X CAPÍTULO 11: DEMONIX NOCTAE X
Emma estaba tan nerviosa aquella noche que no pudo evitar adelantarse a los acontecimientos y salió de su casa antes de que Paul le avisara si al final había podido convencer a los Blood para que fueran con él al club.
El chico le había prometido que si no lo lograba, él no la dejaría tirada y con eso le bastaba; confiaba en su palabra.
Además, Nadia y Francis ya estaban listos para actuar tan pronto como ella los avisara. Y para eso debía asegurarse de que Jacqueline y Rhett se encontraban ya en el local.
Así que, sosteniendo el folleto entre las manos y con paso presuroso, se encaminó hasta el infame local – estaba tan escondido que le costó un poco ubicarlo – bajándose de tanto en cuando la ajustada tela del vestido negro de licra que había elegido para la ocasión y que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Además, había decidido rematar el conjunto con unas medias de rejilla y unas botas de tacón alto. En cuanto al maquillaje, tan solo se había aplicado sombra oscura en los ojos y un pintalabios granate. Esperaba que bastara.
No sabía si había algún código de vestimenta, ya que en el folleto que le dio Rhett no especificaba nada, así que solo pudo intuir lo que sería apropiado basándose en los modelitos que solía llevar Jacqueline.
Emma vaciló unos segundos frente a la puerta – negra por completo, donde destacaban en relieve unas letras de neón con el nombre del local –, extrañada porque no había cola para entrar, como solía ser habitual en las discotecas. Quizá se debía a que acababa de abrir y todavía no tenía mucha clientela, pensó.
Sin embargo, tampoco divisó al portero. Así que, armándose de valor, decidió entrar a echar un vistazo. Eso sí, prometiéndose que a la menor señal de peligro u otra movida rara, se largaría sin mirar atrás.
Tan pronto como hubo asomado la cabeza hacia el interior, una figura corpulenta apareció en su campo de visión de súbito y Emma se echó hacia atrás, con el corazón a punto de salírsele por la boca debido al sobresalto.
Ahí estaba el portero. Y realmente era aterrador; casi dos metros de puro músculo, el pelo largo hasta la cintura y una cantidad insana de tatuajes y piercings.
Emma tragó saliva cuando el gigante extendió la mano para que ella le mostrara su invitación, sin mediar palabra. Se la tendió, con cara de circunstancias.
Apenas una fracción de segundo después se la devolvió, con un parco asentimiento de aprobación y se apartó a un lado para franquearle el acceso. Parecía que era hombre de pocas palabras...
Tanto daba, Emma no iba a darle la oportunidad de que cambiara de opinión, así que pasó por su lado con agilidad y entonces el club quedó a la vista, arrancándole una exclamación de sorpresa. Era mucho más llamativo de lo que esperaba; con focos que pendían del techo en luces led de distintos colores, dando un aire magnético al ambiente. Una música siniestra resonaba por los altavoces, situados al fondo, y aunque el local todavía no estaba lleno los pocos clientes que había danzaban al compás con movimientos sinuosos, como hipnotizados por la letra de la desconocida melodía que a Emma se le antojó tan sugerente como bizarra.
Nadie le prestó atención a medida que esquivaba los cuerpos ondulantes en busca de Rhett y Jacqueline, quienes no parecían estar a la vista. ¿Y si no habían llegado todavía? Emma respiró hondo para intentar frenar la oleada de nerviosismo que la invadió, diciéndose a sí misma que debía disimular mejor. A fin de cuentas, se suponía que estaba allí para divertirse y más le valía empezar a meterse en el personaje.
Empezó por imitar los movimientos del resto y se dejó llevar por la canción, que hablaba de perderse a una misma y de cometer locuras. Tan ensimismada estaba que no se percató de que un camarero había acudido a ofrecerle una bebida hasta que este tocó su hombro, tratando de llamar su atención.
