X CAPÍTULO 13: Ecos del pasado X
Emma sentía remordimientos por haber dejado que la convencieran para marcharse de aquel infame local sin hablar con Meghan.
Lo había intentado, pero poco después de que la hubiera visto -la fiscal, en cambio, no había reparado en ella- se marchó con un hombre al que ella no había visto nunca hacia los reservados.
Así que no le quedó otra opción más que marcharse, sintiéndose mareada y derrotada.
Por no hablar de la bronca que le habían echado los Blood -en especial Isa- que se empeñaron en acompañarla a casa porque pensaban que ella no estaba en condiciones de ir sola por la calle en ese estado.
Pero, ¿estaba realmente drogada? No lo sabía. Cuanto más lo recordaba, más segura estaba de que no había tomado nada, pero tampoco podía meter las manos en el fuego, porque había fragmentos inconexos en su mente.
Para colmo, no había tenido noticias de Nadia ni de Francis y ya eran las ocho de la mañana. Apenas había podido pegar ojo y estaba preparándose para ir a clase, aunque era lo último que le apetecía.
Sin embargo, tenía que hacer un esfuerzo porque no tenía ninguna excusa válida para faltar a clase sin que Axel y Dalia la bombardearan a preguntas.
Además, necesitaba encontrarse con Francis y Nadia y averiguar si habían encontrado algo útil en casa de los mellizos. De lo contrario, todo su esfuerzo de la noche anterior habría sido en vano.
No había podido quitarse de la cabeza la mirada dolida de Paul, que -por alguna razón que no alcanzaba a comprender- fue la que más avergonzada la hizo sentir.
Llamaron a la puerta de su habitación justo cuando ella terminaba de vestirse y abrió, componiendo una -falsa- sonrisa despreocupada al ver que se trataba de Dalia.
—Ah, ya estás despierta, cielo. Buenos días —la saludó, tan encantadora como siempre.
—Buenos días, Dalia, hoy he madrugado un poco más —aseguró, dejándose envolver por la calidez de sus brazos cuando la estrechó contra sí en un gesto maternal que la enterneció.
—¿Llegaste tarde anoche? Cuando llegamos no quisimos molestarte...
—Oh, no —mintió —. Solo fue una salida tranquila, volvimos pronto a casa.
Dalia creyó en su palabra a pies juntillas y eso la hizo sentir fatal. Tuvo que repetirse por milésima vez que hacía aquello por un bien mayor, pero eso no aliviaba los remordimientos.
—Mejor, tal y como están las cosas es lo más prudente —admitió, mordiéndose el labio inferior como hacía siempre que algo la preocupaba. Y efectivamente, no tardó en manifestarlo. Dalia era transparente e íntegra, algo que Emma admiraba profundamente. —Me preguntaba...si podemos hablar un momento —aventuró, azorada.
—Por supuesto —afirmó la chica, tan intrigada como asustada.
¿Y si Meghan sí que la había visto y se lo había contado a Axel y a Dalia? ¿La habría puesto a prueba para ver si le decía la verdad?
Enseguida desechó esos pensamientos por considerarlos absurdos. Ella nunca haría eso. Y Axel tampoco. Lo conocía lo suficiente como para saber que iría a ella y hablaría las cosas de frente, sin dobleces ni medias tintas. Era una de las muchas razones por las cuales lo quería y lo respetaba tanto.
Dalia suspiró y comenzó a hablar.
—Verás, sé que debería haberte preguntado esto antes...pero todo esto también es nuevo para mí. Solo quería asegurarme de que estás bien con el hecho de que viva con vosotros. Sé que Axel es como un padre para ti, mientras que a mí apenas me conoces y no quiero que te sientas incómoda, porque...—empezó a divagar a causa de los nervios y Emma la cortó, incapaz de dejar que siguiera pensando aquello ni por un segundo.
—No, Dalia, por favor...ni siquiera pienses eso. Lo siento si en algún momento te he hecho sentir así, pero no es para nada lo que pienso. Yo te admiro y te aprecio muchísimo —le aseguro, apretando sus manos en un gesto reconfortante. —Y me encanta que estés aquí, vivir con vosotros es lo más parecido a una familia, algo que nunca he tenido —se sinceró, conteniendo a duras penas las lágrimas. No así Dalia, que ya estaba llorando, incapaz de reprimir lo mucho que esas palabras la habían emocionado.
