76
Víctor engullía una lata de sopa cubierto bajo una manta térmica.
Estábamos en uno de los edificios con cita de demolición, cerca del depósito de basura para reciclar de la ciudad. Ese era un escondite de vagabundos, pero nunca había encontrado a nadie por allí, la única marca que habían dejado para que dedujera su presencia eran sucios colchones, cobijas olorosas, paredes pintadas y latas de comida esparcidas por el suelo, también algunos insectos del desagüe. La humedad se vertía en chorros oscuros por toda la estructura.
Estaba sentado sobre una caja de sodas, procesando todo lo que Víctor me había contado, lo había bombardeado con preguntas y aunque había cosas que todavía quería saber, le había dado su espacio para no asustarlo porque se hallaba muy débil y turbado.
Luego de que yo abandonara la fiesta y fuera al hospital, hacía dos semanas, Víctor había regresado al orfanato con su grupo. Dijo que estaba triste porque Mirlo se había quedado en la playa, pero que, a las horas, ella apareció en la ventana de su habitación y le preguntó si quería jugar a las escondidas con ella. Él acepto y se fue al barco con los licántropos.
Para entonces yo calculé que sería bien entrada la tarde, cuando yo me estaba escapando del hospital Mirlo estaba en la ciudad, con su traje, secuestrando a Víctor. La última vez que me comuniqué con ella dijo que había descubierto que asesinarían a todos los niños y que trataría de averiguar más.
Pero no sabía qué había descubierto y le pregunté a Víctor, pero me respondió que ella no le contó nada. Tal vez en lugar de averiguar más se conformó con llevárselo a él para que no lo mataran.
Pero era extraño porque yo llevaba dos semanas en ese lugar y no habían acabado con ningún niño.
Por otra parte, me explicó algunas cosas que no me interesaban, pero tuve que ser paciente para no asustarlo, me relató todos los juegos que le habían enseñado y cómo Cet y Yun desenfundaban garras largas y según él garras muy «funny».
Dijo que Mirlo se veía asustada cuando subieron al barco pero que le había prometido que no moriría al igual que todos los niños y ancianos de la ciudad. Entonces mencionó que escuchó un rugido, como un cañón y el agua comenzó a entrar por todos lados, que el suelo del barco se hizo inestable y comenzó a romperse. Contarme cómo alguien en la orilla le disparó una bala de cañón al barco casi lo hizo llorar. Mirlo lo sostuvo y lo ayudó a nadar a un lugar seguro. Él no sabía hacerlo.
No sé qué clase de bomba le arrojaron, pero me comunicó que el barco se quemaba mientras se hundía. Ceto, Yunque y Mirlo se salvaron del agua envenenada porque tenía puestos los trajes, nadaron con él hasta una de las islas rocosas. Cuando llegaron me dijo que Mirlo, Ceto y Yunque hablaron por alguien con la radio, con una chica, pero que no entendió lo que les dijo porque hablaban rápido y en español.
Ellos estaban molestos con la muchacha del comunicador y terminaron vetando al agua el emisor.
Allí planearon regresar por mí y por tanques de oxígeno y largarse de la ciudad. No usaban los cascos porque se le había acabado la carga de los tanques, pero en medio del mar podían respirar sin dificultad, ya que estaban demasiado lejos de la ciudad.
—No los lastimaba el aire en el mar, pero vomitaban muy seguido —me explicó Víctor—. Como si olieran algo feo.
Querían regresar por mí así que Ceto y Mirlo abandonaron la isla rocosa y Yunque se quedó a cuidar de Víctor. Tuvieron que nadar sin sumergir la cabeza porque no sabían si el agua también estaba envenenada para ellos. Pero ambos regresaron muy dañados, ni siquiera se había podido acercar a la ciudad que el aire les había quemado la piel y los pulmones. Dijo que estuvieron enfermos por un tiempo y que tosían demasiado ronco y seguido, no se movieron mucho.
No podían ir por mí sin oxígeno y los tanques estaban en la ciudad. Estaban varados en medio de la nada. Yunque fue el siguiente en nadar a la orilla, pero él sólo se movió entre las islas rocosas para buscar un poco de agua potable porque estaban muriendo deshidratados. También Yun dejó marcas para mí, abejas; las dibujó en todos los rincones recónditos que pudo pisar.
Cuando regresó les dijo a todos que vio una barca buscándolos, los humanos querían asegurarse de que estaban muertos, su isla era la siguiente, tenían que moverse o los descubrirían. Así que se mudaron a una isla que tenía una caverna, dijo que allí estuvieron dos días. A la semana todos estaban hambrientos, en especial Víctor así que, sin decirle a nadie, Ceto se escapó y robó comida de los campos de cultivos, que estaban un poco lejos de los edificios, pero muy cerca.
