X CAPÍTULO 10: OBSCURITAS X
Una congregación de religiosos se había concentrado frente al Departamento de homicidios para protestar por la oleada de violencia que estaba sacudiendo a Nueva Orleans, especialmente a raíz de que trascendiera en prensa la noticia del crimen de la pasada noche.
Había sido inevitable que se acabaran enterando, pero nadie esperaba una reacción como esa.
En el laboratorio, todavía estaban trabajando para analizar las muestras y el forense todavía no había terminado su trabajo. Sin embargo, lograron identificar enseguida a la víctima; una joven de diecinueve años llamada Victoria Duchamp con una vida aparentemente normal y ordenada.
Pero hubo un dato que enseguida llamó la atención de los investigadores y fue su apellido, el cual les resultaba demasiado familiar. Al hacer una comprobación rápida comprendieron por qué.
Era la sobrina de la difunta Marguerite Duchamp, la Madre Superiora del orfanato que había estado en el centro de su último caso. Y, aquello no podía ser casualidad, la chica asistía a un colegio católico en Luisiana.
El catolicismo era la religión predominante en la ciudad, así que eso no era un dato relevante por sí solo...pero las cosas cambiaban si analizaban el perfil del asesino y lo que buscaba. Una chica presuntamente pura a la que corromper. Victoria parecía ser la víctima perfecta.
— Maldita sea, ¿cuánto llevan ahí? — Axel golpeó el volante con frustración al ver la barricada que les impedía el paso. La cola de coches ya daba la vuelta a la manzana y eso que tan solo eran las siete y media de la mañana.
— Desde un poco más de media hora, según el comisario. Esto es un caos, joder, la prensa tiene que estar disfrutando con este espectáculo. Ya están aquí los buitres del canal La actualidad — gruñó Kevin, de mal talante. Él vivía muy cerca de allí y lo habían despertado con el escándalo.
Axel blasfemó como un carretero, lo que divirtió a Dalia que, con mucha más paciencia que él, tomaba un sorbo de su café helado mientras esperaba a que la policía dispersara el tumulto. No parecían estar muy dispuestos a colaborar.
Había curas, monjas e incluso un obispo que debía venir de fuera, con pancartas de repulsa. Entre ellos se hallaba el sacerdote Isaiah, quien parecía mucho más repuesto que el otro día tras el incidente en su iglesia, y recitaba a viva voz un pasaje de la biblia contra los blasfemos y pecadores.
Muchos ciudadanos de a pie que pasaban por allí se unieron a las protestas, mientras que otros grababan y la mayoría de personas que se habían quedado atrapadas en el tráfico como ellos pitaban y se quejaban desde las ventanillas.
El ambiente empezó a ponerse tenso.
— ¿Y qué hizo vuestro Dios para evitar que mataran a esa chica? La única justicia es la del pueblo — los increpó un hombre desde su coche. Eso provocó el asombro y la indignación entre los religiosos, que respondieron. Y poco a poco más gente se fue sumando para opinar a favor y en contra.
— Hay que dispersarlos o la cosa se pondrá fea — advirtió Michael, desde la radio. Él estaba en el departamento, había podido entrar justo antes de que se concentraran allí.
Axel estuvo de acuerdo y antes de que Dalia pudiera detenerlo se bajó del vehículo, ajustándose la pistola al cinto. La inspectora temió que pudiera ponerse a repartir tiros y bajó apresuradamente tras él, lista para hacer de mediadora.
— ¡Señores, hagan el favor de terminar con la protesta, hemos captado el mensaje! — clamó, con su voz potente, haciéndose oír mientras se abría paso a empujones entre la enardecida muchedumbre.
El padre Isaiah se interrumpió a medio sermón – algo acerca del castigo divino – y al reconocerlos, se quedó mudo.
En cambio, los demás continuaron todavía con más ahínco. Axel resopló, empezaba a perder la paciencia. Y no era el único.
— Escuche, le aconsejo que pare esto ahora o las cosas se pondrán feas — le pidió Dalia, con amabilidad.