—Gracias Emma, es algo que aprecio de corazón y que sepas que yo también te quiero como a una hija —expresó, secándose las lágrimas y envolviéndola en una abrazo al que la joven correspondió de buena gana.
Permanecieron así unos instantes, disfrutando del reconfortante contacto, hasta que Dalia suspiró y volvió a adoptar esa expresión circunspecta que ponía siempre que algo la preocupaba.
Emma aguardó a que lo compartiera con ella. Y efectivamente, no tardó en hacerlo.
—También quería hablarte de algo más. Se trata de Axel y...del íncubo. Vamos a tener que hacerle una visita al psiquiátrico donde está recluido y me preocupa Axel— se retorció las manos, con el semblante tenso, y bajo su atenta mirada, prosiguió. — Sé lo que pasó, al menos lo que salió en la prensa, pero no me atrevo a preguntarle hasta qué punto lo marcó ese caso, ni otros detalles en los que esperaba que tú pudieras ayudarme un poco. Si quieres, claro.
Ella, que ya se esperaba algo así, asintió. Comprendía perfectamente su inquietud. Y sabía que al revelarle aquello no estaba traicionando a Axel, pues si él había callado hasta ahora era precisamente porque lo sucedido involucraba también a Emma.
—Verás, la razón por la que Axel se niega a que yo me involucre en los casos, es porque yo me infiltré en esa secta, El círculo de la noche, y estuve a punto de convertirme en su último sacrificio cuando me descubrieron —relató y la inspectora abrió mucho los ojos, horrorizada. —Me tomaron como rehén cuando llegó la policía y Axel...le disparó en la cabeza a la sacerdotisa, una de sus líderes, para salvarme la vida —confesó y ahora todas las piezas del puzzle encajaron para Dalia.
Al ser menor de edad por aquel entonces, el nombre de Emma jamás llegó a hacerse público. Pero a Axel...a Axel le crucificaron y todo porque, según la justicia, esa mujer no había dado muestras de ir a atacar a nadie cuando su mejor agente disparó.
Consideraron que debió haberla herido, en lugar de ir a matar. Una actuación desproporcionada, lo llamaron. Y eso supuso el fin de su carrera, o eso creyó en aquel momento.
—Oh, Dios...no lo sabía, Emma, lo siento mucho —aseguró, acongojada tan solo de imaginar el infierno que tuvo que haber soportado. —Fuiste muy valiente al hacer algo así.
Era curioso; Emma había perdido la cuenta de las veces que le habían dicho eso, pero ella no se sentía en absoluto de ese modo. Simplemente, había sido una cuestión de lealtad ciega.
—Lo hice por Axel. Como ya sabes....mi padre me obligaba a prostituirme y nos tenía a mi hermana y a mí en condiciones infrahumanas. Él nos sacó de aquel infierno, se aseguró de que yo estuviera bien y hasta me acogió en su casa. Habría hecho...no, haría cualquier cosa por él —se corrigió, con una determinación que conmovió a Dalia en lo más hondo, casi tanto como sus siguientes palabras. —Y por ti también.
—Y no hay nada que nosotros no hiciéramos por ti, cielo —acotó la mujer, acariciando su pelo con ternura. Emma cerró los ojos y asintió. Jamás podría agradecérselo lo suficiente.
Justo entonces la voz ronca de Axel resonó desde la cocina, avisándolas de que el desayuno ya estaba listo.
—Será mejor que vayamos antes de que sospeche que tramamos algo —bromeó Emma, aunque solo en parte. Axel era muy sagaz.
—Créeme, ya lo hace. Ahora nos interrogará —le siguió el juego Dalia y ambas rieron, cómplices, antes de encaminarse hacia allí para desayunar en familia.
—Habéis estado un buen rato ahí dentro...¿hablabais de cosas de mujeres o me estabais criticando? —aventuró, con una media sonrisa jocosa.
—¿Quién dice que no fueran ambas?
Dalia decidió meterse un poco con él y le guiñó el ojo a Emma, que se rio, divertida.
—Touché —admitió este, llevándose las manos al pecho con falso dramatismo.
