52
La fiesta no era del asco, pero era como cualquiera reunión social: una pérdida de tiempo.
Fue en la costa para que Mirlo, Yunque y Cet no entraran en la ciudad, colocaron luces de velas para evitar los destellos blancos y les dieron nuevos trajes a mis amigos. Eran más ceñidos al cuerpo, de malla, con una máscara de oxígeno ovalada y traslucida, podía verles el rostro lo que fue un avance porque estaban todos radiantes. Se veían como astronautas. Cada uno cargaban un tanque de oxígeno en la espalda.
Todos se la pasaban bomba a excepción de Mirlo.
Ella le iba muy mal lo de ocultar sus pensamientos, su rostro era el espejo de sus sentimientos y noté que, aunque se esforzaba, no se sentía cómoda con los humanos. Reía muy poco por lo feliz que era ella todo el tiempo, me agarraba constantemente la mano y apretaba como si quisiera recordarse que seguía allí. Además, me seguía a cada lado que yo fuera.
Me hacía sentir alagado que me necesitara tanto, ella era una chica ruda e independiente, generalmente se las arreglaba sola cuando tenía problemas, pero ahora se había convertido en mi sombra.
Yun se quejó de que la malla de fibra sintética fuera tan ajustada al cuerpo porque realzaba sus tetas y su barriga abultada y adiposa. A pesar de que estaba dentro de un traje sus alergias habían empeorado.
Cet se veía como un luchador profesional, era más alto y formidable que el resto de los humanos, con los músculos de los brazos notándose bajo la malla como cuando quieres ocultar algo tras la alfombra.
Había muchas mesas en la orilla, una banda de músicos entonaba una melodía que te desconectaba del resto del mundo. Nunca había oído esos instrumentos. Incluso había un escenario donde nos mostraron una obra con todas sus costumbres. Fue de lo más embarazoso sentarse en la primera fila del teatro improvisado que habían montado, porque, aunque tratábamos de contemplar la obra, todos tenía los ojos puestos en nosotros, incluso los actores.
Los humanos eran más raros de lo que decían los libros de historia.
La obra no seguía un hilo de historia, trataba de un humano que había perdido la memoria, por eso inspeccionaba la Ciudad de Plata como si fuera la primera vez y el resto de los humanos le contaban la cultura de su especie.
Tenían un día para festejar el amor, se llamaba San Valentía... o algo así. Los doctores no te hacían pelear por tu puesto en el hospital, generalmente te daban una camilla si estabas enfermo y ya, no debías ganártela, ni debía combatir nadie en tu lugar, en sus colegios enseñaban sociales, trabajaban todos en fábricas desde los quince años, no importara si fueras hija del presidente o un simple individuo más, te tocaba fabricar comestibles o cualquier tipo de cosas.
Estaban locos con las industrias, tenían para casi todo, lo que convertía el aire de la caverna en oxígeno sucio y cargado.
Mirlo levantó la mano a mitad de la obra y preguntó qué eran los Descerebrados y por qué los fabricaban, pero nadie la oyó, incluso cuando terminó la función comenzó a investigar con cada uno que se topaba qué eran los Descerebrados, pero todos partían en risas o respondían:
—I don't understand —No importaba si llevaban hablando más de diez minutos en el mismo idioma, decían que no nos entendían y se iban.
A Mirlo se la veía cada vez más molesta hasta que un aluvión de niños la rodeó, comenzaron a hablarle en esa extraña lengua y a hacerle dibujitos en la arena de la orilla. Eso la enterneció, se puso de cuclillas a hablar con ellos y dio por finalizada toda su investigación.
Los humanos continuaban teniéndole miedo a mis amigos, retrocedían cada vez que ellos avanzaban, se reían forzadamente de lo que decían y tenían todo el tiempo la mano cerca de algún arma envainada.
Las mesas con manteles de plata estaban atiborradas de comidas extravagantes. Aunque Ceto no podía probar nada por el casco, y porque seguramente la comida contaría con partículas de plata, me retaba a que me metiera todo en la boca, especialmente buscaba los platillos que se veían más repugnantes.