El hombre habló con los demás, llamando a la calma. Afortunadamente, lo escucharon y guardaron silencio. El obispo le dedicó a su mujer una mirada que no le gustó nada y dio un paso hacia él, pero ella lo detuvo sujetándolo por el brazo con disimulo. Él respiró hondo y se aquietó.
— Esa pobre niña...tienen que hacer algo, tenía toda la vida por delante y ese monstruo le ha arrancado la vida — se lamentó. Y solo entonces Dalia apreció que tenía los ojos hinchados y enrojecidos de haber llorado. Eso llamó su atención.
— ¿Usted la conocía, señor Tolbert? — le preguntó directamente, con tacto.
El hombre asintió, luciendo afectado.
— Así es. Yo era amigo de su madre, Jasmine. Ella era muy religiosa, aunque no tanto como su hermana Marguerite —afirmó y ese detalle era crucial. Necesitaban hablar con él y tomarle declaración.
Dalia tomó la iniciativa.
— ¿Le importaría entrar con nosotros a comisaría para contarlos todo lo que sabía de Victoria y su familia? Su testimonio podría ayudarnos a resolver el caso o por lo menos a avanzar con la investigación — adujo, intentando hacerlo sentir útil y apelando a su empatía.
El sacerdote asintió enseguida.
— De acuerdo, todo en lo que pueda ayudar será bienvenido. ¿Cuándo podremos velar a esa pobre criatura?
— Esperemos que pronto puedan disponer del cuerpo, pero seguimos trabajando.
— Esta noche organizaremos una vigilia en su honor, deberían venir y rezar por ella — intervino entonces el obispo. Por alguna razón, a Axel le causaba rechazo.
— Estamos trabajando a contrarreloj para atrapar a un asesino, no tenemos tiempo para rezar monseñor. Pero gracias por su buena voluntad — espetó y sin esperar a ver si el padre Isaiah los acompañaba, se encaminó hacia el departamento. Sabía que la congregación no tardaría en marcharse tras esa intervención. Y así fue.
Solo esperaban que la declaración de aquel hombre pudiera arrojar un poco de luz en un caso que se tornaba cada vez más sórdido.
X
Apenas eran las cuatro de la tarde cuando Emma, que se preparaba para recibir la visita de Francis y Nadia, recibió una llamada de Axel.
— Hola, ¿va todo bien? — saludó, aparentando un tono casual e inocente.
No coló.
— Vaya, menos mal que me contestas las llamadas. Ayer me preocupó que hubieras perdido el móvil — soltó, con sátira. Ella se sonrojó ante aquella regañina encubierta y oyó por lo bajo un ¡"Axel"! a modo de amonestación, por parte de Dalia.
— Ya, lo siento mucho. Me quedé sin batería y al llegar a casa me dormí, no volverá a pasar — se excusó, mintiendo como una bellaca. Se sentía fatal pero todavía no podía contarles nada de lo que había presenciado, porque no tenía pruebas. Además, nada de eso sería aceptado en un juicio.
A partir de ahora, tenía que hacer las cosas bien.
— Ujum...más te vale. Pero no llamaba solo por eso, se nos va a hacer tarde por aquí, para variar. Supongo que te has enterado de lo que ha pasado, así que...por favor no salgas de casa en unos días — le pidió, con genuina preocupación. Y nuevamente Emma se sintió culpable por estar actuando a sus espaldas. Pero sabía que si se lo contaba sería capaz de encerrarla en comisaría para que se quedara al margen. Y no podía permanecer de brazos cruzados mientras mataban a chicas inocentes.
— Sí, es horrible. Lo siento de verdad por ella. Yo...eh, la verdad es que he quedado con unos amigos para ir a una fiesta. Prometo que tendré mucho cuidado, no me separaré del grupo — se anticipó a la posible bronca. Axel permaneció en silencio tanto tiempo que temió una explosión.
Sin embargo, esta no se produjo.
