64
A la mañana siguiente, cuando solo había dormido una hora, me despertó tío Andrew con unas visitas.
Golpeó el umbral de la puerta con los nudillos, abrí los ojos adormilado y pude ver que sobre sus hombros se asomaban dos cabezas que inspeccionaban el caos de la habitación con curiosidad. Uno de ellos era Max, el mejor amigo de Deby, y ella era el segundo acompañante.
El chico de cabello sedoso y castaño tenía una remera sintética y pantalones, pero aún conservaba los cuchillos amarrados en sus brazos, como la primera vez que lo había visto. Kat estaba durmiendo en un colchón, al lado de mi cama, lo había traído hasta esa habitación luego de las cinco de la mañana, cuando decidimos desvelarnos un rato más. Ella abrió los ojos igual de amodorrada que yo y sonrió a las visitas, desperezándose.
Deby caminaba con timidez, me observó arrepentida, se agarró un brazo con la mano del otro y sonrió de lado.
—¿Sin rencores Dan?
Parpadeé, todavía aturdido por el sueño y las drogas.
—La última vez que nos vimos nos tratamos mal —explicó— y discutimos ¿Recuerdas?
—Sin ofender Deb, pero los últimos días discutí con todo el mundo —murmuré—. Ni siquiera recuerdo qué te dije.
—Ah —Ella fingió desinterés y se apoyó contra el ropero—. Me dijiste que mi boca era un ano y que mi cara un culo y otras cosas más.
—Y no mintió —rio Max, de un brincó se lanzó a mi cama y estiró los brazos, me dio palmaditas en la mejilla, me pellizcó la nariz y se rio animosamente—. Tu tío dice que no vas a matar a nadie ahora.
—No lo cabrees, Maximus Miller —advirtió tío Andrew y se fue meneando la cabeza, decepcionado de los amigos de Dan.
Max saltó nuevamente, pero esa vez para sentarse sobre el colchón de Kat, ella se ruborizó, se sentó y se acomodó el cabello despeinado. Él continuaba mirándome, no había notado ese gesto de Kat.
—Por si no lo recuerdas nosotros éramos mejores amigos. Yo, Kat, la cara de ano de allí y tú. Éramos como un trío, más Deb —Sumó inclinando su cabeza ligeramente y se colocó una mano en la comisura de sus labios utilizándola como un escudo para que ella no lo viera vocalizar—. En realidad, solo es nuestra amiga porque tiene dinero.
Deby puso los ojos en blanco.
—Éramos como las ruedas de un auto.
—Los autos ya no tienen ruedas, hace casi doscientos años —contradijo Kat.
—Mi abuelo tiene un antiguo auto en exhibición —insistió Max—. Tiene cuatro ruedas.
—Por qué será que nunca lo he visto —se burló Deb.
—Porque el polvo le hace mal, por eso no lo saca de la cochera.
—Ni le puede tomar fotografías —terció Kat.
Él bufó.
—El flash lastima la pintura, pero oigan —Se puso de pie de un enérgico brinco—. Estamos aquí para sacar a pasear a nuestro buen amigo Dan, no para discutir si mi abuelo tiene reliquias o no.
—¿Qué? —pregunté tratando de buscar una excusa para que se fueran.
Conversaban demasiado rápido para mi mente con resaca.
—¡Sí! —aseveró Max dándose unas palmadas al regazo y acompasando un redoble de tambores en esa parte del cuerpo—. Te refrescaremos la memoria caminando por la Ciudad de Plata.
—No quiero, gracias, pero no —me negué con honestidad.
Ya había vagado por la Ciudad de Plata, buscando a mis amigos, dibujando mapas, pero no los había encontrado ni a ellos, ni a los recuerdos de Dan.
—Ah, vamos —Me rodeó los hombros con el brazo—. Ahora que ya no andas con el rollo de que fabricamos armas y todo eso podemos dar una vuelta. Tu tío cree que te sentará bien un poco de compañía juvenil. Young friends. Además, quiere que hables otra vez en inglés, como que se te fue ¿O no?
—No se me fue. Nunca aprendí a hablar inglés.
Él sacudió una mano.
—Tonterías. You speak english.
—Y sí fabrican armas —insistí con remordimiento, solo que no pude encontrarlas.
—Oye —Alzó una mano entre nosotros—. Yo tengo una teoría —Me señaló—, te la digo y luego me dices si tenía razón o si tiene sentido. Seré brusco y sin tapujos así que pido disculpas desde ahora.
Alcé una ceja esperando su teoría, miró a las chicas y ella se encogieron de hombros dándole permiso.
—¿No te parece raro que fueras al mundo de los licántropos, regresaras creyendo que eres Hydra Lerna y que los humanos tienen armas contra los licántropos? Es decir, tal vez lo que pasó es que tu madre, que en paz descanse —Se persignó, besó un falso rosario mirando el cielo y Kat puso mala cara—, entregó la carta y en lugar de venir Hydra Lerna nos delató. Él nos delató con sus autoridades en vez de responder anónimamente la invitación como le sugerimos. Tú te quedaste el tiempo suficiente para enterarte de que los licántropos tienen armas para matarnos a nosotros, los humanos, regresaste para contarnos la verdad, pero en el camino te pasó algo y... aquí estamos. Piénsalo, si reviertes la historia y cambias de villanos, tiene sentido.
Dudé. Tenía un poco de sentido, pero no quería que lo tuviera. Yo era Hydra Lerna y necesitaba salir de allí, aunque no lo haría sin mis amigos. Mirlo, Yunque, Ceto. Mirlo. Yunque. Ceto. Mirlo. Yunque. Ceto. Repetí sus nombres. Eran Mirlo, Yunque y Ceto y los había dejado en esa ciudad... ¿O no?
—Los licántropos no tienen armas, no las fabrican —contraataqué.
—¿Cómo lo sabes si las tienen o no? No eres de ahí —respondió cruzándose de brazos.
—¿Cómo lo sabes tú? —increpé imitándolo—. Tampoco eres de ahí.
Él sonrió de oreja a oreja, su risa era chispeante y contagiosa como si se amistara con todo el mundo. Era muy difícil no devolverle la misma sonrisa.
—Oh, you are smart —fingió sacarse un sombrero e hizo una reverencia con elegancia, solía imitar muchos gestos—. Ganaste —Sacudió la cabeza como si ordenara las ideas, dio un aplauso y se frotó las manos—. Muy bien, vístete, ponte menos guapo de lo que estás así no opacas mi atractividad —Separó muy bien sus dedos y colocó la mano ceremoniosamente sobre su pecho—, porque iremos a dónde tú quieras, excepto al exterior donde nos espera una muerte segura si salimos.
—Por el virus... —medité.
—Y porque somos comida fácil —añadió Deby.
—¿A dónde quieres ir? —preguntó Kath con interés, desviando la conversación de la pésima suerte que tenían los humanos.
—Por favor di a ver el auto de colección del abuelo de Max —sugirió Deby, aún cruzada de brazos, recostando su cadera contra el ropero—. Así desembucha esa mentira de una vez.
—Que. No. Es. Una. Mentira —insistió Max poniendo los ojos como platos y golpeando con el lateral de sus dedos la palma de la otra mano, a cada palabra que decía.
Ese chico no se quedaba quieto ni por un segundo.
—¿A dónde quieres ir? —insistió Deb.
Pensé un lugar en toda la ciudad y cuando lo tuve, lo dije.
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