Ella dio un respingo, sobresaltada. El chico, que debía tener más o menos su edad, le ofreció una sonrisa a modo de disculpa que la hizo relajarse. Estaba paranoica...
Lo cierto es que su apariencia – dentro de lo que cabía – era la más común que había visto. Tan solo llevaba un uniforme negro y un pendiente en la oreja derecha. Era rubio y parecía agradable.
— ¿Quiere una copa, señorita? — le ofreció, a lo que ella la rechazó con amabilidad. No quería que el alcohol nublase sus sentidos, lo que tenía entre manos era demasiado importante como para cometer una imprudencia por no estar en sus cabales.
El chico asintió y se alejó entre la multitud para seguir haciendo su trabajo. Emma tenía que admitir que el local era mejor de lo que se había imaginado y el servicio tampoco estaba nada mal, aunque de la música no podía decir lo mismo. Pero por lo visto era la única que lo pensaba, a juzgar por la euforia del resto.
Y de repente, todos dejaron de bailar para girarse hacia la entrada con miradas casi rayanas en la adoración. Eso llamó la atención de Emma y enseguida entendió el motivo, al observar a las dos figuras majestuosas que acababan de irrumpir en el club como si este les perteneciera.
Ella lucía un vestido negro de raso que caía por encima de sus rodillas, que había preferido dejar al descubierto y prescindir así de las habituales medias que complementaban sus conjuntos, y unos tacones de vértigo a juego para rematar. Su pelo estaba recogido en una elegante trenza que le daba un aire aristocrático a sus rasgos afilados y pálidos. Rhett iba a su lado, los dos cogidos del brazo como un par de reyes recibiendo a sus súbditos, ataviado con unos pantalones negros de cuero y una camiseta del mismo color con un payaso macabro dibujado en el centro. Sin duda, muy de su estilo.
La joven trató de forzar una sonrisa al percatarse de que los dos la habían visto y acudían a su encuentro, pero estaba tan tensa que no tenía claro haberlo conseguido. Todo el mundo los observaba con interés, seguramente preguntándose quién era esa chica que merecía tanta atención por parte de los hermanos.
— Emma, me alegra que hayas venido. Acompáñanos — la saludó Jacqueline, con una amabilidad que dejó pasmada a la chica. No se fiaba un pelo, estaba segura de que sus intenciones eran de todo menos cordiales.
— Hola, eh...pero mis amigos están a punto de llegar y quiero esperarlos — intentó protestar. La delgada y pálida chica la asía por el brazo y tiraba de ella con una fuerza sorprendente.
— No te preocupes, pueden esperarte aquí tomando algo. Los dejarán pasar, ya hemos avisado a seguridad ¿verdad, Rhett? — adujo.
Él asintió y con una sonrisa lobuna, le dedicó el cumplido más espeluznante de toda su vida. Y no por las palabras, sino por su expresión.
— Bonito vestido. Te queda bien el negro — aseguró y ella juraría que sus caninos relucieron.
— Ah, muchas gracias — atinó a decir, esbozando su mejor sonrisa falsa. Necesitaba actuar relajada para ganarse su confianza.
— ¿Quieres algo de beber? — inquirió Jacqueline.
— De momento no tengo sed, gracias — rechazó, educadamente, por segunda vez. Lo último que haría sería permitir que le sirvieran una bebida en aquel lugar sin tener a sus amigos cerca para vigilar que las cosas no se pusieran feas.
Ambos se echaron a reír al mismo tiempo, sobresaltándola. ¿Había dicho algo gracioso?
— Mírate, pareces una colegiala toda recatada. Estás muy tensa...suéltate un poco. No mordemos, ¿a que no, Rhett?
— Somos inofensivos — afirmó él, con cierta inflexión burlona en la voz.
Aquello sí que tenía gracia. Emma sabía lo suficiente de ellos para asegurar categóricamente que inofensivos sería la última palabra que emplearía para describirlos.
— Ven al reservado, aquí hay demasiado ruido — propuso entonces Jacqueline.
