60
No podía haber perdido la cabeza, no podía no ser Hydra Lerna, no podía haberme inventado todo. Debía haber registros de mí yendo al hospital, dándoles muestras, o mejor aún, tal vez alguna de esas cámaras había enfocado a mis amigos huyendo.
Necesitaba una computadora y eso requería regresar a casa. No, a la casa de Dan. Dan Carnegie, el chico muerto.
Recordaba bien el camino. Torcí en una esquina, tomé la primera callejuela que encontré y llegué a las residencias de casas apiñadas de las que había salido.
Nunca me habían gustado las ciudades, en especial esa, que tenía el aire sucio y cargado de monóxido. Las alcantarillas, que abundaban en los callejones, despedían aire fétido y húmedo. Los mercaderes gritaban y unían sus voces a la algarabía de sonidos que engendraba la ciudad de plata. Era como una melodía que se oponía a tu libertad, obligándote a que la oyeras, insertándose en tu cabeza y colándose en tu alma. Sacudiendo todas tus ideas como si le quitara el polvo a una colcha vieja. Era la magia negra de la ciudad.
Jamás había extrañado tanto el bosque en el que vivía.
La casa de la que salí, la de Dan, era hogareña, estrecha como casi todos los edificios, con tres pisos de alto, como si fuera un hormiguero. Tenía un pequeño patio delante, con pasto sintético y viejo. Atravesé el jardín y rodeé la casa. Tenían un patio trasero igual de triste con unas bicicletas oxidadas colgadas de la pared, macetas con plantas muertas y tierra seca y un cesto con ropa limpia. Entré por la ventana de mi habitación... a la habitación de Dan, por ese acceso había huido como hace más de cuatro horas.
Debía ser cuidadoso, para que nadie notara que estaba en la casa.
Los dibujos de Dan me recibieron como si extrañaran que mis ojos los apreciaran. Noté que él dibujaba muchas tormentas, relámpagos, huracanes y olas enormes. Usaba acuarelas y carbón negro, casi todos sus dibujos eran de carbón. Bocetaba cosas que jamás vería encerrado allí, pero su interés eran las tormentas, catástrofes exteriores por las cuales la gente busca refugios... mayormente bajo tierra como la ciudad donde pasó toda su vida.
Muy irónico, Dan.
No sabía qué tipo de computadoras tenían los humanos, pero confiaba en que fueran iguales a la de los licántropos. Sin embargo, los autos sin ruedas y el escáner que usó la doctora Victoria Martín para verme las cicatrices me daba la impresión de que su tecnología era más sofisticada que la mía. Busqué en vano porque lo único que había en esa habitación eran lápices, cuchillas, trozos de leña para tallar y papel. Luego me olvidé del sigilo y el silencio.
Los revolví todo hasta que el caos de mi cabeza se vertió a la habitación. Mientras sacaba cajones o levantaba cojines y colchas entró en la recamara mi prima falsa, Katherine y lo hizo acompañada de Deby.
Deby me observó compungida.
—Creí que irías a su casa —comentó con un tono insidioso la prima, cruzada de brazos, señalándola.
—Dan —susurró Deby conmovida, juntó las manos cerca de sus labios y parpadeó como si quisiera contener las lágrimas—. Dan ¿eres tú?
Quiso abrazarme, pero la agarré de los brazos y la alejé de mí. Me observó sobrecogida, como si no me reconociera, pero a la vez me amara con todo su corazón. Pensar eso último me dio asco y la solté.
Ella me había escoltado a la ciudad, Deby era la razón por la que yo llegué a la puerta y ahora fingía que ese evento nunca ocurrió, que yo llegué solo, por mi propia cuenta. Fingía que yo era un chico que se enlistó a una misión suicida, se arrepintió y no quiso morir solo y regresó a la ciudad subterránea de humanos. Es que, ni sentido tenía yo amaba vivir... amaba...
—Necesito una computadora.
