lo perdonó —confesó, con un nudo en la garganta. Jamás olvidaría el desprecio en sus ojos tras recibir la noticia. —Mi padre había muerto hacía años y ella no quería ni verme, así que me fui de casa. Mi tía me acogió y viví con ella hasta que cumplí los dieciocho, entonces entré en la academia de policía. Necesitaba alejarme de todo, nunca he sido capaz de volver allí...no puedo soportarlo.

—Cariño...

—No puedo soportarlo, Dalia —repitió, a punto de colapsar. Era el resultado de más de veinte años de agonía acumulada.

—Lo sé, pero estoy aquí ¿de acuerdo? Siempre estaré contigo, sácalo todo. Ya no tienes que seguir fingiendo que eres de hierro, porque te quiero con todas tus aristas. Desahógate, no te soltaré —le prometió, inquebrantable.

Y él, que siempre había sido fuerte como una roca, se desmoronó como un castillo de naipes frente a la mujer que era su ancla.

Y ella, como no podía ser de otro modo, lo sostuvo hasta que el dolor fue un poco más soportable.

Fueron a visitar la tumba de Jeremy y Dalia fue testigo del enorme paso que Axel dio para afrontar su duelo. Habló con él un rato y hasta le pidió perdón por no haberlo cuidado mejor.

En ese momento, Dalia no supo cómo explicarlo pero sintió una paz como pocas veces antes había experimentado. Era como si Jeremy los estuviera escuchando y quisiera aliviar su pena. Se imaginó al niño sonriente que había perdido la vida de forma prematura e injusta y lloró por él y por el hombre que nunca podría ser.

Pero también lloró por Axel, por lo mucho que había sufrido y todo lo que se había visto obligado a afrontar sin tener la responsabilidad de nada. Solo fue un trágico accidente...

Estuvieron así durante más de una hora y cuando Axel se hubo recompuesto volvieron al trabajo. Ella intentó convencerlo para que se tomara el día libre, pero no quiso ni oír hablar de eso. Necesitaba tener la mente ocupada para no pensar.

Así que, ya con los resultados de la autopsia en su poder, después de comer decidieron acercarse a hacerle una visita a la madre de la difunta Victoria. Era un trago amargo que tenían que pasar y sabían que era demasiado pronto -apenas hacía unos días que había recibido la noticia- pero cada segundo contaba y estaban sometidos a demasiada presión.

La familia Duchamp vivía en la zona acaudalada de la ciudad, en el distrito tres. Se trataba de una casa señorial que habían fundado los bisabuelos de la joven y que resultaba realmente imponente desde fuera.

Sin duda, supieron mantenerla muy bien conservada durante todos aquellos años.

Ahora solo Jasmine residía en ella, consumida por el dolor de su terrible pérdida. Las puertas y ventanas estaban herméticamente cerradas y no se oía nada, ni siquiera el ruido de un televisor de fondo.

Únicamente sabían que estaba en casa porque tenía el coche aparcado fuera.

Tardó un rato en abrirles y cuando lo hizo, su aspecto los sobrecogió a ambos; sus ojos estaban rojos e irritados a causa del llanto, tenía unas profundas ojeras violáceas y parecía haber envejecido al menos diez años.

Perder a un hijo era el peor de los castigos para una madre.

—Buenas tardes, señora Duchamp —pronunció Axel, quien se sobrepuso antes que Dalia.

—Buenas tardes, ¿qué desean? —inquirió la mujer, apenas en un hilo de voz.

—Sentimos mucho su pérdida. Nos preguntábamos si podríamos hacerle unas preguntas acerca de su familia, nos serían de mucha ayuda para el caso.

—Entiendo...pasen, por favor, ¿les apetece tomar algo? Creo que queda algo de té...—titubeó, desorientada. Probablemente se debiera al exceso de tranquilizantes para poder conciliar el sueño.

—No, muchas gracias, no le quitaremos mucho tiempo. Sabemos que está atravesando un momento muy doloroso —añadió Dalia, con delicadeza.

—Sí...es como si la vida se hubiera ensañado conmigo ¿saben? — se secó las lágrimas con un pañuelo ajado, cabeceando sin cesar a causa de la pesadumbre. —Primero mi hermana y ahora mi hija, mi pequeña. Todos dicen que es la voluntad de Dios, pero eso no me consuela. Ella tenía toda la vida por delante —se lamentó, en un sollozo inconsolable.

Aquello los conmovió profundamente. Para ninguno era plato de buen gusto continuar con el interrogatorio, pero debían hacer su trabajo.

—¿Cómo era Victoria? —preguntó Axel, quien todavía tenía las emociones a flor de piel.