— Quieres matarme, ¿verdad? — gruñó, con el tono cansado —. Las cosas están muy inseguras en la ciudad, me sentiría más tranquilo si por lo menos te llevas el spray de pimienta y nos llamas cuando vuelvas a casa, por favor — le rogó. Y Axel Wood jamás le rogaba a nadie. Una lágrima se deslizó por su mejilla y se la secó, antes de contestar con la voz rota.
— Lo haré. Te quiero mucho...os quiero a los dos.
— Y nosotros a ti — respondieron ambos, haciéndola sonreír. Se despidió tras hacerlos prometer que cenarían algo – pues a menudo el trabajo era tan extenuante que se saltaban comidas – y a su vez ella les aseguró que estaría bien.
No obstante, después de haber colgado, estando en la soledad del comedor...se preguntó si había sido buena idea hacer esa promesa tan a la ligera.
Pero ya era tarde para arrepentimientos.
Tocaron al timbre y fue a abrir. Aquella noche iban a emprender una misión suicida. Todo estaba organizado y solo esperaba que saliera bien.
X
— ¡¿Que entre yo sola en la casa de esos pirados en plena madrugada para buscar el móvil de Patricia?! ¿He entendido bien?
Tal y como había esperado, Nadia se mostró horrorizada y puso el grito en el cielo.
— Sé que asusta, créeme, cuando me han acorralado esta mañana casi me meo encima. Pero no van a estar, los tendré vigilados en todo momento en esa fiesta y si surgen complicaciones te avisaré.
— Y yo puedo quedarme fuera vigilando, ya que soy un inútil — añadió Francis, mirando su silla de ruedas con amargura.
Emma sintió una punzada de tristeza por sus palabras y Nadia se acuclilló frente a él, enmarcando su rostro con ambas manos en un gesto lleno de devoción.
— No vuelvas a decir eso. Eres más que útil, me sentiré más segura si sé que estás — lo reconfortó. Él sonrió, se notaba que estaba conteniendo las lágrimas.
— ¿Eso significa que aceptas? — quiso saber Emma, esperanzada.
— ¿Seguro que no estará su madre? — inquirió, para asegurarse.
— No, trabaja de noches en el hospital como enfermera y hoy su turno empieza a las diez — contestó, dejándolos pasmados.
— ¿Cómo sabes todo eso?
Francis estaba sorprendido.
— Tengo un amigo que trabaja allí y me ha hecho el favor de mirarlo — simplificó ella, sin querer revelar más información. Ese amigo no era otro que Dylan, que desde que se mudó a la ciudad trabajaba allí y accedió a ayudarla a cambio de que no le contara nada a Axel. Si su amigo se enteraba, querría darle una paliza.
Lo cierto es que Dylan era muy majo. A Emma se lo presentaron apenas llegó y ambos congeniaron pronto. Lo veía como a un tío. Es más, él decía que le encantaba que lo llamara tío Dylan.
— Eres impresionante, chica — la alabó Nadia, haciéndola sonrojar.
— No exageres, solo intento hacer lo correcto — le restó importancia ella —. ¿Entonces lo harás? — Quiso asegurarse, poniendo su expresión más inocente para terminar de vencer sus reticencias. La vida de personas inocentes dependía de que tuvieran éxito.
Nadia exhaló, no se podía creer lo que estaba a punto de decir.
— Está bien, lo haré. Se lo debo a Patricia, a esas chicas y a mí misma. Pero por lo que más quieras asegúrate de mantenerlos vigilados, porque como esos psicópatas me pillen estoy muerta — le pidió, sin poder disimular el miedo que le inspiraban.
— Créeme, esta noche pienso ser su sombra. Avisadme en cuanto lo encontréis, si es que lo tienen ahí, y ya hablaremos del siguiente paso a seguir. Por favor, dejadlo todo como está. Rhett tiene pinta de ser muy meticuloso — les advirtió.