A Emma le encantaba que pudieran bromear con tanta libertad, el buen rollo que se respiraba siempre en el ambiente cuando estaban todos juntos. El trabajo de ambos era muy exigente y su apretada agenda les impedía disfrutar de momentos así muy a menudo, pero cuando eso pasaba...para Emma era el mayor de los tesoros.
—Me ha llamado Dylan hace un rato —les informó al poco, tras llevarse la taza de café solo a los labios y beber un generoso trago. —Dice que quiere que nos veamos a solas, al parecer tiene algo que contarme. Nos vemos en comisaría, ¿vale? —le preguntó a Dalia, que asintió sin darle mayor importancia. Supuso que quería ponerse al día con su mejor amigo, ya que el trabajo de ambos era extenuante y no podían verse tan a menudo como les gustaría.
—Claro, ya llevo yo a Emma a la universidad —contestó esta, sonriente.
Emma se sonrojó, no quería ser una molestia.
—No hace falta, puedo ir andando —se apresuró a decir, pero Dalia no quiso oír ni hablar de eso y Axel ya la estaba fulminando con la mirada.
—No digas tonterías, así pasamos más tiempo juntas.
Ante eso, no pudo negarse, así que asintió y terminó de desayunar antes de ir a por sus cosas.
Ya en su cuarto, con la mochila colgada del hombro, le mandó un mensaje a Nadia.
¿Nos vemos en la entrada? Necesito hablar con vosotros antes de clase.
Sin embargo, no obtuvo respuesta. Su amiga ni siquiera se había conectado desde ayer, lo cual era muy raro en ella. Y aquello ya empezaba a ser preocupante.
Emma se despidió de Dalia y permaneció en la entrada, moviendo la pierna arriba y abajo con impaciencia. Estaba a punto de sonar el timbre que daba inicio a las clases y todavía no había ni rastro de Nadia y Francis. Y ellos siempre eran muy puntuales, así que aquello ya empezaba a darle mala espina a la chica.
Su instinto le decía que algo iba mal.
La gente la miraba de forma extraña al verla ahí plantada en medio del campus y al final, cuando le quedó claro que estaba perdiendo el tiempo, no tuvo más remedio que entrar.
Junto a la puerta de su primera clase de la mañana, se topó con Rhett y Jacqueline. Tragó saliva, sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago.
No estaba preparada para enfrentar a esos dos tras lo sucedido la otra noche en la fiesta, así que intentó darse la vuelta con disimulo y esconderse tras un pilar hasta que entraran. A esas alturas, ya ni siquiera le importaba llegar tarde.
Sin embargo, su plan se frustró antes de empezar porque ya la habían visto y no tardaron en ponerlo de manifiesto.
—Emma, buenos días —la saludó Jacqueline, con voz cantarina y esa sonrisa perfilada -idéntica a la de Rhett- que inquietaba tanto a la chica. —La clase es aquí, ¿adónde vas? No nos estarás evitando, ¿no? —inquirió y le pareció que su tono contenía un cierto matiz de amenaza.
Eso era algo que no le convenía, así que puso su mejor cara y se apresuró a negar.
Aquella era la única clase que compartían, pues al parecer se trataba de la asignatura más complicada de la carrera y muchos tenían que pagar una segunda matrícula. Incluidos sus amigos.
—Hola, no, claro que no. Es solo que estaba esperando a Francis y Nadia, hemos quedado en vernos aquí...¿los habéis visto? —preguntó, como si nada.
Desde luego, no estaba dispuesta a ser ella quien sacara el tema de lo sucedido anoche. Y esperaba de verdad que ellos no lo hicieran, o no sabría dónde meterse.
—Francis ha entrado hace un rato, pero Nadia no ha venido. ¿No te ha dicho nada? —El tono de Jacqueline estaba cargado de condescendencia y a Emma la recorrió un escalofrío. Rhett seguía observándola sin pronunciar palabra, lo cual no contribuía precisamente a destensar el ambiente.
—Ah...no, quizá esté enferma —aventuró, solo para salir del paso.
—Es posible.
Rhett rompió por fin su mutismo, pero aquellas palabras no tranquilizaron a Emma en lo más mínimo. ¿Acaso sabrían ellos algo? Su mente era un furioso enjambre que amenazaba con provocarle un intenso dolor de cabeza.