—¿Qué?
—Que me ayudes a encontrar una maldita computadora o te largues de mi habitación —decreté controlando los sentimientos que perturbaban mi voz, apreté los dientes.
—Dan... ¿te encuentras bien? —Miró a Kath alarmada—. ¿Es verdad lo que dicen de ti?
—Largo —decreté.
Comencé a empujarlas a las dos hacia la salida y hubiera dado un portazo de no haber tenido esas odiosas cortinas como una alternativa de intimidad.
—Aguarda, Dan —Ella se plantó firmemente en el suelo—. ¿Qué te pasa? Estás alterado. Necesitas descansar.
—Si no me ayudas te vas —dije poniendo las condiciones mientras notaba mi corazón latir con mucha fuerza.
Cuando había salido del orfanato sin Víctor había sentido que una partecita de mi cabeza se había roto. Odiaba que todos me miraran con lástima como si estuviera loco, ellos querían enloquecerme.
—Te ayudaré ¿Va? —accedió alzando los brazos—. Solo es que estuve esperando a que regresaran por mucho tiempo, creí que no volvería a verte ¿Por qué mierda te ofreciste para ir? —Comentó sollozando y me dio un golpe en el pecho, miré el techo conteniendo mi furia.
No estaba de ánimos para lidiar con tanta gente llorona, ella volvió a darme un empujón en el pecho, utilizando sus puños.
—Y cuando regresaste luego tuve que esperar a que despertaras, te extrañé —lloriqueó—. Te pedí que no me dejarás, pero preferiste el exterior a mí —respiró aire trémulamente—. ¿Qué demonios te sucedió allá afuera? Kathie dice que...
—Fuera... no puedo creer que tú también te les unieras en su farsa —mascullé bajando los ojos del techo hasta ella, le llevaba cierta altura, jamás me había fijado en alto que era.
Ella función confundida el ceño, titubeó, buscó una explicación y Katherine se encogió de hombros como diciendo «Te lo dije»
—No soy Dan Carnegie ¿Sí? Creí que eras mi aliada cuando estuvimos en la consulta del médico, me dijiste que me contarías todo lo que estaba pasando. Y ahora te pones de su lado, eres un asco, como ellos. La verdad es que no entiendo a los humanos, vinimos a ayudarlos y ustedes... ni siquiera sé qué hicieron con mis amigos —Se me quebró la voz a mí también y me odié por ser tan humano como ellas—. Ya vete, antes de que me lamente de hacer algo que no quiero hacer.
—Está bien —accedió levantando las manos a la altura de su cabeza, era un gesto muy característico de Deby y de Mirlo—. Te ayudaré con esa estúpida computadora. Está aquí.
Me llevó a algo que parecía haber sido una sala de estar, pero los muebles de plata y todo lo demás estaban cubiertos por sábanas blancas como si fueran a hacer una mudanza. Era lo que sucedía cuando todas las personas de la familia morían. El hogar de Dan Carnegie ahora estaba abandonado. Había una ventana, pero no entraba luz por allí porque los paneles del cielo simulaban un día nublado, habían cortado la electricidad de la casa, todo se veía de color cobalto allí dentro. Como si flotáramos entre las nubes de un cielo nocturno.
En las paredes había fotografías, mientras Deby buscaba en una biblioteca me detuve a ver una. Reconocí a la mujer gorda del restaurante Gornis, la señora Carnegie, pero el hombre no me decía nada, era barbudo y pálido. Su rostro era como una máscara que no entendía, como cuando caminas en una marea de gente y lo que ves es un camino y no un montón de personas rodeándote. Era un extraño, no era más que una mancha en un paisaje que no era mi hogar, al igual que un desconocido en la calle.
Entonces cuando continué inspeccionando las fotografías vi algo que me hizo lanzar un grito.