— ¿Estás segura de que es buena idea que vayas sola a esa fiesta? Esos pirados podrían hacerte cualquier cosa — se mostró preocupado Francis. No sabía si estaban involucrados con los repulsivos vídeos que se habían filtrado de chicas drogadas en aquella suerte de mazmorras y siendo abusadas por tipos vestidos de monjes, pero toda precaución era poca. Además, si realmente sus sospechas eran ciertas y Rhett era el chico de los vídeos que acompañaba a Patricia...lo sabrían en cuanto encontraran el móvil.
A menos que los hubiera borrado, claro. Pero de ser así, ¿para qué conservarlo? Ahí debía haber algo lo bastante gordo como para que parecieran dispuestos a matar por ello.
Aunque Emma seguía sin tener claro que fueran los responsables directos del asesinato de aquella pobre chica, Victoria. Cuando los estuvo espiando en el pantano, parecía que le atribuían el atroz crimen a alguien más; alguien a quien llamaban El Oscuro y rendían adoración absoluta.
Pero ¿quién demonios podía ser y cómo descubrirlo sin levantar sospechas? Tenía que ser muy cuidadosa si no quería convertirse en su próxima presa.
— Ah, no os preocupéis. No iré sola — aseguró, aunque no las tenía todas consigo porque después de enviarle ese misterioso mensaje a Paul, él contestó pidiendo más detalles y cuando lo puso al tanto se quedó de piedra y la acusó de haber perdido la cabeza. Luego prometió intentar convencer a los Blood y le dijo que ya la avisaría, pero todavía no le había escrito —. O eso creo.
— ¿Los Blood? — adivinó Nadia, con el semblante algo turbado. Era evidente que no estaba de acuerdo con involucrarlos en aquel asunto y Emma no podía culparla por desconfiar de ellos. Pero eso era porque no los conocía tan bien como ella.
Eran las personas más leales que había conocido. Y todavía se arrepentía de haber tenido que engañarlos.
No los culpaba si decidían no aparecer, pero en ese caso iba a tener que apañárselas sola con Rhett, Jacqueline y su séquito.
Y esa idea se le antojaba espeluznante.
Sin embargo, no se echaría atrás. Llegaría hasta las últimas consecuencias en busca de la verdad.
Ya estaba demasiado involucrada para abandonar.
— Ten mucho cuidado — le pidió Nadia, preocupada. Asintió, dedicándole una sonrisa de agradecimiento. Luego ella se dirigió a Francis, que seguía muy concentrado en su búsqueda —. ¿Has conseguido encontrar algo de información de esas fiestas?
Francis negó con la cabeza, con un resoplido de frustración. Llevaba un buen rato buscando en google información sobre el local donde se iba a celebrar la fiesta; un antro llamado Obscuritas.
Rhett no mintió al decir que era nuevo, apenas había abierto la semana pasada y estaba situado en el séptimo distrito. Era bien sabido que era de las zonas más peligrosas de la ciudad.
— Nada. No se puede acceder a la página web sin contraseña y nick específico. Lo único que pone es que tienen que invitarte a través de un mensaje y no se puede solicitar, es algo que tienen que proporcionarte. Parece que se toman muchas molestias para permanecer en privado y si no estás en la lista no te dejan entrar a las fiestas — se queja, tomándose un descanso.
— Es que suena a secta total, qué horror. ¿Y en serio te vas a meter ahí? ¿Rhett te ha dado una invitación o algo? — le preguntó Nadia y Emma se hacía la misma pregunta.
— No, solo me ha dado el folleto. Supongo que si lo muestro y digo que voy de su parte me dejen pasar, porque si no todo se irá al diablo.
Y pensar en esa posibilidad le provocaba una desazón indescriptible. No podía fracasar.
Además, no creía que los dos hermanos la hubieran invitado sin asegurarse de que le permitirían entrar.
— Rhett dijo que trajera amigos si quería, así que tiene que salir bien — dijo, más para convencerse a sí misma que a los demás.
— Ojalá — deseó Nadia.