Cuando alguien te desafía aceptas siempre o eres un cobarde y nadie quiere ser un gallina. Pero cuando me negaba a probar algún platillo, me abría la mandíbula y me hacía saborearlo de todos modos, eso a los humanos no le hacía gracia, murmuraban que mi hermano era un abusivo. Pero a mí sí me resultaba divertido porque terminaba mordiéndolo o escupiéndole en el casco. Luego fingíamos formalidad y usábamos servilletas.
Toda la noche fue contestar preguntas a la población, aunque las interrogantes me las hacían a mí, siempre contestaban Ceto, Yun o Mirlo. Incluso, un valiente, les pidió una demostración de fuerza y velocidad. Aunque le suplicaron que las hicieran, cuando ellos rompieron una roca gruesa y alta, sin hacer el menor esfuerzo, se suspendió un silencio desalentador.
—No es la gran cosa —dije—, yo no puedo romper rocas y nunca sufrí una desventaja por eso, podemos vivir en sintonía —No había más verdad que esa.
Deby se pasó toda la ceremonia cruzada de brazos, con el rostro contraído de disconformidad, era la única de los humanos que actuaba como si la fiesta fuera un funeral. Cada vez que Ceto la hacía reír ella se cubría la sonrisa con la mano y luego sus labios comenzaban a temblar y desviaba la mirada compungida.
Yun la invitó a bailar cuando iniciaron una extraña danza, ella negó con la cabeza, pero él no aceptó un no por respuesta o tal vez no la escuchaba con el casco porque él nunca tenía autoestima dos veces seguidas. Danzó de una manera terrible, ella se movía lento y sonreía decaídamente como si no pudiera coordinar los pensamientos.
Todos los presentes estaban felices, no dejaban de darme las gracias por venir, algunos lloraban de alivio, las ancianas me besaban las mejillas y los hombres me estrechaban la mano. Me trataban como si fuera un mesías enviado desde el cielo, con gestos ceremoniosos; algunos, los que más miedo me daban, hacían reverencias como si fuera alguien especial.
Todos y digo todos me decían: «Qué Dios te bendiga»
No sabía qué dios era ese, recordaba que los humanos solían adorar muchas cosas, antes de morir algunos humanos adoraban vacas, por ejemplo, otros veneraban al sol y le hacían sacrificios y los más normales idolatraban a otros hombres.
Los licántropos adoraban a todo y ya, casa cosa era digna de adoración, no solo una. Podían meterse sus bendiciones por el culo, yo no era digno de adoración, había cosas más importantes a las que venerar.
Cuando estaba hablando con un anciano sobre cómo me había criado Rudy y no mi mamá (él no podía comprender cómo los padres luego de la Ceremonia se separaban de sus hijos a tan corta edad) Mirlo se me acercó corriendo. Agradecí su llegada, estaba cansado de repetirle al anciano que familia era lo que se elegía, eran tus iguales en fuerza y destreza, es decir, tu manada, pero él insistía en que familia eran los parientes de sangre. Estaba explicándole que si yo tenía hijos, en un futuro, e iban a vivir con otra manada los seguiría viendo porque los amaría, pero si su lugar no era conmigo, por más hijo mío que fuera debería irse. Sin embargo, el anciano no comprendía y me observaba horrorizado.
Mirlo irrumpió en la conversación, me quitó las manos embutidas en mis bolsillos, les pidió disculpas a mis interlocutores y me arrastró debajo de las luces de colores, hacia la pista de baile.
—¿Qué pasa? —pregunté meciéndome al compás de la música.
—Bailemos, guapo —canturreó ella con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué quieres? —pregunté depositando mis manos en su cadera.
Su sonrisa se esfumó.
—No solo soy linda contigo cuando quiero algo, Hydra, soy una mujer independiente, puedo conseguir lo que quiera sola.
—¿Eres mujer? —pregunté soltándola—. Lo siento, nuestra relación ha sido una confusión todo este tiempo.
—Víctor —dijo de repente, se la veía alterada, casi impulsiva como si fuera víctima de una idea repentina.
—¿Quién?