Aquello alarmó a Emma, que no esperaba ese giro de los acontecimientos. Tragó con disimulo y se esforzó por parecer casual en su pregunta.
— ¿Al reservado? ¿Para qué?
— Para que nos conozcas un poco — repuso la joven, como si fuera obvio.
— Así quizá dejes de tenernos miedo — completó Rhett, con una sonrisa en la que enseñaba todos los dientes.
Emma dudaba que eso fuera a ocurrir pronto y menos si no dejaban de terminar las frases del otro.
Vaciló una fracción de segundo, meditando si era buena idea o no aceptar una propuesta tan...extraña.
Al final acabó cediendo, porque si no les seguía el juego nunca podría llegar al fondo de todo aquel asunto. Y además, se suponía que había ido allí para ganarse su confianza.
— Está bien, vamos.
— No te arrepentirás — le susurró Jackie al oído con voz cantarina y aparentemente amistosa, pero que a Emma le erizó la piel.
Por alguna razón, tenía la sensación de que iba a suceder todo lo contrario. Sin embargo, era lo suficiente temeraria como para no echarse atrás. Llegaría hasta el final.
Sortearon con habilidad a la gente, que bailaba, reía y bebía como si no hubiera un mañana – y es que durante el tiempo que duró la conversación se había llenado bastante –; los hermanos llevaban la delantera y la seguridad con la que avanzaban indicaba que se hallaban en su elemento.
— La llave del reservado tres, Seth, por favor — escuchó que le pedía ella a alguien – presumiblemente un chico por el nombre o apodo con el que lo había llamado – que no podía ver porque se hallaba en la sala anexa, cuyo acceso era privado por lo que acababa de comprobar. Aquello sí que era interesante, ¿pero sospechoso? Eso tendría que averiguarlo.
Sin embargo, ahora estaba segura de que no estaba perdiendo el tiempo y que había hecho bien al ir allí. Todo aquello, disfrazado bajo un aparente halo de normalidad, olía mal. Algo turbio estaban escondiendo, de eso estaba segura. Y no pensaba marcharse hasta averiguar de qué se trataba.
No obstante, mientras el tal Seth respondía algo entre susurros apenas audibles, Emma giró la cabeza una última vez en dirección a la entrada para ver si había señales de los Blood. Pero no tuvo tiempo de atisbar nada con claridad, pues la mano de Rhett tiró de ella hacia el reservado y de mala gana, tuvo que avanzar.
Eso sí, para cuando hubo puesto un pie en el anexo, ya no había ni rastro del tal Seth y ella se hallaba a solas en una habitación con dos presuntos líderes de una secta juvenil muy peligrosa.
Solo esperaba poder salir de una pieza y encontrar respuesta a algunos interrogantes. Y rezar para que Nadia también tuviera éxito en su misión.
...
La luz del reservado era mucho más tenue, con matices anaranjados. Había una cama tamaño King con sábanas negras en el centro de la estancia y velas aromáticas por todas partes. Emma pensó que el ambiente estaba un poco saturado, demasiado ambientador. Inspiró hondo para relajarse y se entretuvo observándolo todo con curiosidad. Las paredes eran de un rojo carmesí, ¿habrían escogido ellos el color?
— El local está genial y para ser nuevo parece que está adquiriendo mucha popularidad, ¿es vuestro? — inquirió, intentando obtener algunas respuestas. Ya estaba bien de formalidades, era hora de ir al grano con sutileza.
— Algo así — admitió Jacqueline, con parquedad. Pero ella no dejó que eso la disuadiera en su búsqueda de respuestas.
— ¿Y cómo lo habéis hecho?
— Digamos que con los contactos adecuados todo se puede, Emma — intervino entonces Rhett, con un tono extrañamente sombrío.
— Cierto — concedió, antes de lanzar el primer órdago con toda la sutileza de que fue capaz —. Ojalá que poco a poco la ciudad vaya volviendo a la normalidad, después de la tragedia que sucedió con Patricia Santos necesitamos un poco de paz...
