65
—No sé nadar. Lo dije todo el camino y lo digo ahora —protestó Max observando con pavor el agua—. Mi abuelo solía ser buen nadador, incluso llegó a una isla rocosa cuando era joven, pero...
Enmudeció y tragó saliva, arqueé una ceja, ese chico hablaba tanto de su abuelo que ya conocía a ese anciano más de lo que me conocía a mí mismo.
Miré el quieto mar negro, preguntándome si podría nadar sin ahogarme. Tenía todavía la cabeza embotada por las píldoras y los músculos agarrotados, no podía moverme cómo antes. Estábamos sobre un despeñadero a diez metros de caída, las rocas se retorcían formando un muro de piedra en una parte de la playa. Era como una isla rocosa, los había obligado a que la escalaran y cuando estuvimos encaramados en la cúspide comencé a sacarme la ropa de plata que pesaba tanto como un chaleco antibalas.
—¿Sabes que no podemos hacer una orgia, verdad? Está tu prima aquí —bromeó Max, señalándola fugazmente—, tal vez si ella regresara a casa podríamos. La acompañaré de regreso, si quieres ¿Quieres? Ah, bueno, como desees, adiós.
Se dio la vuelta, pero lo agarré del codo, observando la caída por el despeñadero. Si quería jugar a mi carcelero que lo hiciera bien.
—Vamos a nadar —dije.
El lugar estaba oscuro, al encontrarse lejos de la ciudad no había luces en la bóveda de la caverna, por lo tanto, cargábamos faroles con nosotros. Depositamos los faroles en el suelo justo con el resto de la ropa. Max se la quitó a regañadientes y quedó solo con unos pantaloncillos chiquitos que hicieron reír a Kat. Deby tenía buen cuerpo en ropa interior, pero nada del mundo haría que me resultara atractiva. Había algo en ella que aún despreciaba.
Max se hallaba discutiendo con Kat, él decía que sí tenía abdominales solo que no se veían por la escasez de luz. Deby estaba atándose el cabello dorado, aplastando los rizos, cuando me pilló viéndola.
—¿Qué sucede? —preguntó Deby casi terminando su peinado y me sonrió detrás de su brazo.
—También te imaginé a ti —dije, refiriéndome a los recuerdos.
—¿Y qué hacía en tu fantasía?
—Hacíamos una promesa, me prometías contarme la verdad, pero cuando tú creyeras correcto.
Ella me escudriñó solemnemente y caminó hacia mí, hasta quedarse en la punta del despeñadero.
—Debió ser algo serio porque yo siempre cumplo mis promesas.
Los brazaletes que eran nuestras computadoras tenían una aplicación para brillar como una linterna y eso se encontraban haciendo en el momento. Él mío despedía una luz azul, el de Deby era verde, el de Kat rojo y la computadora de Max alumbraba con un destello amarillo. Ellos se nos unieron en el confín del risco. Las aguas se veían negras, el techo de la caverna también se hallaba en penumbras y si hubiéramos apagado los faroles o las computadoras hubiéramos sido engullidos por la oscuridad.
Una roca se desprendió del extremo donde se hallaba Max y el añico tardó unos segundos en aterrizada contra el agua. Su sonido se oyó lejano, él asintió pálido, aferrando con los dedos de sus pies el suelo anguloso y pedregoso.
—Muy bien —admitió con la voz encogida—. Supongo que vamos a hacerlo.
—Sí —concordaron Kat y Deby al unísono.
—Pero no sé nadar —advirtió él.
—Te saldrá cuando te desesperes —lo consolé.
—Ya, pero ¿Y si no? —indagó—. ¿Y si me ahogo?
—Será una pena entonces —respondió Deb dándole un codazo cariñoso en sus descubiertas costillas.
Todos eran extremadamente pálidos a excepción mía.
—Entonces tu abuelo no podrá heredarte su carro de colección, supongo —se burló Kat.
Él le desprendió una mirada asesina.
—No mentí, él tiene un carro, pero nunca quiere que nadie lo vea porque fue uno de los últimos que salió antes de la pandemia, ni siquiera hay registros de vehículos como aquel —sonaba nervioso y el sonido cómico y relajado de su voz estaba opacado por la preocupación.