Arranqué el marco de la pared y observé la imagen que derrumbó todas mis defensas y corazas. En la foto estaba yo, sonriendo, abrazando al matrimonio, a mis padres, en otras había un niño regordete que era... era Víctor. El niño huérfano, estaba allí, colgando en la pared. En la casa esa.
—Eras muy mono de niño —comentó mi falsa prima, mirando la fotografía de Víctor por encima de mi hombro.
—Ese no soy yo —negué en un susurro—. Es Víctor.
—Así eras de pequeño. Mira —Agarró otra fotografía donde estaba Víctor con una niña dientona, de ojos verdes y cabello un poco más rubio que el de ella—. Ahí estamos juntos.
Mis manos no pudieron continuar sosteniendo la fotografía, pero mis ojos no se detuvieron, estaba en un infierno de imagines, un torbellino de sonrisas, sentía que cada recuerdo feliz que contenía esa fotografía era un cuchillo que me arrancaba partes. En otras fotografías aparecía yo solo haciendo muecas o con los padres de Dan.
Las barrí todas con mis brazos y las hice caer al suelo. Los cristales se rompieron y algunos marcos se abrieron en la mitad. Deby y Kathie retrocedieron asustadas, una de ellas chilló y otra dio un pequeño saltito.
—¡Para de una vez, Dan!
—Esto no está funcionando... no, Deby... —lloriqueó Katherine.
—Calla, Kathie, no alteres más a Dan —silenció con la voz firme Deby.
Quise tocarme mi cicatriz, pero ya no estaba allí. No estaba. Víctor no existía. Él era yo de pequeño. No, no podía ser.
—Traje una cámara de fotos aquí, cuando vine con mis amigos —comenté para mí, tratando de tranquilizarme—. Pudieron haberlas editado. Hay programas para crear nuevas fotos, hacerlas. Era sencillo, solo se recortaba y pegaba. Un montaje. Pudieron agarrar mi cara y ponerla allí. Es fácil. También la de Víctor. Son humanos ustedes saben mentir —comencé a caminar en círculos—. Él está vivo y si llegaron a tocarle un pelo si lo matan juró que... —Me contuve.
Tenía que pensar, la cicatriz que me hizo Mirlo no estaba.
—Tienen tecnología suficiente como para curarme las cicatrices ¿O no? —pregunté.
Recordaba el escáner, aquella barra de luz caliente que con solo pasarla por mi cuerpo habían descubierto todas mis heridas, incluso habían descubierto que cogí pulmonía de niño. Ellos hacían magia con la ciencia. Seguramente contaban con más avances médicos, quitar cicatrices para ellos sería una tarea de niños, pudieron haberme puesto injertos de piel... incluso piel de Ceto...
—Todos los demás mienten. Quieren confundirte. No quieren que salga de la ciudad.
Pero si ellos tampoco salen ¿para qué demonios te quieren dentro? Piensa Hydra, vamos, siempre fuiste racional, nunca te dejas llevar por los sentimientos, es una prueba, tienes que pasarla ¿para qué te hicieron venir si no quieren que salgas ni ellos salen? No tiene sentido. Además, mis teorías de edición de fotos, de la monja, las personas de la calle y los niños del orfanato mintiendo, implicaba la participación de toda una ciudad. Toda la Ciudad de Plata contra Hydra Lerna ¿Por qué alguien se tomaría tantas molestias para hacerme creer que era otra persona?
—¡MIERDA!
Aullé y volqué un sillón, cubierto de sábanas, de una patada.
—¿Qué te pasa? —me gritó Deby, igual de alterada y desquiciada que yo—. ¡Cálmate de una vez!
—Deby, llama al doctor —sugirió mi prima asustada—. No está funcionando —repitió.
—Lo encerrarán —protestó Deby, observando a su interlocutora como si yo no estuviera allí, luego me miró a mí—. Dan, si no te calmas te darán por loco. Serénate o llamaremos al...