Silencio sepulcral.
Los dos hermanos se miraron de un modo que Emma no supo dilucidar hasta que Jacqueline le dio la razón.
— Desde luego.
Bien. Segundo intento.
— Vosotros la conocíais ¿verdad? Tengo entendido que iba a vuestra clase. Lo siento si soy indiscreta, solo es curiosidad — añadió, haciéndose la inocente.
— Sí, así es. Una verdadera tragedia, como bien has dicho.
Parecía que tenían muy bien calibradas sus respuestas y ello hacía recelar todavía más a Emma de su veracidad. No les creía una palabra, estaba segura de que sabían mucho más de lo que aparentaban.
— Le habría gustado este sitio — aseguró sorpresivamente la chica, captando de inmediato el interés de Emma. Rhett se limitó a asentir.
Se estrujó los sesos buscando la manera de formularles algunas preguntas sin llegar a ser lo bastante obvia como para delatarse, pero por alguna razón le costaba pensar con claridad. Se sentía abotargada y demasiado relajada para la situación en la que se encontraba.
Y entonces ocurrió algo que jamás se habría esperado.
La mano de Jacqueline se posó sobre su muslo y empezó a ascender por el dobladillo de su vestido, traviesa. Al principio, Emma se alarmó y su inquietud fue notoria en su expresión, pero enseguida Jacqueline se ocupó de tranquilizarla. Mientras, Rhett las observaba sin perderse detalle y esgrimiendo esa característica sonrisa torcida.
— Shh, tranquila, no nos tengas miedo...déjate llevar, Emma. Te aseguro que no experimentarás nada igual — le susurró al oído, inclinándose sobre ella tanto que pudo sentir su aliento mentolado.
Se estremeció, pero no de miedo.
Luchó consigo misma un poco más, pero al final se encontró asintiendo con la cabeza...esperando.
Jacqueline se tumbó a horcajadas sobre ella y antes de que supiera siquiera qué estaba pasando, enmarcó su rostro con ambas manos y la besó en los labios.
Y fue un beso lento, profundo y sensual. Sin duda esa chica sabía cómo desenvolverse, porque pronto estuvo llevando las riendas hasta que su lengua se enroscó con la de Emma, que se dejó hacer.
No sabía por qué, pero en aquel momento la chica sobre ella le pareció irresistible, tan atractiva y sugerente que quería más de lo que le estaba dando.
Nunca había experimentado con ninguna mujer, tampoco era algo que se le hubiera pasado por la cabeza jamás. Hasta aquella noche.
Rhett observaba el espectáculo a unos pocos pasos de ellas y había dejado al descubierto su erección. A Emma le sorprendió lo dura y gruesa que era...de un tamaño impresionante para su fisonomía. Realmente engañaba.
La respiración se le aceleró cada vez más al ver que se estaba masturbando frente a ellas. Verlas enrollarse lo excitaba sexualmente.
El cuerpo de Emma ardía de excitación y deseo. La lengua de Jacqueline no se limitó a explorar su boca, sino que bajó por su cuello, clavícula y pechos a un ritmo insoportablemente lento, mientras su mano se enroscaba en torno a su sedoso cabello y tiraba de él con fuerza. Era tan dominante y poderosa...parecía una diosa de otro mundo.
Y enseguida se arrepintió de haber tenido un pensamiento tan absurdo. Pero no podía evitarlo.
Pronto quedó claro que a la pelinegra le gustaba tener el control.
Rhett se sacudía la polla de arriba abajo, en movimientos agresivos y circulares que le arrancaban ásperos gemidos y gruñidos que a su vez no hacían sino calentarlas más a ellas.
— ¿Quieres ver cómo mi hermano se corre por nosotras? Observa, esta es la mejor parte.
Emma solo atinó a farfullar una réplica sin sentido. Había perdido todo rastro de racionalidad o cordura.