—Es un niño de aquí —comentó, se agarró de mi codo y juntó su otra mano con la mía, arrastrando cada vez más lento los pies—. Tiene cinco años y es huérfano —Sus ojos se llenaron de lágrimas que no se dignó a derramar, detuvo la lenta danza en donde nos mecíamos—. Me siguió toda la noche, repitiendo lo que yo decía o tratando de hacerme reír con bobadas.
—¿Veo un digno rival? —bromeé, pero ella no oyó.
Me impelió lejos de la pista, me señaló un grupo de niños que correteaba por la orilla siguiendo un balón, me agarró del hombro y buscó entre los pequeños.
—Es ese, el gordinflón que se quedó atrás —Señaló con la mano al cachorro en cuestión, me miró a los ojos—. Me dijo que me quiere.
—Que los dioses se apiaden de él.
—Lo adoptaremos —Decretó muy seria y se anticipó a todas mis protestas, cubriéndome la boca con las manos, sus guantes eran ásperos y de goma—. Sé que dirás que no se puede, que no llevo ni un día aquí y otro montón de cosas, pero... No me iré sin él. No puedo, Hyd, es tan lindo y está tan solo, le pregunté a una mujer cómo son los orfanatos, solo existe uno en la ciudad con cincuenta niños y dos ancianas cuidan de todos ellos. Él es uno de los más pequeños. Está sólo, casi no tiene amigos, eso me dijo la anciana...
—¿Buscaste a la cuidadora? —pregunté ladeando la cabeza y liberándome de su agarre, sintiendo entumecidos los labios—. Eres una jodida detective —Me froté el mentón para disipar el dolor.
Ella asintió distraída, observando a Víctor.
—La cuidadora me comentó que es tímido, pero estuvo hablando conmigo toda la noche, creí que era por un momento, hasta que se cansara de mí, pero me sigue como si fuera mi sombra. No es retraído conmigo, le caigo bien. Y cuando lo ayudé a que lo invitaran a jugar, cuando hice que los demás niños lo integraran, me dijo que era su mejor amiga y que me quería, me llamó B.F.F.
—¿Qué?
—Es la abreviación de mejores amigos por siempre. No me importa si lo conozco hace poco, no puedo irme sin él, Hydra.
—¿Disculpa?
Me alejé de ella, me hubiera sorprendido más si no estuviéramos en una ciudad de plata venenosa con la civilización de una especie extinta. No dormía hace dos días y tenía el cerebro sobrecargado de información. Asimilé la idea, hace un día no existían los humanos y éramos una pareja caminando en una ciudad abandonada. Ahora me estaba pidiendo que fuéramos los padres de un niño humano.
—Tengo veinte y tú veintiuno ¿Te das cuenta de que es muy temprano?
—Y eso qué.
—¿Quieres ser madre, ahora? —pregunté sin creérmelo—. ¿En este lugar? ¿Justo hoy?
Ella me observó un segundo como si mis preguntas la lastimaran.
—Claro que no cabeza de mierda, Radio tiene dos años, él le lleva tres, podían ser hermanos. Podría adoptarlo para que sea mi hermano, viviría en la manada de todos modos. No necesariamente tenemos que ser los padres... —Suspiró e hizo que me sintiera mal por rehusarme tan rápido a su acto de benevolencia—. No puedo dejarlo, de verdad no, Hydra —Meneó compungida la cabeza.
Caminó de un lado a otro, como siempre hacía cuanto estaba pensando y preparando un monólogo. Las luces de las velas se reflejaban en el estrecho casco que cubría su cráneo, sus ojos absorbían todos los destellos del cristal como si amontonaran constelaciones en sus abismos azules. La contemplé en silencio, con admiración, como siempre hacía.
Esa chica loca y con una debilidad especial por los niños era mi jodida novia y mi mejor amiga y yo no podía sentirme más afortunado. Un poco asustado, sí, pero agradecido.
Se detuvo, humedeció sus labios.
—Sé que puedo contagiarlo de licantropía o... —Se agarró la cabeza con las manos—. Diablos, por qué nuestra raza no se molestó en investigar qué fue lo que nos infectó hace cientos de años —suspiró—. Quiero que averigües bien qué es lo que tengo, de seguro ellos lo saben. A mí no me dejarán salir de la playa, no podré entrar en la ciudad, aunque quisiera. Por favor, averígualo por mí, estoy segura de que te invitaron aquí por algún asuntillo médico.