—Yo te enseñaré a nadar —prometí con mi voz mecánica—. No es difícil.
Estábamos todos agarrados de las manos. Lo cierto era que ni siquiera sabía si yo podría nadar bajo el efecto de las drogas, sólo quería meterme en el mar porque era la única parte inexplorada de mi mapa, quería trazarlo, algo me decía que debía nadar en el mar.
Tal vez encontrara una pista, sentía que si mis amigos no estaban allí entonces tal vez no podía hallarlos con vida.
Fui el primero en brincar, como sucedió con la roca que se había desprendido, estuve unos segundos ingrávidos, descendiendo hacia las masas de aguas serenas, hasta que me sumergí en el mar. La temperatura estaba un poco fría, pero nada que el movimiento constante y vigoroso del nado no pudiera borrar. Mi cuerpo demoró unos segundos en discernir que debería nadar hacia la superficie. Comencé con una actividad a la vez, primero sacudir mis piernas y luego alzar y descender los brazos. Cuando pude coordinar mis movimientos ya tenía los pulmones un poco secos y el esfuerzo físico demandaba más cantidades de aire.
Fue todo un desafío, pero logré bracear hacia la superficie, cuando emergí del mar tragué grandes bocanadas de aire, floté como si me acostara en aquellas aguas, observé la negrura y recordé cómo le había hablado a Papel. Le había dicho que todos eran iguales en el agua, pero sumergido en aquel mar me sentía tan distinto del resto como estando fuera.
Estaba tan enfrascado en mis pensamientos que olvidé avisarles a los chicos que había salido, ellos aguardaban en la orilla del peñasco. Oía sus gritos en la distancia, me encontraba lejos de las luces de colores que se sacudían.
—¡Dan! —aullaba Katie.
—Voy a saltar —determinaba Max con decisión.
Y Deby permanecía callada como si temiera algo o supiera algo.
—¡Estoy bien! —grité y nadé hacia el despeñadero, agité mi computadora.
—¡Demonios, hombre, eso no fue gracioso!
—No lo hice como un chiste.
—Entonces creo que sí puede ser gracioso —razonó Max.
La risa de Kat me llegó desde arriba y fue la siguiente en saltar. Lo hizo muy cerca de mí y me salpicó, emergió a mi derecha y sacó su brazo derecho para ser alumbrada por su brazalete de luz roja. Su cara estaba granate y sonreía radiantemente, era como una luna roja.
—¿Sabes cómo sé nadar? —preguntó.
—¿Cómo?
—Tú me enseñaste cuando era pequeña, nadie de la ciudad sabe nadar —explicó y se barrió las gotitas de agua que caían en su cara—. Hay una leyenda que dice que el agua está maldita y hay una salida bajo el lago, una especie de caverna inundada, pero que da al exterior —Señaló con su cabeza hacia el final de la caverna—. Que desemboca en el mar infectado de licántropos. Por eso la gente sensata suele alejarse.
—¿Y aun así te hice meterte en agua infestadas?
Ella sonrió.
—Fue una apuesta.
Eso me encogió el corazón, se suponía que yo solía hacer las cosas más peligrosas y descabelladas solo porque Ceto me retaba a hacerlo. Nos desafiábamos para comprobar cuál tenía más agallas que el otro. Cuando éramos pequeños Rudy nos amenazaba en que nos quitaría la mesada si seguíamos apostándola entre nosotros porque había meses que uno se llevaba todas las ganancias del otro, pero nunca había cumplido ninguna de sus amenazas, tenía demasiado buen corazón para eso.
El resto siguió a Kath. Cuando saltó Max nadé hacia él. Estuve casi quince minutos sosteniéndolo de los brazos y enseñándole a no ahogarse, eso provocó que él estuviera un cuarto de hora haciendo bromas molestas sobre nuestra heterosexualidad.
Cuando ya casi lo estaba consiguiendo lo solté y me alejé un poco para comprobar los resultados. La luz amarilla de su computadora le proyectaba unas ojeras que él no tenía, pero hacía su sonrisa aún más brillante y su mirada chispeante mucho más amigable. Él nadó torpemente, tratando de acercarse a mí, con inseguridad.