Solo de pensar en todo lo que podía salir mal y las terribles consecuencias que ello conllevaría, le entraban escalofríos.
X
— Ya se lo he dicho, Victoria era una joven ejemplar que dedicaba su vida a sus estudios y a Dios — estaba diciendo el padre Isaiah, sin entender adónde querían ir a parar.
Pero ni Axel ni Dalia estaban del todo convencidos de eso. Después de lo que había sucedido con Patricia, no podían permitirse el lujo de ser crédulos.
— Con todos mis respetos, padre, pero eso ya lo he oído antes. Y resultó ser una patraña — apostilló Axel, sin cortarse un pelo. Dalia tuvo que hacer un gran esfuerzo por reprimir una sonrisa. Antes le habría molestado su arrogancia, pero ahora le gustaba...porque era parte de él y lo amaba como no había amado jamás a ningún hombre en toda su vida.
— Le digo la verdad. La conocía desde que era una niña, ella era un ángel. Nunca le hizo mal a nadie.
Así que el padre ponía las manos en el fuego por ella, interesante.
— ¿Y qué hay de su madre? ¿Sabe si era muy cercana a su tía, Marguerite? Antes de que ella muriera, me refiero — aventuró Dalia, queriendo ahondar en el quid de la cuestión. Nadie le quitaba de la cabeza que todo aquello estaba relacionado con el caso del orfanato.
El sacerdote se tomó su tiempo para responder, confirmando así las sospechas de que sabía más de lo que dejaba traslucir.
— Bueno, no era muy estrecha. Marguerite pasó sus últimos años aquejada por una terrible demencia y apenas las reconocía — admitió, sin lucir demasiado apenado al respecto.
— Comprendo. ¿Murió de muy anciana?
Isaiah abrió los ojos desmesuradamente. Era como un libro abierto.
— Me temo que no sé qué tiene eso que ver con Victoria...
Estaba sudando.
— Conteste a la pregunta, por favor — pidió Dalia, imperturbable.
No le quedó más remedio que obedecer, aunque se notaba que estaba incómodo. ¿Qué sabía?
— No tendría más de ochenta años, de modo que tampoco lo era en exceso. Pero si el señor dictaminó que era su hora...
— Asumo que fueron entonces causas naturales — interrumpió Axel, que prácticamente estaba insinuando que lo ponía estrepitosamente en duda. El párroco parecía consternado.
— En efecto, eso nos dijo Jasmine. Pero lo cierto es que hubo algo en todo aquello, quizá el excesivo celo que guardaron en torno a los detalles de la defunción, que me hicieron ponerlo en duda. Marguerite no tenía problemas respiratorios.
— Y dijeron que así era, por eso recela. ¿No es cierto? — Axel era como un sabueso en busca de un jugoso rastro.
— No me entiendan mal, no soy quién para juzgar tal cosa. Por eso guardé silencio. Pero sí, eso fue lo que dijeron. Además, le fue sustraído un crucifijo de su colección ¿saben? Jasmine siempre me rehuía ese tema.
Aquello captó todo el interés de los dos inspectores.
— ¿Un crucifijo, dice? ¿Podría describirnos cómo era exactamente?
El padre pareció desconcertado, pero al final – haciendo memoria – lo hizo. Dalia lo dibujó minuciosamente.
Algo les decía que aquello era de suma importancia.
Si el padre Isaiah estaba en lo cierto y Marguerite Duchamp no tenía problemas respiratorios, su muerte no se había debido a una mera interrupción del suministro de oxígeno, sino a un asesinato planificado.
Y de ser el caso, el crucifijo había sido el particular botín del asesino. Por lo que aún estaría en su poder.
Solo les quedaba lo más complicado; encontrarlo.
Pero para eso habría que reabrir el caso. Sin embargo, no lo conseguirían sin pruebas.
— Tenemos que hablar con Jasmine, Axel — dijo Dalia y él estaba de acuerdo. Solo ella podía proporcionarles las respuestas que buscaban.
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