Rhett tenía las venas del cuello y los brazos inflamadas por la adrenalina y su respiración era un desastre. Emma no quería ni pensar en su propio aspecto.
Jacqueline, que estaba depositando besos por todo su cuello - chupando la zona más sensible – se detuvo y susurró en su oído, con malicia:
— ¿Te gustaría que te follara delante de mí? ¿Cómo de fuerte gritarías si te metiera su miembro en la boca?
Por culpa de su turbulento pasado, Emma no se sentía nada cómoda ante la idea de practicar mamadas, hasta ahora era algo que solo lo había hecho con Carlos. No obstante, había algo en el tono aterciopelado y sugestivo de su voz que le hacía imposible resistirse a todos sus mandatos. Estaba disfrutando tanto que se sintió mal, porque eso era lo último que tenía en mente que sucediera.
— Díselo a mi hermana, confiésale que te mueres de ganas — la incitó él, lascivo.
— Yo...no sé...— farfulló, tan confundida que ni siquiera atinaba a hilar una frase seguida.
Jackie acudió en su ayuda.
— Shh, está bien pequeña, estamos solos los tres. Puedes ser sincera. La noche está llena de posibilidades, ¿no te gustaría explorarlas? — musitó, acariciando su cabello con mimo. Emma cerró los ojos de placer, todo rastro de racionalidad la había abandonado hacía rato.
— Sí — gimió, con la voz ronca y desconocida. Sentía un nudo de nervios entre las piernas y los ásperos gruñidos de Rhett al masturbarse comenzaban a tener un efecto sugestivo en ella. El ambiente estaba impregnado de sexo y perversiones y ella anhelaba pecar...tan desesperadamente que de haber estado en posesión de su cordura, se habría horrorizado por el carácter libidinoso de sus pensamientos.
Con una sonrisa triunfante y depredadora, Rhett se acercó más hasta ellas. Las manos hábiles de Jacqueline seguían acariciando y frotando las zonas más sensibles de su piel y ella se encontró rogando por más contacto.
La liberación de Rhett cayó a sus pies mientras él emitía un último gruñido, viniéndose brutalmente, y se puso en cuclillas sobre la cama, con su miembro erecto justo delante de Emma, que se humedeció los labios.
— Abre esa boca sucia para mí, Emma —le ordenó, con un tono duro y autoritario que no debería haberla excitado de ese modo. Pero no era ella y al mismo tiempo lo era. Obedeció antes siquiera de que terminara de hablar.
— A ver si puedes tomarla entera. Es muy grande, ¿verdad? Míralo a los ojos mientras la introduces, eso lo vuelve loco — la incitó Jacqueline, que ahora se daba placer a sí misma mientras lo observaba todo en modo voyeur. Los dos hermanos se habían intercambiado los papeles y más tarde, tras haber recuperado algo de lucidez, Emma se preguntaría con cuánta frecuencia hacían aquello y por qué la escogieron a ella.
Empezó tomando la punta y poco a poco fue introduciendo la gruesa longitud hasta que llegó al tope y tuvo que reprimir una arcada. Se recompuso y empezó a trabajarlo con la boca en fricciones tímidas al principio, pero que pronto se convirtieron en puro frenesí.
Él tenía las pupilas tan dilatadas que todo lo que se veía era el blanco de sus ojos y allí, glorioso y despiadado frente a ella, parecía un demonio salido del mismo infierno para arrastrarla a la oscuridad más profunda.
Lo habría dejado hacerlo, aunque más tarde se avergonzaría de ello...mas no de lo sucedido, pues lo disfrutó a pesar de todo.
Él siseó y se vino en su boca cuando ya no pudo más, sin previo aviso. Emma tragó, febril y agotada, pero complacida. Aunque no tanto como los hermanos, que se miraban entre sí con el semblante pletórico.
— Tenías razón, ha resultado toda una sorpresa — admitió él, pasándole la yema del pulgar por las comisuras de la boca para limpiarla.