—Eso es obvio —dije—. Pero...
—Averígualo por mí, Hyd, jamás te he pedido nada, por favor, quiero saber que no voy a lastimarlo. Si yo lo mato... —Su voz se quebró—. Me muero si él se muere. Lo quiero de verdad.
Vaya, estaba dispuesta a dar su vida por un niño que no conocía, eso era fuerte y nuevo, pero a la vez conocido. Me lo esperaba de Mirlo, los cachorros eran lo único que aflojaba su coraza, ellos y yo.
Le froté el brazo, tranquilizándola.
Tenía razón en lo que decía, nunca me había pedido nada, a decir verdad, éramos iguales en cuestiones laborales y en la vida cotidiana ella era la que ofrecía ayuda, cuando había que abrir frascos, levantar cosas pesadas, protegerse del frío, cazar en el bosque o hacer trabajos agotadores ella era la que siempre protegía al otro. Era mi momento de hacerle un favor.
—Creo que de todos modos me lo explicarán, por eso me llamaron ¿O no? —me encogí de hombros—. Les pareció interesante el articulo médico.
—De acuerdo —Se veía más calmada—. Sólo quiero saber que no morirá si me saco este traje estúpido. Deby dijo que muchos murieron en la transición, cuando pescaron la enfermedad no pudieron combatirla y fallecieron, pero hubo gente que sobrevivió al virus ¿No? De otro modo no estaría yo aquí, que ya nací así, con el virus, mutación o lo que sea que tengamos. Sé que podemos solucionarlo, estoy dispuesta a pesar meses en este lugar de porquería sólo si podemos llevárnoslo a él.
—Mir...
—Conócelo —demandó.
—No tengo ganas —pero ella ya estaba empujándome cariñosamente por la espalda.
La maldije por tener un corazón tan blandengue con los niños, podía tenerle simpatía a los gatos o a las plantas pero no, prefería a los cachorros de cualquier especie. Ella llamó a Víctor, el niño vino corriendo hacia ella, tropezando con las rocas y arrancando arena negra de la costa con sus pisadas.
Tenía razón, era adorable, regordete, estaba al final del grupo, jadeando y se movía torpemente como si la actividad física no fuera lo suyo. Sudaba como puerco.
—¡Hola! —chilló dando un salto—. Look, Mirlo! —La llevó hasta un tablero que habían dibujado en la arena y que apenas se podía ver por las velas, los seguí—. I won!
—I look, vas ganando—repitió ella con una sonrisa y una voz amigable, había aprendido rápido algunas palabras—. Eh, mira Víctor, él es Hydra.
Me incliné para ver al niño a los ojos, quería parecer indiferente pero el pequeño era muy chulo. Su piel era muy oscura, su cara era redonda y tenía las mejillas regordetas e infladas igual que su barriga y la parte trasera de sus cortas piernecillas. Tenía una cabellera ensortijada que le cubría la frente. Estaba descalzo, vestido con pantaloncillos y remera de fibras metálicas. Sería tonto tratar de negar que quería pellizcarle los brazos o revolverle el cabello.
—El humano —comentó un poco tímido.
Parecía un niño bueno, de esos que se quedan quietos cuando se lo ordenas, de los que no interrumpen una conversación porque no tienen agallas, que se prenden de tu cuello a abrazos y de los que te piden un beso antes de irse a dormir.
—Sí —contesté asintiendo lentamente y esforzándome para que mi voz fuera igual de amigable que la de Mirlo—. ¿Escuchaste lo que dije cuando todos preguntaban?
—Yes, you live in a wood.
—En un bosque, es cierto, vivo en un bosque.
—En un bosque —repitió—. Voy a ir.
Miré a Mirlo, ella arrugó la cara de arrepentimiento, agarró al niño y lo acercó a ella. Estaba de cuclillas, con su niño de cinco años sobre los muslos, a pesar de que era pesado ella lo cargaba como si fuera de trapo. Mirlo le acariciaba el cabello con sus manos forradas del material sintético mientras él se estrujaba la remera, distraído.