Se las arregló para mantener el semblante neutral e hizo amago de entrar, pero el brazo extendido de Rhett la detuvo y palideció.
—Tú también pareces enferma, ¿no pudiste dormir bien anoche? —indagó, con un tono de preocupación que no logró engañarla.
—Oh, sí, lo hice...más o menos. Pero estoy bien, gracias —replicó y la sonrisa forzada le salió más tensa de lo que le hubiera gustado.
Contuvo la respiración ante la escrutadora mirada de ambos.
Hasta que al fin, él apartó el brazo y la dejó pasar cortésmente. Cuando lo hubo rebasado, escuchó que le susurró al oído:
—Me alegra, cuando quieras repetirlo ya sabes dónde encontrarnos.
Se puso rígida, pero siguió adelante sin volver la cabeza ni una sola vez. Lo peor de todo era que una pequeña parte de ella, la más perversa, había sentido un anhelo casi obsceno ante aquella descarada insinuación. Sin embargo, la reprimió, molesta consigo misma.
Divisó a Francis sentado en un discreto pupitre del fondo y ocupó el asiento contiguo, saludándolo.
Lo primero en lo que se fijó fue en lo demacrado que estaba; apenas correspondió con un gesto de la cabeza, unas ojeras violáceas contrastaban con la palidez de su piel y tenía los ojos rojos e irritados. Frunció el ceño, preocupada.
—Francis, ¿todo bien? —inquirió y al ver que asentía, sin alegar nada más, añadió —: ¿dónde está Nadia?
—No ha venido, esta mañana me ha avisado de que se encontraba mal. Una gripe, probablemente falte unos días —aclaró y por más que se esforzaba sonar neutral no podía disimular su nerviosismo.
—Ah, vaya, por eso no ha contestado a mi mensaje. Ya sabes, me preocupaba que hubiera pasado algo anoche...—Emma dejó la frase en el aire, calibrando su reacción.
—Ya...no, no pasó nada —contestó, encogiéndose de hombros con demasiada ligereza como para resultar un gesto espontáneo. Emma era experta en los pequeños detalles, lo había aprendido de Axel.
—¿Pero encontrasteis algo? —insistió. No estaba dispuesta a dejarlo correr así como así.
—No, no había nada. Parece que nos equivocamos.
No se le escapó que al responder evitó su mirada, pareciendo demasiado interesado en abrir su libro por la página correcta.
—¿En serio? ¿Estás seguro de que buscasteis por todas partes? —Emma presionó un poco más, hasta obtener el efecto deseado.
Francis resopló, hastiado, y zanjó la cuestión con tono cortante.
—Sí, Emma, y por eso te digo que deberíamos dejarlo.
—Pero...
—Ya lo hablamos otro día, ¿vale? Como no apruebe este trimestre mis padres me matan.
Y con aquella excusa dio por finalizado el tema.
Emma decidió no seguir insistiendo, pues a aquellas alturas ya se había dado cuenta de que sería en vano.
Ya no le quedaban dudas: algo realmente malo había sucedido anoche para que Francis estuviera actuando de ese modo, demasiado taciturno y paranoico.
¿Y Nadia? ¿Estaría realmente enferma? Algo le decía que no.
Y no pensaba parar hasta averiguar qué le estaban ocultando.
Su mirada se cruzó con la de Rhett por unos segundos y se percató de que los había estado observando.
Un escalofrío le azotó la nuca.
En ese momento llegó el profesor y la clase dio comienzo, pero le resultó imposible concentrarse.
Su mente ya estaba inmersa en todo tipo de teorías.
...
Axel había quedado con Dylan en una pintoresca taberna del barrio francés, con espectáculos de música jazz en vivo para amenizar el ambiente.
Su amigo se estaba retrasando ligeramente, así que decidió pedir una cerveza -solo una, porque estaba de servicio- para amenizar la espera.
Lo cierto era que el grupo era bueno y se dejó llevar por el aire electrizante que transmitían. Necesitaba relajarse un poco, porque últimamente no tenía un solo segundo de descanso y aquello empezaba a pasarle factura.