Cuando regresó estaba más herido que la anterior vez, su piel se había quemado en gravedad. Tosía sangre. Yo sabía cómo eran las heridas de plata, sanaban, pero tardaban mucho tiempo y dolían demasiado. Tenían que moverse para que no los encontraran, su ventaja era que podían ver en la oscuridad y su audición estaba muy desarrollada, advertirían a cualquiera acercándose con o sin luz, hablando o en silencio.
Cuando se cumplió una semana nadaron a otra isla. Pero esta vez fue diferente porque encontraron una caverna que antes había servido de guarida para alguien, no había comida, pero sí cobijas, una cama, libros, lápices, papel, agua, una computadora averiada y armas. Todo lo que necesitabas para olvidar la histeria del hambre.
El lugar no parecía haber sido usado en varios años. Supe que se trataba del rincón del abuelo de Max.
Por la manera en que Víctor me describió la cueva supe que esa caverna en mitad de un mar oscuro había sido el mejor hogar que había tenido. Me dijo que por las noches Mirlo le leía cuentos o le relataba historias, su español había mejorado mucho a causa de ello. Que le habían dejado pintar las paredes, que Ceto cuando no se sentía tan enfermo boxeaba con él, que perdía a veces, y que Yunque le daba lecciones de nado cuando no se sentía deprimido. También trataban de arreglar la vieja computadora, pero no sabían muy bien cómo hacerlo.
Con los cuentos e historias mi novia le había enseñado muchas cosas como que la belleza está en el interior o que no hay que ser de la misma raza para amar. Cuando hablaba de ella lo hacía con adoración, como si te estuviera platicando de la mejor persona del mundo.
Todos los días planeaban cómo salir de allí y no le dejaban participar a Víctor en las reuniones, pero él siempre los oía discutiendo por lo mismo. Ceto y Yunque le decían a Mirlo que dejara que el niño buscara a Hydra en la ciudad, pero ella se negaba a dejarlo ir porque temía que lo mataran. Era una chica lista, sin duda lo hubieran asesinado si lo encontraban buscándome.
Luego de las reuniones para hallar un plan, salían a intervalos de la cueva para dejar abejas dibujadas en casi todas las rocas de las islas y en toda la orilla de la playa; con la esperanza de que algún día las viera y me fuera de la ciudad en el mismo instante, pero se inquietaban cuando no recibían noticias mías.
Un día antes de la fiesta habían podido arreglar la vieja computadora, rápidamente accedieron a la base de datos de la ciudad y a las grabaciones de las cámaras de seguridad. Me vieron caminando entre ellos y también observaron una grabación que me llevaban inconsciente al hospital. No entendían mucho con lo que tenían, pero algo estaba seguro: debían ir por mí, pero si lo hacían, debían hacerlo con más sigilo.
Me dijo que aquella noche Mirlo le había contado un cuento para dormir, y que ella había caído presa del sueño, pero Víctor no había podido dormir, estaba escuchando las voces de Ceto y Yunque en la orilla de la cueva. Ellos estaban ocultos detrás de una roca, observando un fulgor pequeño y rojizo que provenía de la playa, era una celebración. Se preguntaban qué tenían que celebrar.
Le dijeron que tal vez habían encontrado la inmunidad, que debía buscarme y sacarme de allí o averiguar qué pasaba. Pero hacer algo. Víctor se ofreció a ir a la playa, a pesar de que le había prometido a Mirlo que no se pondría bajo peligro, pero ella estaba dormida y tenía pensando regresar antes de que despertara. Así que se zambulleron en el agua y los tres nadaron hasta unos doscientos metros de la orilla, cerca de la fiesta, allí le desearon suerte y dejaron a Víctor nadar hasta la costa.
Cuando Víctor tocó la arenilla negra de la playa, hizo lo que Ceto y Yunque le habían orientado a ejecutar. Agarró los visores que cargaba, buscó una roca elevada, se encaramó a ella y me buscó en la multitud de la fiesta como todo un espía. Cuando me encontró trató de esperar a que estuviera solo. Mientras me vigilaba escuchó pasos, se asustó y se escondió en las rocas.
Entonces yo lo había hallado.
Todavía no le había preguntado si sabía qué planeaban los humanos, pero estaba esperando que me lo dijera.
Estaba sentado al lado de él, viendo cómo engullía con avidez la sopa de fideos enlatada, aferraba con sus manitas regordetas la cuchara y me sonría a intervalos. Noté que su ropa holgada y oxidada estaba pintada, habían dibujado los huesos de un esqueleto humano como si su ropa fuera un panel de rayos x. Seguramente había sido Mirlo, para entretenerlo en aquella cueva le había pintado la ropa.
—Oye, Vic ¿Me puedes decir lo que sabes?
Él elevó su rostro de la lata.
—Sé contar hasta cien al revés.
—No, eso no —sonreí—. ¿Sabes algo de las armas de los humanos?
—Ah, sí, los chicos quisieron saber de eso. Mirlo preguntó mucho —Se encogió de hombros—. Fabrican armas en el sector industrial. Descerebrados.