—Es su sueño, le dije que lo ayudaría a cumplirlo. Quiere ver la lluvia y los bosques. Desea salir de la ciudad. Acá tiene árboles, pero nunca llueve. Es que —Sonrió con pena—, somos mejores amigos. Y los mejores amigos se ayudan a cumplir sus sueños.
—He looks sad —observó a Mirlo luego de mirarme a mí y le comentó en risillas mientras me señalaba—. You were right. He looks angry and sad.
—Le dije que te veías enojado y triste, todo el tiempo —explicó ella con una sonrisa pícara.
Entonces lo noté.
Mirlo tenía al niño entre sus brazos, él la miraba con adoración, sus regordetas mejillas tenían dos hoyuelos de tanto reír y sus ojos estaban rasgados de felicidad, él la quería un montón y ella... Ella lo abrazaba y reía con él como si no hubiera nadie que pudiera separarlos, como si entre ellos hubieran tejido una ridícula red que atrapaba a todos los problemas como si fueran moscas en telarañas. ¡Ya tan solo en una fiesta! Si Mirlo se quedaba con ese crío unas horas más lo adoptaría como un miembro irrevocable de la manada.
Tomé un retrato mental de ellos, porque se veían como una familia y de alguna manera quería participar.
A veces Mirlo me volvía un poco flojo.
—Bien —accedí pensando en ello y procurando sonreír un poco más—. Lo trataremos luego de la fiesta, pero podrás ver los bosques y la lluvia. Aunque es muy mojada y fría, seguramente te enfermarás si la tocas —Señalé el agua de la costa—. Como eso.
—Awesome!
—Primero preguntaré qué tiene la manada y la gente de afuera —expliqué— y luego veremos.
—Yes! —accedió el niño dando un salto y conservando el equilibrio al agarrarse de las rodillas de ella—. I love this party.
—Así le dicen a la celebración —me explicó Mirlo—. Party.
Ya lo sabía, pero no le quité su pequeño triunfo.
—Best party ever! —agregó y jadeó de la emoción—. ¡Me encanta mi última semana!
—No creo que sea tu última semana en esta ciudad —explicó Mirlo muy pausadamente, con una voz dulce que nunca había usado conmigo, sólo con sus hermanitos —. Tenemos que preparar muchas cosas antes de ir al bosque —Le tocó la naricita—, pero prometo que irás.
—Sí, es mi última semana —insistió él con obstinación—. Me lo dijo el sacerdote, pero dijo que sólo lo hablara cuando estuvieran mis amigos. And you are mi BFF.
—¿El sacerdote te dijo que era la última semana en la ciudad? —pregunté sin entender, de todos los niños que había ella se había encariñado del más raro.
—No, mi última semana de vida —explicó él.
La felicidad de los ojos de Mirlo fue engullida por un pánico atroz.
—¿A qué te refieres, Víctor?
—A mi última semana, es porque tengo cinco.
—¿Estás enfermo? —preguntó ella, sus ojos comenzaron a expresar preocupación.
—No, no es porque tengo cinco, muero porque tengo five —explicó alzando una mano y mostrando todos sus dedos, no parecía entender que verdaderamente estaba hablando de su muerte—. Pero voy a ver el bosque ¿Verdad?
—S-sí —comentó desconcertada.
—Me dijeron que huele a sucio... unpleasant smell.
—¿Vas a morir?
—La semana que viene ¿Cuándo es? Falta mucho para eso ¿No?
—Yo... Vic... no entiendo.
De repente alguien me agarró el hombro, una mano cargada de grotescos anillos de oro, era el presidente Arno Mayer. Todos ahí vestían de una manera primitiva y rara.
—Hydra Lerna ¿podría venir con nosotros? —inquirió amigablemente y se dio un golpecito al armazón de sus gafas como solía hacer Milla.
Miré a Mirlo preguntándole si estaba todo en orden, ella asintió, el niño me chocó los cinco con una sonrisa radiante. Besé el casco de ella, eso la hizo sonreír fugazmente, pero la preocupación regresó a sus ojos.
Fue la última sonrisa que Mirlo me dedicó en la Ciudad de Plata.
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