Apenas podía dormir unas horas por las noches y era gracias a Dalia; ella mantenía dormidos a sus demonios.
A veces se sorprendía a sí mismo deseando haberla conocido antes, cuando todavía no se había dado cuenta de lo podrido que estaba el mundo.
Suspiró, intentando aligerar el peso que llevaba sobre los hombros. Demasiadas preocupaciones para una mente torturada como la suya...
Dylan entró en el local en ese instante y lo divisó a un lado, sentado en un taburete frente a la barra y con aspecto de estar sumido en sus pensamientos, los cuales nunca lo llevaban por buenos derroteros.
Desde que lo conoció, hacía ya más de seis años, había presenciado su ascenso, su caída y su renacimiento. Ambos estuvieron para el otro en las buenas y en las malas. Nunca había tenido -ni tendría- un amigo más leal que él.
—¿Cómo va eso, Ax? —saludó, palmeándole la espalda. Este alzó la vista y esbozó una media sonrisa antes de indicarle que tomara asiento a su lado. Eso hizo.
—Tirando ¿y tú? Parecías preocupado por teléfono —puso de manifiesto, haciendo gala de su sagacidad.
Por toda respuesta, Dylan asintió, enigmático y esperó a que le pusieran delante la jarra de cerveza para beber un más que generoso trago, lo cual no auguraba nada bueno.
—Ya, tengo algo que contarte —fue todo lo que dijo.
—Vale, pues suéltalo —lo instó Axel, que no se caracterizaba precisamente por ser paciente.
A sabiendas de que no tenía sentido seguir con el secretismo, Dylan lo soltó a bocajarro. La sinceridad aplastante era uno de los mandamientos clave en aquella amistad.
—Anoche...Meghan Reed durmió en mi casa, conmigo. —Al percatarse de la manera en que su amigo lo miraba, con las cejas enarcadas, se apresuró a explicarse. —Pero no es lo que estás pensando, solo dormimos. Ella estaba muy borracha —acotó, recordando a la belleza de pelo castaño y ojos felinos que lo había encandilado sin siquiera esforzarse.
—¿Y cómo llegó a tu casa?
Axel analizó la situación como lo haría con uno de sus casos.
—Me la encontré al salir del hospital. Iba para casa y ella estaba a punto de vomitar junto a mi coche —rememoró y su amigo supo reconocer la primera señal de peligro al no hallar el menor rastro de molestia en su tono. Dylan era muy quisquilloso con su coche —, así que la ayudé y como no me daba ninguna dirección para que pudiera llevarla a su casa...tuve que traerla a mi piso.
Axel frunció el ceño, pensativo.
—¿Y te dijo por qué bebió tanto? O no lo sé, algo. No es propio de ella, al menos no de la Meghan que conocí —objetó, dejando que su vena de inspector saliera a flote.
—Solo dijo que su vida era una mierda y lo odiaba todo. Y honestamente, con lo que me contaste que le hicieron a su padre no puedo culparla.
La rabia era notoria en el tono de su amigo.
—Sí, todavía no ha conseguido superarlo. ¿Pero ella... te gusta?—decidió preguntárselo sin tapujos, ambos sabían que no era hombre de andarse por las ramas.
Dylan suspiró, pasándose las manos por el pelo.
—Sí —confesó, entre frustrado y eufórico. — Joder, anoche me abrazó mientras dormía y no sabes las ganas que tenía de follármela, pero también de conocerla. Esta mañana, antes de marcharse me ha dado su número y quería comentártelo para asegurarme de que no te importa.
Lo miró a los ojos, estudiando su expresión aparentemente neutral. Cuando vio que se apresuraba a negar, casi horrorizado por esa mera insinuación, dejó escapar el aire contenido. Se había quitado un peso de encima.
—No, para nada. No fue nada serio para mí, así que adelante —lo animó, con gesto cómplice. Su expresión se suavizó. Valoraba su sinceridad y el gesto que había tenido. — Pero gracias...por contármelo y espero que me mantengas al tanto.
Su amigo se rio. Como en los viejos tiempos, pensó.
—Lo haré. Bueno, ¿cómo va el caso? —cambió de tema abruptamente y Axel soltó un resoplido que hablaba por sí solo.
—Mal. Estamos dando palos de ciego —admitió y apretó la mandíbula al pronunciar las siguientes palabras. —Estamos esperando a que nos aprueben la solicitud para visitar al íncubo en el psiquiátrico, creemos que está en el ajo...y yo no sé si voy a poder aguantar, Dylan.
Su amigo le puso una mano en el hombro en señal de apoyo. Él mejor que nadie sabía lo difícil que debía resultar aquello para Axel, después del calvario que había supuesto para él que le retiraran su placa y su puesto, exiliándolo al olvido durante más de un año y provocando que se refugiara en el alcohol.
Lo castigaron cuando deberían haberlo premiado por tener el valor de hacer lo que nadie más hizo.
—Joder. ¿Has hablado con Dalia? Axel, no cargues con esto tú solo —le aconsejó. No quería volver a verlo hundido, ahora tenía una familia en la que apoyarse.
Axel apuró su cerveza y asintió, con desgana.
—Ya, lo sé...solo estoy buscando el momento adecuado para abordar el tema, pero hablaré con ella —aseguró, a lo que Dylan asintió, conforme.
—Bien.
Al cabo de un rato de agradable silencio en el que bebieron y disfrutaron de la música, Axel se puso en pie. Tenía que marcharse antes de que se le hiciera tarde.
—Bueno, tengo que irme. El deber me llama —declaró, con ese tono sarcástico que era casi su sello de identidad. Dylan sonrió.
—Claro. Pero no te metas en líos ¿eh? —le tomó el pelo, aunque eso no quería decir que no fuera cierto.
—No te prometo nada —replicó y luego se volvió hacia él y sonrió, malicioso. — Y Dylan ¿nos tomamos otra la semana que viene? Presiento que tendrás mucho que contarme.
Por toda respuesta, su amigo se echó a reír, ganándose una mirada reprobatoria de la cantante que estaba actuando en aquel momento.
—Hecho —aceptó.
Axel se despidió de él con un saludo militar y salió en dirección a su coche, esquivando a un grupo de turistas ebrios que se tambaleaban por las aceras.
Al otro lado de la calle solitaria, una mujer pintaba un bonito cuadro para añadir a su colección ambulante.
Ojalá tuviera tiempo de pararse a mirar, pensó. El arte callejero le encantaba. Era una de las pocas cosas que todavía merecían la pena en aquella ciudad.
Al accionar el mando se percató de que algo no iba bien. El sobre marrón que alguien había depositado cuidadosamente sobre el parabrisas llamó su atención de inmediato.
Lo cogió con cuidado y, tal y como esperaba, vio que no llevaba remite ni nombre alguno. Así que lo abrió, extrayendo las cinco fotografías que contenía.
Y al examinarlas sintió que la bilis le ascendía por la garganta por lo dolorosamente familiares que le resultaban. Habían sido las protagonistas de innumerables pesadillas.
Y ahora alguien las usaba para atormentarlo. Un nombre se le vino a la cabeza, no le cabía la menor duda de que había sido él. ¿Pero cómo pudo hacerlo? Era imposible, a menos que contara con ayuda.
Las manos comenzaron a temblarle al leer la nota que habían escrito por detrás con tinta roja que se asemejaba a la sangre fresca. El corazón le iba a toda máquina en el pecho, la culpabilidad le hundía sus garras hasta el tuétano.
Murieron por tu culpa.
Eso era lo que ponía.
Intentó serenarse, respirar profundo y toda esa mierda. Pero al final lo único que lo calmó un poco fue beberse la mitad de la petaca llena de whisky que todavía llevaba consigo en el bolsillo de su chaqueta de cuero. Un viejo hábito del que no conseguía desprenderse.
Porque aquellas eran las fotos de las cinco víctimas que se había cobrado El círculo de la noche.
Cinco chicas inocentes que fueron sacrificadas como ganado porque él no supo hacer su trabajo y no logró detener a esos malditos enfermos hasta que fue demasiado tarde.
Apretó los puños y le dio un golpe al capó, con una rabia desmedida que asustó a la pobre pintora.
El íncubo acababa de enviarle un mensaje. Era un desafío en toda regla, uno de sus jueguecitos mentales.
Y pensaba responderle con sus mismas artimañas.
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