La mirada se le iluminó de súbito.

—Era muy buena, muy tranquila y estudiosa. Le encantaba leer, podía pasarse horas con un libro. Debido a su timidez tampoco tenía muchos amigos, todavía no entiendo qué clase de monstruo ha podido hacerle algo así —sollozó, desconsolada.

—A menudo, por desgracia, no hay explicación alguna. Simplemente se trata de mentes enfermas —replicó Axe, quien era de la opinión de que no había que maquillar la verdad.

—Maldito sea el culpable, que Dios lo castigue —se alteró la mujer.

—Señora Jasmine, ¿Victoria estaba en casa esa noche? —Dalia recondujo hábilmente la conversación.

Esta se tomó su tiempo para recordar, hasta que asintió lentamente.

—Sí, yo me acosté a las once y media y ella me dio las buenas noches, me dijo que se iba a la cama y poco después escuché cómo entraba en su habitación.

—Pero pudo salir después, ¿no? ¿No oyó nada más? —aventuró Axel, suspicaz.

—No...yo tomo somníferos desde hace unos años, tras la muerte de mi marido. Es lo único que me ayuda a dormir. Pero mi niña jamás se había escapado en mitad de la madrugada, ¿por qué haría algo así?

Trataba de aparentar seguridad, pero el poso de la duda se había instalado en su semblante y ellos lo percibieron.

—Bueno, a lo mejor tenía algún amigo, un novio, o alguien a quien quisiera ver —teorizó la inspectora.

—No, no, nada de eso. Ella estaba muy concentrada en sus estudios, eran su principal prioridad —Jasmine lo descartó categóricamente, lo cual les pareció algo llamativo teniendo en cuenta la edad de la chica. —Y si hubiera habido algo como eso, me lo habría dicho. Mi hermana, que en paz descanse, le inculcó el amor por el señor...

Axel arrugó la nariz cuando ella no miraba y Dalia le dio un codazo con disimulo.

No obstante, sin pretenderlo, les había proporcionado la excusa perfecta para indagar más a fondo.

—La señora Marguerite... —Axel fingió estar apenado—. ¿Qué edad tenía Victoria cuando ella falleció?

—Trece años, su pérdida fue un duro golpe para todos.

—Me imagino. Disculpe la indiscreción pero, ¿murió por causas naturales?

Y ahí estaba el sabueso. No pensaba parar hasta recabar toda la información que necesitaban.

—¿Por qué me pregunta eso? —se extrañó su interlocutora, repentinamente alerta. Una reacción un tanto curiosa.

—Cualquier dato puede ser relevante para la investigación.

Eso pareció relajarla lo suficiente como para contestar.

—Sí, fue una insuficiencia cardíaca. Al menos nos queda el consuelo de que se fue en paz.

Temiendo que fuera a meter la pata, Dalia le echó una ojeada con disimulo. Pero él se mantuvo estoico y asintió.

—¿Y recibió alguna visita que llamara su atención? Alguien que no fuera amigo ni familiar —Axel empezó a hilar fino.

—Sí, ahora que lo mencionan, una vez vino a visitarla un hombre —corroboró Jasmine, algo nerviosa. —Recuerdo que pensé que había algo raro en él...como un aura siniestra. Deben de pensar que tengo una imaginación muy fantasiosa.

—En absoluto, Jasmine, ¿puede decirnos cómo era ese hombre?

—Era alto, fuerte, de complexión robusta. Recuerdo que no le vi la cara muy bien porque llevaba una capucha, no me extrañó; aquel día llovía a mares. Pero su mirada...me dio escalofríos, parecía que estaba vacía y le pedí a mi marido que estuviera pendiente porque no me fiaba de que estuviera mucho tiempo a solas con mi hermana —confesó, abrazándose para intentar mitigar el escalofrío que la recorrió ante el mero recuerdo de lo sucedido, que siempre había permanecido fresco en su memoria.

—¿Era joven? —quiso saber Axel, comenzando ya a hacer teorías.

—Mmm...sí, diría que sí. Aunque como ya les digo, no pude ver mucho.

—¿Y les dijo su nombre?

Esta vez fue la inspectora la que preguntó.

—Sí, nos dijo que se llamaba Ángel.

Ángel.

Dalia y Axel compartieron una mirada de circunstancias.

Marguerite Duchamp solía llamar a Siloh su ángel oscuro.

No podía ser una casualidad.

El íncubo había acudido a hacerle una visita.

Y al día siguiente, ella falleció. Su ángel de la muerte había acudido a saldar cuentas pendientes.

Axel sonrió.

Lo tenían.


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