Emma no podía dejar de admirar su cuerpo y probablemente se habría puesto en ridículo rogándole que la follara, cuando su teléfono comenzó a sonar con insistencia en una señal inequívoca de que los Blood ya habían llegado.
Aun aturdida, atinó a ponerse en pie y se las arregló para coger su ropa – que no recordaba ni haberse quitado – para vestirse con prisa y se tambaleó hacia la salida. Pero Rhett le cortó el paso, con una sonrisa torcida.
Emma tragó. Todavía sentía los sentidos abotargados y una extraña laxitud en las extremidades, pero la conciencia de lo que había hecho empezaba a florecer y tuvo miedo. ¿Y si no la dejaban marchar? ¿Qué haría? ¿Gritar? Nunca la escucharían con la música estruendosa de fuera.
— Por favor...— atinó a decir, con la garganta seca y la boca pastosa. Era un desastre. Dios, ¿qué iba a decirles a sus amigos? La odiarían si se enteraban de lo sucedido.
Pero, ¿no la odiaban ya? El pensamiento intrusivo se abrió paso en ella con amarga resignación.
— Te olvidas el bolso — intervino Jackie, tendiéndoselo con gracilidad. Ella dejó escapar el aire contenido y lo tomó, sin percatarse de la muda conversación que estaban teniendo los dos hermanos con tan solo intercambiar un par de miradas. Así de bien se conocían.
Fue entonces cuando Rhett se apartó tras abrirle la puerta. Su expresión seguía siendo inquietantemente indescifrable.
— Tengo que irme...— musitó ella, antes de cruzar el umbral.
— Claro. Todos vienen voluntariamente a nosotros, Emma. Patricia no fue la excepción. Recuérdalo — susurró la chica.
Emma no entendió a qué se refería. No lo haría hasta mucho después. Como tampoco olvidaría la mirada fija y espeluznante de Rhett.
Lo que hizo en aquel momento fue salir corriendo, sin siquiera preocuparse por su aspecto.
Para su asombro, nadie se detuvo a echarle más de un par de miradas impasibles. Todo el mundo actuaba de un modo francamente extraño en aquel lugar.
...
Paul estaba desquiciado.
Por más que no intentaron, los Blood no pudieron llegar a tiempo al club porque Ramón se había empeñado en hacer recuento de todo el dinero recaudado durante la semana con los trapicheos. Había tenido lugar en el viejo almacén y eso estaba casi en la otra punta de la ciudad, por eso les había sido imposible llegar antes.
Pero no entendía por qué Emma no los había esperado, tal y como acordaron. ¿Cómo era tan insensata para arriesgarse tanto, con todo lo que presenciaron en el pantano?
— ¿Seguro que está aquí? No me haría ni puta gracia estar perdiendo el tiempo — soltó Miguel, a quien aquella música siniestra le estaba crispando los nervios a base de bien.
Isa y Diego no estaban mucho mejor, pero tenían que admitir que a pesar de todo estaban preocupados por Emma. Seguían enfadados con ella por lo de Carlos, claro, pero eso no quitaba que no pudieran borrar el cariño que le habían tomado cuando estuvo en su casa y por eso estaban allí. No podían dejarla a su suerte.
Pero si le había pasado algo...
— Mirad, ¿no es aquella? — señaló Diego, con el ceño fruncido. Y enseguida comprendieron el motivo de su extrañeza al percatarse de su andar errático y su mirada perdida.
Eso fue la gota que colmó el vaso para Isa, que echó a andar a su encuentro y la asió por el brazo, atrayéndola hacia un rincón apartado para echarle la bronca. Aquella no era la Emma que ella conocía.
— ¿Qué demonios? ¿Nosotros preocupados por ti y resulta que estabas drogándote? — espetó, furiosa.
La aludida parpadeó, aturdida. ¿Por qué estaban todos tan enfadados de pronto?
— No...no he tomado nada — aclaró, con un hilo de voz.