—Pero cuando yo iba a ir al sector industrial no trataron de ocultar nada.
Él me observó atentamente.
—Es que no se ven como armas.
—What do you mean? —pregunté.
—Son... —titubeó, depositó la lata sobre el suelo cubierto de polvo, agarró un parche del colchón donde estaba acostado, lo arrancó con facilidad porque la tela estaba enmohecida y añeja, lo depositó sobre mi cabeza—. Es eso.
Me puse de pie.
—¿Sus armas son los parches para animales?
—Envían mensajes a la... to the head —explicó Víctor dando golpecitos a su cabeza—. Pero no son buenos mensajes, la madre Teresa decía que solo les puedes enviar instinct... instintos como comer, vivir, morir o matar, el parche te da sentimientos instinct, no ideas o pensamientos. Te da hambre y enojo y esas cosas. Sirven para animales y para personas, pero cuando la usas en una persona su cabeza boom antes que en el animal.
—¿Su cabeza explota? ¿En cuánto tiempo?
—En animales un mes, en personas two días or more.
De repente recordé los animales con el cráneo explotado que habíamos encontrado en la civilización abandonada, en la superficie. Los humanos venían experimentando con los parches antes de que nosotros viniéramos. Soltaban animales en el exterior y los monitoreaban. Entonces recordé cómo el detective Orégano Onza había perdido la cabeza, pero no solo había enloquecido, antes de morir, cuando descendí a los calabozos había visto que sus ojos sangraban y de cada orificio de su rostro se vertían regueros de sangre. Él había mencionado a la señora Carnegie, que la atacó.
La madre de Dan no había podido defenderse, pero sí había podido vengar su muerte, le había pegado un parche en la cabeza antes de morir. Lo había vuelto loco.
Y no sólo eso. Los estaban produciendo en masa, esa era su manera de exterminar a los licántropos.
—Lo tenían planeado antes de que viniéramos ¿O no?
—Sí —asintió Víctor—. Íbamos a salir a pelear y a matar licántropos. Los menores de cinco y los ancianos que no pudieran pelear iban a morir en city of silver. Por eso era mi última semana —explicó un poco alicaído y luego se levantó de un salto—. ¡Pero no porque ahora puedo salir y no morir!
—Yo les di una manera de ser inmunes a la enfermedad...
—Sí —asintió Víctor con orgullo, parecía no entenderme.
Mis piernas no me sostuvieron, me desplomé en el colchón y él se sentó rápidamente a mi lado, observándome.
Acababa de condenar a toda la raza de licántropos.
De repente odié a los humanos por ser tan embusteros, testarudos y bélicos. Yo había bajado a ayudarlos, había querido que salieran al exterior en paz con la nueva raza, pero ellos no podían erradicar el odio de sus corazones. Les era imposible.
La raza de licántropos era una especie que combatía mucho pero no tenía memoria para el enojo, una vez que la pelea había terminado se olvidaban todas las disputas, se hacía la paz y se aceptaba el resultado no importara cual fuera. Había honor. Ellos aceptaban una derrota sin chistar, pero los humanos no olvidaban, eran rencorosos. Guardaban todo su odio efervescente y dejaban que se pudriera en el pecho para crear algo todavía peor.
No solo querían salir, querían vengarse.
Ellos eran los verdaderos monstruos y yo acababa de liberarlos.
—Les quité la única debilidad que tenían para asesinar a todos los de arriba —musité.
Víctor me dio palmaditas en el brazo a modo de consuelo.
—No, hubieran encontrado una manera de salir sin ti. Estaban buscando una manera de ser inmunes hace tiempo.
—¿Qué? —pregunté.
—Lo buscaban en el hospital. No sé mucho, because esas son cosas que saben los niños de segundo grado. Pero guardaron la vacuna en el sótano del hospital. Puedes ir y robárselas ¡Quémalas! —Sus ojos brillaron con malicia.
Recordé mi instancia en el hospital. Había visto una puerta con una cruz roja que se encontraba en el sótano del hospital, alrededor había insignias de seguridad. Si había un laboratorio donde podían esconder la inmunidad era allí.
—Víctor, creo que tengo una idea —Me puse de pie—. Iremos a sacarles la sustancia que los hace inmunes. Nos la llevaremos para ti, te la pondré y nos largaremos de aquí con Mirlo, Ceto y Yunque ¿Qué te parece?
—¿Y veré la lluvia y los bosques y todas esas cosas chulas?
—¿Por qué no?
Dio pequeños saltitos.
—¡Quiero salvar al mundo de afuera y no morirme esta semana!
—¡Bien! Pero primero necesitamos defendernos, debo acceder al sistema de seguridad de la ciudad, a sus fuentes de controles.
—Yo sé dónde encontrar.
—Y si no tenemos armas al menos necesitamos armaduras.
Sonrió pícaramente.
—Yo sé dónde encontrar.
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