—¿Cuándo le dirás a tu tío de lo nuestro?
—Cuando sepas nadar bien —contesté con mi voz monótona y aburrida.
—Ah, eso es un buen incentivo, coach.
Kathie se desplazó hacia mi costado con la mitad de la cara sumergida como si fuera un tiburón y yo su presa. La miré, alzó las cejas repetitivas veces de modo cómico, sonreí.
—¿Qué eres?
Se irguió en el agua y se peinó el cabello.
—Soy una sirena. I am a mermaid.
—Yo diría que eres un bagre —opinó Max.
Ella se sonrojó y frunció el ceño.
—Ahógate ¿quieres?
—¿No se supone que las sirenas ahogan marineros luego de besarlos? —preguntó él burlonamente.
—No eres un marinero. You're just an idiot.
—Pero puedes besarme —contestó arrugando los labios y cerrando los ojos.
Ella rio y con un movimiento, creó una ondulación de agua que se estampó en su cara. Él se sumergió con mayor seguridad y ambos comenzaron una carrera. Deby se acercó hacia mí, tenía su cabello rubio y enrulado apelmazado contra el cráneo. Sus labios estaban morados del frío, pero no temblaba. Me sonrió.
—Eres bueno en esto.
Me encogí de hombros con humildad y le di la espalda para alcanzar a Max y Kat. Ellos estaban forcejeando en mitad de la oscuridad, sus luces se veían como danza de estrellas y entre ellos creaban un fulgor naranja.
—¿Max? —pregunté.
—What? —respondió él deteniendo la pelea.
Katherine lo observó como si nada hubiera terminado para ella, con una sonrisa de oreja a oreja. Pensé en lo que estaba por decir, porque, aunque podía nadar todavía tenía la mente retardada por los medicamentos.
—¿Dijiste que tu abuelo descubrió una isla?
—Eso dice él —contestó asintiendo, sumergiendo sus labios en el agua y bullendo burbujas.
—¿Hay islas en el agua?
Él se acomodó su sedoso cabello mojado y lo aplastó contra la coronilla de su cabeza, asintió.
—Es que hay islas rocosas en el medio. No sé si lo recuerdas, pero antes esto era una caverna con salida a la playa, pero la demolieron para que no entraran los licántropos. Si sigues nadando, no sé, unos ¿Cuántos?
—Veinte minutos —sugirió Deby—, tal vez media hora o más, queda lejos.
—Sí —Alzó un brazo y señaló la negrura tras su espalda—. Si continuas encontrarás una muralla de rocas, serán los restos del derrumbe y ahí termina todo. Sería imposible ver eso nadando —determinó al ver mi expresión deseosa de ver el final—. Te perderías con una barca más aun yendo a nado.
—Además de que no tenemos barcas, no sé si lo recuerdas o no —habló Deby—, pero no existen los barcos aquí, ni nada como eso.
—¿Qué? —pregunté.
Estábamos reunidos en círculo, ellos me miraban extrañados.
—No existen los barcos, no tenemos nada para navegar esas aguas, de todos modos, nadie quiere meterse en un lugar que posiblemente tiene accesos con el mundo exterior —explicó Max—. Salvo claro, nosotros, que estamos un poco locos, crazy, very loco, very crazy, crazy —Giró un dedo en uno de sus oídos.
Recordaba que estábamos en una barcaza con Mirlo, Ceto y Yunque, pero claro, se suponía que eso nunca había sucedido según ellos. Porque no existían los barcos en la ciudad, ni existían ellos y yo había regresado solo. Era otra de las muchas mentiras que trataban de hacerme creer.
—Podrías ir del lado de la pared —sugirió Kat—. Si no quieres perderte.
Deby la fulminó con la mirada.
—¿Qué? —increpó ella, apenada—. Dan no va hacerlo ¿O no, Dan?
Deby me miró, buscando respuestas en mi rostro, pero ella no encontraría nada, mi cara era hermética, no dejaba entrar ni salir nada.