Ninguno la creyó. Ni siquiera Paul, por más que le habría gustado defenderla, porque tenía las pupilas dilatadas.
— ¿Con quién has estado? ¿Has visto qué aspecto tienes? — la interrogó Isa, anticipándose a su hermano. Ella se encargaría, era mujer y tenía más tacto para esas cosas.
A Emma le entraron ganas de llorar al ver cómo la miraban todos – especialmente Paul, que evitaba sus ojos –, no entendía por qué la estaban acusando. Pero con qué cara iba a defenderse, después de lo que había sucedido en ese cuarto con Rhett y Jacqueline...sintió vergüenza. ¿Cómo se le había ido todo tanto de las manos? No lo sabía.
Abrió la boca para decir algo, lo que fuera, pero entonces los hermanos hicieron acto de presencia de nuevo en la sala y eso bastó para que los Blood ataran cabos.
Miguel maldijo entre dientes y la mirada de Diego estaba cargada de desprecio...hacia Rhett. Emma recordó entonces que se conocían y supo que inevitablemente iba a producirse un enfrentamiento.
Así fue.
— Quédate aquí, Emma — le dijo Isa, tensa. Pero ella no estaba por la labor.
— No, Isa, por favor...¿qué vais a hacer? — suplicó, cogiéndola del brazo para frenar su avance. Pero ella se soltó con impaciencia.
— Aclarar algunos puntos — fue su parca respuesta.
— ¡No! Paul, por favor — acudió entonces a su amigo, desesperada.
Sin embargo, esta vez no surtió efecto. Podía ver la ira en sus ojos y eso la impactó. Desde que lo conocía era la primera vez que lo veía tan enfadado y se echó hacia atrás cuando le clavó una mirada dura.
No obstante, enseguida suavizó su gesto y tragó saliva.
— Mantente al margen, esto iba a pasar tarde o temprano — sentenció y para ella fue como recibir una bofetada sin manos.
Se apresuró a ir tras ellos, Miguel y Rhett ya estaban frente a frente y la tensión que se respiraba en el ambiente era tan intensa que no entendía cómo el resto de clientes podía seguir con la fiesta como si nada, parecían ajenos a todo cuanto los rodeaba.
— ¿Qué coño le habéis hecho, eh? — exigió, con ademán agresivo.
Rhett acentuó esa sonrisa espeluznante, completamente controlado. Tanto que daba miedo.
— Nada que ella no deseara, ¿no es así, Emma? — Jacqueline intervino entonces en la conversación, haciendo gala de esa seguridad aplastante. Isa le gruñó.
Al verse convertida de nuevo en el centro de interés, la aludida no tuvo más remedio que aceptarlo con un débil asentimiento. No sabía cómo iba a poder mirarlos a la cara después de aquello.
— ¿Qué drogas le habéis echado? — exigió saber Paul, a quien le estaba costando controlarse. Incluso Miguel le echó una mirada de sorpresa.
Rhett se echó a reír.
— ¿Droga? ¿Os creéis que estamos en vuestro territorio? No hay drogas aquí.
— ¡Serás cínico! ¿Es que no ves cómo está? — Isa no lo aguantó más y se le encaró. Él la miró como si fuera un molesto chicle pegado a la suela de sus zapatos y Miguel perdió los nervios. Diego intervino justo a tiempo para aplacarlo.
— Será el ambiente que está muy cargado. De haber sabido que estos eran los amigos a los que te referías no los habría dejado entrar — soltó Jacqueline, fastidiada.
Isa le enseñó el dedo corazón y la joven le mandó un beso, con gesto socarrón.
— Por favor, dejadlo ya...— rogó Emma, sintiéndose cada vez más mortificada. Deseó que la tierra se la tragara en aquel instante. Todo estaba saliendo mal y para colmo todavía no tenía noticias de Nadia y Francis.
— ¿Y por qué no nos sacáis si os atrevéis? — Miguel hizo gala de toda su chulería y se acercó peligrosamente a Rhett.