—¡NO LLAMARÁS A NADIE! ¡DAME LA MALDITA COMPUTADORA DE UNA VEZ!
Deby se acercó y me colocó un brazalete robusto y oscuro. Al momento que el objeto hizo contacto con mi piel se proyectó un holograma; la pantalla se suspendía en al aire sobre mi antebrazo en donde se extendía un tablero. Me sorprendí, nunca había visto una máquina como aquella. Era como si el aire se hubiera convertido en una computadora, miré el teclado que había en mi antebrazo. Comencé a teclear rápidamente, mis dedos traspasaban los botones, al principio manejé la máquina holográfica con torpeza, pero luego me acostumbré.
Ellos no sabían que yo era bueno con las computadoras, no tenían razón alguna para borrar las grabaciones mías guardadas en el sistema de seguridad de la ciudad.
Sólo tenía que buscar una semana atrás.
Sí, todo se aclararía, entonces me vería a mí mismo y sabría que no había perdido la cabeza.
Yo era Hydra Lerna hijo de una perra llamada Andrómeda Lerna y mi padre se había matado cuando tenía cuatro y Ceto era mi hermano. No recordaba el nombre de mi papá, mi madre nunca lo nombraba. Lo quería a montones, a Ceto, tanto que a veces me olvidaba que era otra persona, era a quien más conocía, lo conocía más de lo que me conocía a mí mismo. Cuando yo lo hacía reír a él y sonreía... era como si me hiciera reír a mí. No podía haber inventado eso. Era difícil inventar tanto cariño.
Nunca le había dicho que lo quería, él me lo decía constantemente y yo nunca le había respondido ¿Por qué no lo había hecho si moriría por él? ¿Por qué siempre dejaba las cosas hasta el final cuando en realidad ninguno de nosotros podría ver ese final?
No tenía mis cicatrices, Víctor no existía, no tenía herida del golpe del anciano, había fotos mías en una casa que no era mía. No estaba el barco ni había nada en la costa... todo podían ser engaños, pero, aun así, me costaba creer que lo fueran.
La grabación. Debía verme. Tenía que verme.
Accedí, fue difícil porque todos los códigos y sistemas operativos estaban en inglés, pero logré tumbar los cortafuegos y entrar a su almacenamiento de grabaciones. Comencé a buscar entre los días y las semanas.
Eso había sucedido hacía siete días según ellas.
Ya llevaba casi dos semanas fuera de casa. Milla. Él había dicho que si no regresábamos en siete días iría por nosotros, daría a conocer la existencia de los humanos y les diría a las autoridades ¿Por qué todavía no había llegado? ¿Los licántropos no le habían creído? ¿Dónde estaba?
—¿Qué está haciendo? —preguntó Kathie.
Deby meneó con la cabeza.
—No conseguirá nada —entonces ella comenzó a hablar por una pulsera similar a la que me había dado y llamó a alguien.
Reconocí la voz del presidente Arno Mayer del otro lado de la línea, no me importó, tardaría en venir y yo solo necesitaba el resto del minuto para encontrar la grabación.
—No vengas con seguridad, papá, que se limite a un asunto familia, por favor... —continuó hablando, pero no la escuché.
Encontré la grabación. Me vi pero no me vi. Lo que esperaba hallar era una imagen mía, hablando diplomáticamente, caminando hacia el hospital voluntariamente, como recordaba. Pero lo que había grabado era que me arrastraban inconsciente unas personas en traje hermético, estaba encerrado como en una camilla que se veía idéntica a una incubadora. Ellos me llevaban a desintoxicación, porque creían que me habían infectado del virus. Me veía fatal, sucio y herido.
Meneé con la cabeza.
Eso también pudieron haberlo inventado cuando estaba inconsciente, pudieron usar mi cuerpo y actuar, o crear imágenes con efectos, era simple alterar un vídeo... pero mi cabeza me decía ¿Tantas molestias para qué? ¿Tan importante eres? Ya les había dado muestras, no había otra razón para que me engañaran y me encerraran con ellos.