—Hay islas, pequeñas rocas que sobresalen encima del agua —explicó ella—. Pero nada más. No nos convendría alejarnos de la luz —sugirió señalando el tenue resplandor distante de los faroles que habíamos dejado en el despeñadero junto con la ropa, brillaban como un faro indicándonos que estábamos cerca de la costa—. Sería un suicidio meterse en el agua, no sabrías a dónde vas ni si nadas en círculos o si estás cerca de la costa.
—Pero mi abuelo lo hizo cuando era joven —exclamó con orgullo Max e infló el pecho—. De hecho, me dijo que lo que hizo fue nadar cerca de una pared hasta que encontró una grieta, se metió en ella y dentro había como un altar de roca de diez metros donde solía tomar cerveza con sus amigos. Hay cuevas en las paredes, recovecos, corredores que no llevan a ningún lado y mi abuelo tomó una de ellas para hacerla su guarida. De seguro las cosas siguen allí.
—Quiero ir —exigí.
—Oh —comentó Max cayendo en la cuenta de que había cometido un error, golpeó el agua—. Oh, dammit.
—Es que seguramente Max no prestó atención a donde quedaba —propuso Deby, para que él no me dijera cómo llegar.
—Demonios, Deborah, cierra la boca —estallé.
—Take it easy man —dijo Max poniéndose entre nosotros y calmando la situación, ella enarcó una ceja preguntándome qué bicho raro me picó—. Mira mi abuelo aburre, nunca escuché bien su historia. No presté atención. Además, no estoy tan experimentado para acompañarte a nado a alguna isla o la brecha esa. Tal vez la semana que viene —propuso amigablemente.
—Está bien —accedí receloso.
Kat comenzó a frotarse los brazos con las manos.
—Hace frío ¿Nos vamos?
—Un rato más.
Max negó con la cabeza.
—Toca que yo —Se señaló con el pulgar—, te muestre una maravilla crazy friend. Mi abuelo pudo haber tenido un escondite en el agua, pero yo también tengo un santuario. Te llevaré a mi... nuestra guarida de solteros. La inventamos juntos hace rato —Su rostro se ensombreció un poco—. No volví a entrar desde que te fuiste y me prometí que no te haría entrar con lo loco que estabas —Rio al ver mi expresión molesta—, pero me caes bien, nuevo Dan, así que —Trató de hacer una reverencia, pero se sumergió en el agua, luego volvió a emerger majestuosamente—, estás invitado. Y las chicas también.
Kat puso los ojos en blanco.
—¿Me estás invitando a tu ñoño cueva?
Él le cubrió la boca con las manos.
—No uses el lenguaje sagrado para maldecir.
Ambos se sumergieron en el agua para juguetear, Deby me observó un poco molesta.
—Sólo quiero ayudarte Dan, no sé lo que hayas imaginado de mí, pero éramos grandes amigos. No quiero pelear contigo.
—Ah —contesté.
Cuando ella se marchó también me quedé nadando un rato allí, no quería pasar tanto tiempo con esos humanos. Necesitaba serenidad. Quería estar solo, pero en la profundidad, sin poder escuchar ni ver nada. Como si dejara de existir con unos segundos. Inhalé aire y me sumergí.
Mientras nadaba sin rumbo, en mitad de la negrura, choqué con algo. Salí rápidamente a la superficie para respirar, un poco extrañado, porque no había estampado mi cabeza contra una roca, había sido otra cosa.
—¡Oigan encontré algo! —grité.
Estaba muy lejos de la costa, casi ni se veían las luces.
—What is he saying? —preguntó la voz de Max—. ¿Qué dijiste?
—¡Que encontré...! Algo —bufé y volví a sumergirme.
Lo alumbré con mi computadora, era madera, un trozo cilíndrico, rugoso, de unos tres metros de largo. Se veía como un lápiz enorme. Al principio no pude saber que era, era rugoso, estaba un poco inflado, pero aun así parecía llevar poco tiempo. Estuve un rato mirándola, tratando de descubrir su forma o dónde había visto algo como eso. Podía ser una biga tallada o tener varias formas, pero mi mente me aconsejaba que solo debía atender a una de aquellas formas.
Eso no era un lápiz enorme, no era una biga, era... Lo supe y el aire de mis pulmones escapó, las burbujas me rodearon.
Estaba ante el mástil partido de un barco.
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