Ahora sí que estaban comenzando a llamar la atención y eso no pareció gustarles.
— Veo que no eres ni la mitad de listo que Carlos, él supo mantenerse al margen...como nosotros lo hemos estado de vuestro territorio. Pero las cosas pueden cambiar — sonó como una amenaza.
Isa y Diego sujetaron a Miguel.
— ¿Ah, sí? ¿Por qué no vamos fuera y lo arreglamos, cara cortada? — lo increpó Diego, con el mismo apodo que tantas veces habían empleado muchos niños en el orfanato para burlarse de él, a sabiendas de que no lo soportaba.
Aquella vez no fue la excepción.
El rostro de Rhett se volvió rojo debido a la ira que le recorría el cuerpo y gruñó, acercando su cabeza a la de este, hasta que ambos se chocaron, con violencia. Permanecieron así varios minutos, sosteniendo un duelo de miradas mortales. Era tal la ferocidad de sus expresiones que nadie de entre las cientos de personas que había alrededor se atrevió a separarlos. Emma estaba inquieta, Isa furiosa y Paul...circunspecto. Solo Miguel parecía satisfecho, pues tenía ganas de bronca.
Al final, fue su hermana quien decidió poner fin a aquello, al ver que ya se acercaban un par de seguratas, seguramente alertados por el escándalo que habían armado un rato antes.
— Rhett, tranquilo. Aquí no — fue todo lo que le susurró Jacqueline, sujetándolo por la cintura para intentar despegarlo de su oponente. Él se resistió. Parecía fuera de sí. Al final, tras una mirada de Jacqueline, varios de los silenciosos chicos de negro que conformaban aquella secta y se habían mantenido en un discreto segundo plano, se acercaron hasta él y lo sujetaron por los brazos, tratando de llevárselo de allí.
Sin embargo, él se revolvió con brío para dirigirle unas palabras amenazantes que elevaron todavía más la tensión en el ambiente.
— Si yo fuera tú dormiría con un ojo abierto y otro cerrado.
Diego se cuadró de hombros.
— ¿Ah sí? No me digas. ¿Habéis oído eso? Mira cómo tiemblo — se burló, acentuando más la ira del otro chico.
— Rhett — volvió a repetir Jacqueline, tirando de su cintura con más fuerza para intentar aplacarlo —. Vámonos, venga no vale la pena.
Lentamente y sin apartar esos ojos de hielo de él, asintió y se dio la vuelta para marcharse.
Solo cuando se hubieron alejado entre el gentío Emma pudo respirar tranquila de nuevo.
— ¿¡Por qué narices tenías que decirle eso?! — espetó Isa, empujándolo —. Son peligrosos, Diego. No sabemos a qué nos enfrentamos.
Diego puso los ojos en blanco.
— Por favor. No es para tanto. Conozco a Rhett desde pequeño, ladra mucho pero te aseguro que no muerde.
— Aun así, creo que no deberías haberlo cabreado — expresó su inquietud Emma.
No quiso decirlo en voz alta para no aumentar la tensión, pero ella no creía que esas amenazas fueran en vano.
— Estoy de acuerdo con Emma — la apoyó Paul, dejándola atónita.
— Bueno, Emma tiene muchas cosas que explicarnos — apostillo Isa, con una mirada acusatoria que la hizo tragar. Tenía razón.
— Lo haré — prometió.
El portero les pidió – no muy amablemente – que se retiraran, cuando algo llamó su atención. Un rostro que se hallaba entre la multitud y se le hacía conocido.
— Vámonos de aquí antes de que le haga un traje a ese hijo de perra — gruñó Miguel.
— Esperad — los frenó ella, que no pensaba marcharse hasta estar segura de si la conocía o no.
Y entonces, cuando se echó hacia atrás la larga melena castaña para tener más libertad de movimientos al bailar, ya no tuvo duda; claro que la conocía.
Era Meghan.
¿Pero qué estaba haciendo allí?
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