Recordaba que lloraban de gratitud cuando me veían, se inclinaban a reverenciarme, las ancianas me besaban las manos y me agradecían el venir a la ciudad. Sí me querían ¿Pero su amor podía ser así de posesivo y retorcido como para hacerme creer que era de ellos y no me fuera nunca? ¿Podían poseerme de esa manera?
Busqué la noche de la fiesta, pero las grabaciones de la ciudad mostraban que todos los ciudadanos habían estado en sus casas, en el mercado o trabajando, no en una celebración de bienvenida.
Se me cayó el alma a los pies, no, para entonces ya no sentía que tenían ningún alma que desmoronar. Era como una cascara, lo había perdido todo, no se me ocurría qué más hacer. No sabía cómo decirles que mentían, porque ya no parecía que mentían.
Podían haber grabado eso cuando estaba inocente y alterar los datos de grabación, claro estaba, podía aferrarme a esa posibilidad, pero me sentía tonto al hacerlo. Loco.
—Dan... —comenzó a hablar Kathie.
¿Por qué mierda seguía ahí?
De alguna manera resultaba gracioso. Porque el misterio de qué le había sucedido al detective me estaba ocurriendo a mí. Él había desaparecido una noche y cuando Orégano Onza volvió a aparecer, ante el mundo, estaba completamente chalado. La idea de incendiar la ciudad no era disparata, quería hacerlos arder por lo que me hacían sentir, así como el detective había tratado de quemar la mansión de Olimpo. Tal vez con fuego podía descubrir donde se escondían mis amigos, hacerlos salir.
Ahora era mi turno, me había vuelto loco y al igual que Onza no quería reconocerlo, al igual que él no sabía cuándo había pasado.
—Déjenme solo.
—Mi padre dijo que atacaste a la monja... —profirió Deby.
—Si te refieres a la puta del orfanato fui gentil con ella y no lo seré contigo si no cierras el agujero anal que tienes por boca en tu cara de culo —le grité a medida que acababa la oración, estaba siendo inmaduro ¿Pero acaso no eran eso los salvajes?
Deby no se dejó intimidar por mi rabia, desenfundó una daga y me miró amenazadoramente.
—Mi padre dice que si no te calmas te medicarán con psicotrópicos o te encerrarán, termina con esto de una vez, Dan. Es por tu propio bien.
Se dio la media vuelta y se fue, alcé la voz para que me oyera.
—¡Pues dile a tu padre que me chupe el pito, él y toda su ciudad de pacotilla pueden besarme el culo! —Kathie sollozó en silencio, mirando la situación desde un rincón—. ¡Y tú que mierda miras! ¿Eres retardada? ¡Ya vete! —Me puse violentamente de pie para ahuyentarla, pero no pretendía lastimarla, ella estaba sufriendo como yo—. ¡Que te vayas! —rugí hasta ponerme rojo.
Ella se marchó tan rápido como una bala. Me senté a pensar.
Pero en realidad grité, bramé hasta que mis pulmones se secaron y mi garganta flaqueó, me desgañité y volví a gritar porque después de todo, aquellos sonidos sin significado eran lo único que podía entender.
Eran lo único que tenía. Y lo único que me quedaba.
Gritaba como si me cayera.
Como si el suelo del patíbulo se hubiera ido y cayera con el nudo de una horca en mi cuello. Hydra Lerna estaba muriendo solo, rodeado de gente. Y con ese aullido de dolor, él se despidió del mundo.
Faltan unos veinte capítulos y termina el libro, sé que no se entiende mucho el drama psicológico pero yo disfruté poniéndolo y escribiéndolo; además de que al final se revela la verdad de los delirios de Hydra y los humanos.
Quiero saber qué piensan ustedes de lo que van leyendo.
Si te gusto vota, me daría mucho apoyo :D
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro